(314) Dar coces contra el aguijón
Negar que es necesaria una constitución cristiana de los estados es dar coces contra el aguijón.
En los ambientes católicos, desde hace más de medio siglo, el personalismo-constitucionalista es la teoría política que lo niega.
Curiosamente, la mente católica de hoy, influenciada por esta escuela, acepta en general esta negación sin cargo alguno de conciencia, como si fuera la doctrina católica original, y no un plagio del pensamiento liberal de tercer grado. (Ya sabemos, con Eugenio y Álvaro D´Ors, que todo lo que no es tradición es plagio).
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Dar coces contra el aguijón es de poca discreción, dice nuestro refranero. La sabiduría popular, con esta paremia, no sólo fulmina la obstinación, sino remite a la vara de guiar labores y animar bueyes, llamada aguijada o aguijón. Así se alude a quien porfía, de coz en coz, contra una autoridad mayor, y se lastima en ello por inútil; tal le sucede a la bestia que se empecina en propinarle patadas a la aijada, con lo que se hiere más pronta e inevitablemente.
Adversum stimulum calces iactare, lanzar coces contra el aguijón, es máxima clásica, como no podía ser menos siendo clásico nuestro romancero, y siendo clásica nuestra doctrina política tradicional (la hispánica, no la francesa de Maritain).
El aguijón de arar, con su corona, es figura del buen gobierno, que nuestra traditio local del Siglo de Oro remite a la ley natural y divina, contra la que es en vano darse de bruces.
Lo representa Hernando de Soto, en su cuarto Emblema de 1599, con la aguijada de arar del rey Wamba, clavada en tierra y florida, con una corona real sobre su extremo superior. El milagro de la floración de su cetro indica cuán fecundo es el gobierno si está fundamentado en Dios.
Como dice el epigrama:
El florecer su aguijada,
sin lengua a voces pregona,
que no es buena la corona,
si de Dios no es enviada.
Dijérase: Dios ha de ser el fundamento de la ley, de todo estado, de toda vida social. Dios es el principio rector de toda obra buena, de todo gobernante, de toda institución. Y cosa absurda es oponérsele, empresa suicida es darle patadas a esta evidencia.
La cuestión que plantea el salmista:
«Quare tumultuantur gentes
et populi meditantur inania
(¿por qué se amotinan las gentes
y trazan los pueblos planes inicuos?» (Sal 2, 1)
Se responde así: porque, debido al pecado, las sociedades yacen en estado de enemistad. Y siendo esto de tal manera, ¿con qué derecho excluir de la vida social el estado de amistad? ¿Hay cosa mejor para el bien común que ser amigos de Dios?
Como explica el emblema epigramático de Hernando de Soto, no es buena la autoridad si de Dios no es enviada. Y una vez enviada y florecida en leyes justas, pregónese la voz (la ley) de Dios en toda autoridad, y así no hay vara (potestad) que no florezca.
Samaniego, tomándolo de Esopo, lo rima con salero:
«Quien pretenda sin razón,
al más fuerte derribar,
no consigue sino dar
coces contra el aguijón»
El más fuerte es Dios. ¿No es insensato promover en las iglesias locales el pensamiento liberal de tercer grado? ¿No es insensato plagiar el ethos revolucionario? ¿No es insensato dar por bueno un sistema que separa el orden de la gracia del orden político-social?
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa es dar coces contra el aguijón.» (Hch 26, 14), advierte la Escritura. No sea modelo, por eso, para la Urbe Católica, la Ciudad del Hombre, que persigue al Rey para que no reine.
Dura cosa es ir contra el fundamento de toda autoridad. ¿Acaso la Ciudad del Hombre no se revuelve contra la aguijada de la ley de Dios, dando coces contra la realeza de su Salvador? ¿Con qué falsa prudencia política afirmar el tercer grado, con qué blandas o duras laicidades justificar su positivismo? Con la falsa ciencia del Leviatán, cuya mirada de Gorgona petrifica toda acción política catolica.
Pidamos su Reino, porque su Reino es para hacer posible la Ciudad, y la Ciudad es para Dios.
San Agustín, en Confesiones III, 8, 16, afirma:
«También se hacen reos del mismo crimen quienes de pensamiento y de palabra se enfurecen contra Ti y dan coces contra el aguijón, o cuando rotos los frenos de la humana sociedad, se alegran, audaces, con privadas conciliaciones o desuniones, según que fuere de su agrado o su disgusto. Y todo esto se hace cuando eres abandonado tú, fuente de vida, único y verdadero Criador y rector del universo.
Y es que de la mano de Dios el buen imperio. Es lema capital de nuestro catolicismo hispánico. Se diferencia, radicalmente, del lema moderno personalista, que separando individuo y persona descentra de Dios la vida social, y la reorienta hacia la fragmentación, privatizando la vida cristiana y reduciéndola al ámbito doméstico.
Porque de la mano de Dios el buen imperio significa: no hay buen gobierno de tercer grado, porque no es lícito en la vida política apartarse de los preceptos de Dios y legislar sin tenerlos en cuenta para nada.
David Glez. Alonso Gracián
7 comentarios
No queda otra que insistir una y otra vez. Y quien lo lea acá y entienda la importancia de que esto se sepa, que lo difunda por donde pueda.
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A.G.:
En efecto, ese es el camino, dar la doctrina que es luz para las tinieblas. Insistir sin descanso.
Pero desde el advenimiento de esta nueva barbarie de la democracia atea y laicista, las leyes humanas no deben ya ajustarse a la voluntad soberana de Dios sino a la soberanía de la voluntad popular, la cual se opone siempre o casi siempre a la voluntad divina, y así asistimos con pena y honda preocupación a esa infernal carrera en la que los políticos compiten entre sí por ver quien hace más leyes inicuas contrarias a la ley de Dios, como la del divorcio, aborto, gaymonio, eutanasia y demás lindezas anticatólicas.
Si la sociedad sigue en esta infernal deriva, empeñada cada vez más en construir la inmunda pocilga de Satanás en vez de la limpia Ciudad de Dios, las mayores calamidades están aseguradas.
Desde ya se lo agradezco.
De usted siempre atento,
Jaime Astudillo
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A.G.:
Hay muchos tópicos comúnmente aceptados, de los que tenemos que irnos liberando. Que Dios esté presente en una sociedad y en sus instituciones es evidentemente bueno. Es de sentido común que se gobierna mejor respetando la ley natural y divina, porque Dios y su sabiduría son fuente de bienes para personas y pueblos.
Aquella famosa pregunta que se hacía a los psiquiatras ante los tribunales para establecer si el reo estaba perturbado o no: "¿distingue el bien del mal?", hoy en día no sería indicativa de nada.
El Bien y el Mal en los países occidentales eran conceptos cristianos, o como mínimo, de la Ley Natural; pero hoy esa pregunta debería ser cambiada por ésta: "¿distingue lo que es delito de lo que no lo es?" porque no hay otra norma por la que guiarse que la que marca la ley.
Esto convierte a todos los estados en totalitarios porque asumen el poder de Dios sin que se les haya sido concedido por Él.
Una democracia, por su propia esencia, jamás puede legislar sobre cuestiones morales pero últimamente esas cuestiones son, precisamente, sobre las que más legisla. Es más, la propia inercia del capitalismo se encarga de las demás gestiones, así que lo primero que hacen es quitar la patria potestad a los padres, imponer el aborto y la eutanasia, aceptar una o varias ideologías para todos e imponerlas, etc..., es decir competir claramente con todas las iglesias que quedan reducidas a la sola fe sin un cuerpo de doctrina que las sostenga.
Esto es inasumible por un católico si mira a Cristo Rey, cuya festividad celebraremos en breve.
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A.G.:
Es el positivismo, que decide con leyes el bien y el mal. Lo que Ud. describe es eso, la tiranía que la ley ejerce actualmente sobre el derecho, al que ha sustituido.
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A.G.:
No son las ramas sino las raíces. Ese es el error personalista.
El estado cristiano causa la vida social cristiana. Y no al revés.Y ello no implica forzar el acto de fe sino hacer posible su ejercicio.
No me calza con la realidad...
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A.G.:
El estado moderno no causa la vida social virtuosa, porque prescinde de la pedagogía de la ley.
Pero las leyes, en el estado cristiano, tienen también un carácter pedagógico, educador, formativo. Es en este sentido que causan la vida social virtuosa, porque la promueven, la suscitan. Es el sentido que tiene toda autoridad, de augere, hacer progresar, promover mejoras, perfeccionar.
Su respuesta, además, presupone un estado ya configurado como cristiano. Y esto , pienso, sea o no personalista (no lo se), sólo puede producirse en el marco de una sociedad cristianizada, en que la Fe Católica ha llegado a ser tan predominante que es asumida en todos, o casi todos, los niveles de vida social llegando a las superestructuras políticas,económicas, etc.
Hoy es prácticamente imposible un estado cristiano...estamos peor que en la época de las persecuciones romanas..
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A.G.:
No se trata de usar las leyes para adoctrinar en una ideología concreta, tal y como pretendía el iluminismo. Sin de reconocer que toda ley civil justa, por estar fundamentada en la ley natural, es educadora de por sí en el bien y la verdad, es formadora de la conciencia y transmisora de bienes, difusiva de verdades y bienes esenciales para todo ser humano.
Las leyes tienen una pedagogía porque Dios es pedagogo, y detrás de las leyes civiles está la pedagogía divina, pues remiten a su sabiduría.
Esta carácter formativo de las leyes se observa, también, cuando las leyes quieren convertirse en lo que no son, es decir, cuando se quieren independizar de la ley eterna. Entonces, al volverse malvadas, injustas, deforman, manipulan la conciencia de la sociedad, la maleducan, introducen valores negativos que transforman para mal la mentalidad de la gente. Es un proceso, digamos, de arriba a abajo.
Lo estamos viendo ahora, presenciando cuánto daño hacen, en la conciencia moral de la sociedad, las leyes injustas, como la del aborto, el divorcio, la eutanasia, etc, cómo manipulan la opinión del pueblo y cambian su mentalidad.
La constitución cristiana de la comunidad política es un bien común, porque al fundamentar la ley civil en la ley natural, beneficia eso que tiene en común todo hombre, que es su condición creada y caída y su derecho y deber de redención. La ley natural, inscrita en la naturaleza humana, es universal, por lo que el bien que produce su salvaguarda es un bien universal. También el orden de la gracia produce bienes universales, porque hace posible, precisamente, la ley natural.
La esencia de la política no es el bien privado sino el bien común, que es promovido de forma eminente cuando no se separa el orden de la gracia del orden social. La constitución cristiana de los estados no se apoya en la conversión de todos los ciudadanos, sino en la sabiduría de Dios, inscrita en la naturaleza humana y hecha participable, sobre todo, por su elevación sobrenatural. Fuente de verdadera libertad y de justicia para todos.
Nadie tiene derecho a legislar contra Dios, antes bien, los ciudadanos tienen derecho a que sus leyes, instituciones, etc., sean conforme al orden natural, que es orden divino. Este derecho de la sociedad a vivir según Dios procede del deber que tiene de darle el culto debido, conforme a la condición creada y elevada del ser humano.
No se trata, por tanto, de que primero todos sean cristianos para poder legislar para los cristianos, sino de que el derecho y deber de todos a la vida virtuosa natural y sobrenatural no sea impedido por el estado, sino antes bien favorecido. Por eso cabe distinguir comunidad política y orden cristiano, pero no cabe separarlos.
En definitiva, los cristianos tienen el deber de promover la constitución cristiana de los estados, en bien de todos, incluidos los no cristianos. Porque saben que sólo introduciendo el orden de la gracia en el orden social es posible el bien común.
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