(455) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VIII: El matrimonio en el abismo
Comentario 14
«El Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide» (Amoris laetitia, n. 76)
«”El discernimiento de la presencia de los semina Verbi en las otras culturas (cf. Ad gentes divinitus, 11) también se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar. Fuera del verdadero matrimonio natural también hay elementos positivos en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas”, aunque tampoco falten las sombras. » (Amoris laetitia, n. 77)
«La mirada de Cristo, cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn 1,9; Gaudium et spes, 22) inspira el cuidado pastoral de la Iglesia hacia los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar. Con el enfoque de la pedagogía divina, la Iglesia mira con amor a quienes participan en su vida de modo imperfecto» (Amoris laetitia, n. 78)
«Frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” (Familiaris consortio, 84). El grado de responsabilidad no es igual en todos los casos, y puede haber factores que limitan la capacidad de decisión. Por lo tanto, al mismo tiempo que la doctrina se expresa con claridad, hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición”.» (Amoris laetitia, n. 79)
Bajo el epígrafe «Semillas del Verbo y situaciones imperfectas» se suceden cuatro parágrafos (números 76 a 79) de gran importancia en Amoris laetitia, porque son como la llave ideológica que permite abrir la caja del capítulo 8, que es la clave de toda la exhortación. De estos cuatro párrafos hemos seleccionado cuatro pasajes fundamentales.
En el n. 76 se habla de las «situaciones imperfectas» como de «semillas que todavía esperan madurar», y se asocian al Verbo vía sacramental, es decir, interpretándolas «partiendo del don de Cristo en el sacramento». O sea, que se pretende que estas situaciones imperfectas sean entendidas como semillas sacramentales del Verbo.
En el n. 77 compara estas semillas sacramentales con «los semina Verbi en las otras culturas», y afirma que «se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar» y se pueden encontrar también «[f]uera del verdadero matrimonio natural» como elementos positivos «en las formas matrimoniales de otras tradiciones religiosas», aunque reconociendo eufemísticamente que «tampoco falten las sombras».
En el n. 78, se enseña que, de la misma forma que la luz de la mirada de Cristo «alumbra a todo hombre», —también, al parecer, alumbra a los que viven en las mencionadas situaciones imperfectas, por eso la Iglesia dirige su «cuidado pastoral» a «los fieles que simplemente conviven, quienes han contraído matrimonio sólo civil o los divorciados vueltos a casar». Y lo hace mirando estas situaciones con amor porque, quienes participan en ellas, participan también de la vida y luz sacramentales, si bien «de modo imperfecto».
Y así, mediante eufemismos, se atribuye el carácter de semilla sacramental al concubinato y la fornicación de «los fieles que simplemente conviven», al rechazo apóstata del sacramento matrimonial de «quienes han contraído matrimonio sólo civil», o al grave pecado de adulterio y escándalo público de los «divorciados vueltos a casar».
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Resulta escandaloso 1º atribuir la luz de Cristo a estos gravísimos pecados, y 2º, pretender que los pastores aprendan a “discernirla", haciéndose dioses del fuero interno ajeno.
Y es que rechina profundísimamente en los oídos católicos que se utilicen eufemismos para mitigar la gravedad del pecado. Como se hace en el n. 79, para resumir todo lo anterior bajo la etiqueta de «situaciones difíciles y familias heridas»; y, ¿por qué este eufemismo? Pues para «evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones», se dice, pretendiendo así que, en el pecado, los pastores disciernan semillas del Verbo pero no disciernan lo pecaminoso, sino que lo dejen en suspenso.
—Discernir, en el pecado, semillas sacramentales de Cristo, pero no discernir lo pecaminoso. Esto es, al fin y al cabo, lo que se pide en estos cuatro parágrafos. Al igual que se imaginan semillas del Verbo en las religiones adámicas, pero sin discernir lo pecaminoso de su idolatría, se deben imaginar semillas del Verbo en las ofensas contra el matrimonio, pero sin esclarecer (juzgar) su carácter pecaminoso. Lo negativo tanto de las situaciones imperfectas, como sus análogos las religiones imperfectas, sólo serían algunas sombras que no se dejan de reconocer. Pero son sombras de maduración, como quiere el punto 76, sombras de semillas aún por madurar, debilidades de un árbol cansado.
Sin embargo, la situación del matrimonio y la familia en el mundo actual ofrece una perspectiva muy diferente a la ofrecida, y muy lejos de contener la luz de Cristo, antes bien la eclipsan, sobre todo porque contienen otro numen, el de su enemigo. En el mundo actual cayeron ciertamente semillas de Cristo, pero el mundo actual las ahogó y no prosperaron, porque la tierra de la Modernidad axiológica es mala.
Un simple vistazo a la realidad del matrimonio en las sociedades actuales nos hace comprender que los males que le aquejan son mucho más que algunas sombras aquí y allá, y que lejos de ser sembradura de Cristo, es sembradura de su enemigo. La situación es trágica y desoladora.
—La difusión del impudor.- Los hábitos de vida impúdica se han convertido en vicios masivos. Los católicos no dan importancia al impudor, y esto multiplica el pecado mortal, que se vuelve habitual, consolidando estructuras de pecado virtuales y reales. El impudor y la lujuria atacan hoy al matrimonio con violencia anticristiana. Los poderes del mal campean a sus anchas a través de auténticas estructuras de impudor y lujuria, en que la tecnología y la cultura sirven de instrumento de difusión, y el ocio público sirve de tentación en plural. La normalidad del impudor y la lujuria vuelve anormal la castidad matrimonial, y habitual el estado de enemistad con Dios. La crisis del sacramento de la confesión en numerosas iglesias locales consolida el mal y parece volver pandémico el estado de pecado habitual.
—La difusión/normalización del divorcio/adulterio. Aumenta el número de adulterios entre católicos, y esto multiplica su aceptación moral y se difunde como una plaga. Esta difusión/normalización es figura de la difusión/normalización de la apostasía, pues el adulterio es tipo de la idolatría. Quebrantar el matrimonio sacramental ofende la unión de Cristo y de su Iglesia, y prepara la herejía, la heterodoxia, la pérdida de la fe. En realidad, quien traiciona a su cónyuge se convierte a las criaturas y se vuelve idólatra. ¿Nos extrañaremos, entonces, de la calamitosa crisis de fe que padece el catolicismo?
—El crimen del aborto se ha extendido entre matrimonios de bautizados, difundido por leyes malvadas aprobadas y votadas, también, por bautizados. La sangre de los seres humanos abortados pende sobre la conciencia de cónyuges, sociedades, instituciones. Es un crimen suscitado y anticipado por la practica masiva de la anticoncepción, que no sólo mantiene alejados de la gracia santificante a los esposos, corrompiendo su unión conyugal y cegando las fuentes de la vida; sino que sumerge sus matrimonios en un nihilismo de egocentrismo. La generalizada oposición, en los años del posconcilio, a la Humanae vitae, movida por teólogos prestigiosos y pastores desviados, muestra con pavorosa claridad cuán difundida estaba y estaría la anticoncepción en la mentalidad de las viejas sociedades cristianas, en pocos decenios descristianizadas.
La trágica situación del matrimonio y la familia católica fue ya advertida, en plena consolidación de los estados liberales, por León XIII. Su diagnóstico es rabiosamente actual.
—León XIII denuncia la tragedia del matrimonio adámico, multiplicada por el liberalismo, en su encíclica Arcanum divinae sapientiae, de 10 de febrero de 1880. Ahí presenta la verdadera perspectiva con que contemplar la corrupción del matrimonio en las culturas paganas; sí, en esas mismas culturas en las que Amoris laetitia pretende encontrar semillas de Cristo y a las que agradece su admirable lucha contra mal, reconociendo en ellas la acción del Espíritu; pues bien, de ellas afirma León XIII que «apenas cabe creerse cuánto degeneró y qué cambios experimentó el matrimonio, expuesto como se hallaba al oleaje de los errores y de las más torpes pasiones de cada pueblo».
Y ampliando el análisis a todas las naciones, continúa describiendo de esta forma la dramática situación del matrimonio en el mundo:
«Todas las naciones parecieron olvidar, más o menos, la noción y el verdadero origen del matrimonio, dándose por doquiera leyes emanadas, desde luego, de la autoridad pública, pero no las que la naturaleza dicta. Ritos solemnes, instituidos al capricho de los legisladores, conferían a las mujeres el título honesto de esposas o el torpe de concubinas; se llegó incluso a que determinara la autoridad de los gobernantes a quiénes les estaba permitido contraer matrimonio y a quiénes no, leyes que conculcaban gravemente la equidad y el honor. La poligamia, la poliandria, el divorcio, fueron otras tantas causas, además, de que se relajara enormemente el vínculo conyugal. Gran desorden hubo también en lo que atañe a los mutuos derechos y deberes de los cónyuges, ya que el marido adquiría el dominio de la mujer y muchas veces la despedía sin motivo alguno justo; en cambio, a él, entregado a una sensualidad desenfrenada e indomable, le estaba permitido discurrir impunemente entre lupanares y esclavas, como si la culpa dependiera de la dignidad y no de la voluntad. Imperando la licencia marital, nada era más miserable que la esposa, relegada a un grado de abyección tal, que se la consideraba como un mero instrumento para satisfacción del vicio o para engendrar hijos. Impúdicamente se compraba y vendía a las que iban a casarse, cual si se tratara de cosas materiales, concediéndose a veces al padre y al marido incluso la potestad de castigar a la esposa con el último suplicio. La familia nacida de tales matrimonios necesariamente tenía que contarse entre los bienes del Estado o se hallaba bajo el dominio del padre, a quien las leyes facultaban, además, para proponer y concertar a su arbitrio los matrimonios de sus hijos y hasta para ejercer sobre los mismos la monstruosa potestad de vida y muerte.» (LEÓN XIII, Arcanum, n. 5).
A continuación, repasa los ataques al matrimonio y la familia perpetrados por el mundo anticristiano, ayudado «en nuestros tiempos» por el maligno; ataques sistemáticos «imbuidos en las opiniones de una filosofía falsa [la filosofía moderna, ilustrada, liberal y revolucionaria] y por la corrupción de las costumbres» promovida «por el enemigo del género humano» (n. 10): desprecio y rechazo de su elevación y restauración por Cristo (Cf. n.10), negación de la potestad de la Iglesia, de cuya motivación anticristiana surgen «los llamados matrimonios civiles» —en los que A.L. encuentra semillas sacramentales del Verbo—; intento de separar contrato y sacramento (Cf. n. 12); profanación del matrimonio (Cf. n. 13), negación de su carácter sagrado (Cf. N. 13).
Seguidamente, supuesta la exclusión de la religión del ámbito familiar y doméstico, León XIII enumera una serie de terribles males que aquejan al matrimonio en los tiempos modernos (n. 15-18):
«Desterrada y rechazada la religión […] los matrimonios tienen que caer necesariamente de nuevo en la esclavitud de la naturaleza viciada y de la peor tiranía de las pasiones. De esta fuente han manado múltiples calamidades, que han influido no sólo sobre las familias, sino incluso sobre las sociedades».
Y enumera de forma impresionante los males del divorcio:
«las alianzas conyugales pierden su estabilidad, se debilita la benevolencia mutua, se ofrecen peligrosos incentivos a la infidelidad, se malogra la asistencia y la educación de los hijos, se da pie a la disolución de la sociedad doméstica, se siembran las semillas de la discordia en las familias, se empequeñece y se deprime la dignidad de las mujeres…[y el resultado es la] depravación moral de los pueblos»
Luego sigue completando la tremenda lista de calamidades:
«Tan pronto como la ley franqueó seguro camino al divorcio, aumentaron enormemente las disensiones, los odios y las separaciones, siguiéndose una tan espantosa relajación moral, que llegaron a arrepentirse hasta los propios defensores de tales separaciones; los cuales, de no haber buscado rápidamente el remedio en la ley contraria, era de temer que se precipitara en la ruina la propia sociedad civil. […]; tardó poco, sin embargo, en comenzar a embotarse en los espíritus el sentido de la honestidad, a languidecer el pudor que modera la sensualidad, a quebrantarse la fidelidad conyugal en medio de tamaña licencia depravación moral y la intolerable torpeza de las leyes.[…] [que] arrastra a la sociedad a una ruina segura».
Pues bien, según Amoris laetitia n. 76-79, en estos grandes males se dice que existen semillas del Verbo; que son situaciones meramente imperfectas que no se deben juzgar porque son reflejos seminales de la luz de Cristo, que ilumina a todo hombre.
Si el culto de una religión se dirige a un ídolo, no puede decirse que esa religión tenga semillas del Verbo, sino semillas de ese ídolo. Si los cónyuges deciden no casarse como Dios manda, sino vivir como Dios desaprueba, no puede decirse que en esa unión haya semillas del Verbo, sino semillas de sus propias voluntades.
En fin, la terrible situación que vive el matrimonio en la Modernidad, descrita por el Papa antiliberal, León XIII, obviamente ha empeorado en la actualidad, agravada por el empuje institucional de la ideología de género, la difusión planetaria de los anticonceptivos y del aborto, y el avance imparable de la lujuria de masas.
Hay que lamentar profundamente que en una exhortación apostólica se pida a los pastores de la Iglesia, que por «amor a la verdad» no disciernan lo pecaminoso de estos males, sino una supuesta sembradura sacramental del Verbo en ellos. También hay que lamentar profundamente el silencio de una gran mayoría de pastores al respecto, como si la verdad misma pudiera resistir tan grande agresión. Porque, a fin de cuentas, ni la idolatría es culto en espíritu y en verdad, ni el adulterio es un matrimonio. El estado del matrimonio natural y cristiano en el mundo actual es tan desastroso, que no hay eufemismos que puedan encubrir la realidad.
David Gonzalez Alonso Gracián
14 comentarios
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A.G:
De los pastores responsables de iglesias locales descristianizadas, que callan los males que ofenden al matrimonio, habría que decir algo peor todavía. Porque ya se sabe que la corrupción de lo mejor es lo peor.
Desgraciadamente siguen teniendo en muchos lugares del mundo, y en muchas mentes " catolicas" tambien, ese concepto de la mujer o algo parecido.
Cuando era muy joven, discutia con mi padre, que algunos católicos casados tenian amante, y que eso se consentía en sociedades "católicas" como normal. Aunque él no estaba de acuerdo con esa práctica, si defendia que no era lo mismo el adulterio de un hombre casado, que el de una mujer casada. Yo le señalaba que en el catecismo decia que era pecado mortal en los dos casos.
En general, creo que pocos hombres reconocen el verdadero valor del matrimonio, como la función de hombres y mujeres. Muchos piensan que son ellos los que deben decidir como debe ser el matrimonio. El problema es que hoy en día tampoco lo reconocen muchas mujeres, si antes tenian que aceptar lo que hubiera, porque no tenian otra forma de subsistencia, y porque asi se lo inculcaba la sociedad y sus costumbres, ahora algunas han decidido hacer lo mismo que ellos....
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A.G.:
Coincido en que pocos conocen el verdadero valor del matrimonio cristiano. Lo de la normalización del adulterio es propio de sociedades burguesas y falsamente cristianas, donde la fe es una fachada de conveniencia.
Mientras hay pecado la "semilla" no brotará. Ha caído en tierra estéril.
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A.G.:
Bueno, no es que Dios esté esperando la conversión, sino que es Él mismo quien mueve con su gracia a convertirse. Lo que el hombre sí puede por sí solo es torcerse
Dicho esto, voy a hablarte de la praxis seguida en el Camino Neocatecumenal cuando nos encontramos, en nuestra labor de evangelización, con matrimonios o parejas convivientes que provienen del mundo, entendido éste como enemigo del alma. Matrimonios en auténticas crisis por infidelidades o por cualquier otra causa, parejas de hecho, divorciados en nueva unión, separados sin mentalidad cristiana… pero que, por alguna razón que muchas veces se nos oculta a nosotros pero que atribuimos sin dudarlo a la Providencia, llegan un buen día al salón en el que damos las catequesis. Son personas casi siempre en una situación objetiva de pecado, sin discusión, pero “están allí”, y eso para nosotros es un desafío y una oportunidad. Sabemos que Dios ama enormemente a esas personas, y que en ese momento somos un servicio para ellas.
¿Qué es lo que hacemos? Pues anunciar a Jesucristo conforme al directorio establecido y aprobado por la Iglesia. A estas personas se les predica lo mismo que al joven que aparece un buen día por el salón, que a la viuda que llora su soledad, que al matrimonio sólido e iluminado, que al sacerdote que quiere ampliar su formación o que simplemente se sabe necesitado de conversión diaria. A todos anunciamos lo mismo, pues lo nuestro no es un movimiento especializado, sino un itinerario de iniciación cristiana (lo que siempre se ha llamado catecumenado, en este caso post-bautismal).
Lo cierto es que, a pesar de la situación horrible en la que mucha gente vive (horrible en distintos sentidos, incluyendo el espiritual), Dios ha actuado y los ha llevado a escuchar las catequesis. Una vez que están allí, lo que nos corresponde es, primeramente, anunciarles el amor de Dios, que desea su más completa realización y felicidad, que los ha llamado a la santidad, que conoce sus problemas y debilidades, que sabe de su completa incapacidad, y que por eso mismo está dispuesto a mostrar su Gloria a través de ellos. Esas personas no están corrompidas por el pecado, sino profundamente heridas. Sabemos esto porque, entre otras cosas, no somos protestantes, ni de dicho ni de facto. No saben que son amadas por Dios, y han buscado desesperada y ciegamente el amor por cualquier lado.
Pero basta un mínimo de sensibilidad y de experiencia para saber que estamos antes personas de enorme inmadurez en la fe. Como leemos en 1Co 3:
"1.Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. 2.Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais soportar. Ni aun lo soportáis al presente; 3.pues todavía sois carnales. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia ¿no es verdad que sois carnales y vivís a lo humano?"
Consecuentemente, para ser admitidos en la comunidad (cosa imprescindible si queremos que se dé esa progresión en la “alimentación”), no se les puede exigir de inmediato que abandonen su vida de pecado de forma concreta. Se les llama a la conversión, pero no se les exige que rompan con sus parejas fornicarias o adúlteras para ser admitidos al CN. Llegará un momento, antes de la primera eucaristía en comunidad, en que se les dirá que no pueden ser admitidos a la comunión, procurando ser pedagógicos y tiernos, para que entiendan que esa no admisión es fruto de la caridad y no del juicio. Pero se les cuida como a miembros de la comunidad, para que el entusiasmo de la acogida de la Buena Noticia, aunque sea con unas luces limitadas, pueda hacer fructificar en ellos la gracia bautismal. Más adelante, a lo largo del itinerario catecumenal, se encontrarán con una exigencia mayor. La experiencia me dice que habitualmente las situaciones de vida en pecado son corregidas antes de que esta corrección sea exigible para continuar el catecumenado. Los dos comportamientos más frecuentes son o bien el abandono voluntario de la comunidad o el cambio de vida antes de que se les presente como condición sine qua non la ruptura con su anterior vida de pecado. Normalmente, estas personas han entendido la necesidad de una conversión radical simplemente a base del contacto con la Palabra de Dios, la Liturgia y la comunidad, junto con una catequesis ortodoxa sobre temas como sexualidad, familia, matrimonio, noviazgo, etc.
Por lo tanto, es necesario hablar de:
- Maduración.
- Cuidado pastoral.
- Discernimiento.
- Valoración de lo bueno que aún existe en esas personas que, como sabemos los católicos, no están corrompidas irremediablemente.
- Pedagogía y paciencia.
- Consideración del grado de responsabilidad. ¿No se va a exigir más a quien ha recibido más?
El tema es amplísimo, por lo que estas líneas son sólo una primera aproximación al problema.
Terminar diciendo que Jesucristo, el Señor, ha vencido al pecado y a la muerte. Es posible que se reviertan muchas de estas situaciones, pero la condición de posibilidad es la pertenencia a la comunidad eclesial. La Iglesia es “lugar de la gracia”. También es, como la Virgen María, salud de nuestro siglo (por lo tanto lugar de sanación). El motor de toda la pastoral de la Iglesia es la caridad, inseparable de la verdad. Por eso, no aceptamos una gradualidad de la ley, pero sí aplicamos una ley de gradualidad. La primera discute la existencia de una verdad universal. La segunda administra la enseñanza de la única verdad.
Dios te bendiga.
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A.G.:
Manuel, te agradezco mucho el testimonio, y el tiempo que has dedicado de forma tan minuciosa e ilustrativa. Encuentro muchas cosas valiosas en la experiencia que narras. En realidad, estás hablando de la acción de la gracia. Dios mueve el corazón de las personas, y se vale de gracias externas como las que mencionas. Es la gracia de Dios la que va encauzando la vida del pecador y transformándola, valiéndose de los cristianos y de las familias. Pero es la gracia, no el estado de pecado, la fuente de donde mana el agua de vida. Los pasajes de AL que comento tratan de otro asunto, y no encuentro reflejado en ellos la experiencia cristiana que expresas y que te vuelvo a agradecer.
Le felicito por las luces que nos brinda a todos en este y tantos asuntos de la fe.
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A.G.:
Gracias. Es importante desde luego llamar bueno al bien y malo al mal. Porque nos va la salvación en ello.
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A.G.:
No he estudiado ese tema, tendría que reflexionarlo.
¿Dónde dejamos la sana Doctrina?.
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A.G.:
Es que siguiendo la tesis de AL muchas cosas buenas y santas dejarían de tener sentido, y muchas cosas malas y feas usurparían su lugar.
Fijemos que una vez recibido la invitación que es "un mandato", nos convertimos en seres sin Juicio Moral evangelico, y ya capaces de encontrar absolución de pecados incluso cuando se persevere en ellos, hasta públicamente. Sin darse uno cuenta La mente se alinea en el modo de como obtener por uno u otro pecado la misma pre-venta. Muchos ignoran la gravedad del tema pero en el fondo es una puerta abierta, que ha logrado dispersar todo tipo de demonio de los que mucho no podremos ni imaginar. Solo la manipulación del grado de culpa subjetivo o de obtener la absolución debido al "evitó" el juicio, el alma no es advertida del riesgo inminente real, y no solo persevera en el camino de la muerte sino que se confirma como hijo de las tienieblas y va operando escaladamente a favor del maligno y en contra de Dios. A este nivel pasados los 5 años de AL el grado de contaminación y alineación dentro de la Iglesia sin duda advierte una batalla sin precedente este año 2021, por la Familia Sacramental, por el Sacramento del Matrimonio, la Confecion y la Eucaristía..
Saludos a Todos
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A.G.:
Ciertamente Carmelo, AL es una mala puerta abierta al pecado, a su enquistamiento. Y lo peor, en verdad, es que muchos se van a ir acostumbrando al hábito malo, al escándalo público, hasta que se normalice el mal.
Pero al mismo tiempo es necesario ser benigno. Es decir, saber hacer ver al otro que es así como lo estamos amando. Y esto requiere una conciencia de la debilidad del pecador. Discernimiento. Cuidado pastoral. Acompañamiento en el proceso de maduración.
Cáritas in Veritate. Hacen falta las dos.
Cuando yo me veo ante una situación de éstas, lo primero que pienso es ¿cómo hago para ayudar a estas personas, que se sientan acogidas y entendidas, que no se vayan definitivamente de la Iglesia? Evidentemente, no se trata de que ocupen silla y nunca se conviertan. Sí se trata de que, como enfermos, no se alejen del médico y puedan sanar.
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A.G.:
Ciertamente, Manuel, sin duda que hace falta mucha caridad, tacto, benevolencia, etc., en el trato con el prójimo, sobre todo para ayudarlo a salir de su vida de pecado y orientarlo a la verdad.
Debo decir que también son del Camino Neocatecumenal y la experiencia que narró el hermano es la puesta en práctica de AL.
1. No se desprecia ni se juzga al pecador
2. Se le da una catequesis vivencial que dura un buen numero da años
3. Y como dices la gente va sintiendo los efectos de la gracia.
4. He visto hombres y mujeres que dejan la fornicacion y el adulterio , se casan por la iglesia y están claramente conscientes de que es bueno y malo
5. Se abren a la vida y por eso es común que las parejas del CN tengan un promedio de 4 o 5 hijos
Ahora bien, en lo que estoy de acuerdo contigo y es de manera general.
AL es muy ambigua y no dice claramente el pecado. Todo es muy subjetivo y confuso, es un lenguaje tibio y filosofico que para mi, está lejos del Si, si y no, no de la escritura.
Hay que seguir orando por los pastores del Pueblo de Dios, para que se conviertan y puedan ser verdaderos testigos.
Todos los católicos valoramos al Cardenal Sarah, por la claridad y firmeza de su lenguaje. Eso le hace falta al Papa, a muchos sacerdotes y obispos.
Bendiciones
P. Leonardo Castellani. Domingueras Prédicas. Homilía de Pentecostés."
Voy a intentar explicarlo: una pareja que no ha crecido en una familia católica o se desarrollo en una sociedad atea, más allá de que vivan en clara situación de pecado, quieren tener hijos, formar una linda familia, tener una relación estable y fiel, cuidarse y respetarse. O sea, buscan de manera imperfecta valores cristianos propios del sacramento del matrimonio. Lo buscan mal, porque lo buscan en pecado, pero así y todo lo hacen buscando ese vínculo del matrimonio sacramental sin saberlo. Es como esa búsqueda sincera de Dios pero errada. Entendí que el Papá expresa de está forma este tipo de vínculo pecaminoso. No poder decir que Jesús este bendiciendo estas parejas. Ahora realmente no sé si es el concepto más claro para referirse a eso.
Veo parejas en concubinato angustiadas en sus separaciones, y me preguntó por qué? Si el matrimonio hasta la muerte es solo en el sacramento católico. Bueno, aunque ellos no lo entiendan, ya sea por ignorancia o pobreza espiritual, esos deseos de que la pareja perdurará en el tiempo responde a esa semilla del verbo que tenemos, que nos hace buscar lo que Dios nos quiere dar, pero por el pecado nos vemos en la oscuridad para verlo claramente.
Bueno, no sé si es correcto lo que digo. Solo es una interpretación.
Saludos!!
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