Una ventana a la Tierra Media – Un relato-regalo
Es más que sabido y conocido que J.R.R. Tolkien, además de escribir la mar de bien y dejarnos unas obras literarias verdaderamente fantásticas (en el más amplio de los sentidos) ha sido como aquella parábola llamada “Del sembrador” que recoge el caso de alguien que, ejerciendo la labor de quien siembra obtiene, cuando eso llega, un fruto que puede ser mayor o menor según sea, por decirlo así, la calidad de la tierra donde haya caído la semilla.
Queremos decir con esto que nuestro autor ha echado, a lo largo de los decenios desde que sus primeras obras vieron la luz, muchas semillas en la tierra, que es el corazón de sus lectores. Y es cierto y verdad que en algunos casos ha dado mucho fruto la cosa y, en otros casos, no tanto pues, como dice el dicho, “de todo hay en la viña del Señor” y, al fin y al cabo, cada uno hace lo que puede y ahí está el caso del que esto escribe para demostrarlo…
Todo esto sirva de introducción para decir que les voy a poner aquí un relato de los que conformarán, si Eru quiere, un libro con algunos de ellos como el que hoy traemos aquí. Es un regalo pues así lo doy. Y, aún sabiendo que la calidad del mismo va a distar mucho de lo que muchos lectores del mismo son capaces de hacer y hacen… en fin, como que quiero compartir con los amables y pacientes lectores esto.
Se titula “Una conversación inesperada”
- Sabes, Frodo, faltan dos meses exactos para nuestro cumpleaños. Yo cumplo, exactamente, 111 que no está nada mal para un Hobbit.
- Sin duda, Bilbo, es una edad respetable para alguien que se haga respetar como es tu caso.
- En realidad, Frodo, nunca creí que llegaría a cumplir esos años con un vigor como el que tengo.
- Sí, sí, Bilbo, no veas los comentarios que se hacen en la entera Comarca sobre tu extraña juventud en la vejez.
- Tengo que decirte algo que, por ahora, debe ser o, mejor, que siempre deberá ser un secreto. Es algo más que importante y ni por las barbas de un enano deberás revelarlo a nadie.
- Te escucho, tío.
Entonces, como si se tratara de algo que debía ser cuchicheado, se le acercó a la oreja y Frodo, aún sin saber lo que iba a resultar de todo eso, se quedó estupefacto cuando escuchó de Bilbo la palabra Anillo.
- Anillo, ¿qué anillo?, preguntó Frodo con no poca sorpresa.
Y Bilbo, mirando alrededor como si pudiera haber alguien viendo aquella escena, metió su mediana nano en un bolsillito que siempre llevaba bien a cubierto, y lo sacó.
- Este, Frodo, este anillo.
No podemos negar que, en un principio, no prestó demasiada atención a la joya que le había enseñado, de forma tan secreta como si fuera algo importante, pero luego, cuando escuchó su historia, cómo lo obtuvo su pariente más cercano y los poderes que tenía… en fin, no podemos negar que ansió tenerlo que era como decir que lo quería.
- Venga ya, Bilbo. No me querrás hacer creer que el anillo te hace desaparecer si…
No acabó de decir la frase el incrédulo Frodo cuando, de repente, su tío desapareció, como por ensalmo, y no supo el sobrino dónde había ido a parar.
- Vamos, Bilbo, déjate de bromas. Sal ya de donde estés escondido.
Y, tan de repente como se había ido antes volvió a aparecer, justamente, en el mismo lugar donde había estado sentado fumando aquella su pipa favorita.
- Bueno, ¿me crees ahora o no me crees?
- La verdad, Bilbo, ha sido bastante impresionante la demostración que me has hecho del poder del anillo.
- Y eso no es todo porque esta cosa (de otra forma no puedo llamarla) te da poder de mantenerte mucho más joven de lo que deberías ser según la edad que tengas. Aquí me tienes a mí, como ejemplo de lo que te digo, sobrino.
- Ciertamente, Bilbo, sí que parece maravilloso el anillo.
Y, aunque pareciera imposible que la situación fuese más misteriosa, aún añadió Bilbo algo que le hizo pensar a Frodo que su tío no estaba en sus cabales y que la edad que tenía se correspondía con una propuesta como aquella.
- El caso es que quería decirte dos cosas, Frodo.
- Bueno, pues mejor empieza por la primera que luego vendrá la otra. Es aquí cuando me dices que hay una noticia buena y otra mala…
- No, en realidad, creo que las dos son buenas, ya verás.
Bilbo se le volvió a acercar a la oreja y, oído con oído, le espetó que se iba a marchar pronto y que le iba a dejar el anillo como regalo y para que lo custodiara, por si acaso.
- ¿Qué te vas a marchar y, encima, me dejas el anillo por si acaso. Por si acaso, qué?
El tío miró al sobrino con cara de incredulidad. ¿Sería posible que no entendiese que era hora de que se marchara el loco de Bilbo y, es más, que fuera él, Frodo, su heredero universal, quien se quedara con el anillo…
- Mira, Frodo. Resulta que ha llegado el momento de que vuelva a ver a mis amigos los Elfos, allí en Rivendel, donde ya estuve antes, en mi primera aventura. Ya sabes…
- Sí, sí, eso ya lo sé. Entiendo que quieras volver a visitar, en aquella maravillosa tierra que tiene que ser la casa de Elrond, el medio elfo, a los amigos que allí dejaste pero lo del anillo no lo entiendo, de verdad que no lo entiendo.
Bilbo hizo un esfuerzo de paciencia y le explicó, de p a pa, todo lo que él mismo sabía de aquella extraña joya y todo lo que había conseguido averiguar. Y a Frodo no le hizo ninguna gracia que, entre sus “dones” se encontrara el ser perseguida por Saruman, que la quería a toda costa. Y es que del tal Saruman se había oído hablar pero le parecían cosas de otro mundo y no de su tranquila Comarca…
- Bueno, tío, acepto el regalo del anillo que guardaré lo mejor que pueda. Y si, como dices, el viejo Gandalf vendrá para la fiesta que quieres que preparemos para septiembre, que él me hable lo mejor que pueda y sepa sobre el anillo y lo que deberé hacer con él.
- Fuma, fuma, Frodo, en esa pipa que te regaló el mago, y disfrutemos de esta maravillosa noche de verano.
En realidad, nuestros amigos, a dos meses de su cumpleaños, en pleno verano de La Comarca, no sabían que, ciertamente, tiempos nuevos iban a llegar y la forja de extrañas amistades iba a dar forma a una Compañía donde tanta importancia iba a tener aquel jovenzuelo Hobbit que, de forma inesperada, había recibido un regalo tan raro.
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
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