La Palabra del Domingo - 31 de mayo de 2020
Jn 20, 19-23
“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros.’ Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.’ Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.’”
COMENTARIO
Los poderes de Dios y de Cristo
Para que todo lo que hizo tuviera sentido tuvo que aparecerse, Jesús, a sus discípulos que, con miedo, estaban escondidos.
No es de extrañar que tuvieran miedo pues sabían cómo se las podían gastar los miembros de su mismo pueblo. Estaban acostumbrados a matar a los profetas (muchas veces lo habían hecho a lo largo de su historia) y no se pararían ante nada para acabar con los seguidores de Aquel a quien habían colgado en una cruz y le habían hecho morir de muerte infamante.
Pero Jesús sabía que debía dirigirles la palabra, la Palabra.
Y se aparece ante ellos. El texto no dice que abrió la puerta y allí entró sino que se presentó y sí dice que las puertas estaban cerradas.
El caso es que Jesús había alcanzado el estado de espiritualización del cuerpo resucitado y podía atravesar paredes. Por eso allí se aparece sin problema alguno de puertas cerradas ni nada por el estilo.
Sólo así comprendieron todos los, para ellos, extraños mensajes que habían recibido de Él y que, en su tiempo, no entendieron.
Y se presentó ante ellos con la paz por delante, como deseándoles lo mejor, la tranquilidad del alma, la mejor forma de manifestarse, la expresión pura y simple de su ser.
Sin embargo, es posible que no fuera suficiente pues para aquellos que lo habían visto morir todo lo que estaba sucediendo les venía, en exceso, grande. Necesitaban algo más contundente que les hiciera caer de aquel caballo de incredulidad en el que aún andaban subidos.
Por eso les enseña las heridas de su Pasión. Heridas que a más de uno, sobre todo a uno, otro día, hicieran exclamar aquello de “Señor mío y Dios mío”.
Pero aún debía dar un paso más que resultó impagable para la vida de la humanidad que debía continuar su camino sin la presencia física del Maestro. Y es que era fundamental que, sobre ellos, exhalara el Espíritu Santo; que, como prometió, fuera conveniente, para ellos que Él se fuera, se marchara al Padre, porque enviaría otro Paráclito, otro Defensor, ese Espíritu que les iba a guiar, dirigir, marcar el camino hacia Dios.
Y también llevó a cabo el primer envío después de darles a aquel. Una misión: predicar el Evangelio, esa buena noticia que debían de llevar a todos, con el poder de perdonar pecados, y de retener los que creyeran que debían ser retenidos. Todo un poder legítimo, significativo, creador de un nuevo mundo basado en su ejemplo, en su amor, en la Verdad que Él trajo, otros brazos para Dios.
PRECES
Pidamos a Dios por todos aquellos que no confían en el Espíritu Santo.
Roguemos al Señor.
Pidamos a Dios por todos aquellos que no aceptan la paz del Señor.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a llevarte a todo el que no te conozca.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Palabra de Dios; la Palabra.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
Todavía no hay comentarios
Dejar un comentario