(404) Más errores funestos del neomodernismo contemporáneo
La mentalidad neomodernista lleva decenios difundiéndose. Tanto, que sus principios intelectuales son, en general, considerados católicos; ortodoxos, pero no demasiado, como si el exceso de rectitud fuera malvado: mero triunfalismo, que diría Rahner.
Toda la cosmovisión neomodernista, a un nivel especializado, gira en torno a un “ninguneo moderado” del orden del ser, tenido por cosista; a una irresponsable relectura naturalista del orden sobrenatural, tenido por extrinsecista.
Para ello, con notable ingenio, el neomodernista ha llevado a cabo una reubicación de la doctrina católica en espacios intelectuales alternativos, como la teoría de los valores, los derechos humanos o la psicología de la autoestima y la búsqueda existencial de sentido.
Y ha mezclado, en explosivo cóctel, lo natural con lo sobrenatural, inventando una nueva idea del hombre. Y es que la Encarnación sirve a los neomodernistas para deducir lo sobrenatural de la naturaleza del hombre sin necesidad de pasar por la puerta de la fe ni la eficacia de los sacramentos. Así deducen la antropología de la cristología y acceden a lo natural desde lo sobrenatural.
Cristo se convierte, para ellos, en el anhelo de todo ser humano, de toda religión natural, por el simple hecho de ser humano. Toda persona estaría naturalmente religada con Dios, pretenden, por lo que toda persona, en el fondo, buscaría a Cristo aun sin saberlo, como si el fin sobrenatural fuera el único fin posible, y por ello todo hombre tiende necesariamente a él.
Las repercusiones de esta reinterpretación en clave inmanentista, heredera del modernismo blondeliano, son graves: la misión deja de ser necesaria, los sacramentos dejan de ser necesarios, la naturaleza deja de ser necesaria. Todo sería sacramento, Cristo sería sacramento, María sería sacramento, la Palabra sería sacramento, el mundo sería sacramento, la sexualidad sería sacramento. Luego nada son, en realidad, los siete sacramentos, sólo complementos al misterio sacramental que inunda todo por la Encarnación.
Lo único que les parece necesario es lo sobrenatural inmanente. La gratuidad de la gracia, de esta forma, queda gravemente comprometida. La creación ocupa el lugar que debería ocupar la gracia, siendo lo natural lo gratuito, y lo sobrenatural lo obligatorio.