Ventana a la Tierra Media - Tolkien y el amor a las cosas que crecen
“Si realmente quieren saber en qué se inspira la Tierra Media, es aquello que me asombra y maravilla de nuestra tierra, en especial, de la naturaleza.”
(J.R.R. Tolkien)
Esta frase de J.R.R. Tolkien ya la utilizamos para otro artículo publicado hace más de dos años. Sin embargo, como el tema de hoy tiene relación, pero en lo íntimo, con aquello… pues nos viene la mar de bien para explicar, en palabras del profesor de Oxford, el meollo de una forma de ser, lo intrínseco, en fin, de un comportamiento muy personal.
Aquel artículo iba referido a Tolkien como ecologista pero de los de verdad. Al menos tal era nuestra humilde forma de entender las cosas…
De todas formas, y aunque aquello tenga que ver, en el fondo, con esto de hoy, lo bien cierto es que el título de este artículo no ha sido invención o creación del que esto escribe sino que ha sido extraído de una parte (minúscula, sí) de una carta que el autor de El Hobbit (etc.) escribió al poeta W.H. Auden el 7 de junio de 1955 y que recoge, en el libro de las mismas, la editorial Minotauro (a cada cual lo suyo…)
Pues bien, en un momento determinado dice Tolkien padre esto que sigue:
“Fue la evolución inevitable aunque condicionada de un dar a luz. Esto ha siempre algo mío: la sensibilidad a la estructura lingüística, que me afecta emocionalmente tanto como el color y la música; el apasionado amor por las cosas que crecen y una profunda respuesta a las leyendas (por falta de una palabra mejor) que tienen lo que llamaría el temperamento y la temperatura noroccidentales.”
El caso es que este contenido de la carta de Tolkien a Auden tiene su origen en que, en concreto esto que aquí dice, al poeta le pidió la BBC que hablara de la obra del primero de ellos. Y le dijeron, en concreto, que diera unos “toques humanos” a lo que llegara a decir. Y por eso Auden quiere saber eso de los “toques humanos” a lo que Tolkien le responde con estos “toques” de su pensar, de su ser más íntimo o, en fin, de donde viene todo lo que fue su obra pues, aunque dice él mismo que no escribió El Señor de los Anillos buscando el goce el prójimo que lo leyera no deja de reconocer, sin embargo que “nadie puede realmente escribir o hacer nada de manera exclusivamente privada”.
Pues bien, como decimos (y dice Tolkien) él tenía un apasionado “amor por las cosas que crecen” y eso puede verse más que bien a lo largo de toda su obra.
Así, por ejemplo, crece la pintura que empieza con una hoja y acaba siendo todo un cuadro en Hoja de Niggle,
Así, por ejemplo, crece su propia obra desde lo que pudiera parecer pequeño hasta convertirse en lo que fue, desde aquel Hobbit que apareció sin saber cómo hasta lo que acabó siendo todo de todo,
Así, por ejemplo, crece el ansia de aventura en el corazón de Bilbo cuando él, siendo un mediano, al parecer no debía tener tales ansias de salir de La Comarca,
Así, por ejemplo, crece la posibilidad de formar una Compañía que lleve a cabo una misión tan importante como era destruir el Anillo Único,
Así, por ejemplo, crece en el corazón de Frodo Bolsón, la valentía suficiente como para encarar aquello que debía hacer sin saber cómo lo iba a llevar a cabo,
Así, por ejemplo, crece el propio Hobbit hasta convertirse en El Señor de los Anillos,
Así, por ejemplo, crecieron a lo largo de las edades que se sucedieron desde que Eru creara Arda los acontecimientos que, desde los primeros sonidos de la música de los Ainur hasta el domino de la raza de los Hombres, conforman una historia verdaderamente universal, mítica y épica,
Así, por ejemplo, y en fin, creció en el corazón de John Ronald Reuel Tolkien una voluntad firme de empezar lo que había acabado y de acabar lo que había empezado.
Como podemos ver, en el mundo propio de la Tierra Media, en su creación y en su posterior desarrollo, fueron muchas las cosas que crecieron, muchas las voluntades que hicieron lo propio y, por decirlo pronto, mucho el Bien que también creció en los corazones de otros muchos para que el Mal saliese vencido en ese Monte del Destino donde nació y creció un Anillo que debía tener un final como el que tuvo. Y es que crecer, si se trata del Mal, ha de crecer lo justo hasta que sea destruido. Y no más.
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Tierra Media: otra Tierra, esta Tierra.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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