Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Cristo Médico – 5
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista que vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Con la ayuda de Dios vamos a dar cabida en este blog y, en concreto, en el lugar donde le corresponde que no es otro que el que se refiere al #beatoLolo, lo mismo que hicimos en lo referido a Lolo, periodista, a lo refiere el capítulo de su “Mesa redonda con Dios” de título “El Médico”.
Y no, no se trata de que en sus ratos libres Lolo fuera médico sino que el susodicho capítulo viene referido a Jesucristo como Médico, donde el alma tanto va a tener que ver.
Cristo Médico – 5
“Que yo cuide a los que sufren como si hubiera sido tu médico de cabecera en el Calvario. Sólo deseo verte siempre al fondo del eclipse de los hombres, palpitante y glorioso también en las lágrimas, que son la custodia del dolor, el Octavo Sacramento. Cuanto más trágica sea una crisis o más acerada la pobreza, más veneración quiero sentir por tu agonía o tu humildad. Que mis manos recen también punzando un absceso o manejando el recetario.” (Mesa redonda con Dios, p. 78)
Dice Lolo que las lágrimas son el “Octavo Sacramento” y lo dice, seguramente, porque sabe que son algo sagrado cuando se vierten por algo sagrado como, por ejemplo, es el dolor o es el sufrimiento entendidos en su más amplio sentido espiritual. Y, como tal Sacramento, lo instituyó Cristo en el Calvario, allí donde las vertió y, con las mismas, nos ganó la vida eterna y la salvación.
El médico, llamado antes, “de cabecera”, es quien aconseja en los malos momentos físicos y, en este caso, del alma, los espirituales. Y Cristo está ahí para aconsejarnos las curas que debemos aplicar a nuestros dolores del cuerpo y del alma. Y ser médico, el Médico por excelencia, es querer serlo en los momentos más difíciles. Entonces, en esos momentos, viene muy bien que alguien como es el Hijo de Dios ponga su corazón en el nuestro y, permaneciendo en el mismo, siembre consuelo, otorgue lucidez ente el sufrimiento, esperanza ante la noche.
En el Calvario mucho sufrió Cristo y, es más, sufre cada vez que pecamos porque es como si le claváramos alguno de aquellos clavos o hundiéramos más las espinas de su corona. Pero eso no quiere decir que se concentre en su dolor y olvide el nuestro. No. Al contrario de la verdad: el sufrir Jesucristo toma nuestro dolor, lo hace suyo y lo convierte en gozo. Y sí, aunque eso pudiera parecer que se trata de bellas palabras para contentarnos y no sufrir tanto, lo bien cierto es que la exacta y pura verdad: Cristo cura porque antes ha sufrido Él lo indecible o, mejor, lo que sí decimos porque sabemos dónde, cómo paso y bajo que ilegítimas circunstancias fue maltratado.
Cristo está, por tanto, en aquellos momentos en los que nos podemos apagar, cuando nuestro corazón no soporta más trágicos embates, cuando las lágrimas (las de fuera y la de dentro del cuerpo, las del alma) recorren el espacio que hay entre los ojos y su fin al ser recogidas o, en fin, cuando creemos que el dolor y el sufrimiento han de ser el venir y devenir nuestro. Ahí está Cristo. Y está porque es Médico y, como tal, se entrega por encima de toda conveniencia propia y en beneficio de sus hermanos los hombres.
El caso es que tanto la agonía como la humildad de Cristo nos acercan más al Hijo de Dios. Y por eso tanto una como otra acaban siendo virtudes o mejor, la primera proporciona la posibilidad de la segunda pues Cristo, humilde donde los haya, supo soportar su agonía porque sabía que era la Voluntad de Dios la que debía prevalecer como Él mismo dijo en Getsemaní dirigiéndose a su Padre del Cielo para que se cumpliese Su voluntad y no la del hombre Jesucristo.
Y pedir. Y es que, como sabemos, el Hijo de Dios siempre se dirigía a su Padre del Cielo para, primero, darle gracias por sus dones y caricias pero, luego, para pedir su auxilio. Y eso es lo que hace con nosotros al tener que enfrentarse a nuestro dolor o a nuestro sufrimiento. Y, como está seguro de que Dios lo va a escuchar pues otra cosa no puede hacer ni desdecirse de su Amor puede el Padre… entonces en toda circunstancia pide, reza y ora. Y eso, en beneficio exclusivo de sus hermanos, de aquellos que el Todopoderoso le entregó para que ninguno se perdiera salvo el hijo de la perdición…
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Saber sufrir, espiritualmente hablando, es un verdadero tesoro.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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