Noviembre de Santos y Difuntos - Día de todos los santos: su sentido intrínseco, íntimo y personal
Sí, es bien cierto que han pasado ya algunos días desde que, digamos oficialmente, la Iglesia católica celebra el Día de Todos los Santos que es, como sabemos, el 1 de noviembre y que supone, además, una forma más que buena de empezar un mes.
Sin embargo, como esta pequeña serie de artículos sobre el undécimo mes del año empezó (las dos primeras semanas) estando dedicado a las Benditas Almas del Purgatorio-Purificatorio ahora corresponde, desde este lunes hasta otro lunes, el 30 de este mes, hacer lo propio con los Santos que, estamos seguros, perdonarán este cambio de orden en las cosas del alma.
Es cierto y verdad que la santidad reconocida por la Iglesia católica supone eso, que ha habido un proceso a través del cual se ha podido demostrar que determinado fiel ha seguido, en vida y, luego, ha demostrado tras su muerte con su especial intervención en algún hecho extraordinario, que sí, que le puede llamar santo. Y así hay muchos miles en el Cielo en el que creemos con total firmeza y fidelidad.
Y sí, también sabemos otra cosa.
Esto lo decimos porque que llega el citado 1 de noviembre se recuerda, obviamente, a los santos reconocidos como tales. Y también se hace lo propio con todos aquellos creyentes que han llevado una vida a la que podemos atribuir el calificativo de “santa” sin que haya sido reconocido eso por la Esposa de Cristo porque, francamente, sería imposible que eso se pudiera llevar a cabo y se limita la cosa a una serie de casos bien particulares pero sabiendo, y más que sabiendo, que hay otros muchos miles y millones de santos en el Cielo.
Es evidente que eso está en manos de Dios y en el Juicio Particular al que somete a nuestra alma en cuanto morimos, sin solución de continuidad, en ese mismo momento y justamente entonces.
¿Quiere decir eso que no tenemos pautas que seguir en nuestra vida que esperar el Juicio de Dios?
Sí, las tenemos.
En realidad podemos hacer mucho y más que mucho para cuando llegue tal momento; sí, por lo que podemos hacer. Es más, nos corresponde a cada uno de nosotros hacerlo y es que, ya sabemos que dijo San Agustín esa frase muy certera de “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Hay quien, no conociendo para nada la Ley de Dios, sus principios y sus consejos a seguir, la cumple a la perfección. Eso ya lo dijo San Pablo cuando sostuvo esto (Romanos 2, 14):
“En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley.”
Y es que, justamente, antes dice (2, 13) “Que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sin los que la cumplen: ésos serán justificados”, lo que nos recuerda las siguientes palabras de Jesucristo (Mt 7, 21):
“No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.”
Vemos, por tanto, que nos encontramos con dos posibilidades aquí: no conocemos la ley de Dios pero la cumplimos (seguramente porque todo ser humano la tiene inscrita en su corazón) y la conocemos y no la cumplimos… o sí.
A nosotros, que suponemos somos del segundo grupo de personas, no corresponde cumplir lo que Dios quiere que cumplamos. Y no podemos decir que no sabemos qué es porque lo sabemos de todo. Y es que tenemos algo ya milenario, Mandamientos y Bienaventuranzas, tenemos toda una doctrina más que establecida como tal, una serie de principios y valores que no desconocemos y, en fin, toda una serie de, sí, normas que debemos tener en cuenta y que nos obligan como fieles católicos que somos. Y es bien cierto que aquí no hay obligación, digamos, social o política que nos obligue a cumplir todo eso y podemos decir y sostener que, al fin y al cabo, es cosa voluntaria.
Sin embargo, decir eso es no darse cuenta del Juez que está mirando todo lo que hacemos. Sí, Dios mismo. Y, entonces, resulta de necios querer vivir una vida según los parámetros del mundo y sus reglas mundanas olvidando que nosotros tenemos otras que son mucho más importantes y que no es que nos alejen del mundo sino que nos ayudan a estar en él, podemos decir, “como Dios manda.”
Y es que Dios lo manda. Y eso no lo debemos olvidar nunca si es queremos estar del lado de los santos, aunque sea sin el reconocimiento formal de la Iglesia Católica. Y es que, siendo Dios quien nos lo pueda reconocer…
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Un mes para orar porque nos conviene.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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