Serie tradición y conservadurismo – Apologética conservadora
“Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.“
G.K. Chesterton
Cuando alguien piensa en el mundo occidental o, mejor, en la civilización que, con raíces judías y cristianas, ha dado en ser lo que es hoy día o, al menos, lo que fue, cree y está más que seguro que se trata de una sociedad libre donde la libertad, por tanto, está al orden del día y es posible tenerla por existente, cierta y verdadera porque no se puede creer otra cosa según se nos dice a todas horas.
Ser libre no es poca cosa. Es decir, poder ir por el mundo (al menos el que pisamos cada día) sin que haya nadie que te importune porque le interese y tenga poder para hacerlo, es una conquista que se ha conseguido con la aportación de una forma de pensar que no es, precisamente, la de otros lugares y religiones del mundo. Y es que aquí, entre nosotros, las aportaciones de lo mosaico (ya entendemos que quiere decir lo procedente del profeta Moisés y, así, relacionado con lo judío) y lo cristiano tienen todo que ver y no pueden ser dejadas de lado como si fuera algo de otro tiempo o algo, así, como pasado de moda.
Pues bien, resulta sencillo aceptar que la libertad ha de abarcar, además de la de movimientos y otros aspectos de la vida ordinaria, la que se refiere a poder defender ideas, pensamientos y, en suma, ideologías.
Esto, así dicho, parece el más perfecto de los mundos y, por decirlo de alguna forma, un paraíso, sí, con minúscula pero no por eso menos importante.
Las cosas, como sabemos y bien que sabemos, no son así sino que, en determinados aspectos de pensar, del tener ideas y de defender ideologías, hay una que ha llegado a ser, está siendo, maldita y a la que nadie, al parecer, puede con legitimidad acercarse. Y nos referimos a la que es denominada tradicional y, por ende, conservadora o, a lo mejor, al revés.
En efecto, nuestra sociedad actual ha llegado un punto en el que sostener que no se es “progresista” (ya sabemos qué se quiere decir con eso: rupturista con la tradición, sobre todo) supone ser zaherido de inmediato por la progresía en el poder político, económico o mediático, que de todo hay en esta especial viña de la ideología.
En realidad, lo que se pretende es acogotar a todo aquel ser humano que no se quiera ver inscrito en la ideología de izquierdas que tanto pulula en el mundo y que, desde la llamada Revolución francesa con sus negras luces, tanto se ha desarrollado, aplicado y, en definitiva, impuesto.
Nosotros, sin embargo, creemos que esto no está ni medio bien. Y no lo está porque lo mismo de legítimo ha de ser manifestarse en un sentido que en otro. Sin embargo, empezando por el lenguaje, tan aberrantemente utilizado hoy día (pues una aberración no es, sino, una desviación de su original sentido) y terminando por las leyes y reglamentos que sostienen lo que debiera ser insostenible (aborto, para empezar, manipulación sexual, para seguir y eutanasia, para terminar) no podemos decir que pueda haber espacio para lo que podríamos denominar, y denominamos, “Apología conservadora”, derecho a llevarla a cabo y a, como se dice hoy día, implementarla (valga el palabro) allí donde sea posible hacerlo.
A nosotros nos gustan especialmente las definiciones porque, como su palabra indica, muestran qué son las cosas y qué contienen las palabras que utilizamos diariamente. Por eso estamos más que de acuerdo con que se pueda aplicar a esto, al conservadurismo y a la tradición, la que dice que apología es, a saber, un “discurso en el que se alaba, defiende o justifica a alguien o algo” o, por otra parte, la “alabanza, defensa o justificación, de alguien o algo” aunque veamos que ambos significados vienen a ser lo mismo si bien, el segundo, algo corregido y muy aumentado.
Por tanto, los que esto creemos, estamos de acuerdo con alabar aquello que pensamos y que tiene que ver con una forma de ver las cosas que no cambia por el mero paso del tiempo y por capricho. Por eso lo llamamos tradicional; con defender lo que creemos justo defender que son una serie de valores y principios que, por tradicionales, han de ser la base sobre la que construir una sociedad fuerte o una fuerte sociedad; y, por último, con justificar lo que creemos pues ya dejó dicho San Pedro eso de que debemos estar preparados para dar razón de nuestra esperanza y eso es lo que hacemos cuando decimos que nuestras tradiciones no son volanderas o cambiables sino, al contrario, bien afirmadas en una forma de ser que es así porque debe ser así.
Por eso, nosotros queremos hacer apología conservadora, primero, porque nos da la santa gana (porque estamos en nuestro derecho, estricto, como lo está cualquiera de hacer lo contrario) y, luego, porque creemos firmemente que es un derecho social que se sepa qué alabamos, que defendemos y qué justificamos.
Así, por ejemplo, a nosotros nos gusta escribir, con finalidad apologética conservadora, sobre esto que sigue:
Valores conservadores,
Maltrato de valores tradicionales,
Usurpación de valores tradicionales,
El libertarismo de hoy,
El feminismo extremo vs. feminismo tradicional,
Reeducación doctrinal,
Perversión del hombre,
Libertad vs. Libertinaje,
El falso progresismo,
La globalización de la ignorancia,
Tergiversación del pasado con conceptos actuales (“Lo que quieren que el viento se lleve”),
Bases de la civilización occidental (judeocristiana),
Igualdad del hombre,
Derechos inalienables del hombre (Vida, Libertad y búsqueda de la felicidad),
Dignidad del hombre (igual para todos los hijos de Dios),
El orden mundial bajo la bota roja,
Racismo soterrado de la izquierda,
La rupturista Nueva Era,
El globalismo mal entendido,
Etc., etc., etc.
Estamos más que seguros que cualquier persona que lea esto diría muchas más cosas porque son tantos, tantos y tantos los temas que se podrían añadir aquí que sería una lista inacabable pero temas como los apenas aquí apuntados muestran bien a las claras la necesidad de llevar a cabo una apologética conservadora de base tradicional.
¿Qué debemos, por tanto, hacer?
Está más que claro, a este respecto y por contestar a esta pregunta, que lo que nunca debemos hacer es coger, por ejemplo, este listado y borrarlo. Así la cosa quería en “qué alabamos, que defendemos y qué justificamos” pero sería una alabanza vacía, una defensa inútil y una justificación que no justificaría nada. Y eso es lo que se quiere desde lo políticamente correcto y desde la aplicación del llamado “respeto humano” que tiene que ver más con el qué dirán los demás pero no en el sentido de algo positivo sino en el de ocultar lo que creemos no vaya a ser que caigamos mal en nuestro círculo de relaciones o, en fin, en la sociedad en la que nos incardinamos.
Nosotros defendemos o, al memos, deberíamos defender, a capa y espada (nunca mejor dicho viniendo esto de un español) que la apología conservadora no es sólo un derecho (que lo es) sino que es un verdadero deber, una obligación grave, como se suele decir de algo que pone el acento sobre todas las vocales que deban llevarlo sin cometer una falta de ortografía tan grave como sería no ponerlo para que no se notara que sabemos escribir y así no quedar mal ante el analfabetismo, en este caso, ideológico.
Hacer apología conservadora, por tradicional, es, de todas formas, un gran desahogo o, algo así como un decir sí ante un mundo que dice no a lo bueno y mejor que, a lo largo de los siglos, ha ido desarrollado el ser humano y que, por mor de unos pensamientos e ideologías torticeras, se ha conseguido arrinconar o esconder.
El caso es que nos ha correspondido vivir en unos tiempos donde, al parecer, tergiversar la verdad, la Verdad con mayúscula y con minúscula, parece ser el motivo principal de existencia de muchos seres humanos. Por eso ser, eso, conservador, se demoniza (estando Satanás en el bando que ya sabemos, hijos todos de su principesco padre) y se tiene como lo peor que se pueda ser. Y Por eso, en nuestro mundo occidental, tantas realidades están dando al traste con una forma de ver las cosas que era, sencillamente, más sostenible, por verdadera, que lo que tratan de imponernos a base de martillos legales o apisonadoras de votos. Y no, no podemos aceptar que las cosas sigan por el derrotero que están yendo porque las mismas no van por el buen camino que es, sólo, el que lleva a Dios, el que está en Dios y que se sostiene en Dios o, quizá, al revés.
Seguramente, nos llamarán, como poco, fachas o retrógrados o inventaran cualquier tipo de definición que les pueda venir bien a cada momento (por eso son cambiables y mudables, cual veleta). Sin embargo, ya sabemos que, precisamente, lo más retrógrado es volver a la época pagana donde toda aberración moral, física o política era posible. Y eso es, precisamente, lo que más abunda hoy día, exactamente eso.
Artículo publicado en The Traditional Post.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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