(491) La fe adulterada
Hablaba Castellani con cabalidad, en sus Domingueras prédicas, en un sermón del año 65, de un sucedáneo de catolicismo que “chapurrea” la religión pero no la realiza. Hoy son legión los católicos que, aun bienintencionados, no hablan en católico; no les han enseñado las primeras letras de nuestra religión sino genialidades de teólogos; sólo alcanzan a garabatear discursos humanistas, propios de una ONG.
Tiene razón Castellani al advertir de esta desgracia, hablando de «los católicos enfriados o adulterados; o como dijo uno “mistongos'’: aquellos cuya religión se “naturaliza", es decir, se vacía de lo sobrenatural y se vuelve una especie de mitología».
El tópico glosario de esta mitología de lugares comunes personalistas lo escuchamos día tras día: dignidad humana, democracia, derechos humanos, la casa común y tantos otros eslóganes de un naturalismo sin fe. Lo malo es que es una terminología de sustitución.
Estamos moviéndonos, por tanto, en los parámetros de un cristianismo adulterado. Que, por favorecer el adulterio, se ha convertido, además, en adúltero. Es la desgracia que corona, con su laurel sombrío, las páginas de una nueva pastoral ecohumanista, pero no verdaderamente humana; este catolicismo ya en crisis, por pelagiano y semipelagiano, por “mistongo", por modernito, se ha dado a sí mismo la estocada casi final con la legitimación encubierta del adulterio. Se ha casi terminado de adulterar.
Es una pena la situación del matrimonio cristiano. Cuánto tiene que pasar, en qué cruz lo quieren clavar desde dentro; tras la legitimación del matrimonio adámico por el indiferentismo en materia conyugal, se ha legitimado el adulterio con recasamiento civil.
Las heridas al matrimonio cristiano adulteran la fe católica, pues Cristo y su Iglesia, que ES la católica, mantienen una unión indisoluble, que es figura de la unidad matrimonial. Agrediendo al matrimonio también se dispersa el rebaño, porque se le deja huérfano de gracia, fuera de madre, sin hogar, sin perspectiva natural y sobrenatural.
De los que chapurrean la religión pero no la realizan porque la adulteran, infiere Castellani algo peor: que terminarán adorando al hombre: «sabiendo o no sabiendo, se encaminan a la peor herejía que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas».
Inmersos en la mitología autorredentiva de la Modernidad, se han convertido a las criaturas, se han convertido a lo natural/caído; se han convertido al adulterio, y sin saberlo: no les molestan pachamamas ni Leviatanes ateos.
El eclipse del derecho natural y del público cristiano, y su reemplazo por los derechos subjetivos liberales, ha causado un daño enorme, sobre todo al matrimonio sacramental. Desjurizando el matrimonio se reduce la conyugalidad al punto cero metafísico, en que no cuenta la naturaleza de las cosas. Y así, cayendo por la pendiente de la nada y del subjetivismo, la religión se adultera, y el adulterio se convierte en religión.
No quieren que la Iglesia de Cristo SEA la católica, sino una sucursal de la Modernidad. Pero lo llevan claro: no nos vamos a conformar con la nada, pues somos de Cristo: ¡recuperemos la religión de nuestros ancestros, rescatemos el matrimonio sacramental de las manos del indiferentismo religioso! Luchemos, por gracia, por la Iglesia que es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15), y que lo demás sea silencio.