11.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- III Aparición de Jesucristo – La paz de Dios

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

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10.01.19

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - A los pies de la Cruz

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” –  A los pies de la Cruz

 

“¡Si el mundo supiera cuánto se aprende a los pies de la Cruz!

 

Es bien cierto que las cosas de la fe, de la nuestra, la católica, no siempre son fáciles de entender o, mejor, de llevarlas al corazón. Y no podemos negar que una de ellas es, además de ser de las más cruciales, el episodio de la Cruz donde el Hijo de Dios murió para salvarnos.

Es verdad, porque es causa y motivo de lo que creemos, que aquellos dos maderos donde colgaron al Maestro estaban puestos allí por confluencia de muchos factores el menor de los cuales no es el odio ni la venganza.

Pues bien. Decimos arriba que lo que está relacionado con nuestra fe no siempre es sencillo llevarlo a cabo.

Sí, nosotros estamos muy de acuerdo con lo que supone la Cruz, así con mayúsculas, para nosotros: que es sinónimo de amor (no la Cruz, claro, sino el sentido que de la misma hizo transmitir al mundo nuestro hermano Jesucristo; lo simbólico de tal realidad); que Jesucristo quiso estar en ella porque sabía que era la Voluntad de su Padre y no quería hacer otra cosa que cumplirla o, en fin, que si nos sostenemos en ella podremos salir de muchas tinieblas.

Sobre eso, sobre la comprensión de todo esto, el hermano Rafael nos habla de lo que supone la misma pero lo hace, ¡Ay!, tenemos que decir, haciendo uso del condicional “si”.

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9.01.19

Serie Gozos y sombras del alma : Gozos: María, nuestra Madre en el Cielo

 

Gozos y sombras del alma

Cuando alguien dice que tiene fe (ahora decimos sea la que sea) sabe que eso ha de  tener algún significado y que no se trata de algo así como mantener una fachada de cara a la sociedad. Es cierto que la sociedad actual no tiene por muy bueno ni la fe ni la creencia en algo superior. Sin embargo, como el ser humano es, por origen y creación, un ser religioso (¿Alguien no quiere saber de dónde viene, adónde va?) a la fuerza sabe que la verdad (que cree en lo que sea superior a sí mismo) ha de existir. 

Aquí no vamos a sostener, de ninguna de las maneras, que todas las creencias son iguales. Y no lo podemos mantener porque no puede ser lo mismo tener fe en Dios Todopoderoso, Creador y Eterno que en cualquier ser humano que haya fundado algo significativamente religioso. No. Y es que sabemos que Dios hecho hombre fue quien fundó la religión que, con el tiempo se dio en llamar “católica” (por universal) y que entregó las llaves de su Iglesia a un tal Cefas (a quien llamó Pedro por ser piedra sobre la que edificarla). Y, desde entonces, han ido caminando las piedras vivas que la han constituido hacia el definitivo Reino de Dios donde anhelan estar las almas que Dios infunde a cada uno de sus hijos cuando los crea. 

El caso es que nosotros, por lo que aquí decimos, tenemos un alma. Es más, que sin el alma no somos nada lo prueba nuestra propia fe católica que sostiene que de los dos elementos de los que estamos constituidos, a saber, cuerpo y alma, el primero de ellos tornará al polvo del que salió y sólo la segunda vivirá para siempre. 

Ahora bien, es bien cierto que tenemos por bueno y verdad que la vida que será para siempre y de la que gozará el alma puede tener un sentido bueno y mejor o malo y peor. El primero de ellos es si, al morir el cuerpo, es el Cielo donde tiene su destino el alma o, en todo caso, el Purgatorio-Purificatorio como paso previo a la Casa del Padre; el segundo de ellos es, francamente, mucho peor que todo lo peor que podamos imaginar. Y lo llamamos Infierno porque sólo puede ser eso estar separado, para siempre jamás, de Quien nos ha creado y, además, soportar un castigo que no terminará nunca. 

Sentado, como hemos hecho, que el alma forma parte de nuestro propio ser, no es poco cierto que la misma necesita, también, vida porque también puede morir. Ya en vida del cuerpo el alma no puede ser preterida, olvidada, como si se tratase de realidad espiritual de poca importancia. Y es que hacer eso nos garantiza, con total seguridad, que tras el Juicio particular al que somos sometidos en el mismo instante de nuestra muerte (y esto es un misterio más que grande y que sólo entenderemos cuando llegue, precisamente, tal momento) el destino de la misma sólo puede ser el llanto y el rechinar de dientes… 

Pues bien, el alma, nuestra alma, necesita, por lo dicho, nutrición. La misma ha de ser espiritual lo mismo que el cuerpo necesita la que lo es material. Y tal nutrición puede ser recibida, por su origen, como buena o, al contrario, como mala cosa que nos induzca al daño y a la perdición. 

Nosotros sabemos, a tal respecto, que el alma goza. También sabemos que sufre. Y a esto segundo lo llamamos sombras porque son, en tal sentido, oscuridades que nos introducen en la tiniebla y nos desvían del camino que lleva, recto, al definitivo Reino de Dios Todopoderoso. 

En cuanto a los gozos que pueden enriquecer la vida de nuestra alma, los que vamos a traer aquí es bien cierto que son, al menos, algunos de los que pueden dar forma y vida al componente espiritual del que todo ser humano está hecho; en cuanto a las sombras, también es más que cierto que muchos de los que, ahora mismo, puedan estar leyendo esto, podrían hacer una lista mucho más larga. 

Al fin al cabo, lo único que aquí tratamos de hacer es, al menos, apuntar hacia lo que nos conviene y es bueno conocer para bien de nuestra alma; también hacia lo que no nos conviene para nada pero en lo que, podemos asegurar, es más que probable que caigamos en más de una ocasión. 

Digamos, ya para terminar, que es muy bueno saber que Dios da, a su semejanza y descendencia, libertad para escoger entre una cosa y otra. También sabemos, sin embargo, que no es lo mismo escoger realidades puramente materiales (querer esta o aquella cosa o tomar tal o cual decisión en ese sentido) que cuando hacemos lo propio con aquellas que son espirituales y que, al estar relacionadas con el alma, tocan más que de cerca el tema esencial que debería ser el objeto, causa y sentido de nuestra vida: la vida eterna. Y entonces, sólo entonces, somos capaces de comprender que cuando el alma, la nuestra, se nutre del alimento imperecedero ella misma nunca morirá. No aquí (que no muerte) sino allá, donde el tiempo no cuenta para nada (por ser ilimitado) y donde Dios ha querido que permanezcan, para siempre, las que son propias de aquellos que han preferido la vida eterna a la muerte, también, eterna. 

Y eso, por decirlo pronto, es una posibilidad que se enmarca, a la perfección, en el amplio mundo y campo de los gozos y las sombras del alma. De la nuestra, no lo olvidemos.

Serie Gozos y sombras del alma : Gozos - María, nuestra Madre en el Cielo

  

Cuando la Madre de Cristo subió al Cielo en cuerpo y alma no sólo fue al encuentro de Dios mismo sino que, por ser ella su Madre, se situaba muy cerca del corazón del Todopoderoso.

Ella, aquella joven que había dicho sí al enviado de Dios, el Ángel Gabriel (cf. Lc 1, 38), cuando la llamó “llena de gracia” y le dijo que iba a concebir al Hijo de Dios, está, desde aquel momento de su subida a la Casa del Padre, a disposición de todos sus hijos que, como sabemos y desde que Jesucristo la entregará a su discípulo Juan (cf. 19, 27), somos cada uno de nosotros.  

Seguramente todo lo que se pueda decir de aquella mujer, que quiso entregar su propia vida a sabiendas de que sufriría bastante, será bien poco. Y es que le debemos muchos a la esposa de José y Madre de Jesús. 

La Madre de Dios, por tanto, creemos que está junto al Creador y que, por eso mismo, será fácil que Ella lleve aquello que pedimos ante el corazón del Todopoderoso. Tenemos asegurado el éxito de nuestra petición aunque, evidentemente, no quiera decir eso que se nos conceda todo aquello que pidamos a través de María. Eso será otorgado por Dios que es Quien nos conoce y sabe lo que nos conviene.

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8.01.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- El cielo y lo nuestro

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

El cielo y lo nuestro

 

“Cuando se piensa que en lo alto rutila el cielo que tanto espiritualizaba a Ignacio, se hace duro tener siempre por delante una geometría de adoquines.”

 

Sí, es bien cierto lo que nos dice el Beato acerca de que hay mucha, pero que mucha, diferencia entre lo que somos nosotros y a los que aspiramos, con anhelo no escondido: el Cielo.

Al respecto de esto, nos gusta creer que Lolo tenía por buena la idea según la cual el Cielo, el Infierno y el Purgatorio-Purificatorio, son sitios y no meras realidades espirituales. Y en esto es más que posible que pueda hacer diferencias de entendimiento entre los que pueda leer esto. Pero, ¿si el Cielo no es un sitio, a qué se refería Cristo cuando dijo que se iba para prepararnos estancias?

Ciertamente, se puede decir que nosotros, los hijos de Dios, acostumbrados como estamos a lo material (vivimos entre materia y en materia somos, no lo olvidemos) estamos dispuestos a tener por bueno que el Cielo, el Infierno, etc. con lugares porque lo material es en lo que vivimos, nos movemos y existimos. Y es posible que eso sea así. Sin embargo, ¿Acaso el Paraíso no era material y no existe aún aunque esté vedada su entrada porque está vigilada por ángeles y se ha puesto como una barrera de fuego delante del mismo?

En fin, que, como decimos, creemos que el Beato de Linares (Jaén, España) tenía por verdad que el Cielo era un lugar. Y eso aún hablando de que el mismo hacía espiritual, más espiritual entendemos, a Ignacio de Loyola.

Sin embargo, con ser esto importante, no lo es menos aquello que nos quiere decir nuestro Beato acerca de lo que es el Cielo y qué nuestra realidad, lo que nos pasa.

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6.01.19

La Palabra del domingo - 6 de enero de 2019

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Mt 2, 1-12

 

“1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, 2 diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’. 3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: ‘En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’. 7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. 8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: ‘Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle’. 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. 11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. 12 Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.”

 

COMENTARIO

 

El que con fe busca, siempre encuentra

 

Es más que probable que el episodio que trae hoy el Evangelio de San Mateo sea más que conocido. Y es que la primera Epifanía del Hijo de Dios tiene todo que ver con la santísima Voluntad del Todopoderoso de hacer que su único hijo no engendrado fuese presentado al mundo de aquella manera tan singular. 

Tradicionalmente se suele representar a los Reyes Magos en el mismo Portal de Belén. Y tal ha de ser así para darle, digamos, unidad a todo el episodio del nacimiento del Hijo de Dios. Sin embargo, es más probable que aquellos Reyes venidos de oriente se presentasen en alguna casa donde, después de todo el trabajoso censo que entonces se estaba formando en Belén, pudiesen ocupar María, José y el Niño. 

Eso, sin embargo, no ha de importar lo más mínimo porque a quien cree en la realidad, que pasó de verdad, de todo aquello, poco le ha de importar que los Reyes Magos se postrasen ante Dios hecho hombre en la misma cueva donde nació el Hijo o lo hiciesen en la entrada de la habitación donde pudiese estar viviendo la Sagrada Familia. 

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5.01.19

Epifanía

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Esto se ha realizado, lo sabemos, en el hecho de que tres magos, llamados de su lejano país, fueron conducidos por una estrella para conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La docilidad de los magos a esta estrella nos indica el modo de nuestra obediencia, para que, en la medida de nuestras posibilidades, seamos servidores de esa gracia que llama a todos los hombres a Cristo”

 

San León Magno

Sermón en la Epifanía del Señor

 

Mañana, 6 de enero, es aquel en el que celebramos la primera Epifanía del Hijo de Dios. Y es que sí, en otras dos ocasiones, que también podemos llamar así, Jesucristo se manifestó al mundo: en su Bautismo en el río Jordán y, luego, en las bodas de Caná donde dio comienzo su Magisterio milagroso. Y, como es domingo y corresponde meditar o comentar el Evangelio del día, pues por eso mismo escribimos esto hoy. 

Pues bien, siempre nos ha parecido extraño que unos sabios, de lejanas tierras, acudieran a Belén en busca, o mejor dicho, para encontrar, a alguien que no conocían. ¿Qué les podía impulsar a ello?, ¿Qué extraña llamada fue la que les atrajo? 

Cuando no sabemos qué responde a algo que nos produce duda o perplejidad echamos mano, en muchas ocasiones, de lo tangible, de lo que puede demostrar aquello y, así, tranquilizamos nuestra conciencia y nuestras ansias de conocimiento. 

Y a esto también se le ha pretendido encontrar respuesta. Al parecer, por aquella época un cometa surcó el cielo, indicando el camino a seguir. Y es el que habrían seguido aquellos tres hombres. 

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4.01.19

Serie "De Resurrección a Pentecostés"- II- Los que esconden la verdad. 2. Los discípulos de Emaús

 

De Resurrección a Pentecostés Antes de dar comienzo a la reproducción del libro de título “De Resurrección a Pentecostés”, expliquemos esto.

Como es más que conocido por cualquiera que tenga alguna noción de fe católica, cuando Cristo resucitó no se dedicó a no hacer nada sino, justamente, a todo lo contrario. Estuvo unas cuantas semanas acabando de instruir a sus Apóstoles para, en Pentecostés, enviarlos a que su Iglesia se hiciera realidad. Y eso, el tiempo que va desde que resucitó el Hijo de Dios hasta aquel de Pentecostés, es lo que recoge este libro del que ahora ponemos, aquí mismo, la Introducción del mismo que es, digamos, la continuación de “De Ramos a Resurrección” y que, al contrario de lo que suele decirse, aquí segundas partes sí fueron buenas. Y no por lo escrito, claro está, sino por lo que pasó y supusieron para la historia de la humanidad aquellos cincuenta días.

 

 

Cuando Jesucristo murió, a sus discípulos más allegados se les cayó el mundo encima. Todo lo que se habían propuesto llevar a cabo se les vino abajo en el mismo momento en el que Judas besó al Maestro.

Nadie podía negar que pudieran tener miedo. Y es que conocían las costumbres de aquellos sus mayores espirituales y a la situación a la que habían llevado al pueblo. Por eso son consecuentes con sus creencias y, por decirlo así, dar la cara en ese momento era la forma más directa para que se la rompieran. Y Jesús les había dicho en alguna ocasión que había que ser astutos como serpientes. Es más, había tratado de librarlos de ser apresados cuando, en Getsemaní, se identificó como Jesús y dijo a sus perseguidores que dejaran al resto marcharse.

Por eso, en tal sentido, lo que hicieron entonces sus apóstoles era lo mejor.

Aquella Pascua había sido muy especial para todos. Jesús se había entregado para hacerse cordero, el Cordero Pascual que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo. Pero aquel sacrificio les iba a servir para mucho porque el mismo había sido precedido por la instauración de la Santa Misa (“haced esto en memoria mía”, les dijo el Maestro) y, también, la del sacerdocio a través del Sacramento del Orden. Jesús, pues, el Maestro y el Señor, les había hecho mucho bien tan sólo con arremangarse y lavarles los pies antes de empezar a celebrar la Pascua judía. Luego, todo cambió y cuando salieron Pedro, Santiago y Juan de aquella sala, en la que se había preparado la cena, acompañando a Jesús hacia el Huerto de los Olivos algo así como un gran cambio se había producido en sus corazones.

Pero ahora tenían miedo. Y estaban escondidos porque apenas unas horas después del entierro de Jesús los discípulos a los que había confiado lo más íntimo de su doctrina no podían hacer otra cosa que lo que hacían.

De todas formas, muchas sorpresas les tenía preparadas el Maestro. Si ellos creían que todo había terminado, muy pronto se iban a dar cuenta de que lo que pasaba era que todo comenzaba.

En realidad, aquel comienzo se estaba cimentando en el Amor de Dios y en la voluntad del Todopoderoso de querer que su nuevo pueblo, el ahora elegido, construyera su vida espiritual sobre el sacrificio de su Hijo y limpiara sus pecados en la sangre de aquel santo Cordero.

Decimos, pues, que todo iba a empezar. Y es que desde el momento en el que María de Magdala acudiera corriendo a decirles que el cuerpo del Maestro no estaba donde lo habían dejado el viernes tras el bajarlo de la cruz, todo lo que hasta entonces habían llevado a sus corazones devino algo distinto.

El caso es que los apóstoles y María, la Madre, habían visto cómo se abría ante sí una puerta grande. Era lo que Jesús les mostró cuando, estando escondidos por miedo a los judíos, se apareció aquel primer domingo de la nueva era, la cristiana. Entonces, los presentes (no estaba con ellos Tomás, llamado el Mellizo) se asustaron. En un primer momento no estaban seguros de lo que veían pudiese ser verdad. Aún no se les habían abierto los ojos y su corazón era reacio en admitir que su Maestro estaba allí, ante ellos y, además, les daba la paz y les hablaba. Todos, en un principio, actuaron como luego haría Tomás.

Todo, pues, empezaba. Y para ellos una gran luz los iluminaba en las tinieblas en las que creían estar. Por eso lo que pasó desde aquel momento hasta que llegó el día de Pentecostés fue como una oportunidad de acabar de comprender (en realidad, empezar a comprender) lo que tantas veces les había dicho Jesús en aquellos momentos en los que se retiraba con ellos para que la multitud no le impidiese enseñar lo que era muy importante que comprendieran. Pues bien, entonces no habían sido capaces de entender mucho porque su corazón no lo tenían preparado. Ahora, sin embargo, las cosas iban a ser muy distintas. Y lo iban a ser porque Jesús había confirmado con hechos   lo que les había anunciado con sus palabras y cuando le dijo a Tomás que metiera su mano en las heridas de su Pasión supieron que no era un fantasma lo que estaban viendo sino  al Maestro… en cuerpo y alma.

Sería mucho, pues, lo que pasaría en un tiempo no demasiado extenso desde que el Hijo de Dios volvió de los infiernos hasta que el Espíritu Santo iluminara los corazones y las almas de los allí reunidos. Era, pues, aquello que sucedió entre Resurrección y Pentecostés.” 

II- Los que esconden la verdad. 2. Los discípulos de Emaús

               

El Evangelio de San Lucas (Lc 24, 13-34) recoge el que, seguramente, es uno de los episodios más conocidos y alentadores del Nuevo Testamento (aunque, en principio, pudiera no parecerlo). Nosotros, para mejor entendimiento del mismo, lo vamos a dividir en tantas partes como parecen necesarias para la completa comprensión de tal episodio de sorpresa y conversión.

 

La decepción de los más débiles

 

“Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado.”

Es cierto que aquellos discípulos de Jesús iban a Emaús. Sin embargo, más acertadamente podríamos decir que volvían a Emaús. Y es que ellos, que habían estado en Jerusalén para celebrar la Pascua, y visto lo que habían pasado, deciden volver a sus casas y, lo que es peor, olvidar todo muy pronto.

Más adelante veremos esto, pero, al parecer, estos dos discípulos volvieron Emaús el domingo de la resurrección de Jesús porque, según podemos entender, no acabaron de creer lo que habían dicho las mujeres al respecto del sepulcro vacío y de la aparición de Ángeles.

El caso es que regresaban a su pueblo.

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3.01.19

El rincón del hermano Rafael - "Saber esperar" - Lo paradójico de la Fe católica

 

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” – Lo paradójico de la Fe católica

 

“Primero se la pedimos, cuando no la lloramos, pero una vez que estamos en ella, ¡qué felices nos sentimos al vernos junto a Cristo!”

 

En efecto, la cruz, así dicha, en minúscula, es la que cada uno de nosotros llevamos porque es bien cierto que cada cuando tiene la suya cuando no las suyas.

Sabemos, de todas formas, que hay otra Cruz, escrito así con mayúscula, que es en la que murió Dios hecho hombre. Y a ella, creemos, se refiere el hermano Rafael en el texto aquí traído hoy. Y es que la queremos porque sabemos que es raíz sobre la que construir una realidad fiel a Dios Padre Todopoderoso.

Es posible que a alguien le resulte que haya quien le pida a Dios la cruz.

Ciertamente, no es algo común ni siquiera entre los creyentes católicos, no nos podemos engañar.

Hay, sin embargo, quien sabe a qué carta quedarse en materia de su fe y le pide a Dios la cruz.

San Rafael Arnáiz Barón lo dice con toda claridad y no se esconde nada de nada. Es un tema difícil, sí, de sostener porque se debe tener una fe grande que a uno lo sostenga pero imposible, lo que se dice imposible no es, como podemos ver en estas palabras, breves sí, pero clarificadoras de qué es cada cual.

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2.01.19

Reseña: ”El Reino y el reinado de Cristo”

 

   El Reino y el reinado de Cristo                                 El Reino y el reinado de Cristo

Título: El Reino y el reinado de Cristo.

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán.

Editorial: Lulu.

Páginas: 82.

Precio aprox.: 3. 99 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN: 5 800131 932448 papel ;  978-0-244-44624-6 electrónico.

Año edición: 2018.

Lo puedes adquirir en Lulu. 

 

“El Reino y el reinado de Cristo” - de Eleuterio Fernández Guzmán

 

Para un hijo de Dios que, en el seno de la Iglesia católica, vive y sobrevive a las asechanzas del Maligno, el Reino de Cristo es, simplemente, lo mejor que se le puede anunciar pero, sobre todo, es el que debe vivir y existir desde que se reconocer hermano del Maestro. Por eso, hemos dedicado un pequeño texto al tema del Reino de Cristo y, claro está, a su reinado en el corazón del hombre y en el mundo.

Del mismo, traemos aquí la Presentación:

 

“¡Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano! Miradnos humildemente postrados; vuestros somos y vuestros queremos ser, y a fin de vivir más estrechamente unidos con vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.

Muchos, por desgracia, jamás, os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han desechado. ¡Oh Jesús benignísimo!, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo.

¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa paterna, que no perezcan de hambre y miseria.

Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe para que en breve se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.

Conceded, ¡oh Señor!, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: ¡Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud! A Él se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Amén.”

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1.01.19

María, siempre María

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Hoy es 1 de enero luego, el primer día del nuevo año 2019 contado desde que los cristianos hacemos lo propio tras el nacimiento del Hijo de Dios. Y nada mejor que empezar un nuevo curso temporal recordando a quien, con su respuesta de sí a Dios quiso ser su Madre. 

Sí, nos referimos a María, a la Virgen, Santísima e Inmaculada María. Y es que hoy es, como suele decirse, “su día”. Vamos, que celebramos su santo nombre. 

Seguramente, quien esto escribe no puede decir nada ni nuevo ni mejor de lo que se ha dicho sobre nuestra Madre del Cielo. Pero eso no quita, ni mucho menos que, como hijo, diga lo que creo debe ser dicho por muchas veces que se haya dicho, escrito, escuchado o leído. 

Hemos dado en titular el artículo de hoy “María, siempre María”. Y es que, en efecto, siempre es María a quien tenemos y tendremos por Madre, a quien podemos diriginos e implorar su auxilio y, por fin, su intercesión ante Dios, Padre suyo y nuestro pero, no lo olvidemos, hijo suyo… 

Sí, sabemos que esto de que María sea Madre de Dios e hija suya es algo difícil de comprender. Sin embargo, lo que  nos pasa muchas veces es que queremos comprender lo que ahora no puede ser comprendido y sólo lo será cuando, en el Cielo (Dios quiera que allí lleguemos y nosotros pongamos todo de nuestra parte) muchas cosas se nos expliquen y seamos capaces, entonces sí, de comprender. Ahora, pues, nos basta con la fe que, siendo como somos de pecadores… es más que suficiente.

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