(318) El Monstruo Administrativo, o de la constitución nominalista de los estados
De una manera u otra, en mayor o menor grado, las actuales democracias liberales son figuraciones concretas de un único modelo teórico de Estado, que en este blog hemos denominado Leviatán de tercer grado. Los detalles del modelo se encuentran aquí y allá, dispersos en el entramado jurídico político del constitucionalismo personalista posmoderno.
Pero a nosotros nos importa, más que el análisis filosófico-político, siempre necesario, la reanimación de una auténtica política católica. Y dado que su desactivación es un hecho innegable, la necesidad de su rehabilitación es un hecho, también, incuestionable.
Las causas de la dicha desactivación política del catolicismo son complejas, pero nosotros las atribuimos al personalismo político. Esta escuela de pensamiento, impresa en la mente católica desde hace más de medio siglo, ha incorporado al pensamiento social de la Iglesia los elementos conceptuales de la Modernidad política, de forma que los graves defectos del Leviatán de tercer grado han pasado al pensamiento político de los católicos.
Por eso el empeño primario de esta serie de artículos es, ante todo, la superación del personalismo político, que vinculamos al liberalismo de tercer grado. Sigamos analizando sus principios.
1.- Atomizando voluntades.— En artículos anteriores hemos ahondado en la fragmentación producida por el pensamiento moderno en el seno de la sociedad. Esta fragmentación, que Alberto Caturelli denomina atomización, la hemos caracterizado, utilizando una expresión de Turgot, como constitutiva de un orden inorgánico de reclamaciones y contrarreclamaciones. Caturelli, estudiando su genealogía conceptual, recalca con lucidez que:
«la alianza entre nominalismo y voluntarismo de fines de la Edad Media y del protestantismo, llevaba implícita la afirmación del origen de la sociedad civil en un acto libre de la voluntad; lo cual anticipa la atomización de la sociedad (suma de singulares) y de la “soberanía popular” (la autoridad civil como proyección de las voluntades singulares). En la medida en la cual el nominalismo se radicaliza (como puede comprobarse en la primera parte del Leviathan de Hobbes) desaparece la afirmación de la sociabilidad natural del hombre, que pasa a ser un imperativo del singular. Anteriormente a este acto (por otra parte inasible e indeterminable) sólo existe una multitud inorgánica en la cual cada uno es soberano juez con “derecho” a todo, en perpetuo conflicto con los demás. De ahí que este egoísmo constitutivo sea el motor del tránsito al estado civil (o social), de modo que el pacto (covenant) viene a ser una hipótesis que se comprobaría a posteriori debido a la misma existencia de la sociedad. Como se ve, la sociedad ha comenzado a ser suma de singulares discordes y deja de ser un todo orgánico.» (Alberto CATURELLI, Liberalismo y apostasía, Gratis Date, Pamplona 2008, p. 7)
La doctrina política católica clásica, en su traditio emblemática hispánica, representa este orden de reclamaciones y contrarreclamaciones como un tumultuoso mar de olas embravecidas, en la que cada cual pretende su propia dirección. Esto no impide, sin embargo, que conformen un conjunto de caos, un orden de desorden, por así decir, arbitrado no por la ley eterna de Dios sino por las normas convencionales del Leviatán.
Juan Baños de Velasco, en el emblema segundo de su L. Anneo Séneca ilustrado de 1670, representa este mecanismo de equilibrios con una muy expresiva ilustración, y un no menos expresivo lema: alius alio fertur, cada una se mueve en una dirección. En la pictura, las olas parecen presentar una independiente voluntad de autonomía, contrastada con la presencia de las olas oscuras del primer plano, verdadero símbolo de los poderes ocultos en la sombra de este sistema atomizado e inorgánico. Un orden en el que, como decía Caturelli, «cada uno es soberano juez con “derecho” a todo, en perpetuo conflicto con los demás.»
2.- Arbitrando el oleaje.— Contemplamos el modelo turgotiano del Estado moderno, a la luz de los principios anteriormente mencionados, como un gran Monstruo administrativo que pretende “arbitrar el mar", y por ello se vuelve utópico en el mal sentido. Porque en este estado el orden natural y sobrenatural es imposible, como imposible es el bien común, tradicionalmente entendido. Solamente una quimera. La supervoluntad de esta Bestia se gasta en la ensoñación de una posible gestión positiva de pretensiones y contrapretensiones individuales, cuya suma pretende ser bien común universal, siendo tan sólo un bien global, cuantitativo y subjetivista.
Para hacer efectivo este mecanismo de compensaciones globalizado se necesita de un texto fundacional, un marco de referencia, unas reglas del juego que blinden el pacto de arbitraje general. Por eso este hábitat de sujetivismo no puede sobrevivir sin una atmósfera de orden positivista, que al margen de la naturaleza de las cosas, garantice el orden público mediante un libro de instrucciones al uso. Por supuesto, sin otra referencia más allá de sí que su propia voluntad de autodeterminación, y sin otra característica fundacional que su propia neutralidad, es decir, su agnosticismo institucional.
No quiere el personalismo político, sin embargo, excluir del todo la ley natural de la vida de las personas, por lo que desplaza su influencia del orden politico social al orden privado de la moral personal, conforme a los principios del liberalismo del tercer grado, como dice León XIII:
« 14. Hay otros liberales algo más moderados, pero no por esto más consecuentes consigo mismos; estos liberales afirman que, efectivamente, las leyes divinas deben regular la vida y la conducta de los particulares, pero no la vida y la conducta del Estado; es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada. De esta doble afirmación brota la perniciosa consecuencia de que es necesaria la separación entre la Iglesia y el Estado.»
3.- Gestando tormentas.— La inestabilidad y problematicidad de este sistema equilibrista es evidente. No puede garantizar que, en el plano político social, las olas no radicalicen sus voluntades ni extremen sus direcciones. (El hambre de autodeterminación es insaciable). Cuando no hay una voluntad común, un proyecto común, un bien común, porque no hay unidad en torno al fin último sino sólo una suma de proyectos individuales, la tormenta social está asegurada.
El frágil equilibrio que pretende el Estado de tercer grado se intenta sustentar en un inmenso y sobrecargado andamiaje administrativo y burocrático que compense la anomia (de la ley moral) con un normativismo subjetivista de corte kantiano. La anomia que caracteriza al mundo constitucional posmoderno, en realidad, no es un desprecio de la norma, sino de la ley moral. El paso siguiente, en esta línea ideológica, es convertir la teología moral en teología administrativa, la pena en sanción, la expiación en entrega, los Mandamientos en derechos de la persona.
4.- Navegando sin brújula.—La construcción del Estado moderno necesita, por tanto, del rechazo de una constitución cristiana (entendido como independización de las leyes que ordenan la comunidad social y política al bien común) y la aceptación de una constitución utópica (en sentido positivista) del Estado .
Es el orden, pues, del voluntarismo jurídico político.
En resumen, este sistema político nominalista, producto del pensamiento moderno, produce un orden social atomizado en que las voluntades individuales no giran en torno al bien común, como en el sistema clásico, sino en torno al propio querer individual convertido en derecho. La sociedad se concibe como simple suma de sumandos independientes que no quieren sumarse, sino atomizarse en su propia singularidad. El estado queda reducido a una super voluntad que obliga a los sumandos a permanecer en la adición mediante un sistema de normas administrativas y sanciones que mantienen el orden público.
y 5.- Recuperando el rumbo, a golpes de timón.— Dios sólo hace el bien, no puede hacer el mal porque ello contradice su propia esencia. Dios no es potencia absoluta, como opina el nominalismo protestante, sino potencia ordenada, como cree el realismo clásico, aristotélico-tomista, tradicional e hispánico. Partiendo de aquí, podemos apuntar posibles golpes de timón que recuperen el rumbo, primero, del pensamiento católico actual en general; y segundo, concretamente, del pensamiento político católico de hoy.
Si Dios no es potencia absoluta, tampoco lo es el hombre, imagen y semejanza suya. Y si el hombre no es potencia absoluta, su libertad tampco puede serlo. Por tanto, un orden social de voluntades absolutas arbitradas, separado de la ley natural, no tiene sentido en el pensamiento político católico.
Es por eso que creemos urgente la superación del personalismo político católico, que pretende la separación del orden de la gracia, (que es el orden que hace posible la salvaguarda del derecho y la ley naturales) del orden político-social. Dado que el personalismo defiende la primacía de la voluntad sobre el intelecto, es necesario su superación, porque:
«La concepción del derecho natural en la Cristiandad tenía su base en la primacía del intelecto sobre la voluntad y en la capacidad de la inteligencia para descubrir en el orden del ser la norma suprema del obrar (praecepta quia bona, prohibita quia mala). Frente a ello el nominalismo vino a afirmar que lo creado por Dios no tiene carácter necesario sino contingente (Dios podría haber obrado de otra forma), siendo absurdo que la razón trate de indagar las razones por las que Dios (que actúa siempre libremente) ha hecho algo. La razón humana sólo puede conocer y constatar lo puramente fáctico (que siempre es individual y concreto) sin que pueda inferir de ello ninguna razón o sentido.» (Juan Fernando SEGOVIA, La monarquía parlamentaria. Orígenes y causas de la desnaturalización de la monarquía, Verbo, n.535-536, Madrid 2015, p.428)
Por esto, es antinatural el liberalismo de tercer grado, ese que opina que el Estado puede despreocuparse de la ley natural y legislar positivamente en su contra.
Recuperando la imagen de inicio, diremos que siendo el Leviatán monstruo del mar, procurará, indefectiblemente, extender y difundir su medio, inundar con él la vida social ahogando entre sus olas la iniciativa de Dios, para que no reine.
El resultado de esta inundación de nominalismo no será una comunidad ordenada al fin último, sino una sociedad fragmentada, atomizada, pulverizada en voluntades autónomas que claman por independizarse de Dios. Es lo que quiere el Leviatán.
Nos queda a los católicos una apasionante tarea. Redescubrir la realeza social de Nuestro Señor, la importancia del derecho y la ley naturales, la necesidad de iluminar la sociedad con la claridad del pensamiento clásico.
Y es que sólo Dios es fuente de vida social virtuosa. Por eso, al enseñarnos a orar, nos enseñó a pedir su Reino. No intentemos, amigos, aplanar el mar.
David Glez. -Alonso Gracián
8 comentarios
Gracias por su blog, estoy descubriendo lo mucho que la tradición hispánica ha aportado, y que en mi caso es un maravilloso descubrimiento.
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A.G.:
Gracias Soledad. Me alegro mucho le sirva de ayuda y enriquecimiento nuestra rica tradición hispánica, verdadera cristiandad superviviente.
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A.G.:
Gracias Palas Atenea. La Virgen de Lepanto, Señora de la Victoria, Señora del Rosario, auxilio de los cristianos, nos ampare y proteja del tercergradismo.
Que si no quedas bizco...
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A.G.:
uff errata corregida rápidamente. Gracias Ricardo.
Y aun así, hay necios que dicen vivir integrados en medio de esta situación. ¿O quizás dicen estar integrados porque son instrumentos activos de ese Leviatán?
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A.G.:
La única solución es la realeza de Cristo. La paz de Cristo en el Reino de Cristo.
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A.G.:
Ricardo, el liberalismo de tercer grado es aquel que defiende que la religión y la política se separen, que se cumpla la ley natural en la vida privada, pero no en la vida política, que debe separarse de la religión. El catolicismo de tercer grado es aquel que justifica "piadosamente" este liberalismo.
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A.G.:
Exactamente, y no sólo en la vida personal, vicente, sino sobre todo en la vida político-social. Porque la sociedad no se cambia con testimonios`privados, sino desde arriba, con las leyes.
En cuanto al consentimiento que una parte de la Iglesia presta a ese estado de cosas, que es radicalmente contrario al Reinado Social de NSJC, creo que hay que proclamar a tiempo y a destiempo que es una grave claudicación porque se traiciona la misión evangelizadora de la Iglesia. Lo cual queda en evidencia cuando ves que los preceptos cristianos son reemplazados por los de la religión naturalista masónica.
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A.G.:
Lo que pretende este liberalismo es que el estado se separe de la religión, y claro, quede al poder de los poderes oscuros de este mundo.
El modernismo ha traído este pensamiento de tercer grado a la mente católica, difundiéndolo en forma de entusiasmo democrático, como si fuera lo más cristiano del mundo. No olvidemos, Ricardo, la influencia de Maritain en esto, como ya desvelara el P Meinvielle.
En el principio de legalidad, el estado de Derecho, el imperio de la Ley, no solo hay positivismo jurídico también persisten elementos iusnaturalistas.
Por ello los Estados nación, entiendo que son también dique de contención para sistemas político-sociales mas descristianizados.
Se podría concluir que estos Estados nación y el Estado de Derecho, tienen esta ambivalencia, lo cual evocaría al "Katejon" al que se refiere el Libro de la Apocalipsis.
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A.G.:
Mª Pilar, lo propio del estado moderno es el iusnaturalismo racionalista, no lo olvidemos. Que es el mismo que defiende el personalismo. De todas formas, no todo es malo, como dice. El deterioro de la vida social, sin embargo, es muy grande. Lo de la ambivalencia me parece interesante. Ánomos y Anfíbolos son los ídolos fundadores de la Modernidad, y también, como no podía ser menos, del estado moderno. Es claro, por eso, que los derechos humanos, por ejemplo, tienen elementos positivos y elementos negativos, y su anclaje en el derecho natural es ambivalente y tiende a la anomia.
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