Ventana a la Tierra Media – Eru o Ilúvatar
“En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con él antes que se hiciera alguna otra cosa.”
Estas son las primeras palabras de “El Silmarillion” y corresponden al capítulo titulado “Ainunlindalë” y subtitulado, explicando muchas cosas, “La Música de los Ainur”.
Hay, por tanto un principio de toda la subcreación que J.R.R. Tolkien lleva a cabo mediante la intervención del Eterno pues siempre existió, antes, durante y después.
¿Qué quería hacer Eru?
¿Cuáles eran sus intenciones?
¿Dejó que uno de los Ainur se le fuera de las manos?
Estas preguntas, claro, requieren respuesta pues, de otra forma, todo esto quedaría algo así como huérfano de un qué, de unas razones, de unos motivos, sobre todo de éstos.
En primer lugar, Ilúvatar debió querer ser generoso y no egoísta. Si existía él y existía solo… en fin, como que no podía, siquiera, conversar con nadie. Y entonces creó a los Ainur para, al menos, tener con quien echar un parrafillo de vez en cuando.
Y entonces hizo a los Ainur que eran vástagos de su pensamiento. Y cuando el autor del libro nos dice eso está queriéndonos decir que descendían directamente de Quien los creaba y, por tanto, no los había hecho extrasímismo, si se puede decir así.
Y, entonces, aquellos que brotaban del pensamiento de Ilúvatar, vinieron a ser como los brotes que nacen de una planta que, así, renueva su propio ser. Y fueron otros teniendo en sí la esencia del que habían salido, vástagos de un poderoso ser que existía desde siempre.
Esto fue así, es así porque lo podemos leer. Pero, de todas formas, Eru debió tener algunas intenciones para que aparecieran los Ainur, aquellos primeros de entre los existentes que luego vinieron a ser y a existir.
A nosotros se nos ocurren, por ejemplo, éstas:
-Porque quería que los Ainur fueran instrumento de la subcreación.
-Porque les iba a otorgar el don de hacer aparecer realidades.
-Porque quería que su voluntad se recondujese a través de aquellos seres.
-Porque esperaba el posterior desarrollo armónico de lo que llenó el vacío.
En realidad, la intención suprema de Ilúvatar al hacer que nacieran aquellos vástagos de su pensamiento fue hacer posible lo que, hasta entonces, no era ni existía. Y así se verificó luego de entonar los temas que les propuso a los Ainur aunque en alguno de ellos hubiera un discordante, origen de todo mal y de todo el Mal posterior y cuyo nombre no vamos a citar, siquiera, aquí.
La tercera pregunta plantea algo que, a lo mejor, puede resultar incomprensible: ¿Es posible que Eru dejara que la maldad se manifestase, digamos, desde aquel mismo principio de todo? Y es que el innombrable no esperó mucho a decir lo que tenía por bueno y mejor y a ir, sencillamente, por donde quería ir muy en contra de la expresa voluntad de Ilúvatar.
Nosotros creemos que Eru sabía muy bien lo que podía pasar (No obstante es “El Sabio entre los sabios”) y que alguno de aquellos Sagrados podía querer ser “demasiado” sagrado y hacer la guerra por su cuenta. Sin embargo, no lo eliminó cuando hizo lo que hizo como, seguramente, podía haber hecho sino que pidió al resto de Ainur que siguieran a quien se había escapado de entre ellos.
El caso es que Ilúvatar había entregado un don a sus vástagos que era el de la libertad y de entre ellos sólo uno lo utilizó no para construir sino para lo contrario. Y lo persiguieron hasta que pudieron capturarlo y llevarlo ante el Único.
¿Acaso podemos decir que el ser mismo de Eru se trastocó de tal manera que lo que hizo no sirvió para nada?
En realidad, es justo lo contrario lo que sucedió: cuando envió la Llama Imperecedera al Vacío y apareció el Mundo y los Ainur se admiraron de lo que ante ellos había surgido supieron que la voluntad de Ilúvatar era hacer el Bien y que debían combatir el Mal y a quien lo había encarnado desde que empezaran a crear su Música.
Habían quedado, por tanto, establecidas las caras de la misma moneda subcreada por Eru: el Mal, por un lado y el Bien por otro y todo lo que iba a suceder desde entonces no era más que la consecuencia más esperada del ser de cada una de las mismas caras. E Ilúvatar lo sabía, vaya si lo sabía.
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Tierra Media: otra Tierra, esta Tierra.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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