Juan Pablo II Magno - El camino cristiano de la cultura
Serie “Juan Pablo II Magno“
Se ha dicho muchas veces que Juan Pablo II Magno, mucho antes de ser elegido para ser Vicario de Cristo, fue actor y que su interés por la cultura no era poco importante sino que, al contrario, bebió del “veneno” del arte y eso lo reflejó en su posterior vida.
Por eso no es de extrañar que en su Exhortación apostólica Christifideles laici (CL), de 1988, dejara escrito que “La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda, el drama de nuestra época, como también lo fue de otras. Es necesario, por tanto, hacer todos los esfuerzos en pro de una generosa evangelización de la cultura, más exactamente, de las culturas” (CL 44)
Por tanto no cabe que entre la Palabra de Dios y el mundo de la cultura se establezca un foso de separación porque evangelizar a la segunda ha de resultar esencial para que la sociedad se desarrolle de forma correcta y sin las extralimitaciones en las que, muchas veces, cae.
De aquí que Juan Pablo II Magno, sobre la relación entre Iglesia y sus fieles y la cultura también tuviera algo más que decir.
Por ejemplo, en la Constitución Apostólica sobre las Universidades católicas, de 1990, dijo que “El diálogo de la Iglesia con la cultura de nuestro tiempo es el sector vital en el que se ‘juega el destino de la Iglesia y del mundo’. No hay, en efecto, más que una cultura: la humana, la del hombre y para el hombre y la Iglesia, experta en humanidad (…), gracias a sus universidades católicas y a su patrimonio humanístico científico, expone los misterios del hombre y del mundo explicándolos a la luz de la Revelación”.
Y, también, en la Exhortación apostólica citada arriba (CL) dijo que “La Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista. (…) La cultura debe considerarse como el bien común de cada pueblo, la expresión de su dignidad, libertad y creatividad, el testimonio de su camino histórico. En concreto, sólo desde dentro y a través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de Historia” (CL 44)
Pero aún podemos entresacar más referencias hechas por el Papa polaco de las que se deduce que la relación entre la Iglesia y la cultura es importante y necesaria.
Así, en la Exhortación apostólica Familiaris consortio, de 1981, dejó escrito que “Está en conformidad con la tradición constante de la Iglesia el aceptar de las culturas de los pueblos todo aquello que está en condiciones de expresar mejor las inagotables riquezas de Cristo” (FC 10)
Y es que aquí bien siguió, para manifestar tal idea, Juan Pablo II Magno, aquello que dijera el apóstol de Tarso, Pablo: “examínalo todo y quédate con lo bueno”, que dejara escrito en su Primera Epístola a los Tesalonicenses, en concreto en el versículo 21 del capítulo 5.
Por eso, “La Iglesia quedará enriquecida también por aquellas culturas que, aún privadas de tecnología, abundan en sabiduría humana y están vivificadas por profundos valores morales” (FC 10)
Pues es conocido que, muchas veces, tecnología y valores morales no van muy unidas.
También, en muchas ocasiones, se pretende establecer una especie de línea de separación entre la razón y la fe; entre, por ejemplo, lo que supone la manifestación del razonar humano en la cultura y lo que es la creencia.
Por eso, en su Encíclica Fides et Ratio (FR), de 1998 dijo que “La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen” (FR 5)
Y es que, al fin y al cabo, “No hay motivo de competitividad alguna entre la razón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su propio espacio de realización” (FR 17).
Por otra parte, es más que sabido que determinada cultura prefiere mantenerse alejada de Dios y hacer como si no existiera.
Y esto bien respondió Juan Pablo II Magno con lo que suponía una cultura que “rechaza referirse a Dios”.
¿Qué pasa, en este caso?
Pues que “pierde la propia alma y se desorienta transformándose en una cultura de muerte, como atestiguan los trágicos acontecimientos del siglo XX, como demuestran los efectos nihilistas actualmente presentes en importantes ámbitos del mundo occidental”, como dejó dicho en la Jornada Mundial de la Paz, de 2001.
No perdamos, pues, nuestro corazón cristiano dejándonos dominar por la cultura de la muerte y por sus trámites malignos.
Eleuterio Fernández Guzmán
4 comentarios
Mérito mío no hay nada. Todo se lo debemos a Juan Pablo II Magno y al Espíritu que lo inspiró.
Sobre gustos no hay nada escrito.
Además, aún me quedan cuatro o cinco artículos de la serie sobre Juan Pablo II Magno.
Pero creo que lo mejor vendrá luego cuando empiece a publicar una serie de artículos sobre el libro "Camino" de San Josemaría, fundador del Opus Dei. Y lo digo porque son, más o menos, 50.
Buenas noches.
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