(324) Deterioro conceptual de la crisis: pena y sanción
La RAE define castigo como «pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta».
La Modernidad prefiere, como término sustitutivo, el de sanción, que admite un matiz funcionalista y convencional: corrección que un reglamento establece para sus infractores.
Pero hay una diferencia notable entre transgredir la ley moral e infringir un reglamento.
1.- La idiosincrasia pesonalista, en general, puede admitir que Dios sanciona, pero no tanto que Dios castiga. La pena, para el numen clásico, tiene valor expiatorio en sí misma. Pero la sanción, en la Modernidad, tiene un valor utilitario e inmanente, que no alcanza a tocar la libertad subjetiva.
2.- El humanitarismo contemporáneo aborrece una característica esencial de la pena, su terribilidad.
No es una casualidad que Justiniano, recuerda Álvaro d ´Ors, denominase a los libros 47 y 48 del Digesto libri terribiles, porque «contienen toda la severidad de las penas».
La terribilidad de lo penal aterra al hombre moderno porque no cree en el valor expiatorio del sufrimiento, ni quiere percibir la gravedad del pecado.
Así, el concepto de sanción se ha convertido en el eufemismo del concepto de pena, y la teología moral se ha ido transformando en una como hechura de gestión de las infracciones, algo así como una especie de “teología administrativa".
3.- La noción de ley ha sido reemplazada por la de norma. Se prefiere no hablar talmente de Preceptos o Mandamientos de la ley de Dios, sino de normas generales. Por eso el pecado, más que como pecado, es considerado irregularidad. El ejemplo paradigmático es la forma de referirse al adulterio como situación irregular. Es comprensible, bajo esta perspectiva convencionalista, que la dimensión sacrifical y expiatoria de la Santa Misa haya sido opacada por la dimensión festiva y el ágape.
4.- Un fenómeno alarmante, visible a partir de la crisis suscitada por la publicación e interpretación oficial de Amoris laetitia, es la progresiva independencia (respecto de la teología moral clásica) de este nuevo tipo de pensamiento funcionalista, derivado, sin duda, del positivismo nominalista, que inunda el pensamiento occidental desde la reforma protestante.
El objetivo principal de este cambio de paradigma penal es la burocratización de la anomia, en orden a una superadministración voluntarista y horizontal de la vida cristiana. La doctrina salvífica, para ello, es relegada al plano de lo teórico, y con ella la concepción tradicional de la fe queda obsoleta, dejando de ser creencia para ser experiencia paralela al pecado.
La Iglesia deja de ser vista como sociedad perfecta, para ser considerada una especie de administración oblicua dividida en dos niveles incomunicados: uno subjetivista de vida piadosa y evangelización no proselitista, y otro institucional de gestión. Así se generan dos mundos que difícilmente se encuentran.
La consecuencia es que el pecado (por ejemplo el adulterio) deja de considerarse el mal por excelencia, para pasar a concebirse como un mero problema organizativo (situación irregular) sin incidencia en la vida espiritual, de forma que se puede estar en pecado (situación irregular) y paralelamente crecer en gracia y virtudes (innovadora tesis defendida por Amoris laetitia).
5.- Esta bipolaridad teológica tiene graves repercusiones en la vida moral de los cristianos, porque contribuye a consolidar estructuras de pecado. Que pueden incluso convivir en paralelo con la actividad evangelizadora, el ministerio sacerdotal o la vida religiosa. Estructuras que no son tocadas por la gracia, porque la gracia es relegada al plano personal o carismático, y el pecado mismo al plano de la administración, creando una doble vida de nefastas consecuencias.
Es de esperar por parte de Dios mismo una corrección de esta situación. Las estructuras de pecado demandan castigos medicinales, como una pandemia requiere medidas sanitarias a gran escala. Cuando existe un mal común se precisa una pena común, que restablezca el orden violado, repare el daño causado y proporcione salud al conjunto.
6.- La mente moderna no entiende el castigo porque posee una concepción inorgánica de la sociedad, esto es, como una suma de individualidades, no como un compuesto orgánico de partes que se deben a un todo, en función del bien de la comunidad.
Pero si entendemos la sociedad como un organismo, podremos comprender el profundo sentido social del castigo expiatorio, y sus beneficios para el bien común. Existen vicios y pecados sistémicos, mentalidades cancerosas, costumbres corruptas, hábitos colectivos viciosos, leyes inicuas, instituciones viciadas; es en esta perspectiva que el conjunto malo, sufriendo la pena, tiene posibilidad de redención por la expiación del todo, siempre en orden al bien común.
y 7.- La sustición de pena por sanción nubla la vista, también, para los novísimos. Aceptando voluntariamente los males que Dios permita, y asumiéndolos como penas con que expiar los propios delitos, se puede quemar y depurar el reato de pecado, limpiándose a través del fuego del dolor.
Para preparar el camino al Señor, San Juan Bautista predicaba la necesidad de la penitencia, «paenitentiam agite adpropinquavit enim regnum caelorum» (Mt 3, 2). Porque sólo pasando por el Mundo del Dolor es posible la metanoia.
David Glez.- Alonso Gracián
9 comentarios
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A.G.:
Ha dado en el clavo, Palas Atenea:
el lenguaje nunca es neutral
Es a base de estas manipulaciones semánticas sutiles que el pensamiento católico se transmuta en otra cosa, progresivamente, y con pasos de paloma, como quería Nietzsche. Son hechizos lingüísticos, magia negra, goecia nihilista.
Como bien dice, con el cambio mueren matices fundamentales, que luego hay que recuperar, no sin dolor, porque la purificación siempre pasa por la cruz.
No sé si me leen pocos, seguramente. Pero por la naturaleza de lo que escribo, imagino que es inevitable.Desde luego, estoy satisfecho por los buenos comentaristas de este blog, que aportan logos.
Bendito sea Dios por haberme llevado a leerles a ustedes. Que el Señor les siga iluminando y bendiciendo y que permita a mí seguir leyéndoles en 2019.
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A.G.:
Gracias María Alejandra, me alegro mucho le sirva el artículo, gracias a Dios que me concede escribirlo. Y gracias a Palas Atenea, por sus comentarios, siempre ilustrativos.
Esta "gracia " que vivifica y hace crecer .
Gracias por prestarse a ser utilizados de forma tan incondicional,y gracias al Señor por amarnos y esperar siempre nuestro crecimiento.
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A.G.:
Gracias Maribel. Quiera Dios que el conocimiento de estas verdades sirva para crecimiento de la fe.
Misionero de manos encadenadas
Acá, el obispo no me deja bautizar a nadie. Y hace poco se indignó conmigo ya que mi estilo pastoral fue calificado de “no-respetuoso con las demás religiones”...
1) Aquilatar las palabras para que fueran bien entendidas en su contexto.
2) Observar la evolución del lenguaje en los niños.
Norma aparece en cuanto llegan a la escuela: "os voy a dar unas sencillas normas de comportamiento en el aula", "Las normas del colegio no permiten salir del recinto en horas de clase", etc...
La palabra ley, en cambio, es muy posterior, tanto que en Primaria apenas se usa. Si la maestra de religión, o posteriormente en Bachillerato, presentan la Ley de Dios o las leyes humanas como "normas" tenderán a entenderlas como las anteriores, que algunos de ellos transgredieron, y darles la misma importancia.
Como he dicho que la palabra maestra se cambió por la, aparentemente más pomposa, de profesora también creo que la de castigo se haya podido eliminar del vocabulario escolar. Ya tenemos dos términos obsoletos: maestra y castigo.
Quizá piensen que decirle a un niño que se le va a imponer un castigo suena demasiado fuerte.
Esto da la razón al concepto de terribilidad empleado por Alonso como indeseable el día de hoy. Se trata de quitar músculo al lenguaje para que no asuste, y eso afecta a los Novísimos, a los Pecados Mortales, a la Pena Capital y, en último caso, a cualquier tipo de pena y a la concepción de castigo. Se entiende que un niño no puede hacer nada que merezca un castigo y se acaba por pensar que un adulto tampoco.
Por supuesto el bloguero ganó por robo, pero siguió siendo no más que un bloguero, mientras que el otro ha llegado a director de Aciprensa y también de EWTN, nada menos.
Para que se vean cómo andan las cosas en la Iglesia.
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A.G.:
Es algo muy antiguo, Ricardo: el bien es marginado, para que confronte, para que no tenga voz. Porque si tiene voz, entonces el martirio es necesario.
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A.G.:
Gracias maru. En verdad, el ejemplo del adulterio, visto como situación irregular, es muy significativo. Comprobamos cómo el uso de un lenguaje administrativo para referirse al pecado le quita su tremendum, y contribuye a la pérdida del sentido del pecado. Habría que rechazar de plano esta forma de hablar, sobre todo la Iglesia docente.
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A.G.:
Sin duda, como Ud. muy bien recalca, es la jerarquía la que debe velar por la pureza del lenguaje salvífico, porque para eso Cristo la dotó de función docente.
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