(455) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VIII: El matrimonio en el abismo
Comentario 14
«El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide» (Amoris laetitia, n. 76)
«”El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas”, aunque tampoco falten las sombras. » (Amoris laetitia, n. 77)
«La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn 1,9; Gaudium et spes, 22) inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto» (Amoris laetitia, n. 78)
«Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.» (Amoris laetitia, n. 79)
Bajo el epígrafe «Semillas del Verbo y situaciones imperfectas» se suceden cuatro parágrafos (números 76 a 79) de gran importancia en Amoris laetitia, porque son como la llave ideológica que permite abrir la caja del capítulo 8, que es la clave de toda la exhortación. De estos cuatro párrafos hemos seleccionado cuatro pasajes fundamentales.
En el n. 76 se habla de las «situaciones imperfectas» como de «semillas que todavía esperan madurar», y se asocian al Verbo vía sacramental, es decir, interpretándolas «partiendo del don de Cristo en el sacramento». O sea, que se pretende que estas situaciones imperfectas sean entendidas como semillas sacramentales del Verbo.
En el n. 77 compara estas semillas sacramentales con «los semina Verbi en las otras culturas», y afirma que «se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar» y se pueden encontrar también «[f]uera del verdadero matrimonio natural» como elementos positivos «en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas», aunque reconociendo eufemísticamente que «tampoco falten las sombras».
En el n. 78, se enseña que, de la misma forma que la luz de la mirada de Cristo «alumbra a todo hombre», —también, al parecer, alumbra a los que viven en las mencionadas situaciones imperfectas, por eso la Iglesia dirige su «cuidado pastoral» a «los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar». Y lo hace mirando estas situaciones con amor porque, quienes participan en ellas, participan también de la vida y luz sacramentales, si bien «de modo imperfecto».
Y así, mediante eufemismos, se atribuye el carácter de semilla sacramental al concubinato y la fornicación de «los fieles que simplemente conviven», al rechazo apóstata del sacramento matrimonial de «quienes han contraído matrimonio sólo civil», o al grave pecado de adulterio y escándalo público de los «divorciados vueltos a casar».
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Resulta escandaloso 1º atribuir la luz de Cristo a estos gravísimos pecados, y 2º, pretender que los pastores aprendan a “discernirla", haciéndose dioses del fuero interno ajeno.
Y es que rechina profundísimamente en los oídos católicos que se utilicen eufemismos para mitigar la gravedad del pecado. Como se hace en el n. 79, para resumir todo lo anterior bajo la etiqueta de «situaciones difíciles y familias heridas»; y, ¿por qué este eufemismo? Pues para «evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones», se dice, pretendiendo así que, en el pecado, los pastores disciernan semillas del Verbo pero no disciernan lo pecaminoso, sino que lo dejen en suspenso.
—Discernir, en el pecado, semillas sacramentales de Cristo, pero no discernir lo pecaminoso. Esto es, al fin y al cabo, lo que se pide en estos cuatro parágrafos. Al igual que se imaginan semillas del Verbo en las religiones adámicas, pero sin discernir lo pecaminoso de su idolatría, se deben imaginar semillas del Verbo en las ofensas contra el matrimonio, pero sin esclarecer (juzgar) su carácter pecaminoso. Lo negativo tanto de las situaciones imperfectas, como sus análogos las religiones imperfectas, sólo serían algunas sombras que no se dejan de reconocer. Pero son sombras de maduración, como quiere el punto 76, sombras de semillas aún por madurar, debilidades de un árbol cansado.
Sin embargo, la situación del matrimonio y la familia en el mundo actual ofrece una perspectiva muy diferente a la ofrecida, y muy lejos de contener la luz de Cristo, antes bien la eclipsan, sobre todo porque contienen otro numen, el de su enemigo. En el mundo actual cayeron ciertamente semillas de Cristo, pero el mundo actual las ahogó y no prosperaron, porque la tierra de la Modernidad axiológica es mala.
Un simple vistazo a la realidad del matrimonio en las sociedades actuales nos hace comprender que los males que le aquejan son mucho más que algunas sombras aquí y allá, y que lejos de ser sembradura de Cristo, es sembradura de su enemigo. La situación es trágica y desoladora.
—La difusión del impudor.- Los hábitos de vida impúdica se han convertido en vicios masivos. Los católicos no dan importancia al impudor, y esto multiplica el pecado mortal, que se vuelve habitual, consolidando estructuras de pecado virtuales y reales. El impudor y la lujuria atacan hoy al matrimonio con violencia anticristiana. Los poderes del mal campean a sus anchas a través de auténticas estructuras de impudor y lujuria, en que la tecnología y la cultura sirven de instrumento de difusión, y el ocio público sirve de tentación en plural. La normalidad del impudor y la lujuria vuelve anormal la castidad matrimonial, y habitual el estado de enemistad con Dios. La crisis del sacramento de la confesión en numerosas iglesias locales consolida el mal y parece volver pandémico el estado de pecado habitual.
—La difusión/normalización del divorcio/adulterio. Aumenta el número de adulterios entre católicos, y esto multiplica su aceptación moral y se difunde como una plaga. Esta difusión/normalización es figura de la difusión/normalización de la apostasía, pues el adulterio es tipo de la idolatría. Quebrantar el matrimonio sacramental ofende la unión de Cristo y de su Iglesia, y prepara la herejía, la heterodoxia, la pérdida de la fe. En realidad, quien traiciona a su cónyuge se convierte a las criaturas y se vuelve idólatra. ¿Nos extrañaremos, entonces, de la calamitosa crisis de fe que padece el catolicismo?
—El crimen del aborto se ha extendido entre matrimonios de bautizados, difundido por leyes malvadas aprobadas y votadas, también, por bautizados. La sangre de los seres humanos abortados pende sobre la conciencia de cónyuges, sociedades, instituciones. Es un crimen suscitado y anticipado por la practica masiva de la anticoncepción, que no sólo mantiene alejados de la gracia santificante a los esposos, corrompiendo su unión conyugal y cegando las fuentes de la vida; sino que sumerge sus matrimonios en un nihilismo de egocentrismo. La generalizada oposición, en los años del posconcilio, a la Humanae vitae, movida por teólogos prestigiosos y pastores desviados, muestra con pavorosa claridad cuán difundida estaba y estaría la anticoncepción en la mentalidad de las viejas sociedades cristianas, en pocos decenios descristianizadas.
La trágica situación del matrimonio y la familia católica fue ya advertida, en plena consolidación de los estados liberales, por León XIII. Su diagnóstico es rabiosamente actual.
—León XIII denuncia la tragedia del matrimonio adámico, multiplicada por el liberalismo, en su encíclica Arcanum divinae sapientiae, de 10 de febrero de 1880. Ahí presenta la verdadera perspectiva con que contemplar la corrupción del matrimonio en las culturas paganas; sí, en esas mismas culturas en las que Amoris laetitia pretende encontrar semillas de Cristo y a las que agradece su admirable lucha contra mal, reconociendo en ellas la acción del Espíritu; pues bien, de ellas afirma León XIII que «apenas cabe creerse cuánto degeneró y qué cambios experimentó el matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los errores y de las más torpes pasiones de cada pueblo».