La Palabra del Domingo - 26 de enero de 2019
Mt 4, 12-23
12 Cuando oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. 13 Y dejando Nazará, vino a residir en Cafarnaúm junto al mar, en el término de Zabulón y Neftalí; 14 para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: 15 ¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! 16 El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido. 17 Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado.’
18 Caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, 19 y les dice: ‘Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.’20 Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. 21 Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. 22 Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
23 Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
COMENTARIO
Convertirse y creer
La regla matemática dice que, en determinadas operaciones, el orden de los factores no altera el producto. Por eso el resultado de multiplicar, por ejemplo, 4 por 5 es el mismo que hacerlo 5 por 4.
En el reino de Dios y con su Ley, sin embargo, no pasa lo mismo. Como suele suceder, el Creador nos sorprende con una lógica que, claro, no es la nuestra.
Ejemplo de esto tenemos cuando sabemos que mientras que en el mundo, también llamado siglo, la confesión de lo mal hecho acarrea la imposición de una pena, en el reino de Dios lleva aparejada el perdón. Y esto muestra, en efecto, dos realidades muy distintas.
Algo parecido pasa con el mismo hecho de creer.
En otra ocasión ya dice Jesús “Convertíos y creed en el Evangelio”. Ahora dice “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado”.
Aquí sí que hay alteración del resultado si cambiamos los factores de esta especial cuenta espiritual.
Así, primero se nos pide la conversión y luego, la creencia en el Evangelio y no al revés.
Vemos, por lo tanto, que cambiar el corazón (de uno de piedra a uno de carne) es fundamental para considerarse discípulo de Jesucristo. Luego se creerá, se pondrá la confianza en el Evangelio pero lo primero es venir a ser un hombre nuevo.
Actuar así no era, digamos, voluntad exclusiva de Jesús, aunque también, sino que venía a cumplir la que lo era de Dios cuando, como recoge el profeta Ezequiel (11, 19-20) escribe que dijo el Creador “yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un espíritu nuevo: quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios.”