(450) Comentarios críticos a Amoris laetitia, III: Nada sin la doctrina revelada
Comentario 4
«En este breve recorrido podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje» (Amoris laetitia, n.22)
El breve recorrido a que se refiere el pasaje es «una apertura [al tema de la exhortación] inspirada en las Sagradas Escrituras» que se realiza en el capítulo primero, titulado «A la luz de la Palabra». Esta apertura bíblica se realiza, según se dice, para que «otorgue un tono adecuado». Por lo que se propone considerar «la situación actual de las familias» (A.L., n.6) «[a] partir de allí».
Es decir, la exhortación pretende considerar el estado actual de las familias, no talmente de la familia, sino de las familias, a partir de un previo enfoque escriturario que proporcione el tono adecuado a la reflexión. Hay que preguntarse por qué ese tono adecuado no se propone a partir de las Sagradas Escrituras y de la Sagrada Tradición, o mejor dicho, a partir de la doctrina revelada contenida en ellas. Eso sí que aportaría el tono adecuado, dada la confusión reinante.
Podría, además, pensarse que la exhortación postsinodal va a llevar a cabo esta consideración, en clave bíblica, sobre la situación actual de las familias, para iluminarlas con la verdad revelada contenida en parte en la Biblia y salvarlas. Pero el fin explicitado es otro, que enuncia a continuación: «consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra» (A.L. n.6).
Es muy significativo que se pretenda reflexionar sobre las diversas familias de hoy para tener los pies en la tierra. Como es, también, muy significativo, que el tono previo utilizado pretenda principalmente ser ¿sólo? bíblico. ¿Solamente la Biblia es la Palabra? ¿O acaso la Tradición no lo es también, y la doctrina que contienen ambas también?
Por eso lo que parece importar de la Escritura no es que contenga también, además de la Tradición, tesis morales y religiosas verdaderas de valor universal (abstractas), es decir, una doctrina, acerca del matrimonio; sino su carácter recopilatorio y existencial, narrativo y vitalista; y así, se recalca de la Biblia que «está poblada de familias, de generaciones, de historias de amor y de crisis familiares, desde la primera página, donde entra en escena la familia de Adán y Eva con su peso de violencia pero también con la fuerza de la vida que continúa» (A.L. n.8).
No parece que se esté hablando aquí de la Escritura como una de las fuentes de la que puedan extraerse tesis salvíficas que iluminen a la familia en el oscuro mundo de la posmodernidad; parece que, antes bien, se está hablando de la Escritura como de un único recurso espiritual de experiencias e iluminaciones para las distintas formas de vida familiar: como de un semillero de experiencias religiosas, vitales e históricas primigenias acerca de las familias que serviría, en su heterogeneidad, de compañera vital de la propia búsqueda.
La afirmación recogida en el comentario expresa una creencia ampliamente difundida en la Iglesia actual, según la cual Dios no revela también doctrinas (tesis salvíficas), sino sólo a Sí mismo. Creencia, de raigambre personalista, según la cual la fe no consiste también en obedecer con el entendimiento y con la conciencia al Legislador divino, sino en tener la mente y la conciencia a salvo de toda coacción externa (y una doctrina que sea unilateral e inquívoca, que delimite lo que es blanco y lo que es negro, es considerada eso, fuente de coacción), para poder tener auténticas experiencias personales con el misterio.
Como el católico actualizado, en general, no cree que Dios reveló una doctrina sino sólo un misterio, fundamenta su pastoral no en proposiciones verdaderas y universales, sino en la comunidad de experiencias particulares del misterio, de las que dar testimonio pero no razones. Es por eso que en su mentalidad la excelencia doctrinal o la apologética carecen de sentido. Sólo vale el testimonio particular subjetivo.
Es un hecho que, además, en los últimos cincuenta o sesenta años, sobre todo, la Sagrada Escritura, en cuanto materialidad de textos escritos, ha adquirido extraña primacía en la mente católica; frente a la Tradición, que ha sido convertida en un fluido existencial identificado con toda historia y “experiencia eclesial” con tal que sea “comunitaria"; y sobre el Magisterio, puesto indebidamente al servicio de la materialidad de los textos escritos. La afirmación comentada refleja, también, el subjetivismo anti-intelectualista propio del personalismo y la Nueva Teología, que desvincula doctrina y Revelación. Dios revela su presencia, esto es, se manifiesta. Pero no comunica tesis verdaderas necesarias para la salvación. Eso es cosa humana.
Para la mentalidad personalista la Escritura juzga el sentido del Magisterio, pues su interpretación debe subordinarse a la hermenéutica especializada de los textos; y quien interpreta rectamente la Escritura no es el Magisterio sino el neoteólogo, con la ayuda de los Padres, que son sus maestros auxiliares.
No se llega al principio de la sola Escritura, pero a cambio se practica una especie de primero la Escritura que trastorna la ecuación católica. Porque es católico decir que el Magisterio (el órgano magisterial), enseña la doctrina revelada, y juzga la Escritura determinando autoritativamente su sentido, y no al revés; no es la materialidad de los textos escritos la que juzga al Magisterio, no es la Biblia la que interpreta al Magisterio (la doctrina) sino al revés. Es el Magisterio de la Iglesia el que debe interpretar la Escritura, el que debe extraer la doctrina revelada de las dos fuentes en que se contiene, que son Escritura y Tradición.
Dios revela, además de a Sí mismo, una doctrina salvífica que es prenda de salvación; de forma que tener la Escritura pero no tener la doctrina que contiene es no tener nada. Por lo mismo, quien tenga la Biblia sólo como compañera de viaje, pero no la doctrina revelada que contiene, está destinado al fracaso. Porque sin Él no podemos hacer nada (Cf. Jn 15, 5). Sin Cristo, y sin las verdades que enseña Cristo, no podemos hacer nada por la familia.
19 comentarios
Por ahí late una concepción (ampliamente difundida) de sesgo molinista de la libertad...
Dos puntos, por favor: ¿Cómo entiende (o le parece que ha de entenderse) la afirmación de que la fe cristiana nace de un "encuentro personal" con el Señor? Y también, respecto de otra expresión manida a que se refiere, ¿le parece que se puede "salvar" de algún modo el uso de la noción de "experiencia", por parte del hombre (que aquí no es mística), aplicada a Dios?
Muchas gracias.
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A.G.:
Federico María, lo del encuentro personal ha de elucidarse en un contexto personalista, que es donde ha surgido. Y en ese contexto me parece que se utiliza como alternativa a la fe teologal. Los que defienden esta teología del encuentro personal, defienden, al mismo tiempo, que la fe no consiste propiamente en creer.
Lo mismo pasa con el concepto personalista de experiencia, que a mi modo de entender admite un uso recto. Esta claro que la vida de la fe implica toda la persona, y que el desarrollo de la gracia santificante suscita experiencias vitales y místicas. Pero de ahí al concepto personalista de experiencia hay un largo trecho.
El tiempo de Dios es distinto del tiempo del reloj, esto no quiere decir que hay que graduar la ley.
Y desde luego, el acompañamiento debe ir dirigido a que se abandone la vida de pecado, no a reafirmarla, como suele ocurrir entre los que enseñan que la misericordia es vía libre para vivir como a uno le dé la gana aunque vaya contra le ley de Dios. Esto último, y no otra cosa, es lo que enseña Amoris Laetitia.
Paul Claudel, dramaturgo, poeta y diplomático francés, nos narra como fue su conversión:
“Durante el rezo de las Vísperas y, especialmente, cuando se recitaba el Magnificat fue "cuando se produjo el acontecimiento que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí. Creí, con tal fuerza de adhesión, con tal agitación de todo mi ser, con una convicción tan fuerte, con tal certidumbre que no dejaba lugar a ninguna clase de duda, que después, todos los libros, todos los razonamientos, todos los avatares de mi agitada vida, no han podido sacudir mi fe, ni, a decir verdad, tocarla. De repente tuve el sentimiento desgarrador de la inocencia, de la eterna infancia de Dios, de una revelación inefable". La gracia de Dios viene a colmar la vasija vacía, aunque Claudel es consciente de que queda un largo camino por recorrer. Siente miedo y horror ya que sus convicciones filosóficas permanecían intactas. (...) A este encuentro, absolutamente gratuito, inesperado e imprevisto, en el lugar y momento que él menos esperaba -como les sucedió a Pedro, a Pablo o a San Agustín- le siguen cuatro años de combate espiritual”.
A pesar de estar tocado por la gracia, Paul Claudel reconoce que necesitó 4 años de combate espiritual.
La gracia de Dios actúa en una subjetividad herida por el pecado, los procesos espirituales necesitan tiempo, usted mismo ha dado muchas veces testimonio de ello cuando ha hablado y escrito de su búsqueda personal.
Evidentemente el guía que haga el acompañamiento debe ser verdadero guía, no un anestesista de conciencias.
Sin embargo Amoris Laetitia dice, ni más ni menos, lo siguiente:
Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante. Los límites no tienen que ver solamente con un eventual desconocimiento de la norma. Un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa.
Cualquiera que diga que semejante herejía puede interpretarse en continuidad con la Tradición es un hereje. Se llame como se llame. Sea o no sea obispo. Quien colabora con el mal, sirve al mal. E intentar salvar la cara a Amoris Laetitia es servir a Satanás.
Parece mentira que a estas alturas se siga discutiendo si el pasto es verde, como ya lo profetizó Cherstenton.
El catecismo de la Iglesia católica lo explica así, me parece fundamental la última frase:
1859. El pecado mortal requiere plena conciencia y entero consentimiento. Presupone el conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su oposición a la Ley de Dios. Implica también un consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal. La ignorancia afectada y el endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del pecado.
1860. La ignorancia involuntaria puede disminuir, y aún excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que nadie ignora los principios de la ley moral que están inscritos en la conciencia de todo hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos patológicos. El pecado más grave es el que se comete por malicia, por elección deliberada del mal.
1861 El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.
Parece señalar algo típico de la teología del pueblo Argentina: la realidad como lugar teológico.
Realidad entendido como sociedad y sus habitantes. Así, el foco en la sociedad contemporánea y no ver en la Biblia más que historietas de gente concreta y sus experiencias.
Precisamente porque la Iglesia no puede juzgar el corazón de la persona, sí que puede y debe juzgar las situaciones "objetivas" de pecado, sobre todo cuando son públicas. San Pablo es muy claro:
1ª Cor 5
De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?
....
Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros.
No sé qué parte de ese pasaje de las Escrituras no se entiende. Insisto: es evidente que la Iglesia tiene el DEBER de juzgar situaciones objetivas de pecado, aunque el juicio final quede en manos de Dios. Y San Pablo, inspirado por el Espíritu Santo -al que algunos llamarían rigorista por inspirar algo así- es contundente: quien llamándose cristiano vive en situación de pecado debe ser apartado.
Los que viven en adulterio no pueden compartir la mesa Eucarística con el resto de fieles. Tan simple como eso.
Lo que ocurre es que de repente hay quien ha decidido que va a ser más misericordioso que Dios, que los apóstoles, que las Escrituras y que todo lo que se le ponga por delante.
Yo trato de ser una fiel hija de la Iglesia y lo único que he traído a este blog es el testimonio de conversión de Paul Claudel y también he recogido unos textos del Catecismo de la Iglesia Católica.
Si entro a discutir contigo me temo que voy a ser utilizada como si fuera un saco de boxeo, cosa que no estoy dispuesta.
Los que desconocen el poder de la gracia para liberar al hombre de la vida de pecado ya no saben qué inventar para justificar el incumplimiento de los mandamientos de Dios.
Por cierto, quien no cumple los mandamientos, no ama a Dios.
Quizá tememos, en base a nuestra debilidad natural, que nos contagiemos de andar con pecadores, que nos congratulemos en el pecado y no lo veamos tan malo al fin y al cabo. Es una posibilidad real. Pero prefiero actuar como el buen pastor que va en busca de la oveja descarriada precisamente porque se ha descarriado. Una cosa es alejar de nosotros nuestra conducta pecadora (Mat 5:27) y otra cosa alejar al pecador de la comunidad.
Por otro lado, y refiriéndome a este nuevo comentario de Amoris Laetitia, entiendo la necesidad de teología a la hora de interpretar las Escrituras. (Estoy leyendo la "Introducción al Cristianismo" del entonces futuro Benedicto XVI, y me parece sublime, muy reveladora) y entiendo que a pesar de las múltiples disputas en el seno de la Iglesia a lo largo de los siglos, hay una tradición, una continuidad de interpretación. Pero ¿acaso no debiéramos esforzarnos por comprender esta enseñanza del Santo Padre antes que afirmar tajantemente que se aparta de la tradición, como si supiéramos mejor que él interpretar las Escrituras, como si nuestra conscienciación de la Voluntad de Dios expresada en ellas fuese mejor que la suya?
Cuando yo leo algo con lo que no estoy de acuerdo, trato, es algo innato en mi desde que era pequeño, acercarme a él para entenderlo mejor, ver qué parte de mi se parece a la suya, en qué podemos estar de acuerdo. Porque el abismo, lo que nos separa, eso es lo primero que se ve. El versículo de Mateo 5:46 ("si sólo amas a los que te aman...") siempre me conmovió por su profundidad y su sabiduría.
Por eso le pregunto a Don Alonso Gracián. ¿No hay nada que le una a este escrito del santo Padre? ¿No puede ver un nexo de unión a pesar de las diferencias? ¿Si ese nexo de unión existe - no puedo creer que no - no le impele a comprender sl Santo Padre y que es necesario a día de hoy expresarse en esos términos?
Un saludo.
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A.G.:
Sergio, no se trata de mí, de que encuentre o no puntos de unión con este texto. Mi interés se ciñe únicamente a encontrar las causas que han producido la presente crisis de fe de la Iglesia, y en un plano conceptual. Por eso creo necesario analizar los errores que en este documento pueden contribuir al aumento de la presente situación de confusión. Errores propios de la mentalidad que desde hace más de cincuenta años (y en sus causas remotas, varios siglos) está desordenando la mente católica.
No se trata por eso de conectarnos a toda costa con este texto, sino de limpiar el camino, de quitar lo que estorba a la mente católica, para que ésta pueda, de nuevo, creer con fidelidad y provecho y dar mucho fruto. Pero justificar lo injustificable, nunca.
Obviamente también pudo haberse ido del todo, pero lo que no tiene sentido es que se pretenda que se puede ser pecador público sin que pase nada. Note usted lo de pecador PÚBLICO... pecar, pecamos todos en mayor o menor medida, pero la mayoría de nuestros pecados sólo los conoce Dios o nuestro confesor.
A la Iglesia de los primeros siglos, con una disciplina penitencial muy severa, no le fue mal. Cuando se relajó aquello, con la excusa de acoger a las masas paganas, se empezó a torcer todo.
Por cierto, lo mejor, por no decir lo único y obligado, que se puede hacer con un texto que contiene herejías es desecharlo por completo. Lo bueno que pueda tener ya está en otros textos de la Escritura o de la Tradición. Uno no bebe de una fuente de la que mana agua potable y contaminada. Amoris Laetitia es otro evangelio. Anatema sea.
2. La Ley eterna, natural y moral nos da un orden sobrenatural y natural.
3. Muchos se denominan católicos, pero no demuestran ser cristóforos.
4. El Camino de conversión a la santidad necesariamente pasa por el camino de purificación. No se puede poner el foco sólo en la Misericordia olvidando la Justicia, pues el pecador lo que quiere es pecar, ser perdonado y seguir pecando. Ante la presencia de Dios tenemos que ser justificados en la Verdad para ser santos y quien nos hace justos es Nuestro Señor Jesucristo en Su Iglesia.
5. Observo los confesionarios vacíos y me pregunto: ¿acaso todos son santos, tienen las manos inmaculadas para tirar la primera piedra?
6. Con Cristo es si o no. No existe término medio. La conversión cuando Cristo circuncida nuestro corazón es una metanoia, en obedecer también con el entendimiento de lo que es ofensa a Dios.
7. Obrar con fe en la caridad en Cristo es pedir su Auxilio para no caer en la tentación, para el arrepentimiento y el propósito de enmienda, trabajar para el Bien y ser oblación digna de Dios en la Eucaristía.
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