7.11.14

Las llaves de Pedro - Lo que nos enseña la Iglesia católica

Francesco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

Audiencia general 10 de septiembre de 2014

Lo que nos enseña la Iglesia católica

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro itinerario de catequesis sobre la Iglesia, nos estamos centrando en considerar que la Iglesia es madre. En el último encuentro hemos puesto de relieve cómo la Iglesia nos hace crecer y, con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el camino de la salvación, y nos defiende del mal. Hoy quisiera destacar un aspecto especial de esta acción educativa de nuestra madre Iglesia, es decir cómo ella nos enseña las obras de misericordia.

Un buen educador apunta a lo esencial. No se pierde en los detalles, sino que quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de vivir. Es la verdad. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios envió a su Hijo, Dios se hizo hombre para salvarnos, es decir para darnos su misericordia. Lo dice claramente Jesús al resumir su enseñanza para los discípulos: «Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6, 36). ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso? No. El cristiano necesariamente debe ser misericordioso, porque este es el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede más que repetir lo mismo a sus hijos: «Sed misericordiosos», como lo es el Padre, y como lo fue Jesús. Misericordia.

Y entonces la Iglesia se comporta como Jesús. No da lecciones teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo una filosofía, un camino de sabiduría… Cierto, el cristianismo es también todo esto, pero como consecuencia, por reflejo. La madre Iglesia, como Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras sirven para iluminar el significado de sus gestos.

La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y de beber a quien tiene hambre y sed, a vestir a quien está desnudo. ¿Y cómo lo hace? Lo hace con el ejemplo de muchos santos y santas que hicieron esto de modo ejemplar; pero lo hace con el ejemplo de muchísimos padres y madres, que enseñan a sus hijos que lo que nos sobra a nosotros es para quien le falta lo necesario. Es importante saber esto. En las familias cristianas más sencillas ha sido siempre sagrada la regla de la hospitalidad: no falta nunca un plato y una cama para quien lo necesita. Una vez una mamá me contaba —en la otra diócesis— que quería enseñar esto a sus hijos y les decía que ayudaran a dar de comer a quien tiene hambre. Y tenía tres hijos. Y un día a la hora del almuerzo —el papá estaba en el trabajo, estaba ella con los tres hijos, pequeños, de 7, 5 y 4 años más o menos— y llamaron a la puerta: era un señor que pedía de comer. Y la mamá le dijo: «Espera un momento». Volvió a entrar y dijo a los hijos: «Hay un señor allí y pide de comer, ¿qué hacemos?». «Le damos, mamá, le damos». Cada uno tenía en el plato un bistec con patatas fritas. «Muy bien —dice la mamá—, tomemos la mitad de cada uno de vosotros, y le damos la mitad del bistec de cada uno de vosotros». «Ah no, mamá, así no está bien». «Es así, tú debes dar de lo tuyo». Y así esta mamá enseñó a los hijos a dar de comer de lo propio. Este es un buen ejemplo que me ayudó mucho. «Pero no me sobra nada…». «Da de lo tuyo». Así nos enseña la madre Iglesia. Y vosotras, muchas madres que estáis aquí, sabéis lo que tenéis que hacer para enseñar a vuestros hijos para que compartan sus cosas con quien tiene necesidad.

La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está enfermo. ¡Cuántos santos y santas sirvieron a Jesús de este modo! Y cuántos hombres y mujeres sencillos, cada día, ponen en práctica esta obra de misericordia en una habitación del hospital, o de un asilo, o en la propia casa, asistiendo a una persona enferma.

La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está en la cárcel. «Pero Padre no, esto es peligroso, es gente mala». Pero cada uno de nosotros es capaz… Oíd bien esto: cada uno de nosotros es capaz de hacer lo mismo que hizo ese hombre o esa mujer que está en la cárcel. Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de equivocarnos en la vida. No es más malo que tú o que yo. La misericordia supera todo muro, toda barrera, y te conduce a buscar siempre el rostro del hombre, de la persona. Y es la misericordia la que cambia el corazón y la vida, que puede regenerar a una persona y permitirle incorporarse de un modo nuevo en la sociedad.

La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está abandonado y muere solo. Es lo que hizo la beata Teresa por las calles de Calcuta; es lo que hicieron y hacen tantos cristianos que no tienen miedo de estrechar la mano a quien está por dejar este mundo. Y también aquí la misericordia dona la paz a quien parte y a quien permanece, haciéndonos sentir que Dios es más grande que la muerte, y que permaneciendo en Él incluso la última separación es un «hasta la vista»… Esto lo había entendido bien la beata Teresa. Le decían: «Madre, esto es perder tiempo». Encontraba gente moribunda por la calle, gente a la que empezaban a comer el cuerpo las ratas de la calle, y ella los llevaba a casa para que muriesen limpios, tranquilos, acariciados, en paz. Ellas les decía «hasta la vista», a todos estos… Y muchos hombres y mujeres como ella hicieron esto. Y ellos los esperan, allí [indica el cielo], en la puerta, para abrirles la puerta del Cielo. Ayudar a la gente a morir bien, en paz.

Queridos hermanos y hermanas, así la Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella aprendió de Jesús este camino, aprendió que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo en algo mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de hacer lo mismo, como hizo el Padre con nosotros, dándonos a Jesús. ¿Cuánto hemos pagado nosotros por nuestra redención? Nada, todo es gratis. Hacer el bien sin esperar algo a cambio. Eso hizo el Padre con nosotros y nosotros debemos hacer lo mismo. Haz el bien y sigue adelante.

Qué hermoso es vivir en la Iglesia, en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos ha enseñado Jesús. Damos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la Iglesia, ella que nos enseña el camino de la misericordia, que es la senda de la vida. Demos gracias al Señor.

 

 La Iglesia que Cristo fundó es madre (como bien dejó dicho el Papa Francisco en la Audiencia del 3 de septiembre de 2014) Pero, además, tiene que cumplir una misión muy importante que tiene que ver mucho con la fe de los fieles que, como piedras vivas, formamos parte de ella. Por eso enseña y lo hace por nuestro bien y por la necesidad que tenemos de ser enseñados.

Dice el Papa Francisco algo que, pudiendo parecer de poca importancia, tiene la máxima: quien enseña, quien educa de forma adecuada, lo hace al respecto de lo esencial y, por tanto, no se dispersa ni intenta otra cosa que no sea, en efecto, educar a quien debe recibir la formación.

Y, en efecto, la Iglesia católica enseña sobre aquello que es esencial, que es fundamental y que, en general, sirve de base espiritual para el creyente. Y, por tanto, no se pierde en circunloquios que pudieran despistar a quien es fiel suyo.

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6.11.14

¿Son, éstos, tiempos turbulentos para la fe?

 

Voy a escribir con total franqueza. Es lo mínimo que se le puede pedir a un católico: nada de medias tintas ni contemplaciones con la tibieza. Y, mucho menos, con miedo a malas consecuencias. Los mártires, los nuestros, nunca miraron eso y actuaron como debían.

 

Pues eso.

 

El que esto escribe sabe perfectamente que es un creyente sencillo, del común, bastante simple y que no tiene muchas luces teológicas. Pero tal sencillez y tal simpleza la impelen, claro está, a preguntarse. Otra forma no hay de aprender.

 

Desde que el que fuera Arzobispo de Buenos Aires fuera elegido para ocupar la silla de Pedro no se ha dejado, por parte de muchos, de sembrar cizaña al respecto del papel que iba a desempeñar el Santo Padre en la Iglesia católica. Y apareció, por entonces, el término “primavera eclesial” que no quería decir que el Papa fuera un “primavera” (por alelado o algo así) sino que una estación espiritual nueva había llegado a la Esposa de Cristo. El caso es que hemos ido pudiendo ver que la cosa no ha llegado a tanto (al menos por ahora) y que los “primaveras” han sido muchos que, dándose cuenta de lo que ha pasado, andan diciendo que este Papa, en realidad, no era como parecía que era.

 

Pero hay señales que siembran dudas.

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5.11.14

Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe - Una fe tibia

La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

 

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

 

Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

 

¿Son, pues, otros tiempos?

 

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

 

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

 

El caso es que, como es lógico, las cosas han cambiado mucho, para el ser humano, desde que Jesús dijera aquellas palabras u otras de las que pronunció y quedaron para la historia del creyente católico como Palabra de Dios.  Por eso no es del todo extraño que se pueda lanzar la pregunta acerca de si estos son otros tiempos pero, sobre todo, que qué suponen los mismo para el sentido primordial de nuestra fe católica.

 

Por ejemplo, si de la jerarquía eclesiástica católica se dice esto:

 

Por ejemplo, de la jerarquía eclesiástica se dice:

Que le asusta la teología feminista.

Que es involucionista.

Que apoya a los sectores más reaccionarios de la sociedad.

Que participa en manifestaciones de derechas.

Que siempre ataca a los teólogos llamados progres.

Que deslegitima el régimen democrático español.

Que no se “abre” al pueblo cristiano.

Que se encierra en su torre de oro.

Que no se moderniza.

Que no “dialoga” con los sectores progresistas de la sociedad.

Que juega a hacer política.

Que no sabe estar callada.

Que no ve con los ojos del siglo XXI.

Que constituye un partido fundamentalista.

Que está politizada.

Que ha iniciado una nueva cruzada.

Que cada vez está más radicalizada.

Que es reaccionaria.

Y, en general, que es de lo peor que existe.

 

Lo mismo, exactamente lo mismo, puede decirse que se sostiene sobre la fe católica y sobre el sentido que tiene la misma pues, como los tiempos han cambiado mucho desde que Jesús entregó las llaves de la Iglesia que fundó a Pedro no es menos cierto, eso se sostiene, que también debería cambiar la Esposa de Cristo.

 

Además, no podemos olvidar el daño terrible que ha hecho el modernismo en el corazón de muchos creyentes católicos.

 

Por tanto, volvemos a hacer la pregunta: ¿son, estos, otros tiempos para la Iglesia católica?

 

“Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe"- Una fe tibia.

 

Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente!  Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”.

 

Estas palabras, que las recoge el Apocalipsis (3, 15-16) deberían resonar en nuestros corazones como una alarma o como un aviso. No se trata de sembrar el pánico entre los hijos de Dios pero si el Creador dice eso es porque, seguramente, sabe que muchas veces actuamos de una forma tibia. Y es que nada, al respecto, diría, si siempre fuéramos “fríos” (contrarios a  Dios) o “calientes” (totalmente a favor de Dios sin concesión alguna).

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4.11.14

Un amigo de Lolo – Decálogo del sufrimiento: corazón que sufre y cree.

Presentación

Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Octavo precepto del decálogo del enfermo:

“No defiende una muralla lo que aguanta un corazón que cree”.

 

Lolo

Ciertamente, en muchas ocasiones no somos conscientes de lo que supone creer (en el sentido sobrenatural del término). Tener fe es algo más que poner la confianza en Quien la merece (aunque eso sea) y lo es porque viene a ser como construir sobre lo que es fuerte y es quicio, sobre aquello que nos sostiene en nuestro caminar y sobre lo que el mundo no entiende ni quiere entender.

El caso es que nosotros, los sufridores por amor a Dios y por amor a nuestro prójimo, estamos en disposición de sostener, ante quien sea, que tenemos un instrumento tan importante contra lo que pueda acaecernos en el mal sentido y la mala vivencia que no hay quien pueda con él. Y es que la fe es, por tener su objetivo en Dios, una luz, del mundo y nuestra.

Creer, por tanto, supone tener un sustento seguro, una forma de dar consistencia a un existir, muchas veces, corroído por las más diversas polillas y robado por las tentaciones del mundo.

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3.11.14

"Dies natalis" de Manuel Lozano Garrido, Lolo – Poema-Oración

 

      Orar                                                                 

No  sé cómo me llamo…

Tú lo sabes, Señor.

Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre 
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud. 

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso. 

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador. 

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración“es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

 

Serie Oraciones – Invocaciones: Dies natilis de Lolo – Poema-Oración

Dies Natalis del beato Lolo

El libro de Manuel Lozano Garrido titulado Surtidor del alma (Poemario) incluye una poema de título “Presencia” del que muy bien podemos valernos a modo de oración: 

“Tú en el tajo crucial de mi camino

y en la verde enramada de mi acento.

Tú en el chorro sin fin de mi contento

y en la luz cenital de mi destino.

Tú, Señor, en el ir sin mí, sin tino,

siempre al aire la flor del sentimiento.

Y también Tú, Señor, en este lento

rodar, duro modismo de mi sino,

caminando sin sol y en noche umbría

tras de un cándido sueño amurallado

por una imponderable lejanía.

Aquí estás, Tú Señor, siempre a mi lado

haciendo, por tu amor, de mi agonía

milagroso rosal iluminado.”

Cuando un ser humano pasa por malos momentos porque está sufriendo una enfermedad o siente las asechanzas de las tentaciones que el Mal le presenta, necesita refugio. Es decir, tiene necesidad de encontrar dónde buscar alivio, donde saber que su situación tiene un límite que se encuentra en el Amor.

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1.11.14

La Palabra del Domingo - 2 de noviembre de 2014

 Biblia

Jn 14, 1-6

 

“1 ‘No se turbe vuestro corazón.  Creéis en Dios: creed también en mí.

2 En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;  si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. 3        Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo,  para que donde esté yo  estéis también vosotros. 4 Y adonde yo voy sabéis el camino.’

5 Le dice Tomás: ‘Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ 6     Le dice Jesús: ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.  Nadie va al Padre sino por mí’”. 

MEDITACIÓN

 

Camino, Verdad y Vida

 

1.-El día de la celebración de lo que sería la Última Cena, Jesús habló a sus discípulos de una forma directa, incluso, muchas veces, dura (según la visión  humana). Inmediatamente antes de decir que no podía turbárseles el corazón, recoge san Juan la siguiente conversación (Jn 13,34-38):

 

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. 35 En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.”  Simón Pedro le dice: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.”

 

Pedro le dice: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Le responde Jesús: “¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”.

 

2.-Por eso les dice que no debía turbárseles el corazón ya que, por lo dicho por el Maestro, no parecía que les esperase un futuro inmediato demasiado bueno.

 

3.-La esperanza escatológica, de lo último, de lo porvenir, de la vida eterna, la siembra Jesús, diciéndoles que si habían creído en Dios, también debía creer en Él porque, al fin y al cabo, era el Enviado, el Ungido, del Padre.

 

4.-Tal creencia no debía ser, sin embargo, ciega, sino basada en la vida que habían podido vivir con Jesús. En aquellos años habían podido ver cómo actuaba Jesús, que iba a ser Cristo, y tal forma de proceder, ya debería de haberles hecho entender que su divinidad podía garantizarles que lo que les decía era, simplemente, verdad.

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¿Queremos ser santos?

 Cuando llega un día tan señalado, espiritual y litúrgicamente hablando como es el primero de noviembre, siempre recordamos, porque lo merecen, a todos nuestros hermanos en la fe a los que se les ha otorgado el título de “santo” porque lo fueron en vida y porque, tras la muerte, se ha podido demostrar la intervención, la suya, en la solución de determinado problema humano. Decimos, entonces, que se cumplen los requisitos para que un creyente católico sea santo y, en efecto, se le inscribe en el Libro a tal menester creado.

 

Santos, a lo largo de historia, ha habido muchos. No hay más que leer cualquier calendario debidamente preparado (no los mundanos, precisamente) para darnos cuenta que cada día hay muchas personas a las que se les ha considerado tales y podemos recordarlos a fin de servir, además, de ejemplo para nosotros. Y es que se santo, como puede verse, no es imposible.

 

Sin embargo… ¿de verdad queremos ser santos?

 

San Josemaría, en sus “Conversaciones” aporta ciertas pistas acerca de qué significa ser santos. Nos dice, en el número 62 de tal libro esto:

 

“Querer alcanzar la santidad —a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras vivamos— significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra”.

 

Y luego, en el número 856 de “Forja”, esto otro:

 

“La santidad —cuando es verdadera— se desborda del vaso, para llenar otros corazones, otras almas, de esa sobreabundancia.

Los hijos de Dios nos santificamos, santificando. ¿Cunde a tu alrededor la vida cristiana? Piénsalo a diario.”

 

Algo, pues, sabemos sobre lo que significa la santidad, sobre lo que es ser santo.

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30.10.14

Libro: “Vida después de la muerte – Escatología sencilla”, de Eleuterio Fernández

Portada de libro

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 157

Precio aprox.: 6 € papel – 1 € Libro electrónico 

ISBN: 5800106392970

Año edición: 2014

Lo puedes adquirir en Lulu

Vida después de la muerte – Escatología sencilla, de Eleuterio Fernández Guzmán

Traemos aquí la Conclusión de este libro pues hace un repaso al contenido del mismo. Y dice lo que sigue:

“Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?”

Mt 16, 26

Después de este recorrido por una realidad muchas veces preterida, hemos llegado al final del mismo. Es bien cierto que lo aquí traído es, apenas, un apunte sobre lo que es crucial para el ser humano creyente católico (y para el resto también por más que se desconozca o se pretenda ignorar conociéndolo). Sin embargo, es más que probable que haya hecho abrir los ojos a quien los tuviera cerrados porque no se los habían abierto hasta ahora. Pero también es verdad que a otros lectores les parecerá de lo más normal que se hable y proclame, a los cuatro vientos, que estamos salvados y que la salvación no es que sea posible sino que es tan cierta como la luz del día.

Sin embargo, no es menos cierto que la salvación, además de haberla donado Dios, es necesario sea ganada por cada cual. Al menos quien sepa que eso es así no puede (digamos no debe) acudir al expediente de tener por no puesta una verdad tan importante como es aquella que dice, y estamos con San Agustín, que “Quien no te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

En cierto modo (y en el caso de los creyentes católicos en todo el modo posible) somos nosotros mismos los que nos pondremos ante el Tribunal de Dios de una forma o de otra. Y no todo será igual ni ha sido lo mismo para aquellos que ya han pasado por sus espirituales salas donde se ve lo bueno y lo malo y donde no todo ha sido ni ha dado igual en la vida ni todo lo que se ha hecho ha tenido las mismas consecuencias de cara a la sentencia final.

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29.10.14

Serie “Reflexiones acerca del sentido de nuestra fe" - Presentación: “Estos son otros tiempos”

La expresión “Estos son otros tiempos” se utiliza mucho referida a la Iglesia católica. No sin error por parte de quien así lo hace. Sin embargo se argumenta, a partir de ella, acerca de la poca adaptación de la Esposa de Cristo a eso, a los tiempos que corren o, como dirían antiguamente, al “siglo”.

 

En realidad siempre son otros tiempos porque el hombre, creación de Dios, no se quedó parado ni siquiera cuando fue expulsado del Paraíso. Es más, entonces empezó a caminar, como desterrado, y aun no lo ha dejado de hacer ni lo dejará hasta que descanse en Dios y habite las praderas de su definitivo Reino.

 Sin embargo, nos referimos a tal expresión en materia de nuestra fe católica.

 

¿Son, pues, otros tiempos?

 

Antes de seguir decimos que Jesús, ante la dificultad que presentaba la pesca para sus más allegados discípulos, les mostró su confianza en una labor gratificada diciéndoles (Lc 5,4)

 

 ‘Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.’

 

Quería decirles Jesús que, a pesar de la situación por la que estaban pasando siempre había posibilidad de mejorar y que confiar en Dios era un remedio ciertamente bueno ante la misma.

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28.10.14

Un amigo de Lolo – Decálogo del sufrimiento – Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

 Lolo

 

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Por otra parte, vamos a traer aquí, durante 10 semanas, con la ayuda de Dios, el llamado “Decálogo del enfermo” que Lolo escribió para conformación y consuelo de quien sufra.

Séptimo precepto del decálogo del enfermo:

“Toma la vida, llora pensando que te la arrancan y, si así y todo, me la ofreces por amor, seguro que eres de los míos”.

 

Ofrecer, por amor, el sufrimiento a Cristo

Lolo

 Podemos llegar a sufrir mucho. Y es que la vida, la que humanamente llevamos y nos lleva hacia el definitivo Reino de Dios, no siempre es fácil. Es más, muchas personas pueden atestiguar que las más de las veces es muy difícil de sobrellevar.

El sufrimiento, además, tiene la peculiaridad de hacer daño, y sangre, del árbol caído. Es decir, que a más dolor, mayor es lo que debemos soportar si no tenemos conciencia de que puede significar, espiritualmente, llevar las cosas por el camino correcto y recto de aceptación.

De todas formas, aún sabiendo que sufrimos y que no pocas veces somos nosotros mismos los que provocamos el sufrimiento, no por eso podemos desistir y venirnos abajo sin presentar batalla al Mal que nos acecha y, ¡ay!, tantas veces nos vence.

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