(23) De la caída y la gracia de la justificación

1 Con la Caída, nos caímos de la amistad con Dios.

Este es el hecho desastroso que atraviesa milenios, y que ha desordenado la Creación entera, aun sin destruir su bondad. Date cuenta: de amigos de Dios, pasamos a ser inmundos a sus ojos, como dice Trento.

A ojos de Dios, estamos injustificados. Sin excusa. Como enemigos. De ahora en adelante, una vez caídos de su gracia, ya ni la naturaleza ni la ley pueden justificarnos a ojos de Dios:

“habiendo perdido todos los hombres la inocencia en la prevaricación de Adán, hechos inmundos, y como el Apóstol dice, hijos de ira por naturaleza, según se expuso en el decreto del pecado original; en tanto grado eran esclavos del pecado, y estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus fuerzas, e inclinado al mal.” (Trento, ses VI, cap. 1)

2 Nos caímos de la gracia. ¿A dónde? Al imperio de la muerte, del pecado y del demonio. (Aún así, conservamos libre albedrío, aunque debilitado e inclinado al mal.) Esclavos del pecado. Bajo el imperio del demonio. Y con el mal introducido en la Creación misma, que queda deformada en su figura primigenia. -Debido a una misteriosa relación, lógica, sin duda, teniendo en cuenta el papel del ser humano en el mundo creado,  el universo y el ser humano comparten el desastre de la Caída, de distinta manera, claro.

CAT 1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre

3 De alguna manera, pues, la Creación también cae con la caída. Muerte, enfermedades, depredación, violencia, desórdenes morfológicos, crueldad… El mundo se llena de pecado, sufrimiento, injusticias. El pecado original y el pecado actual han deformado nuestra identidad. Inmundos a ojos de Dios, aun con nuestra dignidad natural no del todo destruida. ¿Cómo hacemos para volver a ser amigos de Dios?

¿Qué hacemos para arreglar esto? Nosotros, por nosotros solos, con nuestras fuerzas naturales, no podemos arreglar nuestra enemistad con Dios ni sus efectos en la Creación. Tenemos que darnos cuenta de esto.

Ninguno de nosotros puede merecer con obras naturales  la gracia de ser justificado y limpiado. Ninguno de nosotros puede merecer por sí mismo ser de nuevo amigo de Dios.

Ninguno de nosotros, con nuestras propias fuerzas, puede, tampoco, devolver a este universo herido por el pecado su figura y esplendor primigenio, ni a este mundo sufriente traer la salvación.

4 Pero Dios no se contenta con esta situación. Para subsanarla, envía a su Hijo a los hombres injustificados, para que los justifique verdaderamente ante Él.

No sólo a que no les sean imputados sus pecados,no sólo a cubrirlos, no sólo a tapar el mal para que el Padre no lo vea, por así decir, no sólo a arrojar una manta sobre un muerto, como decía Lutero.

Sino a justificarlos real y verdaderamente, mediante una infusión de vida justificante y sanadora, que limpie la inmundicia, libere, y sea principio de vida agradable a Dios, tan agradable a Él, como puede serlo su vida participada.

Es tan bello, que nos quebranta en lágrimas, y en oración de alabanza y agradecimiento. ¡Felix culpa!

5 Dios no se conforma con limpiar al ser humano de su inmundicia, ni con hacerlo amigo. Quiere además hacerlo hijo adoptivo suyo. Quisiera que

“todos recibiesen la adopción de hijos” (Trento, ses VI, cap II)

“No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adán; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos.” (Trento, ses. VI, cap. 3)

6 La gracia con que se hacen justos. La gracia gratum faciens, como se decía en el pensamiento medieval. No hablamos aquí de la gracia que es auxilio eficaz o suficiente. Hablamos de la gracia que justifica, y que de enemigo, vuelve amigo al hombre, y más aún, hijo.

Distinguimos pues en este post la gracia santificante de la gracia actual, eficaz o suficiente.

La gracia gratum faciens se llama en el Tridentino gratia iustificationis. Es la gracia santificante, la gracia habitual, la gracia de la justificación.

San Juan Pablo II, en la carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1998, dice:

“Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! » (Gal 4,6). « En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios… El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios » (Rm 8,14.16). Las palabras del apóstol Pablo nos recuerdan que la gracia santificante (gratia gratum faciens) es un don fundamental del Espíritu, con la cual se reciben las virtudes, capacitan para obrar bajo el influjo del mismo Espíritu. En el alma, iluminada por la gracia celestial, esta capacitación sobrenatural se completa con los dones del Espíritu Santo.”

Pighius, por cierto, (1490-1542) sostenía el error de considerar la gracia santificante como una serie continuada de gracias actuales.

7 La gratia iustificationis, la gracia santificante, por tanto, no es una mera cobertura, una manta que oculta los pecados a los ojos de Dios, sino una cualidad sobrenatural del alma infundida, un hábito permanente, que da mérito a nuestras acciones y valor sobrenatural.

Santo Tomás, en I-II, q110, a2, rebate maravillosamente las objeciones por las que parece que la gracia no es una cualidad del alma, sino un simple favor externo de Dios.

Aquí, de manera diamantina y magistral, diferencia la gracia actual de la gracia santificante habitual. Así, explica:

“Respondo: Como ya vimos (a.1), decir que alguien tiene la gracia divina equivale a decir que hay en él un efecto producido gratuitamente por la voluntad de Dios. Pero también habíamos visto antes (q.109 a.1.2.5) que el hombre recibe la ayuda gratuita de Dios de dos maneras. En primer lugar, por cuanto el alma del hombre es movida por Dios a conocer, querer u obrar algo. Y en este caso el efecto gratuito inducido en el hombre no es una cualidad, sino un movimiento del alma, puesto que, según dice el Filósofo en III Physic., la acción del motor sobre el móvil es un movimiento.”

“En segundo lugar, la voluntad divina ayuda gratuitamente al hombre infundiendo en su alma un don habitual. Y tiene que ser así, porque no es congruente que el amor de Dios provea menos a quienes llama a la posesión del bien sobrenatural que a quienes promueve a la posesión del bien natural. Mas en el orden natural provee a las creaturas no sólo moviéndolas a sus actos naturales, sino también comunicándoles determinadas formas y virtudes, que sean principio de estos actos, y merced a las cuales se ven inclinadas por sí mismas a sus propios movimientos; y así estos movimientos recibidos de Dios se les hacen connaturales y fáciles, según aquello de Sab 8,5: Dispone todo con suavidad. Por consiguiente, con mucha más razón infunde en aquellos a quienes mueve a conseguir el bien sobrenatural eterno ciertas formas o cualidades sobrenaturales, mediante las cuales pueden ser movidos por El con suavidad y prontitud a la consecución de aquel bien. Y así resulta que el don de la gracia es una cualidad.”

Y a continuación matiza de forma genial:

“A las objeciones:

1. La gracia, como cualidad, se dice que obra en el alma no a manera de causa eficiente, sino de causa formal; de la misma manera que la blancura es causa de lo blanco y la justicia de lo justo.

2. La sustancia o es la naturaleza misma de aquello de lo que es sustancia, o bien una de sus partes, en el sentido en que la materia o la forma se dicen sustancia. Por eso, como la gracia está por encima de la naturaleza humana, no puede ser ni sustancia ni forma sustancial de la misma, sino que es una forma accidental del alma. Pues lo que existe sustancialmente en Dios se realiza accidentalmente en el alma que participa de la bondad divina.”

En su libro magistral “Teología moral para seglares”,  Royo Marín explica así este carácter de cualidad física de la gracia santificante:

“porque nos confiere y pone en el alma una realidad divina, no de un orden puramente cognoscitivo o moral, sino físico, por la que podemos tender connaturalmente a Dios en el orden estrictamente sobrenatural”.

Y añade otras características que definen la gracia santificante como

“participación física, formal, aunque análoga y accidental, de la naturaleza misma de Dios”. (pág. 164)

Participación física, por lo dicho.

Participación formal, porque que nos rehace y reforma a la manera de Dios.

Participación análoga,  porque la gracia santificanteno nos comunica la naturaleza divina en toda su plenitud unívoca, sino en cierta medida y proporción

Participación accidental, porque no es sustancia, sino accidente.

Sólo Dios puede causar la gracia santificante en una persona. Por muy buena, moral, honesta que ésta sea, es absolutamente incapaz de darse a sí misma la gracia de su justificación. Sólo Dios puede.

Como explica el Angélico en I-IIae, q112, a1:

“Ningún agente puede obrar más allá de los límites de su especie, porque la causa es siempre superior al efecto. Ahora bien, el don de la gracia sobrepasa todas las facultades de la naturaleza creada, porque es una participación de la naturaleza divina, y ésta pertenece a un orden superior al de toda otra naturaleza. Por tanto, es imposible que una criatura cause la gracia. Sólo Dios puede deificar, comunicando un consorcio con la naturaleza divina mediante cierta participación de semejanza, al igual que sólo el fuego puede quemar.” 

8 Tenemos pues que la gracia santificante, o gratum faciens, o gratia iustificationis, o gracia habitual, o gracia justificante, capacita sobrenaturalmente para ser guiados por el Espíritu de Dios, y este ser guiados por el Espíritu de Dios es lo propio de los hijos de Dios. -La manifestación de esto propio es lo que anhela la Creación, según Romanos 8, 19:20:

“En efecto, toda la Creación espera ansiosamente esta manifestación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la corrupción, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza”

(No hay mejor ecología, pues, que la ecología de la santidad. Pero ese es otro tema.)

9 La justificación, como vemos, no es otra cosa que

“tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adan, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios por el segundo Adán Jesucristo nuestro Salvador.” (Trento, ses VI, cap IV)

Este principio de la justificación no viene de nuestras obras naturales, por muy buenas que sean, al contrario de lo que cree el cristianismo pelagianiano de cumplimiento moral, sino que

“el principio de la misma justificación de los adultos se debe tomar de la gracia divina, que se les anticipa por Jesucristo: esto es, de su llamamiento, por el que son llamados sin mérito ninguno suyo” (Trento ses VI, cap 5)

10 Este tránsito se realiza libremente, movido por la gracia actual a cooperar.

“de suerte que los que eran enemigos de Dios por sus pecados, se dispongan por su gracia, que los excita y ayuda para convertirse a su propia justificación, asintiendo y cooperando libremente a la misma gracia;” (Trento, ses. VI., cap.5)

Esta cooperación libre necesaria del hombre es fruto de la gracia. Sin duda, ayudada por una gracia actual eficaz. Con lo cual potencia al máximo, íntima y maravillosamente, la libertad humana.

Como vemos, para recibir la gracia de la justificación Dios pone en juego también gracias actuales que preparen la voluntad humana para la recepción activa, plenamente responsable, de la gracia habitual.

Es muy interesante como lo explica la “Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación":

“19. Juntos confesamos que en lo que atañe a su salvación, el ser humano depende enteramente de la gracia redentora de Dios. La libertad de la cual dispone respecto a las personas y las cosas de este mundo no es tal respecto a la salvación porque por ser pecador depende del juicio de Dios y es incapaz de volverse hacia él en busca de redención, de merecer su justificación ante Dios o de acceder a la salvación por sus propios medios. La justificación es obra de la sola gracia de Dios. Puesto que católicos y luteranos lo confesamos juntos, es válido decir que:

 20. Cuando los católicos afirman que el ser humano «coopera", aceptando la acción justificadora de Dios, consideran que esa aceptación personal es en sí un fruto de la gracia y no una acción que dimana de la innata capacidad humana.”

11 Como enseña Trento, ses. VI, cap 5:

“de modo que tocando Dios el corazón del hombre por la iluminación del Espíritu Santo, ni el mismo hombre deje de obrar alguna cosa, admitiendo aquella inspiración, pues puede desecharla; ni sin embargo pueda moverse sin la gracia divina a la justificación en la presencia de Dios por sola su libre voluntad. De aquí es, que cuando se dice en las sagradas letras: Convertíos a mí, y me convertiré a vosotros; se nos avisa de nuestra libertad; y cuando respondemos: Conviértenos a ti, Señor, y seremos convertidos; confesamos que somos prevenidos por la divina gracia.” (Tento, ses. VI, cap. 5)

Fijaos: “tocando” (Dios el corazón del hombre) –esta palabra sustenta la doctrina tomista de la premoción física, de la que hablaremos en otro post.

Lo que resaltamos por ahora es cómo la gracia eficaz mueve al hombre a colaborar de forma verdadera y totalmente libre, de forma que es un acto verdaderamente humano y verdaderamente libre, pero no autónomo, sino movido, activado por Dios.

Resaltamos también que es preciso distinguir gracias que ayudan eficazmente a cooperar, gracias actuales, de la gracia de la justificación por la que ocurre ese

“tránsito del estado en que nace el hombre hijo del primer Adán, al estado de gracia y de adopción de los hijos de Dios por el segundo Adán Jesucristo nuestro Salvador.” 

12 Las gracias actuales eficaces preparan  para recibir libremente la gracia de la justificación. Gracias actuales que pueden rechazarse, pero que de hecho no se quieren rechazar, de tan perfeccionado en orden al acto que ha quedado el albedrío.

“Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido” (Trento, ses. VI, cap. 6)

13 Aquí la gracia actual eficaz tiene un papel extraordinario en su vitalización de la libertad humana. Y también la fe dogmática a la cual mueve: “creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido” Sabemos que el protestantismo  contrapone la fe fiducial, que es aquella por la que alguien cree firmemente persuadido que no se le imputan los pecados.

Pero frente a esta fe fiducial, la Iglesia enseña que se requiere fe dogmática, que es

“virtud sobrenatural por la que, con inspiración y ayuda de la gracia de Dios, creemos ser verdadero lo que por Él ha sido revelado, no por la intrínseca verdad de las cosas, percibida por la luz natural de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que revela, el cual no puede  ni engañarse ni engañarnos” (Concilio Vaticano I,  ses III, cap. 3)

14 Resumiendo: el ser humano ha de prepararse para recibir la gracia de la justificación, (gratia iustificationis, gracia fatum faciens, gracia habitual, gracia santificante). Y esa preparación se realiza por la gracia actual -que es eficaz, si lo realiza infaliblemente, aunque pueda rechazarse.

Royo Marín define así la gracia actual:

“moción sobrenatural de Dios a manera de cualidad fluida y transeúnte que dispone al alma para obrar o recibir algo en orden a la vida eterna”. (“Teología moral para seglares”, pág. 167)

La gracia actual, a diferencia de la gracia habitual o santificante, o de la justificación, no es un hábito, algo que se tiene y permanece, como sí que es la gracia santificante. Sino una ayuda, un auxilio concreto y eventual.

La gracia actual eficaz es distinta, pues, de la gracia santificante.

15 Veamos a continuación cuáles son las causas de la justificación, parafraseando el cap. 7 de la ses VI del Tridentino.

La causa final, la gloria de Dios, y de Jesucristo, y la vida eterna.

La causa eficiente, es Dios misericordioso, que gratuitamente nos limpia y santifica, sellados y ungidos con el Espíritu Santo, que nos está prometido, y que es prenda de la herencia que hemos de recibir.

La causa meritoria, es su muy amado unigénito Jesucristo, nuestro Señor, quien por la excesiva caridad con que nos amó, siendo nosotros enemigos, nos mereció con su santísima pasión en el árbol de la cruz la justificación, y satisfizo por nosotros a Dios Padre.

La causa instrumental, además de estas, es el sacramento del bautismo, que es sacramento de fe, sin la cual ninguno jamás ha logrado la justificación.

La única causa formal es la santidad de Dios, no aquella con que él mismo es santo, sino con la que nos hace santos; es a saber, con la que dotados por él, somos renovados en lo interior de nuestras almas, y no sólo quedamos reputados justos, sino que con verdad se nos llama así, y lo somos, participando cada uno de nosotros la santidad según la medida que le reparte el Espíritu Santo, como quiere, y según la propia disposición y cooperación de cada uno.

16 Por tanto, nadie se puede autojustificar. Nadie se puede justificar, sino aquel que recibe libremente movido por la gracia los méritos de las Pasión de Cristo. El justificado está en gracia santificante. Para salvarnos, cuando muramos hemos de estar en gracia santificante. ¡Hay que pedirlo con insistencia!

Al recibir la gracia de la justificación, recibimos la fe, la esperanza y la caridad. Pero como un todo orgánico. De forma que la fe no puede actuar sola sin la caridad. Es necesario realizar obras en gracia. Obras que tienen valor sobrenatural, cuyos bienes se difunden por toda la Comunión de los Santos y poseen verdadero mérito fruto de la gracia santificante,  por participación de los méritos de Cristo.

Y es por ello que la fe sin obras está muerta, y es absolutamente necesario realizar buenas obras en estado de gracia, que son fruto de la justificación, y aumentan la gracia. Las obras que el Padre tiene preparadas para nosotros. Y que con su auxilio nos da hacer. Hay, pues, que obrar aquello que la gracia mueve a obrar. De lo contrario, seríamos quietistas. -El quietismo anula la voluntad, para no hacer las obras que la gracia está moviendo a hacer. La fe ha de obrar en la caridad.

Así lo explica el cap. 7 de la ses VI del Tridentino:

“Resulta de aquí que en la misma justificación, además de la remisión de los pecados, se difunden al mismo tiempo en el hombre por Jesucristo, con quien se une, la fe, la esperanza y la caridad; pues la fe, a no agregársele la esperanza y caridad, ni lo une perfectamente con Cristo, ni lo hace miembro vivo de su cuerpo. Por esta razón se dice con suma verdad: que la fe sin obras es muerta y ociosa; y también: que para con Jesucristo nada vale la circuncisión, ni la falta de ella, sino la fe que obra por la caridad.”

17 Por tanto, la gracia de la justificación es un regalo gratuito. Se recibe ayudado por gracias actuales. El comienzo y la raíz de la recepción de este regalo es la fe. Y las obras son necesarias para mantenerlo vivo y que crezca. Luego no hay salvación con una fe inoperante, ni con obras insaludables, realizadas sin estar en gracia. La fe ha de estar informada por la caridad. Pero este regalo primero no se recibe por nada que hagamos nosotros. Es gratuito. Es imposible merecer “ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación”

18 La gratia iustificationis, la gracia de la justificación, que como enseña el Tridentino, nos hace pasar del estado de pecado al estado de gracia (Trento, ses. VI, cap. 4) es el don más grande que podemos recibir, y bien vale perder la vida antes que perderlo.

¿Cómo? El estado de gracia se pierde por el pecado mortal.

“por cualquier otro pecado mortal se pierde la gracia recibida de la justificación, aunque no se pierda la fe”(Concilio de Trento, ses. VI, cap. 15)

19 Así pues, la gracia de la justificación nos capacita sobrenaturalmente para liberarnos del estado de pecado, y ser guiados en cuanto hijos de Dios por el Espíritu Divino. Y esta capacitación se recupera en la confesión (bautismo trabajoso) y se pierde con el pecado mortal. El objeto de todo esto es la santidad. Hacernos santos es el objetivo principal de este plan maravilloso de Dios, para el cual nos dota de este prodigioso organismo sobrenatural.

Concluimos que:

20 La gracia de la justificación no sólo no imputa los pecados, sino que verdadera y realmente perdona, santifica y transforma al hombre de enemigo de Dios en amigo e hijo suyo. Recuperar el estado de gracia nada más perdido por el pecado mortal, es responsabilidad muy grave del cristiano.

Por nada del mundo hemos de perder la gracia santificante. Pero si la perdemos, podemos recuperarla por el sacramento de la confesión, ese bautismo trabajoso. Y digo responsabilidad, porque hay mucho en juego. El mundo va mal, la sociedad va mal. A menudo los católicos vamos, también, mal. Pero no podemos esperar arreglar nada por nosotros solos, o en estado de pecado, y con nuestras fuerzas naturales.

Sólo Cristo en nosotros es fuente de bienes. Cristo y su gracia es el único camino para volver a ser amigos de Dios. Sin Cristo, nada. Hasta la Creación misma, con todos sus seres vivientes, espera ansiosamente nuestra manifiestación, por todas partes, como hijos de Dios.

CAT 1046 «Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios […] en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción […] Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior […] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).

CAT 1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, “a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon,Adversus haereses 5, 32, 1).

Y repetimos, aunque no sea el tema de este post, que no hay ecología mejor que la ecología de los santos. Porque la Creación entera, que anhela mostrar a Cristo, espera servir a los justos.

Sencillamente, porque Cristo es el centro de todo.

 

5 comentarios

  
Luis Fernando
Eso se llama exposición de la doctrina católica. Y no son pocos los católicos que no la conocen bien.
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A.G.- Es verdad, no pocos la desconocen o conocen mal. Pero para eso estamos, jeje.
Gracias Luis Fernando.
13/09/14 9:03 PM
  
Luis Fernando
A todo esto, ¿saben ustedes lo que dijo San Pablo de los legalistas judaizantes, probablemente pelagianos y sin duda semipelagianos, de su tiempo?

¡Ojalá se castraran del todo los que os perturban!
Gal 5,12

Así, tal cual.
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A.G.- Qué poderosa y tremenda la voz del Apóstol. Los corazones de religión buenista y sentimental deben estallar de terror.
13/09/14 11:20 PM
  
Luiscar73
No es que Dios nos declare justos por los meritos de Cristo,sino que la gracia de SU Espiritu nos hace santos para que nos declaremos a Dios.

Gracias ,Señor,por TU Cruz,fuente de toda gracia:libertad,justicia y santidad.
La Paz de Cristo.
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A.G.--Es por los méritos de Cristo que se nos pueda llamar justos y en verdad lo seamos por la gracia, que no sólo no nos imputa nuestros pecados, sino nos santifica.

A Dios podemos declarar nuestro amor, que Él mismo nos ha enviado. Pero, ¿cómo podríamos declararnos nosotros mismos justos? No podemos tener certeza objetiva de estar justificados y pertenecer al número de los predestinados, a lo sumo podemos esperarlo con confianza filial.

Saludos cordiales
14/09/14 4:18 AM
  
jesus javier
Una pregunta : cuando pecamos mortalmente, nos arrepentimos, sentimos dolor de los pecados, tengo el propósito de confesarme cuanto antes ... en esta situación dice la Iglesia que el pecado se considera perdonado condicionado logicamente a la efectiva confesión.

Y ahora viene la pregunta: ¿en ese arrepentimiento y dolor de corazón qué interviene, la gracia eficaz o la santificante?
Puede ser que la gracia eficaz mueva al arrepentimiento y en ese momento se restaura la gracia santificante con la condición de que se produzca la confesión ?

Gracias
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A.G.- Con el pecado mortal lo que se pierde es el estado de gracia santificante, y con ella, los méritos.
El buen arrepentimiento sin duda es movido por la gracia eficaz, que suscita la conversión del corazón.
El sacramento de la confesión, que es como un bautismo trabajoso, devuelve la gracia santificante, y confiere con sus gracias sacramentales nuevos impulsos al alma cristiana, reavivando los méritos.
16/09/14 11:41 AM
  
Néstor
Excelente post.

Saludos cordiales
_________
A.G.- Gracias amigo.
17/09/14 5:55 PM

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