Juan Pablo II Magno - Trabajo
Serie “Juan Pablo II Magno
“El trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo”.
Estas palabras, escritas en la encíclica Laborem exercens (LE), de 1981, indican, con claridad, el sentido que el trabajo tenía para Juan Pablo II Magno.
¿Qué es, al fin y al cabo, el trabajo? o, mejor, ¿Qué entiende Juan Pablo II Magno que es el trabajo?
En la encíclica citada arriba (LE), concretamente en su punto 9, dice que “El trabajo es un bien para el hombre –es un bien de su humanidad- porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza, adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto, sentido, se hace más hombre” (LE 9)
Realización del hombre a través de trabajo, adaptación de la naturaleza, entrega por Dios a su semejanza…
No es absurdo entender que el trabajo, el trabajar, también tiene un fundamento bíblico. Por eso dice Juan Pablo II Magno que “Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible, y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de sus criaturas” (LE 1)
Por eso, “El trabajo humano y, en particular, el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. Junto con la humanidad del Hijo de Dios, el trabajo ha formado parte del misterio de la Encarnación, y también ha sido redimido de modo particular. Gracias a su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la Redención” (Exhortación apostólica Redemptoris custos, de 1989, 22)
Por tanto, el trabajo, tiene, también, un alto contenido espiritual y no sólo material, como podría pensarse.
Pero, además, “El trabajo del hombre y de la mujer representa el instrumento más común e inmediato para el desarrollo de la vida económica, instrumento que, al mismo tiempo, constituye un derecho y un deber de cada hombre” (Exhortación apostólica Christifideles laici, de 1988, 43)
Y es que, al fin y al cabo, “El trabajo es un derecho del hombre y, por consiguiente, debe ser garantizado, dedicando a ello los cuidados más asiduos y poniendo en el centro de la política económica la preocupación por crear unas posibilidades adecuadas de trabajo par todos, y principalmente para los jóvenes, que con tanta frecuencia sufren hoy ante la plaga del desempleo” (Carta a los jóvenes, 1985)
Por otra parte, el trabajo tiene una relación tan directa con la familia que, sin duda alguna, no puede entenderse una sin el otro. Por eso dice que “La familia es, al mismo tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior del trabajo para cada hombre” (LE 10)
Además, “El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. El trabajo es, en cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo” (LE 10)
Volvamos, ahora, al origen de la idea que, sobre el trabajo, enseñó Juan Pablo II Magno.
Al principio habíamos dicho que, según expresó el propio Papa polaco, es el trabajo para el hombre pero no el hombre para el trabajo.
Esto es algo más que una frase que pueda entenderse como ingeniosa o una simple ocurrencia que parezca sonar bien en el oído del hombre.
Por eso, en la encíclica Centesimus annus, de 1991, dejó escrito que “Si la producción y el consumo de las mercancías ocupan el centro de la vida social y se convierten en el único valor de la sociedad, no subordinado a ningún otro, la causa hay que buscarla no sólo y no tanto en el sistema económico mismo, cuanto en el hecho de que todo el sistema sociocultural, al ignorar la dimensión ética y religiosa, se ha debilitado, limitándose únicamente a la producción de bienes y servicios” (CA 39)
Y es que, al fin y al cabo, el hombre es hombre antes de haber tenido que ganarse el pan con el sudor de su frente y el ser humano no puede dejar de lado la dimensión espiritual que lo adorna.
De otra forma, en caso de preterirla, el resultado de tal situación sólo puede ser el abandono a eso tan terrible que, desvirtuado de su buen sentido, es la producción y el consumo.
2 comentarios
Lo que dices es, por desgracia, bastante cierto.
No sé cuál ha de ser el problema que hace que, a lo mejor, se olvide demasiado pronto lo que dice un Papa. Da la impresión de que es como si ya no importara o lo que dijera estuviese fuera de lugar.
No sucede tal cosa, sin embargo, con Juan Pablo II Magno porque lo que escribió es, verdaderamente, actual.
Y del materialismo también es, también por desgracia, bastante cierto.
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