(270) Esa toxina llamada ambigüedad
I.- NOS RECUERDA el Padre José María Iraburu en este post que «el valor de la palabra es máximo en el Cristianismo (cf. Jn 1,1)», y por tanto «en la palabra, hablada o escrita, está la verdad o la mentira, está por tanto la salvación o la perdición de los hombres. Y tengamos presente que el proceso del conocimiento se consuma en la expresión.»
El sentido de la fe, que es sindéresis de la doctrina, pica con su aguijón cuando es minusvalorada la palabra. La voz de la conciencia, entonces, dice al cristiano: habla con perfección, unción y claridad de Aquel en Quien crees, y de su doctrina. Porque en esa doctrina está la salvación o la condenación.
II.- LA AMBIGÜEDAD NO SALVA.— Me parece a mí, a tenor de lo dicho, que dado que, con voluntad antecedente, «Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4), es de lógica que Dios también quiera se guarde la expresión debida, la noción ajustada al numen católico, natural y sobrenatural.
—La ambigüedad voluntaria, por tanto, en cuanto corrupción de la forma expresiva, no puede ser nunca querida por Dios, no puede ser salvífica, no tiene valor en el Cristianismo.
III.- NADA DE ROBINSONEAR.— En lo que atañe a la doctrina de la salvación, mejor es no ir por libre, sino ajustarse a tradición. Es tentación moderna prescindir del legado. Sepa cada cual dónde le duele el zapato, como dice el refrán; y si conoce su debilidad, que es teologar por cuenta propia, combátala y no le dé vuelo. Quien sueñe naufragar voluntariamente, para coronarse rey de su isla teológica propia, sepa no se comporta como miembro vivo, sino como quien quiere ser todo y no parte. Asimismo, quien anhele, para su teología, inmanencias e independencias, como Robinson, que no escriba su propio Sincero para con Dios, sino sus retractaciones, y vuelva al redil de Cristo.
30.05.18
(269) Tradición, traición, raíces
2.- Recalca con acierto Álvaro d´Ors que en la tradición el que recibe tiene un papel más importante que el que entrega.
3.- La sucesión de entregas de lo mismo, generación tras generación, nos remonta a aquello que una sóla vez se dio para siempre, para que viva eternamente el que lo recibe.
4.- La tradición nos habla de fidelidad o infidelidad del heredero, que además de recibir, debe aceptar. Por eso el horizonte de la gracia es éste y no otro: Dios mueve a aceptar, no a alterar, ni a corromper, ni a recontextualizar. Dios socorre la fidelidad.
7.- De cómo se entrega, y se recibe lo entregado, depende que la tradición no suponga traición.
8.- Sin legado no hay anclaje, ni nutrientes. Es el numen nutricio que no se puede ahogar, ni edificando malamente encima, ni construyendo asfaltados que oculten su radícula.
9.- La acera está levantada de raíces. Son ficus, tujas, pinos viejos y aligustres. Reventaron las baldosas, descuajaron adoquines, quebrantaron el aire sedientos de intemperie.
10.- Si se asfixia el don, éste pugna por salir. Porque el árbol de la vida vive, y se alimenta de tradición. No hay árbol que pueda crecer sin espacio para las raíces.
David Glez Alonso Gracián
24.05.18
(268) Quintas justas, IV: luteranismo y voluntarismo en simbiosis
1ª.- La protestantización como secularización, por ejemplo de la parroquia: de sacerdote a líder parroquial. La minusvaloración de lo sacramental conlleva la sobrevaloración de la parte humana.
—Consignas semipelagianas son frecuentes en un “contexto católico” de influencia luterana. Es la simbiosis entre voluntarismo fenomenológico, centrado en la experiencia religiosa personal, y fiducia protestante, centrada en el subjetivismo.
3ª.- La reducción consiste en hibridar la fe con la esperanza, para que creer sea ante todo confiar, y no creer. Así la doctrina pasa a un muy segundo plano.
—El estado de gracia, espacio de la santidad, es diluido en etapas de compromiso, tiempo de la mediocridad. Ya no se está ni en gracia ni en pecado, sino en un proceso inacabable de conversión.
5ª.- El nuevo paradigma es protestante y semipelagiano a la vez. Es luterano, porque pretende vía directa sin mediación. Es semipelagiano, porque codicia la parte principal. Es luterano, porque ambiciona libertad negativa, para autodeterminarse. Es semipelagiano, porque hace depender la gracia de la voluntad. El nuevo paradigma, de este modo, es la reunión de dos principios modernos: falsa reforma y humanismo voluntarista, para un solo camino de secularización.
20.05.18
(267) Quintas justas, III: modernismo y marxismo en sintonía
1ª.- El gran propósito del modernismo es destruir la realidad en cuanto que la realidad es católica.
El gran propósito del modernismo es extraer la fe de la religión, y desechar ésta última. En esto empatiza con el giro teológico del marxismo, y por ello el modernismo predispone al marxismo.
3ª.- La posmodernidad es una exasperación de la modernidad, en virtud del cual el subjetivismo se difunde no sólo como racionalismo, sino también como irracionalismo: y esto conviene, sin duda, a su proyecto horizontalista e irreligioso.
Giro teológico del marxismo y vuelco antropocéntrico del modernismo congenian en el progresismo filosófico-teológico.
y 5ª.- El objetivo último del modernismo, en su conexión marxista, es incorporar los elementos esenciales de la modernidad a la religión católica, para así disociar fe y religión y producir una gran “crisis de subjetivismo” que descatolice la Iglesia.
David Glez Alonso Gracián
7.05.18
(265) La aproximación de la mente católica al marxismo, a través de la teología
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, ha elogiado recientemente a Karl Marx, relacionándolo con la doctrina católica, y asegurando que «sin él, no habría doctrina social de la Iglesia».
La aproximación de la mente católica al marxismo, sin embargo, no es algo nuevo. No es nuevo que esté bien visto ser un revolucionario, no es nuevo el horizontalismo utópico.
Porque, en definitiva, no es nuevo el antropocentrismo en la mentalidad de muchos católicos.
Es lógico que pueda sorprender un poco esta reciente “idealización” del marxismo, tras algunas décadas de cierto silenciamiento, gracias principalmente al freno impuesto a la Teología de la Liberación por San Juan Pablo II.
Pero, más allá de esto, la marxistización de la teología, como diría Miguel Poradowski, es un hecho indudable del posconcilio; parcial, pero indudable. Como indudable es el sabor antropologista y sociológico de gran parte de la predicación católica contemporánea.
Rahner, Barth, Bonhoeffer, Mounier, Teilhard de Chardin y tantos otros, han contribuido indirectamente a la aproximación del marxismo. De hecho, la aproximacion al marxismo se ha producido, ante todo, no por influencia directa de Marx, sino por vía indirecta, a través de la obra de estos teólogos, embajadores de esta convergencia secularizadora.
1. El principio de las revoluciones y la fe en el hombre
El filósofo y viajero ilustrado Volney (1757 -1820), en su panfleto Las ruinas de Palmira o Meditación sobre las revoluciones de los imperios, afirma que «el ser supremo para el hombre es el hombre». Es un principio que impresiona no sólo por su antropocentrismo, sino por su descarnada idolatría, ante la cual la tremenda advertencia biblica resuena con todo su poder, atravesando milenios:
«Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se aparta del Señor!» (Jer 17, 5)
Medio siglo más tarde, en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel de 1843, Karl Marx se apropia de este lema y lo amplifica:
«Y para el hombre la raíz es el hombre mismo. La prueba evidente del radicalismo de la teoría alemana, o sea, de su energía práctica, es que parte de la decidida superación positiva de la religión. La crítica de la religión desemboca en la doctrina de que el hombre es el ser supremo para el hombre»
Con todas sus implicaciones, enriquecido por las aportaciones de Hegel (1770-1831), lo convierte en sustento ideológico de la fe en el hombre, o sea, de la idolatría revolucionaria moderna.
Alonso Gracián
Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.
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