Juan Pablo II Magno - Paz
Serie “Juan Pablo II Magno“
En la Jornada Mundial de la Paz de 1987, Juan Pablo II Magno vino a decir que la paz, como estado, es “siempre un don de Dios”. Sin embargo, no basta con reconocer tal verdad sino que, yendo más allá de la misma, “depende también de nosotros”.
Por eso no podemos entender que no es cosa nuestra, que podemos hacer como si la paz no fuera con nuestro comportamiento ni con nuestra forma de actuar en las relaciones que mantenemos con nuestros prójimos.
En cuanto a lo primero, dijo Jesús (y recoge san Juan, en su Evangelio, en 14:27) “La paz os dejo, mi paz os doy”. Como tal realidad es, por eso, un don de Dios porque nos la dio Dios mismo hecho hombre para que, con ella, condujéramos nuestra existencia. Por eso, “Esta promesa divina nos infunde la esperanza, más aún, la certeza de la esperanza divina de que la paz es posible porque nada es imposible para Dios” (Jornada Mundial de la Paz, JMP, 1992)
De tal forma la paz es un don de Dios que “Sólo es posible buscarla y construirla con una relación íntima y profunda con Él. Por tanto, edificar la paz en el orden, la justicia y la libertad requiere el compromiso prioritario de la oración, que es apertura, escucha, diálogo y, en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la verdadera paz” (Asís, 2002)
Como oración, “El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y nuestra paz (Ef 2:14) Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado” (Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, de 2002) (40)
En cuanto a lo segundo (es decir, en lo que nos corresponde a cada creyente en el fomento y promoción de la paz) “La paz es un bien fundamental que conlleva el respeto y la promoción de los valores esenciales del hombre: el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo; el derecho a ser debidamente considerados, independientemente de la raza, sexo o convicciones religiosas; el derecho a los bienes materiales necesarios para la vida; el derecho al trabajo y a la justa distribución de sus frutos para una convivencia ordenada y solidaria” (JMP 1992)
Podemos ver, pues, que la paz no es algo meramente teórico ni un bien que se busca, digamos, de forma misteriosa como si se tratase de algo inalcanzable. Muy al contrario, la paz abarca una serie de realidades que están al alcance de nuestras manos y al alcance de nuestro corazón: respeto por la vida, a la existencia, a la colaboración con el desarrollo social, etc.
Y en todo esto tenemos que jugar un papel muy importante los creyentes en Dios que estamos, en peregrinación hacia su definitivo Reino, encargados de hacer lo posible para que lo dicho arriba se cumpla.
Así, dice Juan Pablo II Magno (JMP 1992) que “El creyente debe ser artífice de paz, ante todo con el ejemplo personal de su recta actitud interior, que se proyecta también hacia fuera en acciones coherentes y en comportamientos como la serenidad, el equilibrio, la superación de los instintos, la realización de gestos de comprensión, de perdón, de generosa donación, que tienen una influencia pacificadora entre las personas del propio ambiente y de la propia comunidad religiosa y civil”.
Nos pide, esto dicho por el Papa polaco, intervención en la vida civil, en nuestras relaciones con los demás, en nuestro quehacer diario. No se nos reclama pasividad ni dejar que pase el tiempo sin hacer nada. Muy al contrario, el Siervo de Dios Juan Pablo II se reconocía (y así también a los demás) en la paz siendo artífice de ella.
Por eso dejó dicho que “La paz es fruto del amor; esa paz interior que el hombre cansado busca en la intimidad de su ser; esa paz que piden la Humanidad, la familia humana, los pueblos, las naciones, los continentes, con la ansiosa esperanza de obtenerla” (Encíclica Dominum et vivificantem, 1986) (67)
Por eso no es posible dejar de lado a Dios porque tal actuación, tal forma de actuar, procura, para el hombre, un gran mal. “Cuando el hombre se aleja del designio de Dios Creador, provoca un desorden que repercute inevitablemente en el resto de la creación. Si el hombre no está en paz con Dios, la tierra misma tampoco está en paz: ‘Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo: y hasta los peces del mar desaparecen” (Os 4:3) (Jornada Mundial de la Paz, 1990)
Al fin y al cabo, la paz está, precisamente, en la relación que mantenemos con el Padre y, por eso mismo, ha de ser la que establezcamos con el resto de sus hijos, semejantes nuestros.
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