Camino a Nochebuena y Navidad – Cuarto paso: Dios quiere que...
Cuarto paso: Dios quiere que…
Casi a punto de terminar la primera semana de este gozoso y nuevo Adviento; antes, justo, de que María, aquella joven de Nazaret que diría sí al Ángel enviado por Dios, nos recuerde que nació Inmaculada porque su Padre del Cielo sólo podía querer eso para su Madre; justo antes de que lo misterioso se adueñe de nuestro corazón y nos haga decir “Amén”, así sea y, en fin, justo antes de que el Hijo de Dios nos prevenga, en el primer domingo de Adviento, de qué será lo que pasará cuando vuelva el Hijo del hombre… es, decimos, justamente ahora, cuando nos preguntamos qué es lo que puede querer Dios de sus hijos.
En primer lugar: quiere lo mejor para nosotros. De eso no puede caber duda alguna porque, a lo largo de los siglos lo ha ido demostrando desde que Abrahán comenzara su camino por el desierto y desde que Moisés guiara a su pueblo elegido. En fin que, no ha habido momento alguno de la historia de la salvación que no se pueda demostrar que Dios ha estado ahí.
Ahora, sin embargo, es un tiempo especial. Litúrgicamente se destaca por la espera del Hijo de Dios. Pero es que, por eso mismo, nuestro Creador, Padre Nuestro como decimos tantas veces en la oración que nos enseñó el Maestro, ha de querer algo de nosotros. Vamos, que ahora también exige ciertos qués y ciertos cómos (si se puede decir así)
En segundo lugar, quiere de nosotros la esperanza.
6.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?
Camino a Nochebuena y Navidad – Tercer paso: ¿Por qué Cristo vuelve siempre?
En efecto. Cada Nochebuena y, luego, cada Navidad, el Hijo de Dios vuelve, en un sentido más que cierto y atemporal, a nacer. Y es esto un gran misterio sostenido por la fe y por seguridad de que es la Voluntad de Dios que eso así sea y suceda.
Damos un paso más. Ahora no nos referimos a nosotros. Es decir, ni ahora se trata de cómo vamos a tener el corazón de, tampoco, a dónde queremos llegar. No. Ahora se trata de Alguien, así, con mayúscula, porque es mayúsculo el ser divino al que nos referimos.
Cualquiera ha adivinado que hablamos del que nacerá el día que celebramos que nació. Sí. Jesús, llamado así porque Dios quiso que fuera Él entre nosotros, nacerá de nuevo, como decimos arriba. Y, como Dios no da puntada sin hilo ni su Hijo ha de venir al mundo sin razón alguna… entonces es que, al contrario de esto, ha de haber una razón y un hilo que todo lo una.
En cuanto a la razón, podemos llamar causa y, en cuanto a la voluntad de Quien eso permite, verdadero motivo muy personal, el Hijo de Dios vuelve cada año, seguramente, por muchas causas y razones. Aquí, seguramente, no podremos dar sólo una porque sería acotar demasiado la Verdad y eso, ni puede ser cierto ni, además, nos conviene nada de nada.
Podemos decir, por ejemplo, que Cristo vuelve otra vez (y decimos siempre porque será siempre hasta que venga por segunda vez en su Parusía) porque, al parecer, no acabamos de comprender que vino la primera vez porque quería que nos salváramos. Pero fueron, y somos, duros de mollera…
5.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Segundo paso - ¿Hacia dónde queremos ir?
Hemos revisado, como dijimos ayer, nuestro corazón. Queremos que el mismo esté limpio porque ansiamos que el encuentro con el Hijo de Dios sea fructífero y lo será más en cuanto demos aquel primer paso conscientemente de lo que supone con Quién nos vamos a encontrar y cómo queremos que eso acaezca.
El caso es que, como es fácil deducir de todo esto, lo que está bien siempre está bien y eso, tener el alma limpia es de lo que mejor que nos pueda pasar entonces y, claro está, siempre.
Hay, de todas formas algo que va más allá de un día concreto o de dos, si tenemos en cuenta la Nochebuena y la Navidad. Y es, por decirlo así, que, más allá de eso, de los momentos concretos, nosotros debemos tener muy claro cuál es nuestro destino. Ahora, ahora mismo, sin solución de continuidad, debemos manifestar, pensar para nuestro corazón o, en fin, siquiera plantear, hacia dónde queremos ir. Así de simple pero, ¡Ay!, así de difícil.
Es simple, sí, porque la cosa no es nada elevada: debemos saber, precisamente, cuál es nuestro destino espiritual; es difícil en cuanto, a lo mejor, nosotros lo que ansiamos no es, tanto, el encuentro, sino el cumplimiento pero en el sentido de cumplo y miento…
En fin, no se trata de ponernos pesimistas pero sí de ver todos los puntos de vista que tiene este camino que realizamos y del que, hasta ahora, apenas hemos dados un par de pasos.
Nosotros queremos lo mejor para nosotros. De eso, además, en una sociedad hedonista como la que nos ha tocado vivir, no es nada extraño… Pero, aquí no se trata de eso, de lo material, de lo pragmático sino, yendo mucho más acá de nuestro corazón, de algo más íntimo, más nuestro, más de nosotros mismos. Sí, se trata de un “mejor”, un saberse bien, que tiene relación con una persona. Y es aquí, como se dice muchas veces, ansiamos y anhelamos el encuentro con “Alguien”.
“Dónde” tiene acento, lleva la tilde que le ponemos, porque tiene un sentido muy distinto a cuando no hacemos eso, cuando no puntuamos. Queremos preguntar porque queremos una respuesta. Y la misma ha de salir de nuestro corazón. No esperamos, por tanto, que nadie nos responda a la misma porque sería poner la esperanza en otro que no es el Otro. Y creemos que nos explicamos, claro está.
La esperanza, sobre todas las cosas, está en el Hijo. Y el Hijo, de Dios, tiene todo que ver con la pregunta del “Dónde”.
El caso es que lo tenemos muy claro. Es decir, la teoría la sabemos muy bien porque llevamos algo así como dos mil años sabiéndola. Sobre eso no hay duda alguna: nosotros queremos ir al Cielo. Ya está dicho. Así se fácil es responder a esto.
Pero, para eso, tenemos que dar pasos que van más allá de los que nos llevan al nacimiento del Hijo de Dios.
Y, sin embargo, sin tal venida al mundo, nada de lo demás tendría sentido ni lo tendrá si no caminamos de forma adecuada y si no damos los pasos conforme quiere Dios que los den sus hijos del mundo.
Lo tenemos, pues, más que claro: queremos ir hasta el mismo momento en el que una nueva criatura abre los ojos y sabe que ha nacido. Entonces nosotros, y los que entonces vieron aquello en directo, en persona, sin los intermediarios de los siglos pasados desde entonces, nos daremos cuenta de que hemos sabido caminar bien y de que, a pesar de todos los pesares que nos aquejan y de todas las asechanzas del Maligno para que nos salgamos del camino y nos quedemos, como poco, mirando, lo que supone el nacimiento del Mesías (cuando no haciendo risa de la misma repetición…), hemos puesto, primer, un pie (con la limpieza del alma) y, luego, otro pie, sabiendo a dónde vamos
Es bien cierto que todo esto no es más que la teoría y que el meollo de nuestra vida nos ha de dar la señal de si hacemos bien las cosas o si no las hacemos como debemos hacerlas. Pero, al fin y al cabo, nosotros somos hijos de Dios que conocemos qué va a pasar. Ni, por tanto, nos puede coger desprevenidos ni podemos hacer como si no fuera más que una nueva celebración del inicio festivo de nuestra fe.
Nosotros queremos ir al encuentro con el Niño-Dios porque sabemos, además lo sabemos, que nos espera con los ojos, los brazos y el corazón abiertos. Y no podemos hacer otra cosa que dar gracias a Dios por tanta gracia dada, a sus hijos, de forma gratuita aunque, no por eso, no pidiendo nada de su semejanza.
Y es que Dios, a quien nadie gana en generosidad, no se le puede escapar el cómo de nuestro camino y, en fin, el cómo de nuestra voluntad y corazón.
Eleuterio Fernández Guzmán
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4.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Camino a Nochebuena y Navidad – Primer paso: miremos nuestro corazón
Hemos querido hacer como si (porque así es) el tiempo que va desde ahora mismo, en este día de diciembre, a primeros del último mes del año, fuera un camino que nos lleva a un destino bien determinado. El camino son los días que transcurren, uno a uno, hasta que lleguemos a la meta, querida y ansiada meta, del nacimiento del Hijo de Dios.
Cada día, por tanto, tiene su afán, como dijo el mismo Cristo y, seguramente, nos baste con atender a cada uno de ellos aunque bien sabemos que esto se trata de un caminar continuo y que, por tanto, no podemos quedarnos parados, siquiera, a reposar en el camino. No. El Cristo viene y, por tanto, quien no llegue a tal día con el corazón preparado a lo mejor no recibe de la mejor manera y hasta le hace cara rara: ¿Otra vez Nochebuena; otra Navidad?, es posible, pueda decir algún que otro desavisado y más que despistado “discípulo” del Maestro.
Nosotros, al contrario, ansiamos otra Nochebuena y otra buena Navidad. Y lo ansiamos porque estamos seguros de que recordamos aquello que pasó entonces pero con visión de futuro: lo traemos al presente (al hoy de entonces, 24 y 25 de diciembre) porque estamos preparando la segunda venida del mismo Hijo de Dios. Lo llamamos Parusía porque vendrá en la Suya, para juzgar a vivos y a muertos. Y eso lo tenemos por gran verdad de fe y eso nos sostiene, es una roca fuerte sobre la que construir una existencia y una forma de ver las cosas y situarnos ante las circunstancias de nuestra vida.
Pues bien, estamos aquí, en este segundo día de este Adviento de un año concreto y bien determinado. Y es un nuevo tiempo de esperanza y de gozo como es esta espera ansiosa. Y no está nada mal empezar por un lugar que, sí, es físico pero que también tiene un sentido espiritual más que especial y crucial. Y hablamos del corazón, de ese órgano que no sólo bombea sangre para que nuestro cuerpo pueda existir y ser sino que, sobre todo, es el templo del Espíritu Santo y eso es, por eso mismo, algo más que especial. Y ha de estar más que bien tenerlo bien preparado porque no esperamos a cualquiera sino al mismísimo Enviado de Dios, al Emmanuel, al Dios entre nosotros. Y eso no es poca cosa sino mucha y más que mucha realidad para nuestra alma. Y no vale todo, aquí no vale todo sino sólo lo que vale.
Pero, en realidad, ¿qué es lo que vale para este menester?
3.12.18
Camino a Nochebuena y Navidad – Lo que pasaría por el corazón de María
A lo largo de estas semanas vamos a ir dando pasos hacia Nochebuena y hacia Navidad. Cada uno de ellos supone una avance en nuestra comprensión de qué suponen estos días al acercanos a unos tan importantes como son el 24 y el 25 de diciembre, fechas en las que, tradicionalmente, celebramos el nacimiento del Hijo de Dios.
Que nos sean de provecho es lo que, desde aquí, pedimos a Dios.
Camino a Nochebuena y Navidad – Lo que pasaría por el corazón de María
Nosotros, tantos siglos después de que viniera al mundo el Enviado de Dios y Mesías, el Cristo, el Hijo del Todopoderoso, sabemos mucho acerca de lo que pasó entonces. Tenemos, por eso mismo, mucho a nuestro favor. Y eso, antes que nada, supone que no podemos hacer como si no tuviéramos tales pruebas de la bondad del Creador. Pero de eso no corresponde ahora decir nada sino de algo más importante.
Es fácil imaginar, sin embargo, que nadie de los que serían entonces sus discípulos sabía nada de nada. Seguían con su vida como si cualquier cosa y, es más, más de uno ni siquiera habría nacido cuando lo hizo el hijo de María (Juan, que sería apóstol, por ejemplo)
Con esto queremos decir que, una cosa es lo que nosotros podamos pensar ahora mismo, en pleno siglo XXI y otra, muy distinta, lo que estuviera pasando por el corazón de los de entonces a los que, bien podemos llamar, los otros nosotros pues allí estaban los que serían nuestros antepasados en la fe.
Pues bien. Hay una persona, había entonces queremos decir, que tampoco sabía lo que iba a ocurrir pero que, sin embargo, estaba pasando por el momento de esperanza que supone siempre saber que un hijo va a ser traído al mundo.
María, aquella joven que, meses antes, había dicho sí a Dios ofreciéndose como su esclava y haciéndolo con el corazón de Virgen e Inmaculada (esto último es casi seguro que ella no lo supiera, claro está aunque es posible que se acercara algo a saber con aquello que le dijo el enviado de Dios de “llena de gracia”; lo primero sí lo sabía con total seguridad) pasaba por unos momentos de esperanza. Y lo decimos así porque aquel fue el primer Adviento de la historia de la Salvación. Entonces esperábamos la venida al mundo del Salvador y ella, que había escuchado atentamente las palabras del Ángel Gabriel, sabía que no iba a ser un niño como otro cualquiera, aún siéndolo como hombre que iba a ser. Y, en tal sentido, podemos decir que tiempo de Adviento, de esperar a Quien viene, fue todo su embarazo… sólo para ella y en ella, claro.
María tenía en su corazón, antes de guardar aquello que con el tiempo guardaría (y de lo que nos habla el Nuevo Testamento) para llevarlo siempre con ella, lo que puede tener quien confía en Dios, en primer lugar y, consecuentemente, se pliega a su Voluntad. Pero se pliega a ella de forma consciente, voluntaria y gozosamente y no de forma forzada o como obligada por las circunstancias. No. Aquella joven, hija de Ana y de Joaquín, siempre había estado muy dispuesta a las cosas de Dios y, se suele tener por verdad en nuestra Tradición que se había consagrado a su Creador porque lo quería, como tantas veces había orado y rezado, con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas.
Ella, la que sería Madre de Dios (eso ella ya lo sabía desde el episodio de la Encarnación y qué debió pensar entonces aquella apenas muchacha lo sabremos algún día en el Cielo) sabía que iba a traer al mundo a un niño que, por sus especiales circunstancias de concepción, iba a suponer mucho bien para la Creación. Sabía, por tanto, que cada paso que diera tendría importancia y que nada de lo que hiciera, en el fondo de su corazón, sería tenido por nada sino, al contrario, por mucho y muy mucho.
María, aquella joven embelesada ante el Amor que Dios había tenido y mostrado por ella (“Dios ha hecho cosas grandes por mí”, diría luego ante su prima Isabel, otra mujer muy favorecida por el corazón del Creador, como sabemos) sólo podía esperar lo mejor aunque algo le dijera que no todo serían rosas y alegría sino que también tendría que pasar por malos momentos. Pero eso llegaría cuando Dios quisiese que llegase. Ahora, apenas a unas semanas (si las cuentas le salían bien…) de que viniera al mundo su hijo (y el de Dios, ¡pensemos qué significaba eso para ella, la elegida!) sólo podía gozar con un momento que la humanidad creyente había estado esperando desde hacía muchos siglos. Ya los profetas habían escrito sobre eso pero sólo ella (y José en lo que eso pudiera ser, que era mucho) sabía que quien iba a venir al mundo iba a salvar al mundo y que sería, por eso, muy especial.
Y ella lo llevaba en sus entrañas, allí, donde el Espíritu Santo-Dios se había unido con el Hijo. Allí mismo.
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2.12.18
La Palabra del domingo - 2 de diciembre de 2018
Lc 21, 25-28. 34-36
Primer Domingo de Adviento
“25 ‘Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrar ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.”
34 Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.”
COMENTARIO
Un claro aviso de Cristo y un consejo
Dar comienzo un nuevo tiempo de Adviento ha de suponer, para los hijos de Dios, algo así como un saber dónde nos encontramos en el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios. Y, para eso, ya tenemos a nuestro hermano Jesús que nos dice, exactamente, qué va a pasar.
Sin embargo, no nos deja así, digamos, con el corazón en un puño o con un miedo inconmensurable sino que pone sobre la mesa lo que debemos hacer. Y es que el Hijo de Dios sólo quiere, para nosotros, lo mejor.
En primer lugar, podemos decir que el panorama que nos muestra Jesucristo no es nada alentador, así en principio.
Nosotros sabemos, adelantándonos al final del grupo de versículos del Evangelio se San Lucas que el Calendario Litúrgico nos pone como los propios del día, que está hablando Cristo de su segunda venida al mundo, en su Parusía.
Lo que aquí pasa es que nos advierte, clara pero misteriosamente, de lo que va a pasar entonces.
Todo lo que anuncia Jesucristo está dicho. Por tanto, como la Palabra de Dios nunca va a pasar y siempre es cierta y verdadera, no podemos hacer con esto como si no tuviera importancia o, peor aún, no nos concerniese a nosotros. Al contrario de la verdad: tiene mucha importancia y estamos totalmente dentro de la eficacia de tales palabras, de la Palabra de Dios.
1.12.18
Serie “Al hilo de la Biblia" - A la vida eterna por la Cruz
Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.
Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.
Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.
Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.
Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar
“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)
Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.
La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)
“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.
Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.
Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.
A la vida eterna por la Cruz
Jn 3, 14-15
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él tenga vida eterna.”
Conocido es el episodio en el que Moisés, avisado así por Dios, hizo (o mandó hacer) una imagen de una serpiente para que cuando un hijo de Israel fuese atacado (mordido o de la forma que fuera el ataque) por tales animales, al mirar la imagen, quedara curado y, así salvado.
El Hijo de Dios hace un paralelismo con aquella situación aunque, claro está, hay mucha diferencia entre la suya y la otra.
Qué y Quién
Está más que claro que no es lo mismo una cosa que la otra. Es decir, no podemos establecer una relación directa entre la serpiente de Moisés y Jesucristo, así, sin mas. Sin embargo, lo que quería decir el Hijo de Dios era que iba a ser levantado como lo fue aquella serpiente que utilizó el salvador del pueblo egipcio ante aquella difícil situación por la que pasaban. Y lo hacía para que lo escuchaban entendiesen de qué hablaba.
30.11.18
Serie "De Resurrección a Pentecostés"- II - Los que se esconden de la verdad -1. Pedro y Juan
Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.
Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.
“Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.
Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.
Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.
Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.
29.11.18
El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Saber aceptar la Cruz
“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”
Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.
Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.
Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.
Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.
“Saber Esperar” – Saber aceptar la Cruz
“Aceptemos la Cruz y saltemos de gozo, por la dicha inmerecida de tenerla. En eso nos distinguimos los amadores de Cristo. Bendita Cruz que a Él nos aproxima.”
Es seguro que muchas veces expresa esto el hermano Rafael. Sin embargo, al parecer, no es suficiente con que se diga una, dos o tres veces sino que se debe insistir, debe insistir San Rafael Arnáiz Barón, en algo que, de por sí, deberíamos tener más que claro y, así, asumido en nuestro corazón. Pero… es que somos como somos los creyentes católicos. Al menos el que esto escribe; los demás, ellos mismo dirán.
Bueno. La Cruz de Cristo es un símbolo pero, sobre todo, es una realidad que llevamos algo más que colgada en el cuello. Y que es el quicio sobre el que apoyar, sobre el que construir algo que no se caiga y alto tan crucial como es nuestra propia fe. Por eso es tan importante para nosotros, los discípulos de Cristo.
Es bien cierto, por otra parte, que la Cruz de Cristo prefigura la nuestra o las nuestras. Es decir, que nos sirve de modelo, de ejemplo, de cómo hacer las cosas. Y ahí la cosa cambia tanto, tanto, que a veces no somos consecuentes ni con la misma ni con lo que la misma significa.
Tenemos, pues, dos cruces: la Cruz de Cristo y la nuestra (más si son más, claro está). Pero aquí nos habla el hermano Rafael de la del Hijo de Dios. Y lo hace porque, asumiéndola nosotros… lo demás será más fácil (aún sin serlo) y aún más sencillo (aunque no lo pueda parecer)
¿Aceptar la Cruz?
28.11.18
Revista “Fe y Obras” - Número 1 - Adviento
“Así también la fe, si no tiene obras,
está realmente muerta” (St 2, 17)
Dando gracias a Dios por la inspiración y por la posibilidad de poder llevar a cabo un proyecto largamente acariciado por este que escribe, traemos hoy a esta casa el primer número de una Revista católica de título “Fe y Obras”. Y aunque sea adelantar algo del contenido de la misma, decimos que esperamos que tenga (en principio) carácter cuatrimestral.
ÍNDICE
Carta del Director
Magisterio
Desde la fe
Nuestros mayores en la fe dicen
Habla el Catecismo de la Iglesia Católica
Camino, Verdad y Vida
El libro del cuatrimestre
Oremos
Hasta que Dios quiera
*******
Carta del Director
Estimados lectores:
Es bien cierto que todos los principios o, lo que es lo mismo, cuando algo da comienzo, abren expectativas. Es decir, quien empieza algo quiere que tenga un nacimiento y que se vaya desarrollando. No desea, por tanto, que muera antes de haber visto la luz por falta de iniciativa o de interés o que, en otro caso, tras haber sido dado al mundo perezca por inanición.
Ciertamente, cuando alguien se plantea la posibilidad de elaborar una revista católica sabe que, de no ser experto en tales lides, muchos pueden ser los fallos. Cuenta, sin embargo, con la misericordia y la bondad de los posibles lectores que, como hermanos que lo son en la fe (y aquellos que puedan no serlo) han de ver en tal intento una voluntad de cumplir con la misión que pueda entender Dios le ha puesto ante sus ojos. Y eso es lo que ahora hacemos.
¿Con qué intención nace Fe y Obras?
Nada se trata aquí de grandes grandilocuencias ni de obras que sobrepasen la posibilidad de quien esto escribe. No. En todo caso se trata, digamos, de expresar lo que en materia de fe católica concierte tanto a la misma como a la consecuencia que la misma tiene en la vida del hijo de Dios que constituye, como piedra vida, la Esposa de Cristo. Es decir, se trata de hacer posible lo que encabeza esta revista y que hemos traído aquí con el texto del Apóstol Santiago y que queremos sea el frontispicio de todo esto que ahora damos a la luz pública.
Nos ha parecido bien, con una intención puramente espiritual, que esta Revista católica tenga una estructura básica fácil de comprender: la de los Tiempos Litúrgicos. Por tanto, cada número que, en principio tendrá el carácter de cuatrimestral, vendrá referido a uno de aquellos. Así, el primero está dedicado, especialmente, al Adviento, tiempo que comienza muy pronto, el próximo 2 de diciembre.
Todo lo demás, como se diría, se nos dará por añadidura si hacemos las cosas bien pidiendo la correspondiente ayuda y auxilio a Dios, Padre y Creador nuestro. Nosotros, por nuestra parte, quedamos a disposición de ustedes que, con su amabilidad y paciencia, tomarán nota (para bien, esperamos) de lo que aquí digamos o traigamos que hayan dicho.
En Cristo y María,
Eleuterio Fernández Guzmán
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Eleuterio Fernández Guzmán
Licenciado en Derecho, casado y con dos hijos. Hijo de Dios y hermano en Cristo… en defensa de la fe, sabiendo que en esta labor, a veces ingrata pero siempre fructífera, no estoy solo sino, al contrario, acompañado de muy buenas compañías.
Mi correo electrónico, para quien quiera hacerme llegar una queja, alguna noticia, etc. es [email protected]
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