30.04.19

San José, obrero y maestro de Cristo

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Nos dirigimos a ti, Oh bendito San José, nuestro protector en la tierra, como quien conoce el valor del trabajo y la respuesta a nuestro llamado. A través de tu Santa Esposa, la Inmaculada Virgen Madre de Dios, y sabiendo el amor paternal que tuviste a nuestro Señor Jesús, te pedimos nos asistas en nuestras necesidades y fortalezcas en nuestros trabajos. 

Por la promesa de realizar dignamente nuestras tareas diarias, líbranos de caer en el pecado, de la avaricia, de un corazón corrupto. Se tú el solícito guardián de nuestro trabajo, nuestro defensor y fortaleza contra la injusticia y el error. 

Seguimos tu ejemplo y buscamos tu auxilio. Socórrenos en todos nuestros esfuerzos, para así poder obtener contigo el descanso eterno en el Cielo. Amén.”

(Oración tradicional dedicada a San José)

 

 

A San José se le reconocen muchos patronazgos. Sin embargo, uno de los que más destaca es el de ser el patrono del trabajo. Y es que San José, como es más que sabido, además de ejercer de padre adoptivo de Jesús tenía una profesión con la que se ganaba la vida. De su labor de carpintero que, seguramente, enseñó a Jesús, ha devenido un patronazgo sobre el trabajo que es digno de tener en cuenta y de hacer mención de él. Y, claro, podemos creer que también fue, en cierta manera, el maestro de Jesucristo.

 

Al respecto de lo del patronazgo sobre el trabajo, Pío XII instituyó la festividad de San José Obrero, aunque podemos imaginar que, al menos, el pueblo creyente católico tenía al padre adoptivo de Jesucristo por muy importante en el mundo del trabajo desde hacía muchos siglos (pues así suelen ser las cosas cuando se declara que alguien es importante… el pueblo ya sabía y nada surge de la nada, claro está). Y lo hizo para que, a partir del 1 de mayo de 1955 se celebrara, con especial énfasis, a la figura de aquel hombre que supo mantenerse fiel a Dios en sus convicciones espirituales pero, también, que supo transmitir un amor por el trabajo del que hoy día aún vivimos. En aquel entonces dijo a los trabajadores reunidos en la Plaza de San Pedro (más de 200.000) que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias”.

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Destacó, entonces, la humildad y la dignidad de quien trabaja  con sus manos. En cuanto a la primera, virtud importante para el cristiano, José la representó a la perfección al manifestarla en cada una de sus acciones a lo largo de su vida; en cuanto a la segunda, la labor llevada a cabo manifestó lo que cada cual, con su propio trabajo, puede llegar a transformar su vida y llenarla con el amor de Dios. 

José, obrero, representa, también, la preocupación que la Iglesia católica ha tenido y tiene por el mundo del trabajo. Así, por ejemplo, desde que en 1898 León XIII abordara el tema del trabajo en su Encíclica Rerum Novarum han sido muchos los documentos que han tratado tan importante realidad como Quadragesimo Anno, de Pío XII, Mater  et magistra, de San Juan XXIII, Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, Populorum Progressio, de San Pablo VI, y la Laborem exercens, de San Juan Pablo II en la que, además, profundizó el Papa polaco en la espiritualidad del trabajo.

 

Por otra parte, San Juan XXIII, de grata memoria, terminó su alocución el día de la fiesta de San José Obrero del año 1959 con una oración que nos dice mucho acerca de la figura de tan importante persona en la historia de la salvación. Decía lo siguiente:

 

¡Oh glorioso San José, que velaste tu incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!

 

Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación“.

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En tal oración se nos impele a no dejarnos avasallar por las circunstancias que nos han tocado vivir y que nos reconozcamos hijos de Dios. Pero, además, se nos recuerda algo que es muy importante para un cristiano, aquí católico: nunca está, estamos, solos en nuestra labor diaria sino que, muy al contrario de lo que puedan pensar los adalides del ateísmo, Jesús y su Madre, María, siempre nos acompañan y, junto a ellos, José, esposo amante y cuidador de Madre e Hijo. En ellos podemos apoyarnos. 

Pues bien, nosotros podemos imaginar a Jesucristo meditar sobre la figura de José. Quizá pudo pensar esto que sigue:

 

Nuestra casa era pobre y no demasiado grande. Sin embargo, era suficiente para que vivieran tres personas que tanto se querían como mi madre, José y yo mismo. 

La verdad es que José siempre fue un hombre trabajador. Ser carpintero requería paciencia porque, poco a poco tenía que modelar, casi de la nada, algo que pudiera ser útil. Casi, diría yo, como hace mi Padre con los corazones duros que, con paciencia y perseverancia convierte en suaves y tiernos.

José tuvo una vida sencilla pero, sin duda, nada fácil. Trabajador humilde y piadoso creo que era un fiel cumplidor de la voluntad de Dios y que se entregó al cuidado de mi madre y de mí porque era lo que tenía que hacer. Por eso nunca preguntó más de lo que necesitaba saber y en su diaria labor pienso yo que trataría de descifrar, exactamente, lo que se esperaba de él para cumplirlo.

Puedo decir, ahora que ha transcurrido un tiempo desde que se fue a la casa de mi Padre, donde nos espera, que muchas de las cosas que digo a los que me siguen las he tomado de ver a José trabajando y del comportamiento ordinario, común, que tuvo en su vida. No puedo negar, ni quiero negarlo, que en lo humano José fue mi maestro.

Aquel silencio mientras trabajaba; aquella forma de esforzarse sin pedir nada a cambio, tan sólo por el amor que nos tenía; aquella entrega muestra de tantos pensamientos profundos…

Pero no sólo recuerdo su trabajo manual, que nos permitía salir adelante. Algo había más importante en su vida que lo hacía humano y tierno, amoroso y cercano: cuidaba de mi Madre y de mí de una forma tan dulce…

Sin embargo, sabía a la perfección cuándo debía permanecer en un segundo plano adoptando la posición de reconocer quién era yo.

Recuerdo, ahora, como aquella vez que me quedé en el Templo hablando con los doctores de la ley. Cuando, al fin (tres días buscándome debió ser terrible para José y mi madre) dieron conmigo (es que aún no sabían que yo debía andar en las cosas de mi Padre) fue mi madre la que mostró su enfado conmigo. ¡Cómo se puso aquel día!, no sin algo de razón, claro.

Mientras, José miraba y callaba y, aunque mi madre siempre decía que guardaba ciertos momentos en su corazón, como para gozar con ellos o, quien sabe, para entristecerse con ellos, yo siempre he creído que también José gozaba de tan buen depósito de amor.

Bueno, ¡Cómo pasa el tiempo!, Juan está teniendo mucho trabajo hoy en el Jordán. Parece que ya me toca entrar en el agua”.

 

Ciertamente, esto ya fue publicado en su día pero, ¡Qué le vamos a hacer!, hay que cosas que vale la pena recordar.

 

San José Obrero, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

…………………………….

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

27.04.19

La Palabra del domingo - 28 de abril de 2019

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Jn 20 19-31

 

“19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar  donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros.’ 20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21    Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros. Como el Padre me envió,  también yo os envío.’ 22      Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. 23    A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados;          a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.’ 

 

24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: ‘Hemos visto al Señor.’ 25  Pero él les contestó: ‘Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.’

 

26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: ‘La paz con vosotros.’ 27 Luego dice a Tomás: ‘Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.’ 28 Tomás le contestó: ‘Señor mío y Dios mío.’ 29 Dícele Jesús: ‘Porque me has visto has creído.  Dichosos los que no han visto y han creído.’ 30   Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro.

31   Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.” 

 

COMENTARIO                                                                 

 

Y tuvo que aparecerse para que creyeran 

 

El creyente, al parecer, necesita pruebas más que innecesarias para creer. Y eso es lo que les pasa a los que están escondidos por miedo a los judíos. 

Y es que para que todo lo que hizo tuviera sentido tuvo que aparecerse, Jesús, a sus discípulos que, con miedo, estaban escondidos. Sólo así comprendieron todos los, para ellos, extraños mensajes  que habían recibido de Él y que, en su tiempo, no entendieron. 

Y se presentó ante ellos con la paz por delante, como deseándoles lo mejor, la tranquilidad del alma, la mejor forma de manifestarse, la expresión pura y simple de su ser. 

Para que acabaran de creer, les enseñó las marcas de su Pasión. Así, todo se cumplía, la comprensión de sus seguidores fue total.

Pero no bastó con esto. Era fundamental que, sobre ellos, exhalara el Espíritu Santo; que, como prometió, fuera conveniente, para ellos que Él se fuera, se marchara al Padre, porque enviaría otro paráclito, otro defensor, ese Espíritu que les iba a guiar, dirigir, marcar el camino hacia Dios. 

Y también llevó a cabo el primer envío después de darles a aquel. Una misión: predicar el Evangelio, esa buena noticia que debían de llevar a todos,  con el poder de perdonar pecados, y de retener los que creyeran que debían ser retenidos. Todo un poder legítimo, significativo, creador de un nuevo mundo basado en su ejemplo, en su amor, en la Verdad que Él trajo, otros brazos para Dios. 

Y como era esencial llevar a cabo una definición, el establecimiento de un concepto claro y diáfano de Fe, lo hace en cuanto Tomás, llamémosle el incrédulo, duda de su presencia ocho días antes, ante sus apóstoles, allí, entre ellos, ante sus hermanos de fe.

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25.04.19

J.R.R. Tolkien - Ventana a la Tierra Media – La labor impagable de Christopher Tolkien

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Es bien cierto que J.R.R. Tolkien, por diversas circunstancias (entre las cuales no fue de poca importancia la perfección que quería imprimir a sus obras) no publicó, en vida, muchas obras de ficción o, digamos, de subcreación.

Sin embargo, no es poco cierto que escribió mucho y más que mucho. Era de esperar que alguien que había colaborado mucho en su trabajo desde bien pequeño (en cada edad, lo suyo, claro está) como es su hijo Christopher   se encargara de continuar con la labor de publicación a que su padre no pudo hacer frente.

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23.04.19

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro" – Pecar; el pecado

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Pecar; el pecado

 

“El pecado, el mal, el dolor, tienen una humana y tremenda raíz de injusticia que pone en las esquinas el dedo que acusa a todos y cada uno de los hombres. Si redondeáramos nuestro sentido de responsabilidad, todas las lágrimas del mundo no bastarían para borrar ese grito concorde, masivo, alucinante, que sonorizan las gargantas de todos los inútiles del mundo.”

 

A lo mejor Dios nos castiga por los pecados cometidos. Y es que para el ser humano creyente que forma parte de la Esposa de Cristo (llamada Iglesia católica) no puede haber duda alguna acerca del castigo que, por nuestros pecados, nos merecemos.

Y no vaya a creerse que esto lo decimos a la manera judía de tiempos de Cristo en el sentido de que una persona, cuando padecía un mal era porque había pecado. No. Lo que queremos decir es que podemos ser castigados aunque Dios perdone mucho de lo malo que hacemos.

Pues bien, el Beato Manuel Lozano Garrido, en este texto de “El sillón de ruedas” sabe más bien y tiene más que claro que las cosas son como son y que, además, hace mucho y más tiempo que son como son.

Todos estamos acusados de ser pecadores: unos, porque nos damos cuenta; otros, porque se dan cuenta otros de nuestras caídas y visitas a la fosa de la que tanto habla el salmista.

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20.04.19

La Palabra del domingo - 21 de abril de 2019

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Jn  20, 1-9

 

“El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: ‘Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.’ Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó,   pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.”

        

 

COMENTARIO

 

¡Resucitó!

 

No resulta demasiado difícil imaginar la situación en la que, en aquel primer domingo después de la muerte de Jesús, se encontraban sus discípulos más allegados e, incluso, su Madre María. 

Lo que había sucedido apenas unos días antes debía ser insoportable para ellos: habían visto entrar en gloria al Maestro en Jerusalén y apenas unos días después lo vieron maltrecho, colgado en una cruz como si se tratase de un malhechor y, para acabarlo de arreglar, muerto sin solución posible… 

Eso era lo que pensarían muchos de ellos. Sin embargo, también podemos imaginar que otros creían en lo que les había dicho. Y lo creían porque se había cumplido todo lo que les dijo: lo apresarían y lo condenarían a muerte. ¿Había, pues, alguna razón para que, como les había dicho, no regresara del mundo de los muertos a los tres días? 

Y así estarían con su congoja: unos pensando que todo estaba perdido; otros esperanzados. 

Pero María de Magdala acudió al sepulcro para ver, quizá, al Maestro o, también, para acabar de arreglar su cuerpo porque es posible que pensara que, con las prisas del viernes, no había sido bien preparado. El caso es que aquella mujer, que tanto amaba al Maestro por lo que había hecho por ella, acude al sepulcro. 

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18.04.19

Semana Santa: Salvados a cambio de Su Sangre

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Sangre y Luz. Así, dicho, son dos palabras que, a lo mejor, poco tienen que ver. Sin embargo, si las miramos desde el punto de vista de la historia de la salvación, es posible que encontremos más de una relación. 

Digamos para empezar que eso, la historia que llamamos de la salvación lo es, primero, y tiene, un sentido histórico porque se ha desarrollado a lo largo del devenir de la humanidad; y es de salvación porque ha tenido, como fin, que el ser creado por Dios a su imagen y semejanza se salve. Y si necesitaba salvación era, claro, porque estaba perdido, porque se había salido del camino que el Todopoderoso le había trazado para encontrarse con Él en el Cielo y había estado paciendo, cual oveja díscola, en cualquier otro campo donde la hierba no proporcionaba vida eterna sino, como mucho, un sustento mundano y temporal. 

Pero el Plan, así con mayúscula porque es Dios quien lo estableció, debía cumplirse y se iba a cumplir muy a pesar de ciertos comportamientos humanos. Bueno, a lo mejor, por eso mismo… 

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17.04.19

Semana Santa: con los pies lavados

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¿Qué hacemos con la salvación?

 

Esta pregunta, demasiadas veces, no tiene fácil respuesta; a veces, para según qué espíritus, ninguna. De todas formas, vayamos por partes. 

Seguramente no hace falta decir que hoy, además de ser Jueves Santo y, por tanto, podríamos decir en lenguaje moderno, Día Internacional del Amor Fraterno, es el día en el que el Hijo de Dios hizo mucho por sus hermanos los hombres y, en general, por el hombre, creación de Dios hecha a su imagen y semejanza

Cuando decimos esto último, lo de la “imagen y semejanza”, hay quien cree que eso supone que, como nosotros, los seres humanos, somos como somos, digamos, físicamente, que Dios ha de ser así porque si somos hechos a su imagen y semejanza y así somos… En fin, que así solemos pensar nosotros. 

Sin embargo, es más acertado creer que somos imagen y semejanza de Dios no físicamente sino espiritualmente. Y es que como el Creador es espíritu (misterio que ahora ni entendemos ni entenderemos hasta que podamos preguntárselo a Él directamente en el Cielo y se nos expliquen bien las cosas) nosotros somos, sí, imagen y semejanza suya, pero a un nivel no físico sino, más bien, espiritual. Y, entonces, entra en juego, lo que muchas veces no queremos que entre en juego: la Bondad, el Amor, la Misericordia, el Perdón, etc., etc., etc. 

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16.04.19

Revista “Fe y Obras” - Número 3 - Semana Santa y Pentecostés

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Así también la fe, si no tiene obras,

está realmente muerta” (St 2, 17)

 

Dando gracias a Dios por la inspiración y por la posibilidad de poder llevar a cabo un proyecto largamente acariciado por este que escribe, traemos hoy a esta casa el tercer número de una Revista católica de título “Fe y Obras”.

 

ÍNDICE

  

Carta del Director 

Magisterio 

Desde la fe 

Nuestros mayores en la fe dicen 

Habla el Catecismo de la Iglesia Católica 

Camino, Verdad y Vida 

El libro del cuatrimestre. En este número, los libros.

Oremos 

Hasta que Dios quiera

  

*******

 

Carta del Director

 

Estimados lectores:

 

Una vez ha pasado el tiempo de Cuaresma y, es de suponer, hemos limpiado nuestro corazón lo mejor que hayamos sido capaces de limpiar, llega un tiempo espiritual que es crucial.

 

Cuando decimos eso, que es crucial, nos referimos que tiene relación perfecta con la cruz o, mejor, con la Cruz., Y nos referimos, claro está, a la de Cristo.

 

Este tiempo es más que especial. Y es que una semana de gloria como fue aquella en la que el Hijo de Dios entró en la Ciudad Santa, el pasado Domingo, de Ramos, y allí manifestó que era, en efecto, el Mesías y Enviado de parte del Todopoderoso, culminó con un tiempo terrible: el de la muerte de Jesucristo en la Cruz.

 

Había, sin embargo, esperanza. Y era la que había sembrado Jesucristo cuando dijo que sí, que iba a ser entregado y que iba a morir. Sin embargo, también dijo que iba a resucitar.

 

Es más que cierto que muchos de aquellos que escucharon eso de la resurrección no acabaron de entender lo que quería decir. Y no es que el pueblo judío no supiera nada sobre tal tema, que sí sabía y había partidarios y contrarios al mismo, sino que no era un tema demasiado fácil siendo, además, muy misterioso.

 

Pero sí, Jesucristo sería entregado en manos de sus matarifes, moriría y, luego, resucitaría. Y estaría con sus discípulos, aún, algunas semanas más hasta que en un momento concreto y bien determinado, en Pentecostés, enviaría a los suyos a transmitir la Buena Noticia. La Iglesia, luego llamada católica, inició su camino que llega hasta hoy mismo.

 

Este tiempo, por tanto, es demasiado importante como para que lo olvidemos. Y no lo vamos a hacer, por supuesto.

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

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14.04.19

Semana Santa: Pasión y salvación

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Ayer mismo vivimos, y revivimos, un momento más que importante en la historia de la salvación del ser humano creyente en Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y de todo lo visible e invisible. Y es que ayer domingo lo fue de Ramos, llamado así por aquellos que tendieron, a su paso hacia la Ciudad Santa, los que también creían en Dios. 

Esto lo decimos porque, como ponemos en el título de este artículo, esta Semana, llamada Santa porque lo es, lo es de Pasión pero también es de salvación. Es más, lo primero tiene como fin lo segundo. 

Sabemos que resulta muy difícil sostener una cosa y la otra sin que nos dé un vuelco el corazón. Y es que, así como Dios envío a su Único Hijo engendrado y no creado al mundo, estamos más que seguros de que lo hizo en bien de la humanidad que había creado, nada más y nada menos, que a su imagen y semejanza. 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que lo que conocemos de aquellos días, aquella semana de siete días completos que van desde aquella entrada hasta la Resurrección de Nuestro Señor, es no terrible sino, como se suele decir, lo siguiente. Y con eso queremos decir que, en este caso, se supera toda aberración que pudiera ser imaginada y todo maltrato que una mente enferma pudiera crear. 

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13.04.19

La Palabra del domingo - 14 de abril de 2019

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Domingo de Ramos

 

Lc 23, 1-49

 

1 Y levantándose todos ellos, le llevaron ante Pilato.

2 Comenzaron a acusarle diciendo: «Hemos encontrado a éste alborotando a nuestro

pueblo, prohibiendo pagar tributos al César y diciendo que él es Cristo Rey».

3 Pilato le preguntó: «¿Eres tú el Rey de los judíos?» El le respondió: «Sí, tú lo dices».

4 Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: «Ningún delito encuentro en este hombre».

5 Pero ellos insistían diciendo: «Solivianta al pueblo, enseñando por toda Judea, desde

Galilea, donde comenzó, hasta aquí».

6 Al oír esto, Pilato preguntó si aquel hombre era galileo.

7 Y, al saber que era de la jurisdicción de Herodes, le remitió a Herodes, que por aquellos

días estaba también en Jerusalén.

8 Cuando Herodes vio a Jesús se alegró mucho, pues hacía largo tiempo que deseaba verle,

por las cosas que oía de él, y esperaba presenciar alguna señal que él hiciera.

9 Le preguntó con mucha palabrería, pero él no respondió nada.

10 Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándole con insistencia.

11 Pero Herodes, con su guardia, después de despreciarle y burlarse de él, le puso un

espléndido vestido y le remitió a Pilato.

12 Aquel día Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues antes estaban enemistados.

13 Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo

14 y les dijo: «Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he

interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de

que le acusáis.

15 Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la

muerte.

16 Así que le castigaré y le soltaré».

18 Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: «¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!»

19 Este había sido encarcelado por un motín que hubo en la ciudad y por asesinato.

20 Pilato les habló de nuevo, intentando librar a Jesús,

21 pero ellos seguían gritando: «¡Crucifícale, crucifícale!»

22 Por tercera vez les dijo: «Pero ¿qué mal ha hecho éste? No encuentro en él ningún delito

que merezca la muerte; así que le castigaré y le soltaré».

23 Pero ellos insistían pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y sus gritos eran cada

vez más fuertes.

24 Pilato sentenció que se cumpliera su demanda.

25 Soltó, pues, al que habían pedido, el que estaba en la cárcel por motín y asesinato, y a

Jesús se lo entregó a su voluntad.

26 Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo,

y le cargaron la cruz para que la llevará detrás de Jesús.

27 Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él.

28 Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por

vosotras y por vuestros hijos.

29 Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no

engendraron y los pechos que no criaron!

30 Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas:

¡Cubridnos!

31 Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?»

32 Llevaban además otros dos malhechores para ejecutarlos con él.

33 Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la

derecha y otro a la izquierda.

34 Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Se repartieron sus

vestidos, echando a suertes.

35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que

se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido».

36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre

37 y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»

38 Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos».

39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y

a nosotros!»

40 Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma

condena?

41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio,

éste nada malo ha hecho».

42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

43 Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

44 Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la

tierra hasta la hora nona.

45 El velo del Santuario se rasgó por medio

46 y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho

esto, expiró.

47 Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre

era justo».

48 Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se

volvieron golpeándose el pecho.

49 Estaban a distancia, viendo estas cosas, todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea.

 

COMENTARIO

Unos ramos de gloria y de sangre

 

Es bien cierto que el Calendario Litúrgico nos tiene reservado para hoy, 14 de abril de 2019, un texto muy extenso que refiere toda la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Así tiene que ser porque hoy empieza, claro está, la llamada Semana Santa y esto es lo que nos corresponde saber y tener en cuenta. 

Sin embargo, nosotros vamos a comentar, en especial, el día de hoy, Domingo de Ramos. 

Cuando, cada año, llega un domingo tan especial como es el llamado de Ramos, nos vienen al corazón y a la mente unos momentos muy importantes para la historia de cada uno de nosotros y, en general, para toda la humanidad. 

En aquel momento, un hombre entraba en Jerusalén. Lo hacía de una forma poco ostentosa pues entraba en un pobre jumento que no decía mucho, precisamente, de que su reino fuera de este mundo y mostrara, así, su gran poder. Y lo hacía así porque su poder era muy otro y tenía poco que ver con mundanidades y sí con grandes alturas espirituales. 

Nada de armas, nada de caballos. Tan sólo los ¡Hosannas! de aquellos que lo recibían como Rey, pero como un tipo de Rey muy distinto a los que se estaba acostumbrado por entonces. 

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