(467) Fingimiento de los neomodernos
1. Nuestra respuesta propia.— Es propio de nuestra venerable tradición hispánica luchar contra el maquiavelismo en cualquiera de sus mutaciones. Por eso, a hechura del pensamiento político más aquilatado de nuestros siglos áureos, que «discurrió en casi su generalidad […] reaccionando fuertemente contra el maquiavelismo» (Aberto MONTORO-BALLESTEROS, Fray Juan de Salazar, moralista político, (1619), Escelicer, Madrid, 1872, pág. 33), a nuestra mente católica conviene en alto grado posicionarse contra el fingimiento de los neomodernistas.
Pero, ¿cómo, y con qué aspecto principal de nuestra fe cristiana, respondió nuestro Siglo de Oro al maquiavelismo europeo? —Y digo europeo porque la Hispanidad y lo europeo son como aceite y agua—. Pues con un intenso y esplendoroso providencialismo, que tanta falta hace hoy.
–«La idea de un Dios Todopoderoso y justiciero [más bien habría que decir justo] que premia a los que cumplen sus preceptos y lo sirven […] permiten a nuestro autor [Fray Juan de Salazar, 1619] no sólo extraer las líneas fundamentales de la política que debe seguir el Estado, sino tambien una interpretación del curso de la historia para construir una filosofia [providencialista]» (Ibid. pág. 41).
Tengamos claro, por tanto, que Cristo gobierna el mundo, y si permite el poderío de los malos, es como castigo; y si concede el poderío de los buenos, es como merced y premio. Sirvamos, por tanto, con temor y temblor, y Él dará el crecimiento.
2.- Cocinando a fuego lento.— Diremos que el fingimiento de los neomodernos consiste en abusar de la ambigüedad como escondrijo, como submarino con el que, desde las profundas aguas territoriales del Leviatán, torpedear la fe católica. Diremos que el fingimiento de los neomodernos consiste en desvencijar poco a poco, sin aspavientos, la fe cristiana de sus goznes metafísicos, pero no con la premura impetuosa de los revolucionarios, sino con la sangre fría del que se pone a cocer conceptos y verdades a fuego moderado, como asando cangrejos o cocinando caracoles.
Separando poco a poco, a ralentí, las fe de sus contenidos naturales y sobrenaturales, pretendiendo que el juicio propio sea criterio del Magisterio, van mutando la doctrina y arrebujándola con el pensamiento moderno, para que Kant, Hegel, Husserl o Heidegger sean los nuevos padres de la nueva religión. Pero no a lo bruto, sino como quien no quiere la cosa.
El fingimiento teológico es intensamente voluntarista. Desciende del nominalismo, y cree que asciende, así lo quiere, hasta el misticismo; por eso entiende, en su osadía, que las nevadas cumbres de la mística son las puertas de la iniciación cristiana, para que no se quiera subir más alto que hasta la propia experiencia.
3.- El Gran Teatro del Mundo.— Necesario es, por tanto, al teólogo neomoderno, en su arte de fingir ortodoxias, oscurecer los atributos de Dios; conferirle potencia absoluta, como los luteranos, y hacerle capaz tanto del bien como del mal, como los liberales; pero pretender encontrarse con un dios desvinculado del bien es como ambicionar una política sin moral; y por extensión, una providencia sin justicia, o lo que es lo mismo, un falso gobierno del mundo.
4.- Máximos y mínimos.— Creemos, entonces, que es propio de nuestra tradición hispánica confiar en Cristo Rey de reyes, que premia a los buenos con buenos sucesos, incluidas en ellos las cruces corredentoras; y a los malos, los malos sucesos, incluidos en ellos los bienes aparentes y las prosperidades temporales desordenadas.
En este maquiavelismo de los neomodernos existe, por tanto, un escribir sin escritura, una teología antiteológica, un filosofar que no ama la sabiduría, sino la propia subjetividad, el propio pensamiento adámico. Y así, difunden sus ideas por centros docentes católicos y textos catequéticos y calculadas homilías, maximizando sus ideas con astucia, dobleces y perfidia, bajo apariencia de mínimos.
5.- Contra el poder de las tinieblas.— Un sano sentido de la Providencia nos dará, contra esta caterva, las buenas armas de Cristo, «la armadura de Dios», y no sin caridad, sino para «resistir las insidias del demonio». Porque nuestra lucha «no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas» (Ef 6, 11-12).
Un sano sentido de la Providencia nos dará el poder de la gracia, la luz de la sana doctrina contra las novedades licantrópicas del neomodernismo. Y así, guardaremos, custodiaremos, defenderemos con la debida confianza y fidelidad, las proposiciones tradicionales, aquilatadas por la acción providencial de Dios sobre su Iglesia, columna y fundamento de la verdad (Cf. 1 Tim, 3, 15). No lo dudemos. Todo lo que no es tradición es plagio.
5 comentarios
Eso ya lo vio San Pío X. E intentó parar ese guiso. Ahora es prácticamente el único que sirven en la mesa los apóstoles de la apostasía
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A.G.:
La cosa es que hace mucho que lo vio, y lo denunció y condenó con la urgencia debida. También Pío XII. Luego se bajaron las defensas y se abrió la rendija. Y ahora, como bien dices Luis Fernando, es el único guiso que se sirve en muchas iglesias locales descristianizadas y más allá.
"la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; caminando en el temor del Señor" Hechos 9:31
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A.G.:
Muy cierto lo que dice del intelectualismo y el desprecio ad hominem, sin duda como forma de ocultar, maquiavélicamente, sus verdaderas opiniones.
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A.G.:
Rafael le agradezco que mencione a Quevedo porque es uno de los grandes clásicos de nuestra tradición. Muy de acuerdo.
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