Una y otra vez caemos en la misma sima y tropezamos con la misma piedra. Y nos desanimamos.
Pero hemos de tener esperanza.
¿En qué?
La Imitatio Christi nos dice en qué no hemos de ponerla:
“No debe poner su esperanza en cosa alguna de la tierra” (L I, c 12,1 )
En cosa alguna de la tierra:
es decir,
…ni en el amor, ni en el dinero, ni en la salud, ni en la familia, ni en los jóvenes, ni en la voluntad,
…ni en la lotería, ni en un nuevo gobierno, ni en un partido político nuevo, ni en nuevo proyecto educativo,
…ni en fabulosos y atractivos programas pastorales, ni en una nueva titulación, ni en los viejos planes ni en las nuevas ideas, ni en los teólogos de fama ni en grandes manifestaciones, ni en la naturaleza humana ni en una nueva declaración de intenciones… ni en cinco millones de firmas hemos de poner nuestra confianza.
En cosa alguna de la tierra.
Hemos de poner toda nuestra esperanza en UNA SOLA COSA, y esa cosa apropiárnosla y aferrarnos a ella. Que a eso nos mueve el Señor. Y luego, si Dios nos lo concede con su divino auxilio, ponerla a trabajar y no hacerla vana, nos cueste lo que nos cueste.
Hemos de poner toda nuestra esperanza en una sola cosa.
Una sóla cosa que no viene de cosa alguna de la tierra, sino que viene de lo alto.
Es lo único, repetimos, que debemos apropiarnos, de forma que apoyemos toda nuestra existencia en ella, y construyamos nuestra casa en su roca. Y dejaremos de caer y tropezar en las mismas simas y piedras.
Ya nos lo dice el Bautista:
“No debe el hombre apropiarse nada que no le venga de lo Alto” (Jn 3, 27)
Sólo debemos, pues, hacer propiamente nuestra una cosa. Una cosa que viene de lo alto.
Veamos cuál es.
La Palabra Divina nos lo dice con claridad.
“Poned toda vuestra esperanza en la Gracia de la Revelación de Jesucristo". (1 Pe 1:13)
En la gracia, en la vida sobrenatural, que juntamente nos viene con la verdad de Cristo, según Juan 1, 17:
“La gracia y la verdad nos vienen por Jesucristo”
No hay nada en la faz de la tierra ni en la propia naturaleza del ser humano que nos traiga por sí misma la gracia. Sólo Cristo Salvador, en su Cuerpo, que es la Iglesia.
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