InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Julio 2017

20.07.17

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Tristeza divina

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” - Tristeza divina

 

“Muy amarga debió ser la sonrisa del Señor, al ver que por un puñado de efímeras y miserables riquezas, aquel joven no le daba de lleno su corazón.’”

Sabemos el caso: un joven, que tenía muchos bienes y dinero, quiere preguntar a Jesús acerca de qué es lo importante. Seguramente espera que le diga lo que le dice pero, también seguramente, no espera lo que va a completar lo que él espera que le diga.

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19.07.17

Serie El Mal, el Diablo, el Infierno - 3 - ¡Cuidado con el Diablo llamado Satanás!

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Hay temas espirituales que son más difíciles que otros. Es decir, mientras que hablar, por ejemplo, del Padre Nuestro o del Ave María resulta gozoso y a cualquiera le gusta, hacer lo propio con el Infierno, el Mal o Satanás no es plato de gusto de nadie o de casi nadie.  

Sin embargo, hacer como si no fueran importantes o, simplemente, no existieran tales temas es expresión de grave irresponsabilidad. Y si hablamos de un católico, la cosa pasa de simple irresponsabilidad a clara culpa que ha de causar, debería, grave escándalo. 

En realidad, resulta extremadamente curioso que viendo el mundo en el que nos encontramos (y cada época en el que se encontraba) dudar, siquiera, de la existencia del Mal es síntoma claro de vivir muy aislado de la realidad o, lo que es peor, de querer crearse un mundo donde, como suele decirse con error, “todo el mundo es bueno”. Y es que sabemos que, en efecto, no todo ser humano está tocado por la bondad como es fácil apreciar y comprobar. 

El Mal, al contrario de lo que podía pensarse, existe desde aquel Principio en el que Adán y Eva deambulaban felices y contentos de haberse conocido por las praderas del Paraíso. Entonces tomó forma de serpiente, pero bien podía haberla tomado de otro animal o criatura. 

El caso es que todos sabemos lo que entonces pasó. Y que, desde aquel momento, el pecado (ejemplo puro del mismo Mal) entró en el mundo para no irse ni nunca ni jamás. 

El Mal, por tanto, existe y es bien cierto que en demasiadas ocasiones aceptamos las tentaciones que nos viene de su padre, el Demonio, llamado Satanás, Belcebú y de otras tantas maneras. Y por ser el progenitor del Mal, procura hacer todo el daño que puede porque su intención, la verdadera intención del Ángel caído por egoísmo y falta de amor es hacer todo lo posible para que los hijos de Dios se alejen de su Padre y caigan en las malvadas manos de quien todo lo intenta para hacernos caer en sus tentaciones. 

Todo esto, el Mal y el Demonio, colaboran entre sí porque son verdaderos miembros del club de los alejados del Todopoderoso. Por eso procuran llevar a todos los posibles hacía sí. 

El problema, a tal respecto, radica en que quieren que caigamos en la fosa de la que nunca se sale y de la que tanto escribió el salmista. 

Y esta es la tercera pata de este taburete desde el que no se ve el Cielo sino, al contrario, lo otro; algo sobre lo que elevarse para caer hondo, muy hondo. 

Sabemos que “lo otro” tampoco es tema, hoy día, de predilección en las homilías y, ni siquiera, en muchos libros. Y es que el Infierno, que existe, no gusta a nadie. Bueno, a casi nadie porque siempre hay quien, dejándose llevar por el Demonio y por su hijo el Mal encantado se encuentra de caer en tal estado espiritual o lugar que es el Infierno. 

Seguramente este tema parece el que menos cabe prestar atención. Y esto lo decimos porque a nadie le gusta hablar del Infierno por mucho que el Infierno debería estar en las conversaciones de todos aquellos que se quieran salvar y gozar de la vida eterna. 

En realidad, una cosa es hacer como si esto no tuviera importancia y otra, muy distinta, creer que no tiene importancia. Y, ciertamente, muestra gran ceguera quien pretenda borrar el Infierno con el único expediente personal de hacer como si no existiera para que no exista. 

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El Infierno es un destino bien terrible. Es cierto que se lo busca cada uno o, por decirlo de esa forma, la condena al mismo no la impone Dios porque nos tenga manía sino porque ha habido un olvido muy grande de su Amor y un asentimiento al Mal más absoluto. Vamos, que quien es condenado al Infierno se lo ha ganado a pulso y no ha querido que otra cosa pase. 

El Infierno es, ¡quién lo puede dudar!, algo así como la parte negra de nuestra existencia de hombres. Dios, que nos quiere mucho (nos ha creado y mantiene en el mundo) no desea para nosotros un destino tan terrible como el castigo eterno y que nunca termine. No. Prefiere para nosotros el Cielo, pero sabe que muchas veces lo vamos a rechazar. Pero también sabe que es algo que nosotros aceptamos, al parecer, como algo bueno no siéndolo. 

Vale la pena, más que seguramente, hablar y escribir sobre unos temas que tan olvidados están hoy día. Al menos, que no se diga de nosotros que hicimos como el avestruz (si es que eso hace, pero por si lo hace) que, para no ver el peligro, esconde la cabeza bajo tierra o, lo que es más probable, debajo del ala. Pero, claro, de nada le sirve cuando lo mejor habría sido enfrentarlo o huir. Quedarse como si nada… eso nunca resulta conveniente. 

3 -  ¡Cuidado con el Diablo llamado Satanás!

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“Si alguno dice que el diablo no fue primero un ángel bueno hecho por Dios, y que su naturaleza no fue obra de Dios, sino que dice que emergió de las tinieblas y que no tiene autor alguno de sí, sino que él miso es el principio y la sustancia del mal, como dijeron Maniqueo y Prisciliano, sea anatema.” (Concilio de Braga, 561; Denzinger 237).

 

“Creemos que el diablo se hizo malo no por naturaleza, sino por albedrío.” (IV Concilio de Letrán, 1215, Denzinger 427).

 

“La muerte de Cristo y Su resurrección han encadenado al demonio. Todo aquél que es mordido por un perro encadenado, no puede culpar a nadie más sino a sí mismo por haberse acercado a él.” (San Agustín).

 

“Toda la vida humana, la individual y colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”. (Concilio Vat II, Gaudium et Spes #13).

 

“A través de toda la Historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas que, iniciada en los orígenes del mundo, dudará, como dice el Señor, hasta el día final”. (Ibid, #37).

 

Estos textos nos hacen ver (por si hay alguien desnortado) que el Diablo existe y que su realidad es, verdaderamente, cierta. 

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18.07.17

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Gracias a Dios... gracias.

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de Mesa redonda con Dios

 

A partir de hoy, y con la ayuda de Dios, vamos a dedicar los próximos artículos referidos al Beato Manuel Lozano Garrido, a traer aquí textos de sus libros. Y vamos a hacerlo empezando por el primero de ellos, de título “Mesa redonda con Dios”. 

Gracias a Dios… gracias.

“¿Sabes, mi Cristo? Desde que has sufrido y mueres en un Viernes Santo, vuelves a estar en Cruz cada hora en todos los que hiere el impacto del sufrimiento. Eres el ser que espera en mi antesala, el que se tumba en la mesa de operaciones y el que charla conmigo en la visita domiciliaria. Casi apenas puedo hablar de otro que con la palabra ‘gracias’” ” ("Mesa redonda con Dios", p. 77).

Seguramente hay quien crea que, cuando Jesucristo murió en la cruz un viernes, llamado Santo por razones obvias, lo que hizo quedó allí, sobre el monte llamado Calvario.

Lo que queremos decir es que pudiera dar la impresión, y es posible que se la dé a más de uno, que lo que entonces pasó allí se quedó.

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16.07.17

La Palabra del Domingo - 16 de julio de 2017

 

 

 

Mt 13, 1-23.

 

“13 Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. 14 En ellos se cumple la profecía de Isaías: = Oír, oiréis, pero no entenderéis, mirar, miraréis, pero no veréis. = 15 = Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos, y sus ojos han cerrado; no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane. = 16 ‘¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! 17 Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron. 18 «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. 19 Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. 20 El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; 21 pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. 22 El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. 23 Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.’”

 

 

COMENTARIO

Sembrar y dar fruto

 

Cuando Dios siembra en nuestro corazón su Palabra y, así, una forma nueva de ser, lo que trata es de que aceptemos tanto una como otra y vengamos a ser nuevos hijos sometidos a su voluntad que tenemos como santa y buena. 

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15.07.17

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – Como yo os he amado...

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

Como yo os he amado 

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Y Jesús dijo… (Jn 13, 34 )

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.’”

Como es bien conocido por todos y, entre ellos, por los que no son discípulos de Cristo, el Hijo de Dios, a lo largo de su predicación, dio muchas indicaciones y manifestó ciertos comportamientos que debían ser seguidos.

Sin embargo, nunca dejaría de sorprender a los que le seguían y habían visto, muchas veces, cómo con su Palabra (que era la de Dios) dejaba en mala posición a los que querían sorprenderlo. Y es que no puede haber nada peor en el mundo que creer que se puede ir contra el Hijo de Dios y salir bien parado de tal intento…

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