InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Categoría: Manual Hispánico de Avisos

13.12.18

(321) Babel no tiene campanas

1.- La grieta ostensible.— La ciencia política tradicional hispánica representa la constitución cristiana de los estados con la figura de una campana, y no entera, sino con una rajadura apuntada. La torre campanario simboliza al príncipe, al gobernante católico en general, que ostenta el lugar más visible de la Ciudad Católica, desde el cual gobierna con tañidos bien audibles. La rajadura representa su condición de causa segunda, necesitada de Dios para gobernar, porque sólo Dios es fuente de todo bien y toda verdad. Su visibilidad la hace vulnerable, cualquier hendidura es confrontada ante la luz del día, a la intemperie de la Ciudad. También exige mucho: demanda ejemplaridad a su arte de tañer, es decir de gobernar. Desde tan alta torre ha de buscar el bien común social como requiere el apóstol, «decentemente, y como de día» (Rom 13, 13). 

 

2.- Ex pulsu noscitur, se la reconoce al sonar. La campana corona uno de los más bellos emblemas de las Empresas Políticas , «idea de un príncipe político christiano representada en cien empresas», de Don Diego de Saavedra Fajardo, editio optima de 1642. Vale la pena leer la empresa entera y contemplar la belleza de su pictura. Con cuánta cordura alaba la recta palabra del príncipe, prudente y cristiano, y los muchos frutos de su discreción y doctrina. Tal es la importancia que concede a la palabra, conforme a la más acendrada tradición cristiana, que llega incluso a afirmar: «las palabras de los reyes son los principales instrumentos de reinar. En ellas están la vida o la muerte», es decir, gracia o desgracia, el bien o el mal de la sociedad. Y citando al rey Alfonso X el Sabio, asegura :«el seso del hombre es conocido por la palabra».

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14.11.18

(314) Dar coces contra el aguijón

Negar que es necesaria una constitución cristiana de los estados es dar coces contra el aguijón. 

En los ambientes católicos, desde hace más de medio siglo, el personalismo-constitucionalista es la teoría política que lo niega.

Curiosamente, la mente católica de hoy, influenciada por esta escuela, acepta en general esta negación sin cargo alguno de conciencia, como si fuera la doctrina católica original, y no un plagio del pensamiento liberal de tercer grado. (Ya sabemos, con Eugenio y Álvaro D´Ors, que todo lo que no es tradición es plagio).

* * *

Dar coces contra el aguijón es de poca discreción, dice nuestro refranero. La sabiduría popular, con esta paremia, no sólo fulmina la obstinación, sino remite a la vara de guiar labores y animar bueyes, llamada aguijada o aguijón. Así se alude a quien porfía, de coz en coz, contra una autoridad mayor, y se lastima en ello por inútil; tal le sucede a la bestia que se empecina en propinarle patadas a la aijada, con lo que se hiere más pronta e inevitablemente.

Adversum stimulum calces iactare, lanzar coces contra el aguijón, es máxima clásica, como no podía ser menos siendo clásico nuestro romancero, y siendo clásica nuestra doctrina política tradicional (la hispánica, no la francesa de Maritain).

El aguijón de arar, con su corona, es figura del buen gobierno, que nuestra traditio local del Siglo de Oro remite a la ley natural y divina, contra la que es en vano darse de bruces.

Lo representa Hernando de Soto, en su cuarto Emblema de 1599, con la aguijada de arar del rey Wamba, clavada en tierra y florida, con una corona real sobre su extremo superior. El milagro de la floración de su cetro indica cuán fecundo es el gobierno si está fundamentado en Dios.

Como dice el epigrama:

El florecer su aguijada,

sin lengua a voces pregona,

que no es buena la corona,

si de Dios no es enviada.

Dijérase: Dios ha de ser el fundamento de la ley, de todo estado, de toda vida social. Dios es el principio rector de toda obra buena, de todo gobernante, de toda institución. Y cosa absurda es oponérsele, empresa suicida es darle patadas a esta evidencia.

La cuestión que plantea el salmista:

«Quare tumultuantur gentes

et populi meditantur inania

(¿por qué se amotinan las gentes

y trazan los pueblos planes inicuos?» (Sal 2, 1)

Se responde así: porque, debido al pecado, las sociedades yacen en estado de enemistad. Y siendo esto de tal manera, ¿con qué derecho excluir de la vida social el estado de amistad? ¿Hay cosa mejor para el bien común que ser amigos de Dios?

Como explica el emblema epigramático de Hernando de Soto, no es buena la autoridad si de Dios no es enviada. Y una vez enviada y florecida en leyes justas, pregónese la voz (la ley) de Dios en toda autoridad, y así no hay vara (potestad) que no florezca. 

Samaniego, tomándolo de Esopo, lo rima con salero:

«Quien pretenda sin razón,

al más fuerte derribar,

no consigue sino dar

coces contra el aguijón»

 

El más fuerte es Dios. ¿No es insensato promover en las iglesias locales el pensamiento liberal de tercer grado? ¿No es insensato plagiar el ethos revolucionario? ¿No es insensato dar por bueno un sistema que separa el orden de la gracia del orden político-social? 

«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa es dar coces contra el aguijón.» (Hch 26, 14), advierte la Escritura. No sea modelo, por eso, para la Urbe Católica, la Ciudad del Hombre, que persigue al Rey para que no reine.

Dura cosa es ir contra el fundamento de toda autoridad. ¿Acaso la Ciudad del Hombre no se revuelve contra la aguijada de la ley de Dios, dando coces contra la realeza de su Salvador? ¿Con qué falsa prudencia política afirmar el tercer grado, con qué blandas o duras laicidades justificar su positivismo? Con la falsa ciencia del Leviatán, cuya mirada de Gorgona petrifica toda acción política catolica.

Pidamos su Reino, porque su Reino es para hacer posible la Ciudad, y la Ciudad es para Dios.

San Agustín, en Confesiones III, 8, 16, afirma:

«También se hacen reos del mismo crimen quienes de pensamiento y de palabra se enfurecen contra Ti y dan coces contra el aguijón, o cuando rotos los frenos de la humana sociedad, se alegran, audaces, con privadas conciliaciones o desuniones, según que fuere de su agrado o su disgusto. Y todo esto se hace cuando eres abandonado tú, fuente de vida, único y verdadero Criador y rector del universo.

Y es que de la mano de Dios el buen imperio. Es lema capital de nuestro catolicismo hispánico. Se diferencia, radicalmente, del lema moderno personalista, que separando individuo y persona descentra de Dios la vida social, y la reorienta hacia la fragmentación, privatizando la vida cristiana y reduciéndola al ámbito doméstico.

Porque de la mano de Dios el buen imperio significa: no hay buen gobierno de tercer grado, porque no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada

 

David Glez. Alonso Gracián

 

10.11.18

(313) La mirada de la Gorgona

Inest periculo gloria, la gloria está en el peligro.— Así traduce Hernando de Soto, en sus Emblemas Moralizadas de 1599, el mote primero. Y nos remite a Perseo, cubierto con el casco de Hades, armado de acero y alado de sandalias, mostrando la cabeza de la Gorgona a Policletes petrificado.

Hernando de Soto, contador y veedor de la casa de Castilla,  al declarar su mote y pictura, escribe además este epigrama:

Enviado fue Perseo

de quien le pudo enviar,

a deshacer y acabar

el encanto medúseo.

Alcanzó rara victoria,

y fama de valeroso,

que en todo lo peligroso

hallamos que está la gloria.

* * *

Se preguntará el lector quién o qué personifica, en nuestra analogía, a la Gorgona. Y fácil es adivinarlo, si es lector de este blog.

Enseña con insistencia Danilo Castellano que la Modernidad no es divisible, sino de una pieza, y que no es posible al pensamiento católico incorporarse elementos conceptuales esenciales suyos sin grave daño. Este daño, que hemos definido como parálisis o petrificación, es tan evidente, que no admite discusión: no sólo el espíritu misionero, sino la misma función docente de la Iglesia ha sufrido un proceso de anquilosamiento. Se ha entumecido en conceptos inmovilizantes, que de tan espesos, han bloqueado la mente católica hasta hacerla incapaz de salir del atolladero, cediendo en exceso al ethos del nuevo orden mundial.

—Tales son un concepto reducido de dignidad humana, disminuida hasta el estado de naturaleza roussoniano; la libertad religiosa como sinónimo de autodeterminación; o el método fenomenológico experiencialista como sustituto del conocimiento por tradición, etc.

El principio fenomenológico, por ejemplo, que el personalismo ha aplicado sistemáticamente a la vida cristiana, puede resumirse así: poner entre paréntesis la tradición para poder tener una experiencia personal y actual de lo cristiano.

Esta aplicación es una proyección: la de la cosmovisión moderna. Y sobre un objetivo: la doctrina tradicional. Los resultados son una idiosincrasia, la personalista; una ideosincrasia: la nominalista; una política, el liberalismo constitucionalista de tercer grado. Y una teología: la Nueva Teología. También, aunque secundariamente, una psicología, la logoterapia.

Se trata, pues, de toda una cosmovisión importada desde dentro de la ortodoxia. No pretende explícitamente heterodoxia, sino hibridarse con el numen católico para adaptarlo a los tiempos y, sobre todo, a la centralidad moderna de la persona, con objeto de producir una actualización.

Utilizando un lenguaje de imágenes, como al principio de este post, podríamos decir que esta cosmo-visión actúa como Gorgona: su punto de vista, por muy bienintencionado que esté, petrifica. Lo hemos visto con la misiones, en general paralizadas. Lo hemos visto con la acción política católica, desactivada. Lo hemos visto con la teología moral, cosificada por el situacionismo, en un estado de sometimiento a la conciencia y de intoxicación kantiana. 

Urge, por tanto, una cambio de mirada; una vuelta a la traditio. Dejar de mirar a la Gorgona para mirar hacia atrás con agradecimiento, temor y temblor, en busca del clasicismo perdido.

* * *

La cuestión se ciñe a estos parámetros: existe un principio tradicional de subordinación cuya puesta entre parántesis (que no otra cosa es el método fenomenológico) conduce irremisiblemente al liberalismo de tercer grado y a la maximización de la conciencia.

Esta puesta entre paréntesis, esta epojé liberal, paralizante e infructuosa, podemos sintetizarla así:

la autoridad temporal debe poner entre paréntesis la ley de Dios para poder gobernar neutralmente, respetando la libertad negativa de cada parte, sujeto o comunidad. Para ello necesita de un principio autárquico, por el cual el Estado se declara exento de obligaciones respecto a la religión revelada y sus tradiciones. La autoridad, para ello, deberá estar separada del orden de la redención.

Frente a esto, enunciamos el principio católico, tal y como lo expone, con meridiana claridad, la tradición política hispánica, a través de Alberto Caturelli:

«es obligatorio para todo sujeto de la autoridad temporal, someter su potestad a la ley de Dios. En la economía de la salvación, la autoridad no puede ser auto-suficiente y quienes son sus depositarios tienen la capacidad y la obligación de rendirla al único Dios verdadero y a la única Iglesia verdadera. Desde el punto de vista cristiano, la autoridad está asociada a la redención del hombre y ningún cristiano católico puede, sin pecado, renunciar a esta misión de la autoridad. El ejercicio de la autoridad debe ser santificadora desde el padre de familia al gobernante político porque en todos sus grados, debe ser ejercida según el Modelo de todo gobernante que es Cristo, Rey de Reyes.» (Liberalismo y Apostasía, Gratis Date, Pamplona 2008, p.28)

 

Retire su mirada, el católico de hoy, del rostro de la Gorgona, no caiga petrificado. No escudriñe sus principios, no congenie con sus nociones, no se incorpore sus paradigmas. Vuelva los ojos al Cristo Total, y sin mirar al Monstruo, vénzalo con las armas de la traditio, cual Perseo.

Otros cayeron, de confiados. Se dejaron seducir, y miraron. Creyeron posible la amistad con ella, bajaron el puente de la Ciudadela y la dejaron entrar, con su mirada de muerte. Cuando quisieron levantarse ya eran de piedra, ya pensaban como ella, ya fueron dados a la Apostasía por ella, y casi sin darse cuenta. 

Convertimini ad me, et salvi eritis, volveos a mí y os salvaréis. (Is 45, 22).— No ha de volverse el cristiano a la Gorgona, sino a Cristo, «puestos los ojos en el autor y perfeccionador de nuestra fe, Jesús; el cual, por el gozo que se le proponía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios.» (Hb 12, 2)

Sea el cristiano, en esta Hora global del Hombre, católico Perseo. Se quedará solo, sufrirá marginación, tal vez martirio a fuego lento. Le tacharán de profeta de calamidades, de mal católico, de retrógrado reaccionario, y tendrá, quizá, que pasar por el Mundo del Dolor, hacia un refugio en que emboscarse. Pero será una ganancia, porque podrá vivir escondido con Cristo en Dios (Col 3, 3).

Inest periculo gloria, la gloria está en afrontar el peligro. Y el peligro se llama Modernismo, esa mala copia “a lo católico” de la Modernidad. Por eso hacemos un llamamiento al heroísmo, sobre todo de los pastores. Ignore el católico, del pensamiento moderno, sus encantos medúseos, y afronte una eficaz depuración de conceptos. Nos viene la vida en ello. No es imposible porque hay gracia. Sea el yelmo de Hades la doctrina clásica, invulnerable a la visión del topos moderno. Sea el acero la Palabra de Dios, en su interpretación tradicional. Sean las alas, en nuestros pies, los pasos que heredamos de nuestros ancestros.

Hemos de hacerlo, desde nuestra identidad. Porque todo lo que no es tradición es plagio, y quien plagia el ser de otros, tarde o temprano, dejará de ser lo que es. 

 

David Glez. Alonso Gracián

 
 

27.09.18

(299) Que es este el momento, y no hay otro (Manual hispánico de Avisos para navegantes del Maelstrom, III)

7.- Puncto et in puncto, en punto y en un punto.— La emblemática hispánica representa este lema con una cruz levantada sobre un punto de la Tierra, como reinando sobre ella. Así figura no sólo el señorío de Nuestro Rey, sino lo efímero de nuestras penas. 

«Es que el mundo en que se vive no es mayor que un punto, y la vida, que en él se vive, aun no es tan grande como otro punto»,

explica Juan de Borja, concluyendo: 

«Siendo esto así, no acertará quien pusiese su confianza, ni en una cosa tan pequeña como es este mundo, ni en otra cosa tan corta como la vida» (Empresas morales, emblema 26, Amberes 1680).

 

—Nuestro cristianismo está a punto cuando mira hacia la eternidad

Nuestra tradición católica hispánica, esplendorosa en su Siglo de Oro, nos exhorta a interpretar el momento presente sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno. Teniendo siempre, por cabecera, la cruz que debe señorear el mundo.

—Sólo así comprendemos cuán necesario es que el cristiano, en estos momentos críticos y abrumadores, viva en punto su fe, socorrido por la gracia y con varonil aliento. Y decimos por eso en punto, que es decir sin adelantos (pelagianos) ni retrasos derrotistas (luteranizantes).

Es este el momento preciso de la historia de la Iglesia en que el católico debe poner toda la carne en el asador, y no moverse ni un milímetro de la fe de sus padres; plantearse seriamente la perfección, plantearse seriamente la eternidad.

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