(143) Combatir la anomia predicando la ley
La ley vive malos tiempos, especialmente en toda mente católica en crisis de identidad. Minusvalorada, menospreciada, sirve de arma arrojadiza contra la conciencia, como si ésta no la hubiera de aplicar al caso; es contrapuesta a la gracia, como si ésta no se diera para su cumplimiento. Se ha convertido en lugar común, como si fuera enemiga del Evangelio, y éste no fuera su plenitud, que es Cristo.
—La encíclica Veritatis splendor, de San Juan Pablo II, consciente de esta crisis de anomia en numerosas iglesias locales descristianizadas, recoge entre sus luminosas páginas el pensamiento del Concilio Vaticano II acerca de esta importante cuestión:
«43. El concilio Vaticano II recuerda que «la norma suprema de la vida humana es la misma ley divina, eterna, objetiva y universal mediante la cual Dios ordena, dirige y gobierna, con el designio de su sabiduría y de su amor, el mundo y los caminos de la comunidad humana. Dios hace al hombre partícipe de esta ley suya, de modo que el hombre, según ha dispuesto suavemente la Providencia divina, pueda reconocer cada vez más la verdad inmutable»
«El Concilio remite a la doctrina clásica sobre la ley eterna de Dios. »
A) COMBATIR LA ANOMIA
I.- LA ANOMIA, GRAN MAL. NECESIDAD DE PREDICAR LA LEY
Y es que el virus nominalista, que causó la Modernidad, introdujo esta enfermedad en numerosas iglesias locales en vías de descristianización, dañando la vida cristiana de los fieles, -y muy en especial la institución del matrimonio. Usando la tremenda expresión de Péguy, la anomia produce innumerables exsantos. Porque el desprecio de la ley es un desprecio nihilista, que reduce al mínimo la vida cristiana, sofocando la gracia en lugar de darle alas, frustrando todo proyecto de vida en gracia.