(220) Personalismo, VI: respuestas a algunas objeciones, I
Por más que un ciego pretenda constituirse en guía de muchos, no podrá. Tendrá que confiar en los que ven, reconocer su invidencia, considerarse heredero de lo visto por otros. Sólo así tendrá futuro en el camino, y podrá llegar a la meta, a su fin último.
Esta dependencia de otros es la esencia de la Tradición y de las tradiciones, alma del catolicismo y de la razón, es decir, de la filosofía.
Con el personalismo ocurre algo similar a lo que ocurre con todo pensamiento huérfano, concretamente con la via moderna. Por más que pretenda, presuntuosamente, superar el tomismo, no sólo no lo supera, sino que incurre en los graves defectos de razón contra los que tomismo nos previene.
En esta serie de artículos antipersonalistas no afirmamos que su fenomenología de la persona no posea elementos de verdad, ni que carezca de voluntad de ortodoxia.
Denunciamos su vulnerabilidad, su debilidad interna y su falta de coherencia conceptual. Afirmamos que no sólo no es la filosofía oficial de la Iglesia, como algunos, temerariamente, pretenden; sino que no es, ni siquiera, una filosofía. Más bien es una ideo-sincrasia surgida de la idiosincrasia moderna; eso sí, con un sincero anhelo de ortodoxia.
El personalismo es católico, aunque no es tradicional. Precisamente por ello, no es recomendable. Porque ser católico y no ser tradicional acaba pasando factura. Se desemboca en la heterodoxia teológica con pasmosa facilidad. Häring y su Teología de la Anomia es la prueba. Amoris lӕtitia es la prueba. La crisis eclesial actual es la prueba.
Porque toda mala filosofía es fruto del modernismo. Y aunque bienintencionadamente pretenda ceñirse al Magisterio, terminará dando pie a cambios y mutaciones doctrinales, generando crisis, estableciendo principios de ruptura.
El absolutismo de la praxis, por tanto, caracteriza fundacionalmente el personalismo, y conduce inevitablemente al absolutismo de la pastoral. La doctrina queda relegada, bajo esta perspectiva, a una labor de escritorio de fariseos y rigoristas, que ignoran, según se dice, la singularidad de la persona y sus circunstancias.
Dedico este artículo de la serie, y los siguientes, a responder a algunas objeciones y consultas que algunos amigos, conocidos y lectores, me han realizado, tanto en este blog de esta santa casa de Infocatólica, como en otros lugares, ocasiones y contextos.
Alonso Gracián
Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.
Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.
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