Serie tradición y conservadurismo – Sobre la fe y la razón

Resultado de imagen de Tradición y conservadurismo

 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

En el albor de la creencia en Dios Único y Todopoderoso, al padre Abraham, que vivía en un mundo politeísta, le movió la fe que tuvo en Aquel que le habló sin esperarlo, le transmitió su voluntad que desconocía y le movió a iniciar un éxodo bastante peculiar por el desierto ignorando muchas realidades ante las cuales, sin embargo, no puso objeción. Por eso podemos decir que fue el primer ser humano que tuvo fe porque creyó sin ver y confió sin saber qué pero sí en Quién y, por tanto, con derecho lo llamamos Padre de nuestra fe.

La razón que hizo que aquel hombre hiciera aquello no debió estar muy alejada de la fe que lo había conquistado y fue, seguramente, la primera persona de la humanidad que comprendió que razón y fe son una realidad que, en común, hace avanzar al mundo.

Sin embargo, se suele argumentar en muchas ocasiones que una y otra, razón y fe, no pueden mantener una relación muy duradera porque resulta inexplicable, con la razón, la fe.

Ante una proposición de tal jaez, que limita una necesaria relación entre razón y fe, podemos decir que este análisis, plantear así las cosas, adolece de un error que, de raíz, falsifica el resultado de éste y lo convierte en torticero y voluntariamente equivocado.

Entre fe y razón existe algo que, en realidad, hace que una presuponga la otra.

Podemos decir que existe una sociedad entre la fe y la razón según la cual cuando a lo largo de la historia la segunda ha actuado sin el acuerdo con la primera, las más grandes aberraciones se han sucedido. Al respecto, muy conocida es aquella expresión procedente de un aguafuerte de Goya que dice “El sueño de la razón produce monstruos”. Cuánto más los sueños…

Al respecto de lo dicho arriba la razón ha de verse matizada por la fe de tal manera que sienta el fuego de purificación que la creencia supone. Así queda limpia de aquello que, como sarmiento podrido, perjudica el normal desenvolvimiento de ser humano llamado hombre.

Al contrario, cuando se ha dado un acuerdo entre fides et ratio podemos decir que no ha habido extralimitación de las posibilidades que la segunda puede llegar a alcanzar.

Ahora bien, esto último no ha sido siempre posible.

A raíz del denominado “siglo de las luces” se fue produciendo una paulatina separación entre lo que lo que no puede haber distancia. Fe y razón parecen haberse distanciado tanto que de la vieja relación entre ellas casi nada queda.

Y es que la soberbia humana puede producir efectos en el corazón del hombre que, queriendo olvidar lo que llaman “sometimiento” a la religión, desvían el correcto caminar por el mundo y, llevados por un relativismo rampante, vierten su voluntad en un hacer equivocado y todo lo que suena o pueda sonar a tradición queda relegado no ya en el vagón de la historia sino, ahora mismo, en el cajón que más escondido pueda estar del presente creyendo, además, que hacen un favor a la humanidad con actuar así cuando, en realidad, lo que se está haciendo es un daño más que grande.

A esto se le ha llamado, con acierto, “tentación racionalista” pues no es más que un intento, a veces conseguido, de evadir la influencia que la fe tiene en la razón y es, sobre todo, un actuar que se impone a fuerza de leyes y reglamentos que puestos en manos de las que lo son perversas y corruptas (moralmente hablando) sólo pueden abocar al hombre y a la sociedad de la que forma parte al abismo del que tanto habla el salmista bíblico.

¿Qué tipo de influencia es ésta?, ¿En realidad, esto tiene solución?

Se quiera decir lo que se quiera decir, y se dice y se dirá por parte de quien tanto se equivoca en esto, entendemos que la fe se sitúa por encima de la razón. Esto es así porque Dios, en cada uno de sus hijos, infunde, en el alma, la luz de la razón. Por eso incurriría el Creador en una negación de sí mismo si admitiese disensión entre fe y razón de una forma tan clara que hiciera infecunda tal expresión de su voluntad.

Quizá la prueba de que fe y razón no son, sino, realidades inseparables está en el hecho de que la segunda, en cuanto se acepta como don de Dios a su semejanza deja de causar alteraciones en el concepto que de la fe tiene el creyente y siembra, así, una fructífera relación entre los que no son, como conceptos y realidades, contrarios.

No hay, por tanto, que discernir entre fe y razón como si se tratara de mundos separados que, por eso mismo, nada tienen que comunicarse. Muy al contrario sucede: a la Verdad, destino anhelado por la fe de quien se siente hijo del Creador, se tiende por la razón, preciada forma de concluir que Dios es Padre sin, por ello, ruborizarse ni sentir vergüenza mundana ni actuar, ante tal verdad, de forma políticamente correcta.

¿Dónde está, entonces, el ánimo que pretende hacer, separar, lo que es, espiritualmente, imposible?

Siempre, a lo largo de la historia de la cristiandad, ha habido pensamientos que han pretendido separar fe y razón. Arriba se ha dejado escrito que desde la mal llamada revolución de las luces (pues mucha tiniebla devino de la misma) todo ha ido a peor. Sin embargo fue con Nietzsche con quien se asentó la creencia según la cual la Verdad, a la que tiende el espíritu humano a través de la razón (y que hace inseparables a una y otra) es, al fin y al cabo, una ilusión. “Las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son”, dejó escrito aquel.

Así, según tal pensamiento, la razón nada tiene que ver con la fe porque si se trata de una ilusión a la que se tiende, todo esfuerzo es vano y además, supone la manifestación de un necio actuar ya sabemos, hablando de tradición, lo que eso significa…

Sin embargo, aquellas personas que defendemos lo contrario (a saber, que entre fe y razón existe una relación estrecha y que no es posible entenderlas antagónicas) vemos en tales intentos de poner tierra de por medio entre una y otra uno que lo es del Maligno pues sabido es que si se niega la posibilidad de que la razón se deje guiar por la fe se acaba por negar la propia fe y, sobre todo, la misma Verdad que es, exactamente, lo que pasa hoy mismo.

Por eso sobre la fe y la razón quizá lo mejor es decir que van de la mano sin que lo que haga una tenga que desconocerlo la otra.

No se trata, aquí, de una caridad que sólo Dios ve y que nadie más tiene que apreciar salvo quien se beneficia de ella sino, al contrario, del reconocimiento, hecho al mismo Creador, de que su don precioso, la razón, no desprecia a la creencia misma, la fe.

Al fin y al cabo si la fe supone creer sin haber visto, la razón no es, sino, la constatación de que tal creencia no es cosa de ilusos sino de personas que saben lo que son: hijos de Dios y que, por tanto, no pueden separar lo que el mismo Creador ha puesto en el hombre, criatura suya de la que dijo, como recoge la Sagrada Escritura, que aquella creación había sido “muy buena”.

Por otra parte, como decíamos supra, preguntando, acerca de si esto tiene solución, decimos que sí, sin lugar a duda.

Alguien podría pensar que, lo mismo que se impone, desde la razón mal entendida, una fe aislada de la misma por el “daño” que pueda causar la segunda a la primera, se podría hacer lo mismo desde la fe o, lo que es lo mismo, que se podría imponer la fe sobre la razón sin más razón que la propia fe. Y eso, como podemos imaginar, sería hacer lo mismo que se lleva a cabo de la exacerbada razón lo cual ni nos está permitido ni Dios puede querer que lo hagamos.

No. Nosotros creemos que, desde un pensamiento tradicional judeocristiano es posible que razón y fe vayan, como deben ir, de la mano. Y deben ir de la mano porque es la única forma de que Dios, que es quien todo esto hace y mantiene, no disienta de la actuación de unas criaturas que, cuando fueron creadas, lo fueron para que se enseñorearan del mundo y lo condujesen, generación tras generación, hasta que sea el momento de ser entregado a la Segunda venida del Hijo del hombre. Y, para eso, no vale someter a la fe a los dictados de una razón alocada y llevada por corazones adversos a la misma sino, al contrario, que una y otra vayan de la mano pero, digámoslo ya, de la que lleva al definitivo Reino de Dios, llamado Cielo.

Sin duda, podemos decir para terminar, que sólo unos valores y principios llamados tradicionales y con los que todos estamos de acuerdo, pueden conducir, desde la fe, a la razón que, por otra parte, está puesta por el Creador para que, en todo caso, certifique Su existencia, la prevalencia de su Voluntad y, en definitiva, nuestro propio devenir desde la fe.

 

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna. 

Todavía no hay comentarios

Dejar un comentario



No se aceptan los comentarios ajenos al tema, sin sentido, repetidos o que contengan publicidad o spam. Tampoco comentarios insultantes, blasfemos o que inciten a la violencia, discriminación o a cualesquiera otros actos contrarios a la legislación española, así como aquéllos que contengan ataques o insultos a los otros comentaristas, a los bloggers o al Director.

Los comentarios no reflejan la opinión de InfoCatólica, sino la de los comentaristas. InfoCatólica se reserva el derecho a eliminar los comentarios que considere que no se ajusten a estas normas.