La Palabra para el Domingo - 9 de enero de 2022
“Como es obvio, hoy no es domingo 9 sino sábado, 8 de enero de 2022. Esto lo decimos porque hemos publicado hoy el comentario del Evangelio que siempre hemos traído aquí en día, precisamente, domingo. Sin embargo, un amable lector, sacerdote, me hizo la sugerencia de poner el comentario del Evangelio del primer día de la semana, el sábado porque, como es verdad y lamento no haberme dado cuenta, el texto del Evangelio de la Santa Misa del sábado por la tarde es el del domingo siguiente.
También lamento no haberme dado cuenta de que publicando este comentario a determinada hora de España aún es viernes en la América hispana. Por eso, y por cumplir con el horario y que las cosas sean razonables, es publicado este comentario ahora, a esta hora en España cuando ya es sábado en América. Y a lo mejor es posible que haya quien piense que decir esto no hace falta pero con franqueza digo que creo es necesario y más que necesario.”
Lc 3, 15-16. 21-22
“15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; 16 respondió Juan a todos, diciendo: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego’.
21 Sucedió que cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, 22 y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado’”.
COMENTARIO
Aquel que bautiza con fuego
Muchos judíos esperaban, con franqueza y con fe, la llegada del Mesías. Y es que sabían que Dios, que nunca incumple sus promesas, había prometido que lo enviaría para que el mundo se salvase de la perdición eterna.
El caso es que muchas señales mostraban, en los textos sagrados del pueblo elegido por Dios para ser el Suyo, que el Enviado del Todopoderoso haría cosas grandes, que muchas otras cambiarían de signo y que, en general, vendría al mundo el perdón de los pecados. No extraña, por tanto, que muchos miraran a Juan el Bautista de una forma muy especial y esperanzadora.
Juan, aquel hombre que había nacido de la prima de María, la Virgen, llamada Isabel estaba más que seguro de una cosa: él no era el Cristo. Lo sabía, primero, porque no se sentía capaz de serlo (por su indignidad personal según él mismo creía) pero, sobre todo, porque se le había dicho que sería él, precisamente él, quien anunciaría al Enviado de Dios.
Es bien cierto que Juan sabía eso. Y lo muestra con unas palabras que son muy fuertes porque enseñan que Quien tenía que venir haría algo que él, el Bautista, no podía hacer: bautizaría con Espíritu Santo y fuego.
¡Espíritu Santo y fuego! Estas dos realidades mostraban, bien a las claras, que quien bautizada en el río Jordán no era el Mesías. Él bautizaba, sí con un bautismo para el perdón de los pecados. Lo hacía, sin embargo, con agua. No lo hacía, tampoco, con Espíritu Santo. Eso era cosa de otro, del Otro.
Juan, por tanto, presenta al Hijo de Dios mostrando dos características propias, en exclusiva de él: el Espíritu Santo estará con él y el fuego de su bautismo limpiará los pecados con el fuego de la purificación.
Y entonces acude Jesús a ser bautizado por Juan.
¿El Hijo de Dios pecador para ser perdonado? No, el Hijo de Dios mostrando qué se debía hacer a sabiendas de no haber cometido, Él, pecado alguno y, además, haber nacido de mujer Inmaculada.
Jesús muestra qué se ha de hacer: nacer a la vida eterna a través de un bautismo que perdona los pecados, de la infusión del Espíritu Santo que sana el alma y prepara el corazón para ser su templo. Eso es lo que muestra Aquel que había venido a ser bautizado por su primo Juan.
La cosa, como es de imaginar, no iba a quedar ahí. Dios debía manifestarse porque todos debía conocer, todos debían saber a qué atenerse.
Dios, diciendo que Aquel era su hijo y que le había engendrado, sienta las bases de una fe, de una creencia, que se asentaba en una Voluntad santa: el Todopoderoso había engendrado, no creado, a Aquel que había salido de las aguas del río Jordán. Además, sobre Él se había posado el Espíritu Santo, que desde entonces regirá su vida de una forma muy especial (llevándolo, por ejemplo, enseguida, al desierto) y, a partir de entonces, iba a bautizar con fuego, con aquel que sana, con aquel que purifica y, en fin, con aquel que prepara para la vida eterna que dura para siempre, siempre, siempre.
Por otra parte, Juan se sabe indigno. Y es que nos dice que no lo es para desatarle la “correa de sus sandalias”. Y se refiere al Cristo.
Podríamos preguntarnos nosotros mismos si creemos que somos más que Juan y podemos hacer otra cosa que no sea seguir la santa Providencia de Dios que envió a su Hijo para que el mundo se salvase… y el mundo no lo recibió.
PRECES
Pidamos a Dios por todos aquellos que no aceptan el bautismo de fuego de Cristo.
Roguemos al Señor.
Pidamos a Dios por todos aquellos que no quieren escuchar la voz de Dios.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a escuchar tu voz y a seguirla; y a seguirla.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Palabra de Dios; la Palabra.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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