Ciertamente, a lo largo del año espiritual católico (y nos atrevemos a decir que, así dicho, cristiano, en general) hay días que son especiales y que destacan en nuestro Calendario Litúrgico por encima de otros. Y eso pasa con el de hoy, 24 de diciembre y su continuación, el 25.
Es cierto y verdad que es, hasta posible, que las cosas hayan quedado establecidas de tal forma que coincidan las fechas del 25 de marzo, la Anunciación que es el momento en el que una joven de Nazaret recibe la visita del Ángel Gabriel, el del Señor, y queda, así dicho y para que se entienda, embarazada en aquel momento, y la del 24-25 de diciembre. Y es que pasa el tiempo necesario para que un ser humano se desarrolle en el seno materno y venga al mundo (si le dejan venir, como podemos imaginar…) Es decir, que las cosas son como parece que son porque, en realidad, fueron, son y serán.
Es posible que alguien pueda deducir de esto que la Iglesia ha manipulado, digamos así, las fechas para que todo salga bien. Y miren ustedes, eso carece de importancia y nada tiene que ver con el meollo de la cosa, por decirlo así. Es decir, que lo que pasó es que… pasó y tenía que pasar. Y ya.
Este artículo lo hemos titulado, por eso mismo, “Ha nacido, nace y nacerá” porque, en realidad, aquí no se trata de que todo lo digamos para que la cosa vaya bien a nuestros intereses, siquiera espirituales. No. De lo que se trata es de algo mucho más importante y (nunca mejor dicho) crucial: es Voluntad de Dios.
Es evidente que el nacimiento del Hijo de Dios (¡recalquemos lo de “Hijo de Dios”) se verificó hace muchos años, siglos ya, hasta dos miles de años que, en la historia de la humanidad quizá sea poco tiempo pero que para el devenir de generaciones y generaciones de personas es algo más que un soplo porque lo es todo al haber dado comienzo, entonces, un nuevo Pacto de Dios con el hombre, criatura que es imagen y semejanza suya.
Nació un niño, indefenso, como todos y necesitado de todo, como todos. Es decir, no nació como podría haber nacido alguien que tiene tanto poder que lo manifiesta en el mismo momento de su venir al mundo algo así como se dice en algunas hagiografías de santos que, por virtud, no mamaban de pequeños… No. Aquel niño, al que llamarían Jesús porque era como debía llamarse según dijo Gabriel a María, nació siendo poca cosa, físicamente hablando y, por eso Herodes quería matarlo… porque hubiera podido, como hizo con otros inocentes. Y bien que lo intentó pero, como se dice en algunos pasajes del Nuevo Testamento refiriéndose a la anticipada muerte de Jesucristo, “aún no era su hora” porque, en efecto, Dios quería que aún no fuera su hora.
El caso es que este Niño tiene algo de especial porque consiguió, con dejarse prender, injuriar, escupir, maltratar y matar y, luego, resucitar, que cada año recordemos un momento como el que hoy empezamos a celebrar. Por eso decimos que esta noche es Nochebuena, así, calificando un espacio de tiempo como es el anochecer como un momento “Bueno” pues no es poca cosa traer al hoy mismo (como ha sido a lo largo de los siglos) el instante en el que Dios dijo “sea” y fue.
Digamos, a este respecto, que por mucho que se pretenda hacer ver que lo que importa, en este año 2020 en el que nos encontramos, de la celebración de la Navidad es que nos podamos reunir más o menos personas entorno a una mesa o que las tiendas estén más o menos abiertas y a qué horas se puede ir a comprar por esto del virus que nos invade, lo bien cierto es que eso es lo que menos importa de este tiempo tan especial. Y es que los creyentes (que creemos, quiere decir eso, en el fondo) tenemos muy a bien recordar y celebrar que nace el Hijo de Dios y que esta Noche es Nochebuena y, como dice el villancico, mañana es Navidad que es algo así como decir que quiso Dios venir al mundo, que pudo hacerlo y que vino y por eso lo del Emmanuel que un tal Isaías, de profesión Profeta, ya dejó dicho hace muchos siglos porque el Espíritu Santo le sopló, con algún gemido inefable, a su corazón y quiso escucharlo el buen hombre, no dejó escondida aquella Luz debajo de ningún celemín y fue y lo puso por escrito, para que a nadie se le olvidara.
Y, por último, decimos que nacerá porque, en efecto, por mucho que se intente (desde los poderes del mundo y, a veces, desde los que no son del mismo) esconder esto bajo el manto de la mercancía y la mercadería, tiene prometido Jesucristo que ha de volver (en lo que llamamos Parusía) para juzgar a vivos y a muertos y, mientras llega tal momento (que llegará, sin duda llegará) tiene a bien, tendrá, venir al mundo cada Nochebuena con su Navidad incluida (que es cuando nace, en verdad, cuando nació y cuando nacerá) porque, ¡vean ustedes qué cosa!, es tan especial este Niño que es capaz de llevar viniendo al mundo algunos años más de unos miles de años y quiere hacer eso cada uno de los que a este 2020 sigan por mucho que haya agoreros que promulguen su muerte civil y espiritual. Y es que, ¡qué le vamos a hacer!, es que Dios es como es…
¿Lo ven, ustedes? Cristo nació cuando Dios quiso que naciera, nace cada año cuando llega el momento de que nazca y volverá a nacer cada año hasta que, en toda su Gloria, tenga a bien volver a venir al mundo a terminar de salvarlo, por si entonces hay alguien con fe o por si quiere ser, si no lo hay, tan misericordioso como es su corazón.
Y como diría Cervantes para acabar El Quijote: Vale.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Dos días para cambiar el rumbo de la humanidad perdida.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.