Es muy recurrente hablar del Bien y del Mal en J.R.R. Tolkien refiriéndose a sus dos obras, digamos, más conocidas que son, a saber, El Hobbit y El Señor de los Anillos. Y es que, sin duda alguna, en ellas puede apreciarse de forma evidente que hay quien hace mal las cosas y hay quien las hace bien y no, digamos, a nivel espiritual o que pudiera ser teórico, sino en la realidad (literaria) y, en fin, causando daño o lo contrario.
Y, sobre esto, si hablamos de personajes, de seres subcreados por el profesor de Oxford es, ciertamente, extraordinaria la diferencia que existe entre aquellos que encarnan el Bien y los que hacen lo propio con el Mal.
Como estos artículos van dirigidos tanto a quien esté avisado de qué se habla en ellos como a quien desconozca el mundo de Tolkien, no está mal decir que el caso mismo del Bien y del Mal está planteado por el autor de estos libros porque, como católico que era, tenía muy claro que existen uno y otro y que no puede ser lo mismo que venza el primero o que se haga con el poder el segundo. Es más, los daños causados cuando impera el Mal (Melkor-Morgoth y sus secuaces) son evidentes. De todas formas, hay que reconocer que cualquiera, sea católico o no lo sea, sabe que el Mal y el Bien existen a no ser que vive, de verdad, en otro mundo…
Después de dejar claro esto que es, digamos, una general de la Ley de Tolkien, vayamos al meollo de la cosa.
¿Es Eru -Dios- quien crea el Mal?
Esta pregunta tiene su intríngulis porque contestarla de forma positiva, que sí que lo crea, es bien cierto que pudiera parecer que goza con el mismo con el daño que causa. Sin embargo, como Tolkien tenía fe, nada de eso puede ser posible. Por tanto, respondemos que no, que Eru/Ilúvatar, no crea el Mal porque sólo quiere, al crear la Tierra Media y a los que la habitan, que algo bueno tenga vida. Y lo crea todo para goce, digamos, de sí mismo.
Pero, entonces, ¿Cómo surge el Enemigo?
Digamos que el Mal, en sí mismo considerado, habita en el corazón de Melkor, uno de los Valar (Ángeles según diría el mismo J.R.R. Tolkien, si nos atenemos a una creación, a la Creación de Dios Todopoderoso) que luego sería llamado, por primera vez, Morgoth (Enemigo Oscuro del Mundo) por Fëanor cuando arrebató los Silmarils en un momento histórico más que notable del relato de El Silmarillion.
Sabemos que Melkor fue creado por Eru igual que fueron creado los demás Valar (Que eran considerados dioses para los habitantes de la Tierra Media; Ángeles, según decimos arriba) Pero, por unas cosas y por otras, su corazón se ennegreció. Y quizá lo hizo por esto que sigue, a lo que bien podemos llamar “Causas del odio de Melkor”:
1. Manwë y Melkor (Valars, espíritus o dioses) son hermanos, pero Eru prefiere al primero.
2. Varda (Valie, Varda en femenino, diosa o espíritu) rechaza (antes de la ejecución de la música) a Melkor y éste la odia.
3. Melkor estaba celoso de Aulë (Valar, dios) porque se le parecía mucho en pensamientos y poderes. Melkor estropea todo lo que hace Aulë.
Ambos quieren hacer cosas nuevas:
-Aulë crea a los enanos (que permanecerán sin existir hasta que aparezcan los Primeros Nacidos de Ilúvatar, los Elfos)
-Melkor corrompe a Elfos capturados para que aparezcan los Orcos. Es, seguramente, lo que más molesta a Ilúvatar: que destruya a su primera creación de seres vivientes.
Esto y, quizá, otras causas que se sumarían a las aquí apenas expuestas, fue la causa principal de aquel Valar que podía haber sido bueno deviniera en malo y causara tanto daño como pudo.
Sobre lo del odio, que referimos arriba, es muy cierto que el que sería considerado “Enemigo” de todo lo bueno, el creador de sombras en el corazón de los Primeros nacidos, de los hombres o de todo ser que pudo corromper, acumuló tanto en su corazón que, en realidad, otra cosa no podía hacer. Es decir, podría haber hecho otra cosa si desde el principio no hubiera desafinado en la interpretación de la música que Eru creyó oportuno que interpretaran los Valar. Pero desafinó de tal forma que, desde aquel momento, Ilúvatar supo que aquel Ainu al que había creado poniendo todas sus posibilidades en él y al que había hecho poderoso, muy poderoso, iba, en efecto, a mostrar su poder pero no de la forma como debía mostrar sino, justamente, al contrario.
De aquel ser creado para el Bien muchos fueron los que nacieron para el Mal. Es decir, Melkor, por sí solo, poco podía hacer pues tenía en contra a casi todos los Valar (había quien estaba de acuerdo con él, como suele pasar siempre con el Mal, entonces y ahora). Y necesitaba, por decirlo así, discípulos que, muchas veces, lo eran por esclavitud y, otras veces, por conveniencia (recordemos, por ejemplo, a los hombres que lucharon a su lado en las muchas guerras que hay en la Tierra Media) Y corrompió seres existentes como si se tratase de la creación de seres nuevos como quería tener poder para eso, digamos, a como lo tenía Eru, seres horrendos (¿Por qué el Mal nada bello puede hacer?) que causaron daños más que cuantiosos desde el mismo momento de su creación o, mejor, cuando estuvo preparado el Enemigo para que lo hicieran. Es decir, crear en cuanto lo podía hacer Eru no podía hacer, ni siquiera, el gran Valar Melkor. De todas formas, no podemos negar que hay debate al respecto de si el Enemigo podía crear o sólo hacer que lo existente se convirtiese en parte de su Mal.
A este respecto, estamos de acuerdo con que si Aulë pudo crear a los enanos aunque tuviera que esperar el permiso de Eru para darles vida… es posible que también pudiera hacer lo propio Melkor.
Bueno… de todas formas, el caso es que hay una serie de seres malvados que actúan a favor de este requetemalvado ser llamado Morgoth. Y hacen el mal y son el Mal considerado como tal.
Así, por ejemplo, Orcos, Trasgos, Nazgûls (que ponemos aquí porque fueron antiguos reyes o hechiceros a los que Sauron entregó uno de los anillos con los que podían obtener grandes poderes y los que, con el paso del tiempo, acabaron siendo espectros y por ser Sauron, a la sazón, Maiar corrompido por Melkor cuando así se llamaba), Trolls y demás bestias relacionadas con el rebelde Valar al que aquí nos referimos como expresión propia del Mal, actúan al antojo de quien los domina a lo largo de toda el relato de El Hobbit y El Señor de los Anillos. Y es que hay que tener en cuenta que es el Anillo Único el que hace, digamos, de cordón umbilical que une la segunda obra literaria con la primera pues tanto era el interés que había, por parte del editor de El Hobbit en que hubiese una segunda parte de tal obra que tuvo que encontrar, J.R.R. Tolkien, un nexo de unión entre lo que había sido aquella exitosa historia (inesperado éxito, seguramente) y lo que él sabía no podía ser una simple continuación de las aventuras de Bilbo Bolsón.
Tales seres, y otros más de naturaleza divina (como hemos dicho arriba hubo hombres que lucharon al lado del Enemigo fiados, seguramente, a las promesas hechas por Morgoth – señal de lo que, en verdad, no lo conocían-) forman parte del Mal y en el Mal, según podemos ver con bastante nitidez, se apoyan para llevar una vida que no es, precisamente, recomendable. Y, entre ellos, como no podemos olvidar, se encuentra Saruman, un Maiar (digamos, un dios menor) que trata de imitar a Sauron pero con un éxito bastante menguado y que tiene sus más y sus menos con Gandalf, otro personaje más que conocido que, como Maiar que era (de la raza de los Istari o Magos) no acepta la corrupción del Mal y se alinea con el Bien a al Bien sirve y al que, sin duda alguna, dedicaremos, cuando corresponda, un artículo especial como merece el que tanto hace para que triunfe el bien.
Es bien cierto, por tanto, que J.R.R. Tolkien tenía más que claro que la existencia del Bien y del Mal en su mundo (y en el nuestro, en el ahora mismo) debía tener reflejo en la obra que lo iba a hacer inmortal (eso no lo sabía, claro está). Y podemos decir, sin temor a equivocarnos, que consiguió más que bien que lo bueno fuera bueno y lo malo, más malo que la quina. Y es que, en realidad, toda la historia de la humanidad (y en su caso, de los seres que subcrea) ha mostrado que, aún no queriendo Dios (Eru en la Tierra Media) que el Mal exista, acaba surgiendo por corrupción de los corazones. Vamos, tal como la vida misma.
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
Nota: las imágenes han sido tomadas de Tolkienpedia.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.