La Palabra del Domingo - 18 de enero de 2009. "... y se quedaron con Él"
Jn 1,35-42. Vieron dónde vivía y se quedaron con él.
35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios.”
37 Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38 Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: “¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Rabbí - que quiere decir, “Maestro” - ¿dónde vives?”
39 Les respondió: “Venid y lo veréis.” Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima.
40 Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús.
41 Este se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” - que quiere decir, Cristo.
42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas” - que quiere decir, “Piedra".
MEDITACIÓN
Jesús nos busca a cada uno de nosotros
1.-Tan sólo han transcurrido dos días desde que Juan bautizó a Jesús (Primer Domingo del Tiempo Ordinario) y ya encontramos al Mesías en busca de sus discípulos.
Antes de continuar me gustaría decir que muchos quizá piensen que el tiempo ordinario es uno que lo es, o parece, neutro, es decir, no dotado de “acontecimientos importantes” (como la pascua, el adviento, etc). Esto le acarrea un sentido no excesivamente atrayente. Sin embargo, un tiempo litúrgico que comienza con el bautismo de Jesús (sacramento que, recordemos, nos “introduce” en la vida cristiana) no es nada “neutro” sino, más bien, un espacio temporal en el que no se ha de bajar la guardia de la fe. Es, además, un tiempo para crecer espiritualmente pues su extensión temporal favorece la recepción pausada de la Palabra.
Una vez hecho este pequeño paréntesis en el tema de hoy, sigamos diciendo que Jesús sabe a quien tiene que buscar o, al menos, sabe a quien tiene que aceptar. Es Jesús el que llama y los demás los que podemos oír su llamada o mirar para otro lado como si no pasase cerca de nosotros. Para esto, sobre todo para esto, disponemos de la libertad, ese bien que Dios nos da.
2.-Juan, que seguramente había leído muchas veces al profeta Isaías, sabía que el decir Cordero de Dios no era expresión genuinamente suya. Isaías, al que tanto debemos desde que sabemos lo que quería decir y el que, como los buenos vinos, gana con los siglos, que no ha perdido actualidad en lo que dice porque la Palabra de Dios no pasa ni pasará nunca al olvido, ya profetizó que como un cordero al degüello era llevado (Is 53,7).
Sin embargo, si bien el sentido último de ambas expresiones puede ser el mismo, entiendo que Juan, el Bautista, se refiere a la mansedumbre de Jesús, como es la del cordero y no al aspecto sacrificial que luego supondría la vida del Maestro; mansedumbre poco comprendida por sus contemporáneos, quienes esperan, como es sabido, un Mesías victorioso y casi sanguinario y no dado a tantas “comprensiones y perdones”.
Pero Juan, conocedor desde que estaba en el vientre de Isabel, su madre, de cual era su labor en la vida, ya sabía que “detrás de mí viene uno que es superior a mí, porque existía antes que yo” (Jn 1,30); de ahí que al confirmarse lo que le dijo el que le envió a bautizar (con agua), es decir que sobre el que veas descender y posarse el Espíritu, ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1, 33), no vaciló en señalar a Jesús como ese “Cordero” para que, quien oyese sus palabras decidiera seguirle.
3.-Es la pregunta de Cristo ¿Qué buscáis? la que establece un punto de partida importante en este texto. Jesús, seguro conocedor de lo que pensaban (como pasa muchas veces en su vida y recogen los Evangelios, por ejemplo en Mc 2,1-12 en la curación del paralítico) no se limita a decir “como vosotros pensáis esto y aquello…” sino que da la posibilidad de respuesta por parte de aquellos dos que le siguen, para que manifiesten la disposición de su corazón, qué esperan de ese Cordero de Dios.
Es curioso que Juan (el apóstol) nombre a Andrés, pero no a la otra persona que le acompaña. ¿Sería él mismo, Juan, el otro acompañante? Dejo esto para la meditación de cada cual.
Ellos reconocen, por de pronto, al Maestro, al que enseña, al que da lo que tiene de su conocimiento de Dios. Y ante las ansias de saber más (¿dónde vives?) la respuesta esperada y deseada por parte de esos dos que quieren seguirle: venid y lo veréis.
Ante esta propuesta tan directa de Jesús (el que salva) pudieron haber optado por la desconfianza, por no hacer caso a sus palabras y por haber desviado su camino. Sin embargo, ansiosos de conocer, ávidos de profundizar en sus posibles enseñanzas, no dudan en seguirle. Es más, se quedan en resto del día con Él. Han aceptado, pues, esa primera conversión hacia el Padre (que ha visto a Cristo, y viceversa).
A nosotros, también, se nos propone, muchas veces, la conversión (o la confesión de fe si ya estamos convertidos), y cuando esta ya se ha dado, la confesión de fe (que es una conversión continua). Desde la Palabra de Dios, el ejemplo de la vida de Jesús, de sus hechos y de sus obras, se nos facilita esa aceptación de su voluntad y poder, así, contribuir a nuestra salvación (siendo coherederos de la herencia divina, como escribiera Pablo en su epístola a los Efesios (Ef 3,6) ¿Cuántas veces Jesús, desde su magisterio, nos pregunta qué buscáis?, y ante el mundo, la mundanidad que nos rodea, lo “nuestro”, no sabemos qué responder porque la respuesta supondría responsabilidad y hechos, y no sabemos hacia donde dirigir nuestra mirada escondiéndonos cual Adán ante la vergüenza del pecado? ¿Cuántas veces no queremos escuchar el grito pausado de Cristo: aquí estoy, recíbeme y recibe al Padre, escógeme porque te auxilio, fíjate en mí que te socorro?
4.-Este corto texto del Evangelio es extenso en futuro. En él, Jesús cambia el nombre a Simón (el cambio de nombre supone una predilección por parte de Dios en el sentido misional: Abran cambió a Abraham, aquí Simón cambia a Cefas, Pedro, Piedra; ambos tienen una gran misión que cumplir: el primero de ellos es el primer padre en la fe, el segundo, primer Papa de la Iglesia de Cristo). Es aquí donde reside, donde se encuentra el punto de partida del mantenimiento de una fe, de una doctrina que preservar; en una piedra, dura en su naturaleza, se apoyará el fruto de la semilla que Cristo plantó y extenderá, por la tierra toda, sus ramas, para que los hijos de Dios apoyen el caminar de sus pasos en las yemas dulces de sus palabras.
Es a esta figura insigne, el Santo Padre que el Mesías eligió, escogió, determinó y perdonó sus múltiples ofensas (recordemos el gallo…) al que debemos la fidelidad que la voluntad última de Dios quiere que salga desde nosotros tras hacerse hueco en nuestro corazón.
A pesar de los errores cometidos (también, por los santos padres, porque, como personas, son seres emocionales y, a veces, se dejan dominar por las emociones) es evidente que su figura, su persona y su doctrina (la misma de Cristo, recordemos, que no pueden cambiar, sino interpretar) ha devenido en legítima heredera de aquella “piedra” de la que hablo Jesús y a ella, a su persona, debemos amar como hermano, comprender como hombre, aceptar como sucesor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a reconocer, en Cristo, a Tu Hijo y a que su doctrina se quede, para siempre, con nosotros y sea fructífera.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado del Servicio de Biblia de www.catholic.net
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