J.R.R. Tolkien - Entre Bloemfontein y Bournemouth- Capítulo 6: Lo que cambia una guerra
“Pues de todo esto sólo podía salir lo que tenía que salir: la creación de un universo mitológico propio que dio comienzo, nada más y nada menos, que con el poema de título “El viaje de Eärendel, la estrella vespertina” (escrito a finales de verano de 1914) que muy bien sabemos el significado y realidad de tal poema en la obra, entonces, incipiente, de Tolkien padre pues, con el paso de las versiones, devino Eärendil (padre de los medio elfos, como él mismo, Elros y Elrond) a la sazón, hijo de Tuor e Idril Celebrindal, allá en Gondolin (¡Ay su caída!)…”
Esto lo escribíamos en la parte final del capítulo anterior, el 5 de “Entre Bloemfontein y Bournemouth” . Y por aquel entonces, julio, en concreto el 28 de aquel año, dio comienzo el primer gran enfrentamiento mundial acaecido en el pasado siglo XX. Y, como no podía ser de otra forma, aquella Gran Guerra iba a tener una influencia decisiva en la vida de J.R.R. Tolkien. Y es que muchos de sus amigos murieron allí y, digamos, lo que pudo presenciar acabó influyendo no ya en su vida, que suponemos también, sino en el contenido de qué era lo que iba a escribir.
Es bien cierto que nuestro autor no llegaría a Francia hasta el 6 de junio de 1916 y se uniría al 11º de los Fusileros de Lancashire el 28 del mismo mes; también lo es que regresaría a Inglaterra el 8 de noviembre de aquel mismo año tras caer enfermo en Beauval (o comunicar allí que lo está) y haber permanecido hospitalizado en Le Touquet.
Ante estos datos, así dichos de sopetón, cualquiera podría decir que su participación en la I Guerra Mundial no fue para tirar cohetes. Sin embargo, en aquellos meses algo debió producirse en su corazón para que, en cuanto a su labor de escritor, tanto cambiase o, mejor, que diera un empujón grande a su obra.
El caso es que el joven Ronald se adhiere a un programa especialmente pensado para aquellos jóvenes que, en edad militar, estaban estudiando. Así puede adiestrarse para su labor defensiva de Inglaterra sin perder lo estudiado hasta entonces. Por eso pudo terminar su licenciatura en Filología Inglesa sin apartarse ni un ápice de sus lenguas inventadas a las que podemos imaginar dedica los grandes esfuerzos que alguien suele dedicar a lo que para sí merece la pena.
Por aquel tiempo, entre la preparación para la guerra y el estudio, escribe el que sería su primer relato que tanto tenía que ver con su amor por las lenguas allende su tierra. Y es que lo titula “La historia de Kullervo” haciendo una versión en verso y prosa de la epopeya del Kalevala.
Pero J.R.R. Tolkien también quiere ser poeta. Y eso pone en conocimiento del grupo T.C.B.S con el que aún sigue en contacto. De todas formas, seguramente aquel no era el camino que debía seguir, digamos, a plena dedicación (aunque sí pudiera verse reflejado en su obra en prosa más conocida) porque él mismo, cuando publica Goblin Feet (1915) o, lo que es lo mismo, Pies de duende, entiende que la misma no es más que una representación afectada del mundo de las hadas y, dado lo que sería la continuación de su obra escrita, a nosotros no nos extraña que no siguiera por ese camino pues, al parecer, no le había gustado nada aquella forma poco natural y sencilla de representar algo que tanto amaba.
De todas, traemos aquí el poema convenientemente traducido (de http://tolkiengateway.net/)
Me voy por el camino
Donde las linternas de hadas brillan
Y los pequeños y bonitos ratones revoloteadores están volando
Una delgada franja gris
Se escapa escalofriantemente
Y los setos y las hierbas suspiran.
El aire está lleno de alas
y de escarabajos torpes
que te advierten con sus zumbidos y zumbidos.
¡Oh! ¡Oigo los cuernos diminutos
de duendes encantados
y los pies acolchados de muchos gnomos que se acercan!
¡Oh! ¡las luces! ¡Oh! los destellos! ¡Oh! los pequeños sonidos centelleantes!
¡Oh! el susurro de sus silenciosas túnicas!
¡Oh! el eco de sus pies, de sus alegres pies.
¡Oh! las lámparas oscilantes en los globos iluminados por las estrellas.
Debo seguir en su tren
Por el tortuoso camino de las hadas
donde los conejos se han ido hace mucho tiempo.
Y donde plateados cantan
En un aro en movimiento iluminado por la luna
Todo un brillo con las joyas que llevan puestas.
¡Se desvanecen en la esquina
donde los gusanos luminosos arden pálidamente
y el eco de sus pies acolchados está muriendo!
¡Oh! está golpeando mi corazón-
¡Déjame ir! ¡déjame comenzar!
Porque las pequeñas horas mágicas están volando.
¡Oh! ¡el calor! ¡Oh! ¡el zumbido! ¡Oh! los colores en la oscuridad!
¡Oh! las alas vaporosas de las moscas de la miel doradas!
¡Oh! la música de sus pies, ¡de sus pies goblin danzantes!
¡Oh! ¡la magia! ¡Oh! el dolor cuando muere.
Pero, como decimos arriba, nuestro autor fue enviado al frente francés en aquel mes de junio de 1916. Y allí estaría hasta que regresó del mismo a su amada Inglaterra.
Antes había contraído matrimonio con Edith el 22 de marzo de aquel mismo año pues eran conscientes de que era probable que no regresara con vida del frente lo mismo que había ocurrido con tantos y tantos amigos suyos como, por ejemplo, dos de los que forman parte del T.C.B.S, a la sazón Robert Gilson y Geoffrey Bache Smith que morirían en la Batalla del Somme.
Antes de eso había podido reunirse en Calais (Francia) con tales miembros de su especial club y con otro de ellos, a saber, Christopher Wiseman. Y todos ellos, a pesar de formar parte de batallones distintos, son destinados al frente occidental el 30 de junio de 1916 para la cruenta batalla citada arriba con el resultado para su amistad aquí citado. Y, como era de esperar, aquel club de pensadores, poetas y escritores, terminó para siempre.
Es bien cierto que sólo aquel hombre, nuestro autor Ronald, supo lo que había ocurrido en su corazón en aquellos meses que había pasado en lo que bien podríamos llamar Infierno en el más exacto sentido de la palabra o, al menos, en un momento y lugar más que lúgubres y aterradores. El caso es que cuando regresó a Inglaterra, aquejado de la “fiebre de las trincheras” sabía que por agradecimiento a sus amigos muertos en tales circunstancias y por lo que él mismo había vivido había llegado el momento de dar comienzo a su épica obra.
Y no es poco lo que le debió suceder porque animado por Christopher Wiseman (que no había muerto en Francia) inició una obra que le llevaría toda su vida y que, por cierto, no pudo ver publicada salvo cuando, desde el Cielo (nosotros queremos suponer) vio como su Hijo, otro Christopher, hizo lo propio en 1977 cuando, tantos años después de que su padre concibiera aquel maravilloso mundo llamado Tierra Media y que narrara lo que pasó desde que se creó Arda y muchos siglos después, pudo ofrecer al mundo una obra tan magna. Y sí, nos referimos a El Silmarillion con lo cual, con tales palabras, nada más podemos decir que lo supere.
(Continuará)
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
Para leer el Prólogo.
Para leer el Capítulo 1.
Para leer el Capítulo 2.
Para leer el Capítulo 3.
Para leer el Capítulo 4.
Para leer el Capítulo 5.
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