Como diría Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”, “A Dios pongo por testigo”. Y esto lo digo porque sí, a Dios pongo por testigo de que cuando empecé a escribir sobre J.R.R. Tolkien, allá por el 12 de enero del año pasado, el 2019, no sabía que sería capaz de llegar al año siguiente y ocupar cada una de las semanas que contienen tales 12 meses escribiendo del Maestro Tolkien menos alguna que otra por causa de fuerza espiritual mayor…
Que nadie crea que la cosa es fácil porque no lo es, para nada lo es. Y no lo es porque hay que sacar, del corazón, de la memoria o de donde sea, legítimamente, temas sobre los que ocuparse. Y eso es algo harto dificultoso.
Es cierto y verdad que quien sabe mucho de lo hecho y dicho por aquel hombre que fue a la I Guerra Mundial porque creía que debía ir (y allí perdió a muchos de sus amigos) puede escribir bien y bastante de tales temas. Y en la casa de la Sociedad Tolkien Española seguro estoy de que hay muchas personas que reúnen tales características. Sin embargo, como creo haber reconocido en otras ocasiones, ni conozco en profundidad a nuestro autor ni sé más allá, digamos, de lo elemental. Vamos, que en esto soy un novato más que novato, un recién llegado, un don nadie…
Que nadie crea que esto que hago ahora es, digamos, un ejercicio de falsa humildad. Y no lo es porque, ciertamente, desconozco tanto y tanto desconozco… en fin.
De todas formas, no puedo negar que la figura de aquel hombre que había nacido en Sudáfrica y, luego, emigró a la Metrópoli, es algo más que interesante y, se mire por donde se mire su biografía, siempre hay por dónde obtener ayuda para echar unas letras sobre tal o cual tema.
Ni qué decir tiene que, aparte la biografía citada supra, sus obras son una fuente inagotable de sabiduría lingüística, un pozo inagotable de imaginación puesta a favor de quien se las lleve al corazón.
Gracias, sobre todo, se han de dar, al menos, he de dar porque soy deudor de un acreedor tan maravilloso como es J.R.R. Tolkien.
Gracias, maestro:
-Por haber hecho posible que el mundo se agrandase en tu/nuestra Tierra Media.
-Por hacer posible que vivamos allí sin estar allí.
-Por permitirnos gozar de tus palabras entregadas con caridad de hermano.
-Por haber sabido (y saber) llevarnos por caminos hacia destinos de los que pocas veces sabemos el final pero nos esperanzamos con los mismos, cuales héroes a espada y mithril.
-Por habernos procurado unos personajes con los que identificarnos.
-Por conseguir que queramos ser mejores según ciertas actitudes propias de sus buenos y mejores personajes.
-Por haber hecho valer unos valores que unos llamamos católicos y otros, simplemente, humanos.
-Por hacer que naciera en nosotros en ansia por el “más allá” de tu obra, por querer conocer, por tus Apéndices que son un alimento que sacia, en bastante, nuestro querer.
-Por, por, por…
Esto lo digo, con franqueza, porque estoy muy especialmente agradecido al descubrimiento de un mundo, sí, mejor que el nos ha tocado vivir, se diga lo que se diga. Y allí, al menos, podemos refugiarnos de las asechanzas de los dragones que abundan en nuestro ahora. Y sí, estos es posible que no echen fuego por la boca pero lo echan por el corazón que es, seguro, mucho peor… Y lo es porque arrebatan la esperanza a los sencillos y hacen de la existencia un continuo camino pedregoso donde podemos tropezar… y tropezamos.
(Por cierto, lo último sí es alegoría…)
De todas formas, hay artículos que se escriben solos. Y uno de ellos ha sido este en el que, no sabiendo qué decir, ha salido algo. Y será, claro, por influencia de nuestro hermano en literatura (aparte de en la fe católica, a quien corresponda) Ronald porque faltando aún dos meses para su publicación (hoy es 1 de noviembre de 2019, digámoslo todo con franqueza) se me hacen los dedos culebrillas (como diría alguno) de poder escribir aún más. Y eso es gracias, sin duda, al espíritu y obra del maestro Tolkien.
Gracias, pues, hermano Ronald, por haber sido tan hermano y tan gozosamente caritativo con tus palabras. Y allí donde estés (quiero creer que en el Cielo) brindo por ti con una buena jarra de hidromiel, sea lo que sea eso.
Eleuterio Fernández Guzmán - Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.