(329) No es nostalgia sino veneración
Dios es Causa Primera de todo bien, tanto personal como social. Por eso, excluir la acción de Dios de la sociedad y sus instituciones, es un grave error, propio de lo que León XIII denomina liberalismo de tercer grado.
Porque, en definitiva, es justo distinguir el orden religioso y moral del orden jurídico-político, pero no es justo separarlos. León XIII, de hecho, dice que es antinatural.
1.- Esta separación, fundante de la Modernidad —no cronológica sino axiológicamente considerada—, ha calado en la mente católica a través del personalismo y la Nueva Teología.
Son muchos los males que esta separación antinatural ha causado, en todos los órdenes. Uno de los primeramente afectados ha sido el de las mediaciones. Por él se afirma la Soberanía de Dios y su acción mediada, tanto en la vida personal como en la vida social. Por él, y no contra él, se promueve una vida verdaderamente humana.
2.- Pero no nos engañemos, no es posible una autonomía de lo temporal al margen de la realeza de Nuestro Señor, salvo descristianizando la política y la vida social, super-positivizando el derecho y relativizando la ley moral. No es posible el bien social y político prescindiendo de la Causa Primera. Porque eso no es libertad, ni Dios puede quererlo.
3.- Son graves las consecuencias del rechazo fenomenológico del orden de las mediaciones, que es el orden de la delegación de soberanía, el orden de la intercesión, el orden del derecho y de las tradiciones locales. No es extraño que incluso el culto de dulía se haya deteriorado tan profundamente en el catolicismo actual. Y no es extraño, porque el espíritu fenomenólogico, que pone entre peréntesis los saberes heredados, degrada la veneración en nostalgia, y malentiende el papel de la tradición en la obra redentora de Dios.
4.- El liberalismo de tercer grado, al sobre-enfatizar una supuesta autonomía del orden temporal, descontextualiza el momento presente y sobrevalora sus potencialidades, quedando vulnerable ante sus males congénitos. Conforme al constructivismo que nutre sus principios, prefiere hacer borrón y cuenta nueva, y poner la ley moral entre paréntesis cuando ésta se refiere al Estado; no atiende a las lecciones de Dios, que quiere enseñar y escarmentar generaciones.
—Dios quiere que los justos de hoy aprendan las lecciones de los justos de ayer, porque al fin y al cabo, esas lecciones fueron suscitadas por Él; y que caminemos, como decían los escolásticos, sobre hombros de gigantes. Siempre es más sabio y más prudente aprender de aquellos que nos precedieron en la sabiduria y en la gracia, y no creernos más sabios que nuestros mayores. Forma parte de la mirada agradecida recibir el tesoro de verdades heredadas, para que la gracia nunca sobreabunde en vano.
5.- El pensamiento modernizante de la Nueva Teología malentiende la tradición. Faltándole el sentido recto de la traditio, tergiversa la veneración y la confunde con la nostalgia, remitiéndola al triunfalismo, como hace Rahner. Pero la veneración es parte esencial del cristianismo, y no es extraño que al debilitarse la veneración, y con ella el culto de dulía y el papel de las mediaciones, se debilite el sentido de la providencia de Dios en la historia.
Para entender la esencia siempre anticristiana de la Modernidad, no hay que considerarla en un sentido meramente cronológico, sino axiológico, conforme al dinamismo propio de las ideas. Sólo así comprenderemos la posmodernidad como su desarrollo extremo. Sólo así podremos obtener la recta inteligencia de sus principios. Uno de los cuales, como hemos expuesto tantas veces en este blog, es la libertad negativa o principio de autodeterminación, que tan bien expone Hegel, y que excluye toda subordinación a la herencia recibida. Y otro, su liberalismo primero, segundo (y tercero, el más moderado pero más dañino, por su apariencia piadosa).
—Si no se quiere mirar atrás para recoger el legado ancestral de la Iglesia, en sus doctores y en sus santos, en su gran Tradición y en las tradiciones locales emanadas fielmente de ella, entonces tampoco se quiere aceptar el papel de receptor, de accipiens, que Dios mismo otorga con la vocación bautismal. Porque ser hijo adoptivo de Dios va más allá de tener una vida personal y privada de piedad que presentar como testimonio privado; ser hijo adoptivo de Dios implica, también, integrarse en la obra redentora divina. Que no es algo abstracto y atemporal, sino que se produce por etapas concretas de mayor o menor efusión de gracia, conforme a los designios de Dios en su Hijo, tanto positivos como permisivos.
6.- La historia de la acción de Dios sobre el mundo, a través de sus hijos adoptivos en persona y en comunidad, configurando tradiciones locales fieles, es historia sagrada, y debe ser venerada porque es digna de veneración. Su legado de santidad y sabiduría es digno de ser entregado y recibido, y vuelto a entregar, porque tiene un valor pedagógico perenne.
El personalismo, que tiene esencia liberal, desustancia la providencia divina, y extrae de sus obras la sustancia histórica, para quitarle valor y objetividad. No es extraño, porque al sobrevalorar lo subjetivo y lo privado, reduce lo objetivo, lo social, lo político, lo jurídico, a un plano puramente contingente. Bajo esta perspectiva historicista la veneración no es más que nostalgia del pasado.
—Dios enseña a las generaciones sucesivas a través de los dones con que iluminó a las generaciones anteriores. De esta forma, Dios enseña y educa a través del agradecimiento, de la fidelidad, de la escucha, de la traditio.
Pero si por traditio no entendemos entrega de un tesoro de sabiduría y de gracia, que tiene valor ejemplarizante y vivificador, sino borrón y cuenta nueva, autogestión y autodeterminación “creativas” y adaptativas al siglo, pues entonces no entendemos cómo Dios obra en la historia a través de la tradición.
7.- La necesidad que toda persona y toda sociedad tienen de la ley moral radica en la misma esencia de la libertad. No vale apelar a ella para justificar su exclusión de la comunidad socio-política. Separar la ley moral, y la religión misma, de la comunidad socio-política, va contra la esencia misma de la libertad. No es de recibo, como hace el pensamiento moderno, reivindicar pelagianamente la libertad para dejarla desamparada de su Causa Primera, sin la potencia y la luz que sólo la ley moral puede proporcionarle.
—Por eso el principio católico es claro: cabe distinguir, pero no separar, el orden moral y religioso del orden temporal.
8.- Se ha convertido en lugar común del momento presente calificar de nostálgica toda crítica justa del liberalismo de tercer grado. Es un mecanismo de autojustificación, que muchos católicos, con buena intención, ponen en funcionamiento, acudiendo a argumentos de autoridad y no a la misma doctrina de Cristo. Es una forma de ignorar las lecciones de Dios, la historia sagrada de su acción vivificadora, y centrarse en un presente pretendidamente autónomo.
9.- Por eso nosotros, fieles a nuestra vocación bautismal, que no se agota en testimonio privado, sino que busca expansionarse al seno de la comunidad política y de la sociedad, afirmamos con veneración y sin nostalgia, que queremos aprender de nuestros antepasados, que no queremos desatender la obra providencial y mediada de Dios, sino restaurarla sin cesar; y que por eso creemos firmemente que:
«Es la misma naturaleza la que exige a voces que la sociedad proporcione a los ciudadanos medios abundantes y facilidades para vivir virtuosamente, es decir, según las leyes de Dios, ya que Dios es el principio de toda virtud y de toda justicia. Por esto, es absolutamente contrario a la naturaleza que pueda lícitamente el Estado despreocuparse de esas leyes divinas o establecer una legislación positiva que las contradiga. Pero, además, los gobernantes tienen, respecto de la sociedad, la obligación estricta de procurarle por medio de una prudente acción legislativa no sólo la prosperidad y los bienes exteriores, sino también y principalmente los bienes del espíritu. Ahora bien: en orden al aumento de estos bienes espirituales, nada hay ni puede haber más adecuado que las leyes establecidas por el mismo Dios. Por esta razón, los que en el gobierno de Estado pretenden desentenderse de las leyes divinas desvían el poder político de su propia institución y del orden impuesto por la misma naturaleza.» (LEÓN XIII, Libertas praestantissimum 1888, 14)
David Glez. Alonso Gracián
8 comentarios
Este artículo es una contundente defensa de la catolicidad, en particular de la realeza social de NSJC, frente a los ataques que sufre de parte de los liberales, consagrados y no consagrados.
Valoro especialmente que denuncies el error de confundir la veneración de las tradiciones, con nostalgia del pasado, como si fuese cochera senil. No, la tradición se venera no como algo pasado y pisado sino de forma diametralmente contraria: como cimiento para seguir construyendo sobre ella, como base para proyectarse más lejos que nuestros antepasados, pero siguiendo idéntica orientación.
En cambio quienes tachan de nostalgia a la tal veneración, están dando a entender que la tradición está muerta y enterrada, y en ello muestran su hilacha liberal.
Es posible defender eso para evitar que el ansia de poder lleve a la Iglesia a inmiscuirse en asuntos políticos para beneficio de miembros corruptos del alto clero, tirar gobiernos por interés excomulgando a jefes de Estado, la venta de cargos eclesiásticos, la Donatio Constantini, etcétera. Esto pasaba cuando no existía esta separación.
Defenderla hasta cierto punto para evitar la corrupción y el simonismo es justo, otro tema es defender el laicismo, eso sí que es liberal, pero cierta separación manteniendo siempre la confesionalidad y moral católica lo veo positivo. Por lo ya mencionado.
has expresado con precisión la calidad que debe tener la veneración católica:
"como cimiento para seguir construyendo sobre ella, como base para proyectarse más lejos que nuestros antepasados, pero siguiendo idéntica orientación."
Gracias.
esa "cierta separación entre el poder espiritual y el poder temporal" que usted dice consiste en distinguir eficazmente ambos órdenes, lo cual es bueno y saludable, pero sin que implique separación.
Que dos cosas sean distintas no implica que deban separarse. Fíjese, por ejemplo, en el matrimonio. Hombre y mujer son distintos, lo cual no implica que deban separarse.
Separar el orden de la ley moral del orden sociopolítico no conviene a la vida social virtuosa.
La separación religión -política fue consecuencia necesaria del antinatural enyuntamiento entrambas - tal como lo menciona en su comentario "Guus"-. Porque ontológicamente tan perverso es negar lo espiritual en favor de una pretendida autonomía existencial; como soslayar o cuasi desconocer el hecho existencial, para justificar la supremacía de una espiritualidad, entonces, sin fundamento existencial.
Ante eso precisamente reacciona la Rerum Novarum. Ante la dejadez o el olvido de los acontecimientos sociales,asumidos como una prederminación histórica. Ante insustanciación de la moral, etérea, sin corporiedad en el hecho existencial concreto, y ello inutil, ineficaz al ser humano.
Ante tal estado de cosas, la Rerum Novarum asume la culpa propia y plantea la realidad social no como expresión de un destino fatal, sino en cuanto proposición de un espiritu humano en procura del sociego a su incertidumbre existencial, y,por lo tanto, necesitado de los debidos cauces morales y propósitos de fe, que le posibiliten el no perecer a manos de una falaz libertad absoluta.
Una realidad social que no solamente responde a una "traditio" sino que también la construye. Siendo éste el punto medular de la encíclica.
De tal forma que la Rerum Novarum no se queda en la queja ni en la denuncia, sino que principalmente constituye la propuesta hacia una nueva forma de proceder ante el fenómeno o acontecer social, de construir la traditio... de sustanciar espirirualmente la existencialidad humana, haciéndola auténticamente plena.
Si la Rerum Novarum significó un cambio radical de la aptitud y actitud de la IC ante la realidad social, yendo directamente al hecho y al acontecimiento insoslayable de la sociedad, con sus propias especificidades existenciales, en un constante cambio que iinevitablemente arrastra también a la espiritualidad, implicándole, por ende, progresión existencial al ser humano; alejándose así de la pretensión tradicional de considerar lo social como un producto terminado en franca degeneración.
¿Por qué entonces la IC aun persiste en renegar de la realidad social, en tanto sustanciadora de una espiritualidad inutil sin la consustanción con el hecho social; hoy, cuando, ante realidad social tan compleja y ante la amenaza de la estirpación definitiva la espiritualidad, el ser humano busca asirse a valores morales contingentes que apenas le alcanzan para una vacua ética de la conveniencia... ?
¿Por qué simplemente no desarrollar la "traditio" de la Rerum Novarum? ¿O será que un siglo después aún no se ha comprendido la verdadera dimensión existencial de esa encíclica?
Muy a menudo, los liberales de tercer grado acuden en apoyo de sus tesis a la conocida sentencia evangélica "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero una exégesis sencilla de este texto revela la intención del Señor de remontarse hasta el Génesis: tomando como referencia la imagen grabada en la moneda del impuesto, nos remite a la creación del hombre, creado a imagen de Dios. Si la moneda lleva impresa la imagen del César y, por tanto, es de justicia que al César sea entregada, no menos justo y necesario es dar a Dios lo que es suyo, aquello dónde está grabada su imagen, el hombre en su entera dimensión, no el hombre en su vida privada, sino todo él. Todo lo humano le pertenece a Dios en Cristo. Cuando San Pablo dice que el plan divino establecido por Dios desde toda la eternidad es reunir "todas las cosas en Cristo", afirma a continuación que se refiere a todas las cosas del cielo y de la tierra. Aquí está comprendido todo, sin excepción, también la vida del hombre en su dimensión política, el Estado y sus leyes, de tal forma que, si el hombre es imagen de Dios y a Dios se le debe el hombre todo, también las leyes humanas deben ordenarse a Dios en Cristo y por Cristo. El reinado social de Cristo debe ser expresión visible de la soberanía de Dios, del primado de lo divino y sobrenatural. Es una exigencia del mandato de Cristo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Fijémonos, al leer esta frase, que el mandato de evangelizar es una derivación necesaria -"id, pues- del hecho de que Cristo ha sido investido de todo poder. Y subrayo lo de todo poder. Se trata de un mandato que tiene como objeto llevar a efecto lo que dice San Pablo: reunir y recapitular todo en Cristo. Aquí no hay rastro de autonomías seculares ni de presuntas sanas o insanas laicidades.
AG, gracias por arrojar tanta luz. Un abrazo en Cristo y que el Señor de la Historia, el Alfa y la Omega, y su Madre Inmaculada le bendigan.
La Iglesia tiene que celebrar los sacramentos bajo un techo (salvo casos excepcionales), tener una custodia, preparar y enseñar a sus sacerdotes de alguna manera, hacer catequesis, tener asociaciones de caridad, hacer procesiones, custodiar obras de arte, tiene que ayudar a que haya una formación religiosa de los niños y jóvenes, ayudar a promover una cultura católica, tener monasterios, manejar herencias recibidas, administrar propiedades, hacer donativos, exhortar a los fieles los cuales pueden influir en el proceso político de una u otra manera (puede ser que voten, puede ser que algunos sean ricos, puede ser que algunos sean periodistas, blogueros etc; puede ser que algunos sean directivos de grandes empresas, sindicalistas, dirigentes de diferentes tipos de asociaciones, Reyes, generales, y todos tienen que ser exhortados y todos tienen que recibir catequesis y todos tienen que confesar sus pecados)etc, etc. Y tiene una organización jerárquica internacional para hacerse cargo de todo eso. Y resulta que todas esas actividades pueden ser prohibidas, restringidas, reguladas, tasadas y/o alentadas por el estado. Y la influencia de los católicos en el mundo social, económico y político (y por lo tanto la posible influencia de las catequesis, las exhortaciones y el posible valor de los secretos confesados o las recomendaciones hechas en voz baja) solo va a dejar de importar al Estado y a los diferentes poderes allí donde los católicos sean cuatro gatos in ningún tipo de influencia ni importancia y a nadie le importe la Iglesia. Es decir, no es posible una separación real y completa de la política y la Iglesia. La Iglesia siempre se va a tener que meter en el barro y algunos de sus miembros saldrán mal y quizás arrastren a otros al mal.
Dejar un comentario