La Palabra del Domingo - 15 de febrero de 2009 - "Por su fe quedó limpio"
Mc 1,40-45. La lepra se le quitó y quedó limpio.
40 Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme".
41 Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado".
42 En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
43 Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: 44 “No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
45 Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
MEDITACIÓN
1.-Es conocida la existencia, para aquellos que tienen un conocimiento del contenido del cristianismo, de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Mientras que, mediante la primera de ellas sabemos que la existencia, por ejemplo, de Dios, es real aunque no podamos probarla con medios humanos (recordemos lo que le dijo Cristo a Tomás cuando se apareció a los discípulos y sabía lo que el incrédulo había dicho; y le dijo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”, Jn 20, 29); en virtud de la esperanza esperamos nuestro bien y, extendiendo ese pensamiento, el bien de todos aquellos que nos rodean; incluso, llevando al primer extremo (y no al último ya que esto ha de ser lo primero) lo que ha de ser la creencia cristiana; también deseamos el bien de todos, en general; y, por último, sabido es que la caridad es la Ley del Reino de Dios, y que, sin ella, nada de lo otro se entiende.
Particularmente creo que en este texto de Marcos las tres virtudes citadas se dan la mano ayudándose unas a otras.
2.-La fe y la esperanza
Seguramente el leproso tenía conocimiento, o sabía quien era, la persona que se acercaba, o se alejaba, de él. Jesús, cuya fama ya había comenzado a extenderse, como ya vimos en Mc 1, 21-28, era a quien tenía que dirigirse si quería que ese terrible mal que le aquejaba desapareciera. Vemos, aquí, una esperanza que podríamos denominar antecedente de la fe, mediante la cual poner el sentido de una vida en manos de otro se asiente en la voluntad de cambio.
El leproso, al decir si quieres…expresa, por una parte, el hecho de que el Mesías tenía el poder de curarlo. Era, así, expresión, de conocimiento natural del Hijo de Dios. Confiado, con la esperanza netamente intacta, pues de tal gravedad era su enfermedad que no otra cosa podía hacer, se acerca, es decir, va hacia Jesús en busca de algo más que consuelo. Puedo decir que tiene puesta su esperanza en una fama que precede al Enviado y, por eso, una fe primera que acentúa su existir. Busca porque cree que ha encontrado solución a su situación. Ve en aquella persona, rodeada de otras, una luz que, posiblemente, podía iluminar su ser.
Como reconocimiento a esa divinidad que ve en Jesús, se pone de rodillas, signo de sometimiento al Señor; pero de un someterse suplicante, demandante de ayuda, esperanzado, implorante. Y de rodillas espera la acción del que cura, salva, sana…perdona.
Y la curación que espera no es sólo física. Conocida es la relación que, para el pueblo judío, existía entre enfermedad y pecado, la una era según pensaban, resultado del segundo –bien fuera de derivación familiar o propiamente personal del enfermo-. Pues bien, la esperanza de este leproso, aquejado por ese mal que lo apartaba de forma radical de la sociedad, era, aunque de forma indirecta, seguramente pensaba, que el pecado que la había ocasionado tal mal (aunque realmente no fuera así) podía ser borrado por aquel que era capaz de echar demonios del cuerpo de otros. Por eso, la confianza en Jesús debía de correr pareja a todo aquello que lo aquejaba: muy grande, pues grande era esa necesidad.
Y como el magisterio de Jesús limpia el corazón de las acechanzas del maligno, lo libera de las inmundicias del mundo en que vivimos, se compadeció de él, hizo uso de esa virtud fundamental: la caridad.
3.- La caridad y el poder de Dios
Quizá lo más importante desde Dios y necesario para el hombre sea el ejercicio de la misericordia. Creo que es lo más importante para Dios porque en ella se apoya todo su comportamiento para con sus hijos, desde que creó el universo y la vida en la tierra y la puso a su disposición (sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra, dijo, como sabemos, Gn 1,28) hasta que acompañó a su pueblo elegido Israel a lo largo de los siglos perdonando sus continuas ofensas y sabiendo que, como hombres que eran, el pecado no era fácil de apartar de sus vidas. Y lo más necesario para el hombre creo que es porque necesaria es la correspondencia ante lo que recibe de parte del Padre y lo que se da a los hermanos. Y la compasión y el amor son la caridad.
Y Jesús, haciendo uso de esa misericordia de la que tanto habló, no debió de dudar ni un instante y, de inmediato, curó al leproso. Su sentido de la correspondencia con el amor de Dios fue instantáneo. Vio una necesidad tan grave ante sus ojos que no dudó: extendió sus manos, le tocó. Y manifestando el poder de Dios, pues sólo Él es capaz de hacer eso, limpió de la lepra al demandante de ayuda. Y este hombre, separado socialmente como un apestado, siente como su persona se incorpora a ese pueblo, a esos vecinos, a esas personas que le rechazan.
Pero Jesús, como sabía que hechos como este sólo podrían acarrearle problemas, intenta que el curado acuda al Templo y, allí, ofrezca por su curación lo que estableció por ella Moisés. Y esto, ¿porqué?; si había salido de las manos del Mesías ese prodigio tenía que existir una razón muy poderosa para que el sanador no quisiese que eso se supiese.
Ya dije antes la relación que había, para el judío, entre enfermedad y pecado. Pues bien, para este pueblo sólo Dios podría perdonar pecados y, por lo tanto, solo de él podía venir la curación de esas dolencias que atribuía a este tipo de relación (pecado-enfermedad) que se alimentaba mutuamente.
Lo mejor era, para Cristo, que los sacerdotes, conocedores de la Ley, fueran testigos de aquel hecho y que, por así decirlo, certificaran esa curación con la entrega de la citada ofrenda. Otra vez más cumple, o hace cumplir, la Ley. Así no quedaría a la vista lo que, para ellos, era una ofensa a Dios y una blasfemia: dar a entender, Jesús, con ese acto, que era el Padre mismo. Si aceptaban que el hijo del carpintero, sin la gloria esperada y ansiada por ellos, podía perdonar pecados, pues curaba, no habrían tenido más remedio que aceptar la consiguiente divinidad, Dios mismo, de su persona.
Sin embargo, como es humano entender, no consigue su propósito. El leproso, ante su nueva situación, no puede ser comedido en sus actos, ni puede dejar de proclamar, contento, no sólo su curación, la cual era evidente, sino las manos que han llevado a cabo ese milagro, ese acto extraordinario. Pregonó, la noticia, es decir, repitió por donde pudo lo sucedido, extendiendo no sólo eso mismo sino lo que eso suponía en relación con Dios.
Es así como se confirma la esperanza antecedente del leproso y esa fe que lo lleva a buscar su sanación. En este sentido bien puedo decir que es este un buen ejemplo, didáctico, para aquellos que, conociendo algo a Jesús, ahora mismo, en el siglo, desean profundizar en el saber de su persona. Sólo así podrán confirmar lo que se dice de él y podrán dar noticia de sus hechos y de sus palabras. Supone, esto, creo, una llamada de parte del Mesías hacia los alejados, hacia los que lo desconocen.
Y esto apunta a otro aspecto importante, vital: la sanación espiritual buscada por el leproso (pues él estaría de acuerdo, aunque no lo entendiese, que existía una relación antedicha entre enfermedad y pecado) ha de ser un anhelo para cada uno de nosotros . Por eso acudían a él de todas partes y, por eso, también nosotros, cual si fuéramos leprosos, o con una enfermedad del alma pegada a nuestro cuerpo, hemos de ver en la persona de Jesús a un hermano que, con su ejemplo y con su Palabra, puede producir en nosotros efectos tan beneficiosos como los que produjo en este enfermo incurable. Muchos de nuestros pecados también pueden parecer incurables pero, con la demanda de perdón a quien puede perdonar, no debemos de tener duda alguna (no debemos de perder esa esperanza antecedente del leproso, ni esa fe cierta y franca) de que la sanación procede de Cristo pues Él es verdadero Dios.
ORACIÓN
Padre Dios: ayúdanos a sanar de las enfermedades del mundo con Tu Palabra
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado del Servicio de Biblia de www.catholic.net
5 comentarios
"¿Me preguntas a quién le llamo impuro? Al que busca la alabanza humana, al que predica el Evangelio por lucro, al que evangeliza para comer, al que considera la piedad como un negocio, al que no trabaja buscando el fruto sino el salario. Éstos son impuros; y los que por su impureza no pueden ver la verdad, se inventan razones para hablar de ella. ¿ por qué os precipitáis? ¿Por qué no esperáis a la luz? ¿por qué os atrevéis a hacer obras de luz antes de que salga la luz? Es inútil que os levantéis antes de amanecer (Sal 126,2)...."
S. Francisco de Sales, nos enseña que la "lepra" de La Sagrada Escritura, no es otra cosa que la AVARICIA, enfermedad espiritual bastante más común en el hombre de hoy, y en el de antes, que la lepra corporal; y además se refiere al alma como es propio en el Evangelio. Pues, cuatro homilías que he oído hoy, y no ha sido posible que ningún sacerdote hiciera referencia a ésta lepra espiritual que nos agobia a todos, a unos más a otros menos. Es de las enfermedades del alma, que la hacen inhábil para la comunicación con nuestro Señor, y de sus remedios de lo que deben entender los sacerdotes: Me parece a mí.
Anoche gozé oyendo un estupendo programa de Radio María, una Sra. oyente, me parece que de Almería, me dejó prendado; las chicas que hacían el programa me parece que no disfrutaron con élla de la misma manera que yo. Los oyentes mas bien se quejaban y digamos se dolían, de la sequía intelectual y del ROLLITO FACILÓN del que adolece el catolicismo actual. Menos mal que con los libros vamos juntando retazos para darle coherencia intelectual y espíritu a las palabras que oimos cada día; pero claro, de ésta manera la evangelización es más lenta, y tal vez, no llegue a todos como es debido, lo cual me apena mucho, pues se pierde mucho tiempo. Y como no puede ser de otra manera lo siento especialmente por mí.
Es cierto que, además de la lepra física (muy grave para quien la sufre y en aquellos tiempos, mucho más) hay otras lepras que pueden ser, objetivamente, más graves que la física: la avaricia, el egoísmo, el no querer perdonar, el no querer amar, etc.
Por eso creo yo que debemos dejar que nos cure Jesucristo porque con la sola acción de su persona, estoy seguro que sanará nuestro corazón, también aquejado por la lepra de la ceguera y o la sordera espiritual.
Estoy totalmente de acuerdo contigo "debemos dejar que nos cure Jesucristo porque con la sola acción de su persona, estoy seguro que sanará nuestro corazón, también aquejado por la lepra de la ceguera y o la sordera espiritual." y Creo que como nos enseña la Iglesia, la Misericordia de Dios es Infinita, si no de qué estaríamos hablando. Pero creo que conviene que nos aprovechemos de lo que nos enseñan los que son seguros y probados amigos de Cristo, para ir más rapidito y llegar un poquito antes si puede ser a la Tierra Prometida; que para éso nos lo dejado, de una manera o de otra, cerca de nosotros Nuestro Señor. Yo personalmente, por no hablar de lo que veo cada día, necesito tanta ayuda y de la buena calidad, que me duele mucho, que haya el más mínimo desperdicio, pérdida de oportunidad o poco uso de un "material" tan precioso y preciso. Y claro, algo tenemos que poner de nuestra parte en éste negocio, aunque sólo sea negarnos a nosotros mismos, como está mandado. Pero hasta ésto que parece tan sencillo nos cuesta aprender. Nuestra Fe ha de ser operativa: nosotros tenemos que poner algo en nuestro progreso espiritual. Me parece a mí.
Por supuesto. No esperemos que nos den las cosas espirituales, digamos, por nuestra filiación bonita (en vez de decir por nuestra cara bonita) de hijos de Dios. Aquí podemos recordar aquella frase de S. Agustín: "Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti".
Y esto es muy importante comprendrerlo.
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