Siempre me ha parecido extraño que unos sabios, de lejanas tierras, acudieran a Belén en busca, o mejor dicho, para encontrar, a alguien que no conocían. ¿Qué les podía impulsar a ello?, ¿Qué extraña llamada fue la que les atrajo?
Cuando no sabemos qué responde a algo que nos produce duda o perplejidad echamos mano, en muchas ocasiones, de lo tangible, de lo que puede demostrar aquello y, así, tranquilizamos nuestra conciencia y nuestras ansias de conocimiento.
Y a esto también se le ha pretendido encontrar respuesta. Al parecer, por aquella época un cometa surcó el cielo, indicando el camino a seguir.
Sin embargo, aquí no hemos de fijarnos en el dedo que señala a la luna (en este caso el cometa) sino que la cuestión es muy otra: hay cierto paralelismo, de resultado, entre estos sabios que llegan de oriente y la figura de Tomas, que sería años después un incrédulo discípulo. A este paralelismo acudiremos más tarde ya que, ahora, lo que centra la atención es el hecho mismo de esa manifestación que es, al fin y al cabo, el significado de la palabra epifanía (del griego epifaneia).
En la lectura de los textos que el Calendario Litúrgico destina a ser contemplados este día, 6 de enero, es indispensable destacar dos significados, a saber:
- La profecía de Isaías y su cumplimiento.
- La extensión de la manifestación a todos, creyentes y gentiles; es decir, su sentido universal.
La profecía de Isaías y su cumplimiento
En cuanto a lo dicho por Isaías, en su capítulo 60, tal podría decirse que el profeta estaba presente, siete siglos después de que viviera, en el hecho mismo de la Presentación de los reyes magos.
Tanto el texto de Isaías (60) como el de Mateo (Mt 2, 1-12) recogen, o hacen referencia a profecías que el primero hiciera y que Miqueas, profeta contemporáneo de Isaías, manifestara sobre el nacimiento del Mesías. Aquel habla de la oscuridad de los tiempos en los que se hace necesaria la intervención de Dios (Yahveh). “Al verlo te pondrás radiante” dice, mientras que el texto de Mateo indica que al ver la estrella “se llenaron de inmensa alegría” (se refiere a los reyes magos). Y la alegría, su contento, era debido a que sabían que habían llegado a su destino.
Pero ¿cuál era su destino?
Herodes, asesorado por aquellos que conocían la Ley (sacerdotes y escribas) conoció el lugar del nacimiento: Belén. Ni siquiera duda que eso iba a pasar, pues bien sabía que era del cumplimiento de la Palabra de Dios de lo que se trataba. Y conocen el lugar mediante el conocimiento que tenían de las Escrituras: el ya citado profeta Miqueas (5, 1.3) habla y escribe de Belén Efratá, de donde nacerá “el gobernador de Israel”. Teniendo en cuenta el sentido que el pueblo judío daba al término Israel como pueblo elegido por Dios, fácil es colegir de ello que el nacimiento iba a ser el conductor de ese pueblo.
La extensión de la manifestación
En cuanto a lo dicho del sentido universal de esa manifestación de Jesús es necesario mencionar que lo dicho por Pablo en Ef 3,6 sobre los gentiles (es decir, que son coherederos…de la misma Promesa de Cristo) tiene estrecha relación con lo que el mismo apóstol dejó dicho en la epístola a los Romanos, a saber que los “gentiles, que no tienen Ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la Ley” queriendo decir que, en su propia naturaleza, “muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón” (Rm 2,15).
Sin embargo, teniendo en cuenta que citada epístola parece haber sido escrita con anterioridad a la carta a los Efesios, resulta claro que el propio Apóstol está de acuerdo con una extensión del mensaje mismo de Cristo al contemplar (en esta segunda) que no sólo tienen esa ley “en su corazón”, sino que son “coherederos” y “partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús”.
Ahora bien, mientras que en Romanos 2, 14-15 ese sentido natural de la concepción de la Ley parece quedarse ahí; es decir, que supone una asimilación con el comportamiento de los creyentes en Dios sin ir, aparentemente, más allá, en Efesios (3,6) pone en manos de los gentiles ya no la posibilidad de cumplir la Ley de Dios (que ya años antes les atribuyó) sino el pasar a formar parte de esa filiación divina, a formar parte del Cuerpo de Cristo y sentirse “partícipes” de aquella misma “Promesa en Cristo Jesús”. Y esto es posible en cuanto se acepte la mediación del Evangelio, esa buena noticia que dando conocimiento de la vida de Cristo atribuye, a sus aceptantes, esa hermandad y comunión con el Hijo de Dios. Esto es lo que se ha dado en llamar “un progreso en la doctrina” ya que resulta, de esta evolución en el pensamiento de Pablo, que, ahora, ya no sólo para Dios serán hijos suyos y por eso les imprimió su Ley en el corazón, sino que pueden considerarse como tales y pasar de ese estadio de “ignorancia filial” a ser conscientes, voluntariamente, de esa filiación.
Ahora volvamos a lo del paralelismo entre Tomás, el incrédulo, y estos sabios de Oriente que recordamos en este día. Recordemos que el término es, exactamente, paralelismo de resultado.
Y digo que se trata de figuras paralelas ya que es un tema común el que movió a unos y el que, como resultado de no haber movido al otro, les une: la Fe.
Esto, que en principio, puede parecer extraña afirmación por parte de quien esto escribe, tiene su apoyo en lo siguiente: Fe es, dicho rápidamente, creer sin haber visto; o lo que es lo mismo, el sentido básico, elemental, esencial de este término dirige nuestra mirada y comprensión hacia aquello que no es captado por nuestros sentidos.
¿Qué es lo que hicieron los sabios? Creyeron en la existencia del Mesías sin haberlo visto, tan sólo confiados en la dirección de un astro que les mostraba el camino. Esto es, creyeron sin haber visto, esto es tuvieron Fe. Tuvieron, como dice S. León Magno en la cita que encabeza este comentario, docilidad a aquel astro. Y ¿cómo tener docilidad a un astro si no se entiende que está guiado por una fuerza superior a nuestro entendimiento?
¿Y Tomás? En principio, este apóstol parece no haberla tenido.
Sin embargo, su pronunciamiento y dudas (si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré, dice -Jn 20, 25-) dieron lugar a la afirmación de Cristo (ya resucitado de entre los muertos) que más atinadamente –como no podía ser de otra forma- define lo que es esta virtud teologal , recogida en Jn 20, 29.
“Porque me has visto has creído,
Dichosos los que no han visto y han creído”
Queda, pues, clara la manifestación de un doble sentido en la vida de los hombres: lo “material” es aceptado como posible, real, cierto, mientras que, al fin y al cabo, lo que nos hace creyentes es ese aspecto “espiritual” que nos permite aceptar aquello que no tocan nuestras manos ni ven nuestros ojos, etc. Es más, el propio Tomás sólo acepta la existencia misma de Cristo en cuanto lo ve que es cuando dice aquello de “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Sólo tuvo docilidad a posteriori, no a priori como los sabios de Oriente. Sin embargo, la fe de todos ellos fue confirmada por la misma persona: el niño, que aún no se llama Jesús según la ley (pues claro es que lo era para Dios, ese nombre, como dijo Gabriel a María) en cuanto naciente a la vida para los sabios y Cristo en cuanto naciente a la vida eterna para Tomás.
Y por eso, como dice el Salmo 71 “se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”. Y los sabios, representando a todos aquellos que no pudieron estar presentes en tan magno acontecimiento dieron testimonio, aunque tuvieran que huir para no ser capturados por Herodes (como tantas otras veces, los indefensos son avisados, como lo fue José, por ejemplo, para que huyese a Egipto), dieron testimonio, digo, de, seguramente, los tres continentes que entonces se conocían y abarcar, con eso, a toda la humanidad que se rendía, o postraba, a los pies diminutos de uno niño-Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Si unos hombres, venidos de lejos, adoraron al Hijo de Dios… ¿Qué no debemos hacer nosotros?
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Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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