1.03.18

Meditaciones de Cuaresma – Bendigamos a Dios por la Cuaresma

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Bendito seas, Padre del Cielo y Tierra,

por haber querido para tus hijos

el mejor amor y más sentido,

la Luz que iluminara

hacia tu Casa,

el camino.

 

Bendito seas, Dios Todopoderoso y Eterno,

por no arrepentirte ni olvidarte

de tu promesa de enviar

al Salvador,

a Quien transformara lo malo en bueno.

 

Bendito seas, Dios nuestro de cada día,

Pan, alimento divino que nos llena el alma,

por haber perdonado tantas veces

a quien creaste,

gracias por querer, para nosotros,

lo que es para Ti la vida eterna.

 

Bendito seas, Eterno Bien,

por ofrecernos un Camino,

una Verdad, una Vida,

y hacer que en Cuaresma

todo tenga tu exacta medida.

 

Bendito seas, Creador nuestro,

por mostrarnos en tu Hijo

el más perfecto ejemplo

de cumplir tu voluntad,

de no equivocar el camino,

ni olvidarse ni errar.

 

Bendito seas, Luz del mundo,

amanecer en la tiniebla,

corazón tierno y perdonador,

por dejarnos, otra vez,

darle vueltas a una muerte

que tanto nos hizo bien,

y enviarnos tu aliento santo

con tanta dulzura y amor.

 

Bendito seas, Abba querido,

como diría tu Hijo Cristo

que en este tiempo de Cuaresma

ya habría padecido

asechanzas del malvado y taimado

Enemigo,

Aquel, que advirtiendo de su final previsto,

quiso que diéramos con la respuesta

a nuestra duda en la espera,

que nos amó como hermanos,

herederos de la herencia,

y quiso, para nosotros,

vida, luz y no quimera.

 

Bendito seas, Padre Bueno y Misericordioso,

por permitir que podamos,

en este tiempo de Cuaresma,

pedir perdón por los errores,

los fallos y los pecados,

por dejarnos tan limpios

como recién bautizados,

y gracias por mirarnos

con Amor que sustituye

lo malo que hacemos nosotros

por lo bueno que de Ti viene

y que es fuente de corazón

de quien confianza en Ti tiene.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

Para entrar en la Liga de Defensa Católica

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Panecillo de hoy:

Tiempo de espera y de esperanza es la Cuaresma.

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28.02.18

Meditaciones de Cuaresma – Meditación sobre la muerte

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Se diga lo que se diga y se quiera lo que se quiera entender a tal respecto, este tiempo de Cuaresma lo es de muerte. Y lo es porque debe comenzar con la muerte de lo viejo, de lo pecaminoso, de lo que nos sobra y debe terminar con la muerte (luego, sí, resurrección) del Hijo de Dios.

 

No son, sin embargo, dos muertes iguales:

 

Muerte del pecado

 

En este tiempo espiritual, que llamamos fuerte porque es intenso y llega al fondo del alma, hay una muerte, la del pecado, que debemos tener presente en nuestra vida. Y la debemos tener presente porque supone, para nosotros los discípulos de Cristo, una tabla de salvación que nunca debería ser olvidada. 

Nosotros, que nos sabemos pecadores, estamos seguros de que la muerte del pecado, en nuestro corazón y en nuestra vida, resulta de todo punto esencial para una vivencia completa de lo que supone la filiación divina. Y es que Dios, que es nuestro Creador y nuestro Padre, quiere unos hijos alejados, lo más posible, de la maligna influencia de Satanás y de sus provocaciones, trampas y asechanzas. 

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27.02.18

Meditaciones de Cuaresma – Huir del pecado

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Seguramente Dios podía haber hecho las cosas de otra manera. Es más, si hubiera querido la historia del ser humano habría sido de otra manera. Pero quiso que fuera así y, a tal respecto, nada podemos (ni queremos) hacer. Su santa Voluntad ha de prevalecer sobre nuestros más que reconocibles egoísmos.

Desde que nuestros primeros padres Adán y Eva quisieron ser como Dios muchas cosas cambiaron para la humanidad que debía venir tras ellos. Queremos decir que, cuando pecaron hicieron mucho daño a la creatura que Dios había sacado de su corazón y había puesto en el Paraíso. Y, como tal, aquel daño iba a ser irreversible aunque, al menos, tendría el hombre el consuelo de, primero ignorar y luego saber, que, cuando Dios quisiera, iba a enviar al Mesías para que muchos comportamientos cambiaran y muchos corazones vinieran a ser de carne.

Pero, para eso, aun faltaba mucho tiempo. Mientras tanto el ser humano debía cargar con un peso nada liviano: el pecado y la muerte.

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25.02.18

Meditaciones de Cuaresma – Tiempo de salvación eterna

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”El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.” (Jn 6, 54)

 

Bien podemos decir que el tiempo de Cuaresma es uno que lo es de salvación eterna. Y también podemos decir que todo tiene que ver con lo hecho y dicho en la Cena, la Última.

Es bien cierto que aquella Última Cena que el Señor mantuvo, entre otros, con sus Apóstoles, fue muy especial. Es decir, no se trataba, sólo, de rememorar la Pascua en la que Dios pasó y salvó a su pueblo sino de empezar algo nuevo. Sería como el pacto nuevo que Dios iba a establecer con el hombre, semejanza suya, a través de su Hijo Jesucristo.

Las palabras, a este respecto, de Jesucristo hay que tomarlas como las dice. Es decir, no hace falta elucubrar nada ni imaginar mucho más allá de lo que ellas dicen. Y este texto del Evangelio de San Juan (aquel joven Apóstol que recostó su cabeza en el pecho del Señor en aquella Cena) abundan en lo que nos interesa mucho saber.

Jesucristo, por tanto, dice que es posible salvarse para siempre…pero pone una condición. Es decir, si nadie ha podido sostener que ser discípulo de Cristo sea fácil si se quiere ser con todas las consecuencias, menos aún iba a ser el mismo Mesías el que hiciera como que no era importante lo que hacía. Y lo era por las consecuencias que tenía lo que hacía.

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24.02.18

La Palabra del Domingo - 25 de febrero de 2018

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Mc 9, 2-10

 

2 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, 3 y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de  blanquearlos de ese modo. 4 Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. 5 Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: ‘Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti,  otra para Moisés y otra para Elías’; 6 - pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados -. 7 Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: ‘Este es mi Hijo amado,  escuchadle.’ 8 Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. 9 Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara  de entre los muertos. 10        Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de ‘resucitar de entre los muertos.’”

COMENTARIO

 

Es necesario escuchar a Cristo

 

Jesús era conocedor de la especial dificultad que existía en el hecho de que sus discípulos comprendiesen su ministerio y que fuesen capaces de entender aquello que les decía pues, como es sabido, no eran letrados ni personas formadas intelectualmente, o, al menos, con una gran formación.

Por eso, además de las parábolas como forma de explicarse, forma que hacía más fácil la comprensión a base de ejemplos tomados de la vida ordinaria, tan dada a la analogía, se veía obligado a recurrir a ciertos momentos en los que lo que sucedía impelía a una rápida fijación en el corazón de aquello que acontecía. Por esto les hablo en parábolas, porque miran y no ven, escuchan y no oyen ni entienden (Mt 13,13) respondió a la pregunta de sus discípulos de porqué les hablas en parábolas (Mt 13,10).


Como pasará más tarde con los mismos, en Gethsemaní, el Mesías encamina a tres discípulos suyos, a saber, Santiago y Juan, los Zebedeos o “hijos del trueno” (nombre con los que los bautizó, con un innegable sentido del humor) y Pedro (la piedra sobre la que edificaría su Iglesia) y los lleva a un monte. Porque la montaña, o aquel, a lo largo de las Sagradas Escrituras, tuvo y tiene una importancia propia y característica. En Ex 3,1, por hablar del Antiguo Testamento, se habla del monte de Dios, el Horeb, o cuando Dios indica a Moisés donde ha de adorar a Dios, es decir adoraréis a Dios sobre este monte (Ex 3, 12), así como todas las veces que se nombra ese monte de Dios en esta parte del Pentateuco; o, como indica el Salmo 125,2 Jerusalén está rodeada de montes; así rodea el Señor a su pueblo desde ahora y por siempre, de donde podemos deducir una capacidad de defensa frente a las afrentas de los enemigos, y equiparar nuestra vida a la Jerusalén terrestre que, al verse atacada por las acechanzas del maligno, se siente protegida de esa forma.

De aquí que entiendo que este accidente del terreno es algo más que una mera elevación del mismo. Que ese espacio, donde Abraham se encontró con Dios, donde Moisés recibió de Dios la Ley que nos transmitiría por generaciones sin término para que fuera cumplida su voluntad…que contenía esas tablas tan conocidas y nombradas; que ese espacio, digo, ha de ser muy especial para Dios.

Y en el monte, también, se transfiguró.

Este episodio, característico de la divinidad de Jesús, y que refleja su conexión con el Antiguo Testamento, determina una imagen ejemplo de pureza y amor de Dios, porque, ¿qué es esa blancura que salió de sus vestidos y, por lo tanto, de su cuerpo, pues desde dentro emergía? El texto dice que sus vestidos se volvieron resplandecientes. Y aquí, Marcos, también hace uso de un lenguaje que es similar al de Cristo: utiliza un hecho de lo cotidiano para que, el oyente, entienda qué nivel de luz despedía Jesús; es decir, al igual que este, con sus parábolas, facilita la comprensión (como he dicho antes), el evangelista, al decir lo del batanero, da a entender que nadie podía igualarse, en luz que sólo podía venir de Dios, en ese instante, ni nunca, a lo que los ojos de los tres discípulos, estaban viendo.

Pero como esto podía no ser suficiente, pues bien podían haber pensado aquellos tres que miraban, que podía tratarse de algún reflejo de la luz del sol, entran en escena estos dos personajes del Antiguo Testamento que, al igual que Jesús, pero menos, como hombres que sólo eran, también eran profetas. Pero no dos profetas cualesquiera. Eran Moisés y Elías.

De estos personajes tan importantes para la historia del hombre en la tierra no cabe que digamos nada, pues ya se ha escrito, y se escribirá mucho y mucho mejor de lo que , desde aquí, podamos decir. Sin embargo sí recordar, sólo, que el primero de ellos condujo a su pueblo por el desierto, como Jesús se había conducido tras su bautismo y que, el segundo era, creo yo, el que según Jesús mismo, ya había vuelto pero sus contemporáneos no habían querido ver. ¿Era, para el Mesías, el espíritu de Elías el que representaba Juan, el Bautista? Así ha de ser, pues de lo contrario no habría dicho Jesús que si queréis admitirlo, él es Elías, el que había de venir (Mt 11,14).

Pero no sólo se aparecieron junto a Jesús. Además conversaban con Jesús. Y esta conversación bien podría referirse al inmediato futuro de Cristo: su pasión y muerte. Seguramente, porque sabedores de lo que iba a suceder, querían, ¡y necesitaban!, darle ánimo, reconfortarlo, en cierta forma. El caso es que el Enviado, el Jristós griego, se hace ayudar por aquellos que le esperaban para que aquellos que estaban presentes con Él, fuesen capaces de entender que iba a ser perseguido, maltratado, lacerado y humillado más tarde.

Entre aquellos tres discípulos Pedro es la piedra, y la piedra está muy pegada al suelo, al camino que vamos pisando en nuestro deambular por la vida.

Y por esto, la sugerencia que le hace al Maestro, que disfrutaba de aquella  conversación y que, con ella, daba fundamento a su existir, no deja de ser otra cosa que expresión de una mundanidad, de un apego a la tierra, de un estar entre hombres. Porque Pedro quería quedarse allí, no quería volver al duro esfuerzo de transmitir que el Reino de Dios ya había llegado, se negaba a ser, otra vez, ser que comunica la Verdad.

Esto, como en tantas otras ocasiones, tendría que suponer, para nosotros, un aviso ante la opción que tomamos en nuestra vida: ¿ante la posibilidad de difundir la Palabra de Dios, permanecemos, solitarios en nuestra mismidad, disfrutando de su delicia o, por el contrario, hacemos uso de nuestros talentos para que los demás conozcan nuestro conocimiento, que hemos encontrado a Dios en una sílaba o en un texto?

Bien podemos hacer como Pedro que, ante aquella visión de la maravilla de Dios, opta por el gozo que esto suponía, atendiendo las necesidades de los que conversaban (Elías, Moisés y Jesús) pero sin pretender bajar contar lo sucedido siendo, así, difusores de un hecho que confirmaría lo dicho por el Mesías. Porque, además, así lo recomendaría Jesús instantes después. Sin embargo, Pedro, independientemente de lo que dijese el Mesías no quería irse de allí. Era esa su voluntad expresa.

Y ¿qué podemos pensar ante esta actitud de Cefas? - me refiero a la actitud de quedarse a admirar lo sucedido y no a lo de no decir nada a nadie de lo que vio -  Cabe, de principio, la disculpa, hombre como era y que, como nosotros, soñaba con ese mundo en el que la cruz, aún no conocida, sólo fuera una posibilidad a tener en cuenta pero no palpable. El evangelio de Lucas, y traigo aquí a colación lo que Giovanni Papini dice en su libro sobre la vida de Cristo, trata de poner coto a la opinión de quienes, inmisericordes, pudieran atacar a Pedro.  Dice Lucas que, como para disculpar a Pedro, no sabía lo que se decía, sin saber lo que decía, dice, exactamente, este evangelista en 9, 33 que viene a ser algo parecido a lo que dice Marcos (pues no sabía qué responder) que centra su atención en el temor que tenían los discípulos que contemplan tal hecho.

Por otra parte, y abundando en esto, también cabe elegir entre el mundo y Dios. Jesús, como siempre, también nos da respuesta a esta grave inquisición. El evangelista más joven, Juan, a quien Jesús amaba, en el capítulo 17 versículo 15 de su evangelio, al decir que  no te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno nos indica que estamos en este mundo, como es obvio y evidente, pero que la preservación del pecado, su evitación, es más importante que el hecho de sentirse aislado del lugar donde vivimos ya que no debemos evitar aquello que Dios nos ha dado. Esto sería como rechazar su liberalidad y su misericordia.

Al igual que Gabriel dijera a María sobre que el Espíritu Santo la cubriría con su sombra, este texto evangélico de Marcos también recoge esta expresión: una nube que los cubrió con su sombra. Y lo mismo que, en el caso de Miriam (María) Dios iluminó su vida con su semilla de amor y la más alta gracia, en este momento donde conversan los profetas deja dicha su Palabra. Y es una palabra muy similar, si no igual, a la que pronunciara en el bautismo de Jesús: que Él era su Hijo  amado, que teníamos que escucharle. Es decir, primero dice quien es, para certificar la importancia de su persona y, después, sólo después, hace una recomendación destacable: hay que escuchar la voz de Jesús.

Consecuentes, como hemos de ser, a nuestro amor a Dios, no podemos dejar de hacer otra cosa. Quien me ha visto a mi ha visto al Padre (Jn 14,9) dice el Mesías en un momento de su vida, ante la insistencia de Felipe de que les mostrara al Padre. Y “visto” incluye el “oído”, oír, escuchar, estar atento a su Palabra porque, al fin y al cabo, no deja de ser la Palabra de Dios, como lo es.

Y con esto finaliza esta percepción que Santiago, Juan y Pedro tienen en compañía de Jesús, o llevados por Jesús.

Este propiciar el encuentro es otra instantánea de la vida del Mesías a destacar. En su misión provocó que, mediando Él mismo, la relación con lo sobrenatural estuviera al alcance de sus contemporáneos y, desde entonces, de todos nosotros. Lo que podemos entender o comprender de ese encuentro quizá, o sin quizá, es cosa nuestra, dejado a nuestra libre elección: mejor comprensión de lo divino y aplicación a lo humano, a nuestra existencia diaria, o, por otra parte, olvido por miedo a la responsabilidad que de su puesta en práctica derivaría para nosotros.

Pero como esto pudiera no parecer suficiente para los discípulos, y como ellos irían hablando, monte abajo, sin duda, de lo que había sucedido, Jesús se vio obligado a hacerles una advertencia: no hablar, a nadie, de este hecho, hasta que él, Hijo del hombre, resucitara de entre los muertos.

Bien podemos suponer que si la transfiguración había producido el lógico estupor en los que la vieron, el que Jesús hablara de la resurrección de entre los muertos ya sería el colmo de lo enigmático. Aún no podían entender esta expresión ni ser capaces, tampoco, de transmitir a nadie lo visto. De aquí aquello de prohibición de comunicar eso tan sobrenatural como era que dos profetas se aparecieran para hablar con Jesús y que, por si esto ya fuera poco, el mismo Dios les dirigiera la palabra, su Palabra.

Si no estaban preparados para comprender esto, mucho menos para dar testimonio fiel y adecuado del significado que tenía. Por eso yo creo que Jesús no les permitió, cosa que hicieron, hablar de ello hasta cuando, tras comprobar que, efectivamente, había vuelto del mundo de los difuntos, ese misterioso acto que habían contemplado, tuviera total sentido para ellos y para todos.

  

PRECES

 

Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren escuchar a Cristo.

Roguemos al Señor.

Pidamos a Dios por todos aquellos que no creen en la resurrección de los muertos.

Roguemos al Señor.

  

ORACIÓN

 

Padre Dios; ayúdanos a escuchar a tu Hijo y a hacer lo que Él nos diga.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

 

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

Dios, que no habla en balde, nos dice que tengamos en cuenta  a su Hijo en nuestra vida. 

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Meditaciones de Cuaresma - Tiempo de esperanza

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Aquellos creyentes católicos que tenemos fe en Dios Todopoderoso (y la tenemos porque ha dado muestras más que suficientes para una tal verdad) sabemos que hay, por decirlo así, dos esperanzas fundamentales en nuestro itinerario espiritual.

Con esto queremos decir que existe la esperanza que se manifiesta en Adviento y la que hace lo propio en Cuaresma.

Ciertamente, cualquiera podría decir que se trata de dos momentos espirituales bien distintos. Y eso es totalmente cierto. Sin embargo, no podemos negar que, siendo el sujeto activo la misma persona (en este caso Dios hecho hombre) ha de ser verdad que la esperanza ha de tener mucha relación o, lo que es lo mismo, que se trata de la misma gozosa y esperada esperanza.

Sí, Jesucristo es el tal sujeto activo del que hablamos antes. Y es que tanto en el tiempo de Adviento como el de Cuaresma es el Hijo de Dios a quien se refiere nuestra fe: en el primer caso, esperamos que nazca la esperanza del mundo; en el segundo caso, la esperanza ya no cifra, claro, en el nacimiento y venida al siglo sino al nacimiento a la vida eterna tras la muerte de Aquel que vino a darlo todo por sus hermanos los hombres.

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23.02.18

Meditaciones de Cuaresma - Tiempo de silencio y reflexión

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Tantas veces se ha dicho y escuchado que el silencio es muy importante en materia de vida espiritual que es posible que no acabemos de asimilar una verdad tan grande como ésa.  Y, junto al silencio, la correspondiente reflexión acerca de lo que la meditación nos lleve a tener por bueno y mejor según nuestra fe católica.

Podemos decir, por tanto que silencio y reflexión deben ser los apoyos fundamentales que tengamos en el tiempo de Cuaresma porque ambas formas de actuar nos acercan a Dios.

De todas formas, no debemos dejarnos vencer por el llamado “demonio mudo” que nos lleva a no pronunciarnos acerca de nuestra fe y, en fin, nos induce a estar de acuerdo con el mundo. No. Aquí nos referimos a otro tiempo de silencio.

Es bien cierto que esto, el silencio, no es algo que debamos practicar (y que es una buena práctica espiritual) sólo en el tiempo especial que abarcar desde el miércoles ceniza hasta que llega la Semana de Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, ahora mismo resulta fundamental acercarnos a Dios a través de esto que, no lo podemos negar, puede ser, es, una técnica espiritual a la que no siempre estamos dispuestos a dar paso en nuestro corazón.

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21.02.18

Meditaciones de Cuaresma - Saber encontrar la Cruz

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Aquellos que no creen en Dios Todopoderoso y, menos aún, en su Hijo Jesucristo, cuando alguien le habla de la Cruz es más que posible que esboce (siendo generoso por su parte según están las cosas hoy día) una sonrisa y, a modo de aquello que le pasó a San Pablo cuando habló en el Areópago de Atenas sobre la resurrección, diga que ya le hablaremos de eso otro día (cf Hch 17, 32).

También sabemos que la Cruz, para algunos, era necedad y, para otros, cosa absurda…

Pero eso, como bien podemos imaginar, no puede pasar con aquellos que se saben hijos de Dios y, por tanto, creen en el poder de Quien todo lo ha creado y mantiene y, también,  creen en la venida al mundo de su Hijo y en lo que luego sabemos lo que pasó.

El caso es que la Cruz no es un tema sobre el que podamos argumentar que es poca cosa. Y es que es, muy al contrario, lo más importante que podemos echarnos al corazón y, desde allí, a nuestro quehacer diario.

En realidad, la Cruz es símbolo pero también es realidad que nunca debemos olvidar. Por eso debemos encontrarla si es que queremos ser fieles a nuestra fe católica.

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Meditaciones de Cuaresma - Saber perdonar; pedir perdón

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Que Cristo supo perdonar, a lo largo de su vida, las muchas afrentas (las que conocemos son de su llamada vida pública) que le hicieron y las trampas que le tendieron sus perseguidores, es algo que damos por cierto y verdad. Y es que, de no haber sido así, seguramente le habría salido alguna úlcera por soportar todo aquello sin perdonarlo.

El perdón y su origen, el saber perdonar, no es cosa baladí sino algo que procura, a quien lo ejercite, una tranquilidad espiritual que sólo puede tener buenas consecuencias.

En Cuaresma (¡también aquí, más aquí y ahora!) debemos saber perdonar y, también, debemos pedir perdón. Y es que, como es obvio, no es lo mismo una cosa que la otra.

A nosotros pedir perdón nos cuesta. Debemos reconocer que somos muy soberbios la mayoría de las veces y que no estamos muy dispuestos a reconocer que nos hemos equivocado. Sin embargo, es muy sano, espiritualmente hablando, darnos cuenta de eso y, acto seguido, ejercitar el pedir perdón como un ejercicio de sanación interior, personal e intransferible.

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19.02.18

Meditaciones de Cuaresma - Valores de Cuaresma: servicio; servir.

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En un momento determinado de su predicación, que recoge San Lucas en 22, 25-27, el Hijo de Dios dice esto:

Él les dijo: ‘Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’”. 

El caso es que cuando Jesús hablaba, y así lo recogen las Sagradas Escrituras, lo hacía de forma que la misión que tenía encomendada (cumplir la Ley de Dios y, sobre todo, el mandato más importante que es el del amor) llegase el corazón de aquellos que le escuchaban.

Jesús sabe que el ser humano es como es y que, en cuanto tiene poder sobre otras personas, tiene la tendencia a abusar del mismo. Si bien ahora mismo, en este siglo XXI, es posible que eso se hay atemperado, en tiempos del Hijo de Dios era propio de quien gobernaba abusar. Es más, Jesús nos dice que quien ejerce el poder obliga a ser llamado, además, “Bienhechor” como si fuera algo divino o, en fin, mandato de Dios mismo.

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