27.01.19

(329) No es nostalgia sino veneración

Dios es Causa Primera de todo bien, tanto personal como social. Por eso, excluir la acción de Dios de la sociedad y sus instituciones, es un grave error, propio de lo que León XIII denomina liberalismo de tercer grado.

Porque, en definitiva, es justo distinguir el orden religioso y moral del orden jurídico-político, pero no es justo separarlos. León XIII, de hecho, dice que es antinatural. 

 

1.- Esta separación, fundante de la Modernidad —no cronológica sino axiológicamente considerada—, ha calado en la mente católica a través del personalismo y la Nueva Teología.

Son muchos los males que esta separación antinatural ha causado, en todos los órdenes. Uno de los primeramente afectados ha sido el de las mediaciones. Por él se afirma la Soberanía de Dios y su acción mediada, tanto en la vida personal como en la vida social. Por él, y no contra él, se promueve una vida verdaderamente humana.

 

2.- Pero no nos engañemos, no es posible una autonomía de lo temporal al margen de la realeza de Nuestro Señor, salvo descristianizando la política y la vida social, super-positivizando el derecho y relativizando la ley moral. No es posible el bien social y político prescindiendo de la Causa Primera. Porque eso no es libertad, ni Dios puede quererlo. 

3.- Son graves las consecuencias del rechazo fenomenológico del orden de las mediaciones, que es el orden de la delegación de soberanía, el orden de la intercesión, el orden del derecho y de las tradiciones locales. No es extraño que incluso el culto de dulía se haya deteriorado tan profundamente en el catolicismo actual. Y no es extraño, porque el espíritu fenomenólogico, que pone entre peréntesis los saberes heredados, degrada la veneración en nostalgia, y malentiende el papel de la tradición en la obra redentora de Dios.

 

4.- El liberalismo de tercer grado, al sobre-enfatizar una supuesta autonomía del orden temporal, descontextualiza el momento presente y sobrevalora sus potencialidades, quedando vulnerable ante sus males congénitos. Conforme al constructivismo que nutre sus principios, prefiere hacer borrón y cuenta nueva, y poner la ley moral entre paréntesis cuando ésta se refiere al Estado; no atiende a las lecciones de Dios, que quiere enseñar y escarmentar generaciones.

Dios quiere que los justos de hoy aprendan las lecciones de los justos de ayer, porque al fin y al cabo, esas lecciones fueron suscitadas por Él; y que caminemos, como decían los escolásticos, sobre hombros de gigantes. Siempre es más sabio y más prudente aprender de aquellos que nos precedieron en la sabiduria y en la gracia, y no creernos más sabios que nuestros mayores. Forma parte de la mirada agradecida recibir el tesoro de verdades heredadas, para que la gracia nunca sobreabunde en vano.

 

5.- El pensamiento modernizante de la Nueva Teología malentiende la tradición. Faltándole el sentido recto de la traditio, tergiversa la veneración y la confunde con la nostalgia, remitiéndola al triunfalismo, como hace Rahner. Pero la veneración es parte esencial del cristianismo, y no es extraño que al debilitarse la veneración, y con ella el culto de dulía y el papel de las mediaciones, se debilite el sentido de la providencia de Dios en la historia.

Para entender la esencia siempre anticristiana de la Modernidad, no hay que considerarla en un sentido meramente cronológico, sino axiológico, conforme al dinamismo propio de las ideas. Sólo así comprenderemos la posmodernidad como su desarrollo extremo. Sólo así podremos obtener la recta inteligencia de sus principios. Uno de los cuales, como hemos expuesto tantas veces en este blog, es la libertad negativa o principio de autodeterminación, que tan bien expone Hegel, y que excluye toda subordinación a la herencia recibida. Y otro, su liberalismo primero, segundo (y tercero, el más moderado pero más dañino, por su apariencia piadosa). 

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26.01.19

(328) Autonomía de lo temporal y descristianización de la política

«La insensatez más caracterizada de nuestra época consiste en el intento de establecer un orden temporal sólido y provechoso sin apoyarlo en su fundamento indispensable, o, lo que es lo mismo, prescindiendo de Dios» (S. Juan XXIII, Mater et Magistra, 1961, 217)

 

El impacto del concepto equívoco de autonomía de lo temporal, entendido sobre todo en clave hegeliana (como libertad negativa o principio de autodeteminación), ha causado un mal considerable a la política cristiana.

De hecho, la ha descristianizado.

 
 1.- Pacifismo “piadoso” + democracia liberal de tercer grado + protestantismo= personalismo católico.
 

2.- El democratismo en el catolicismo actual: de la transitoriedad del gobernante se deduce la transitoriedad de la doctrina.

 

3.- La autonomía de lo temporal deviene autonomía de la política, y por tanto negación de la realeza social de Cristo.

 

4.- La autonomía de lo político conduce a la autonomía de la ética privada (contra la ley moral, a la que debería estar subordinada la política).

 

5.- No ha sido, aun siendo mala, la política del mal menor lo que ha arruinado la política cristiana; sino la idea moderna de autonomía de lo temporal, que ha independizado la política de la ley moral.

 

*   *   *

6.- La idea de una autonomía de lo temporal es efecto del método de inmanencia de los modernistas (Blondel, de Lubac, Maritain, los fenomenólogos, los horizontalistas y antropologizantes rahnerianos, los existencialistas heideggerianos y los axiólogos, constructivistas y estructuralistas de caterva diversa).

 

7.- La autonomía de lo temporal es un imposible para la causa segunda, privadamente o en comunidad. Pretender un orden temporal autónomo en las instituciones es liberalismo de tercer grado. Un orden imposible para toda comunidad (de causas segundas) que sólo se realiza en las ideas, es decir, en el orden de la imaginación caída, es simple y llanamente un orden utópico (en sentido nominalista, desligado de la naturaleza de las cosas).

Más bien, para evitar equívocos, habría que hablar de autenticidad de lo temporal. Porque la causa segunda es auténtica causa, aunque subordinada, también en cuanto comunidad.

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22.01.19

(327) Una vuelta de tuerca

 1. - Queremos nuestro 2 de mayo.— Es la hora del levantamiento contra la colonización intelectual de la neo-revolución francesa. Me refiero a que ha llegado la hora de la independencia del ethos francés, en lo filosófico y en lo teológico.
 
También del paradigma alemán. La zona de confort del catolicismo hispano ha de ceder su suelo a la arena del Circo, que es ahora nuestro suelo. Levantaos, vamos. Dejemos de estar sentados en la crisis y pongámonos de pie.
 

2.- La invasión fenomenológica ha tenido lugar como antaño la napoleónica, con la apisonadora de la Revolución y la aquiescencia de los que mandan pero no pastorean. Dejamos de lado nuestro propio genio y nos rendimos a un numen extranjero; que no surgió de la gran Tradición sino de 1789.

 

3.- Hay que decir adiós a los principios ajenos.— No más Blondeles ni Bergsones ni más Mounieres. No más sospechas contra la traditio, ni más deconstrucción de lo heredado, ni más humanismo integral ni más sobrenaturales desnaturalizados ni métodos de inmanencia ni zarandajas. Tuvieron su hora pero ya pasó. Delubaquistas y maritainianos tuvieron su posconcilio de gloria, pero ya pasó. 

Vamos de naufragio en naufragio, supervivientes pero no cansados. Pero llegó la hora de encauzar el rumbo. Para eso hay que mirar más allá, sobre hombros de gigantes. Pero no miramos atrás con nostalgia sino con veneración, como ha de contemplar el accipiens al tradens.

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15.01.19

(326) Hispanidad y Leviatán de tercer grado

No caminamos a ciegas en esta crisis. Tenemos los ojos de nuestros antepasados. Y no creamos que esta oscuridad es impenetrable para ellos. Nada de eso. De nuestros ancestros en la fe aprendimos a mirarlo todo sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno. También, y sobre todo, la comunidad política, la vida social y la cultura, la educación y el mundo, incluso, del dolor. 

Estaba pensando en ello, digo en que podemos ver a través de otros, a raíz de la Opción Pelayo. La proponía, con su parresía habitual, Pedro Luis Llera: lanzarse a reconquistar para Cristo el suelo que ha ganado el Leviatán de tercer grado, tardemos lo que tardemos y costare lo que costare. Con el in hoc signo vinces por delante.

Como dice Pedro en su proclama: «solo un puñado de hombres, con la Cruz como bandera, hacen frente al poderoso ejército sarraceno y lo derrotan. Un milagro.» También incidía recientemente en ello Luis Fernando Pérez Bustamante: «No nos engañemos», decía:

«O Cristo reina en todo, o estaremos bajo la autoridad del príncipe de este mundo, quien ya fue derrotado en la Cruz, pero sigue luchando contra la Iglesia para derribarla del lugar que le corresponde.»

Tengamos las cosas claras. Tengamos los pies en el suelo, sepamos que este no engañarse es propiamente hispánico, por quevediano, por antirroussoniano, por antirrevolucionario y antiliberal. Es el empeño que agitaba el alma del beato Diego José de Cádiz, segundo apóstol Santiago, moviéndolo a recorrer España entera denunciando los males de la revolución: no nos engañemos, hermanos, ningún ethos posluterano va a servir para sanear la Iglesia ni el catolicismo. Nuestra nueva evangelización no puede venir del alma posmoderna, experiencialista y fenomenológica, personalista y acomodaticia al sistema liberal; sino del alma que nos llevó hasta América, y que en América fundó, también, la Cristiandad.

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8.01.19

(325) Amoris laetitia y el convencionalismo teológico

La tesis que vengo sosteniendo en esta serie de artículos es que el personalismo político, filosófico y teológico (la Nueva Teología), al introducir las categorías conceptuales del pensamiento moderno en el catolicismo, ha producido indirectamente una crisis de identidad en el pensamiento católico, especialmente en dos aspectos: en la filosofía politica y en la teología moral. 

En la primera, la doctrina católica oscurecida ha sido la realeza social de Cristo; en la segunda, la ley moral y sus conceptos clave: pecado, sacrificio, pena, castigo, expiación, orden ontológico, etc.

No podemos ocultar, en conciencia, una dolorosa convicción. Ha sido con la publicación, el 19 de marzo de 2016, de la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, que los principios del convencionalismo personalista han adquirido “oficialidad explícita", sobre todo en lo referente a la teología moral. Digo en lo referente a la teología moral, porque la doctrina politica ya llevaba tiempo siendo socavada mediante la difusión pastoral del maritainismo. 

Es por esta razón que la teología moral católica se encuentra, actualmente, en una difícil encrucijada. Está en juego su ser o no ser. Está en juego servir o no servir a las almas y a la Iglesia. Está en juego salir de la oscuridad y emerger hacia sí misma, recuperando su identidad; o hundirse más en la sombra y prolongarse, más aún, hacia las negras aguas del ethos global.

 
1.- La ambigüedad no es santificable.— Como hemos visto en anteriores articulos, la ambigüedad no es santificable. Porque en el cristianismo la importancia de la palabra es máxima. 

Las ideas equívocas en materia de fe y costumbres siempre pasan factura. De alguna manera, suponen una agresión a la razón, cuya potencia cognitiva suspende en la indefinición y la oscuridad; y a la fe, cuya teologalidad interfiere introduciendo duda e incertidumbre; de forma que se puede hacer mas daño con la ambigüedad que con el error refutable. La ambigüedad tiene efectos profundamente nocivos en teología moral, perjudicando también la función docente de la Iglesia.

 

2.- El convencionalismo ético de Amoris laetitia. — ¿Cómo se llama la ambigüedad en teología moral? Se llama convencionalismo. Procede del nominalismo moderno, su rostro jurídico es el positivismo, su hechura moral es la moral de situación y el consecuencialismo, y su divulgador es el personalismo constitucionalista. Debido a la ambiguedad presente en muchos pasajes de Amoris laetitia, cabe una lectura de sus tesis en clave convencionalista, a modo de trasfondo intelectual.

De la definición que da la RAE de convencional nos interesan las acepciones uno a cuatro, que recogen los detalles semánticos importantes para su comprensión: relativo al convenio o pacto, que se establece en virtud de la costumbre, poco original y acomodaticio, que se atiene a normas mayoritariamente observadas.

Convencional, en teología moral, nos remite a lo meramente penal, esto es: a lo desligado de la naturaleza de las cosas, del orden creado y de la ley moral. Una norma convencional es aquella que es independiente del orden moral, fundamentada en un convenio o pacto o costumbre o en la sola voluntad del legislador, y su infracción, por regla general, no supone culpa moral sino mera sanción jurídica (como puede ser privar de la comunión a los que permanecen en lo que en lugar de pecado se pasa a denominar, administrativamente, “situación irregular").

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