“El Señor decía ‘Quien quiera salvar su vida
(en el mundo presente), la perderá (para el mundo futuro);
y quien perdiere su vida por mi causa, la salvará”
El martirio de Cristo y los cristianos (M. C-c)
7- La evitación sistemática del martirio
José María Iraburu
Es bien cierto que el discípulo no puede ser más que el Maestro (“No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo”, recoge san Mateo en su evangelio, 10, 24), pero tampoco es poco cierto que tiene que imitarlo lo más posible (“Ya le basta al discípulo ser como su maestro”, también en el mismo capítulo de san Mateo, 25 a.) Si Cristo fue martirizado en su vida terrena, quien se dice discípulo suyo no puede esperar, seguramente, otra cosa que el martirio.
Cristo martirizado
Todo discípulo de Cristo sabe que “Durante su vida temporal, Jesucristo es mártir permanente de Dios en el mundo” (1). Además, el Hijo de Dios está en el conocimiento, sabe, lo que le tienen preparado los hombres de su tiempo y, en fin, “la suerte que le espera” (2).
Por otra parte, como es más que sabido y como dejó escrito san Pablo en su Primera Epístola a los Coríntios (1, 23.24) lo que le sucedió a Jesucristo en cuanto forma de vivir y, sobre todo, de morir, es, fue, “escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos” (3).
Sin embargo, dice el P. Iraburu que Jesús “es el más feliz de los hombres” (4) lo cual podría parecer extraño si, como hemos dicho arriba, sabía, al fin y al cabo, lo que le iba a pasar. Y esto es así porque “A medida que va creciendo, Cristo se conoce, se reconoce, cobra conciencia de ser el Amado del Padre, el Primogénito de toda criatura, el que ‘sustenta con su poderosa palabra todas las cosas (Heb 1,3)’” (5).
Y, a pesar de su bondad y de su misericordia; a pesar del comportamiento plenamente divino que lleva a lo largo de su vida pública Jesucristo es “mártir toda su vida” (6) porque, volvemos a insistir sobre la misma realidad, como dice José María Iraburu, “se reconoce en las Escrituras” (7) porque “Aprende a leer, lee las Páginas divinas, y cada vez va comprendiendo mejor, en su conocimiento humano adquirido, cómo todas las Escrituras se están refiriendo a Él continuamente. Mientras es niño y muchacho, permanece callado; pero cuántas veces en Nazaret habría podido decir lo que dirá años más tarde allí mismo: ‘hoy se cumple [en Mí] esta Escritura que acabáis de oír’ (Lc 4,21)” (8).
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