Santos, todos los que son
Cada año, cuando llega la fecha del 1 de noviembre, vienen, a nuestra memoria, la vida y hechos de aquellas personas que, por su comportamiento y cumplimiento de la Palabra de Dios son un ejemplo para el resto de los católicos.
Es cierto que, a lo largo del año celebramos a muchos santos, pero la Iglesia entiende que es importante dedicarles un día para que, al menos, tales 24 horas, sirvan para tener una conciencia, en conjunto, de aquellas personas que son, además, muy amadas por Dios aunque no estén propuestas por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana porque, simplemente, eso resulta de todo punto imposible.
De aquí que San Juan Pablo II, en la Homilía que sobre esta festividad de Todos los Santos del año 1997, dijera que
“Durante todo el año celebramos la fiesta de muchos santos famosos. Pero la Iglesia ha querido recordar que en el cielo hay innumerables santos que no cabrían en el calendario”.
Sin embargo, no deberíamos creer que la fecha del 1 de noviembre es, exclusivamente, para que no olvidemos a los Santos sino que va mucho más allá porque va dirigida, tal fecha, a recordarnos la vocación a la santidad que cada persona creyente tiene.
Santos, a lo largo de historia, ha habido muchos. No hay más que leer cualquier calendario debidamente preparado (no los mundanos, precisamente) para darnos cuenta de que cada día hay muchas personas a las que se les ha considerado tales y podemos recordarlos a fin de servir, además, de ejemplo para nosotros. Y es que se santo, como puede verse, no es imposible.
Sin embargo… ¿de verdad queremos ser santos?
San Josemaría, en sus “Conversaciones” aporta ciertas pistas acerca de qué significa ser santos. Nos dice, en el número 62 de tal libro esto:
“Querer alcanzar la santidad —a pesar de los errores y de las miserias personales, que durarán mientras vivamos— significa esforzarse, con la gracia de Dios, en vivir la caridad, plenitud de la ley y vínculo de la perfección. La caridad no es algo abstracto; quiere decir entrega real y total al servicio de Dios y de todos los hombres; de ese Dios, que nos habla en el silencio de la oración y en el rumor del mundo; de esos hombres, cuya existencia se entrecruza con la nuestra”.
Y luego, en el número 856 de “Forja”, esto otro:
“La santidad —cuando es verdadera— se desborda del vaso, para llenar otros corazones, otras almas, de esa sobreabundancia.
Los hijos de Dios nos santificamos, santificando. ¿Cunde a tu alrededor la vida cristiana? Piénsalo a diario.”
De todas formas, ¿Quién es, qué es, ser santo?
De muchas maneras se puede definir la palabra “Santo”. Por ejemplo, es santa aquella persona que ha amado a Dios sobre todas las cosas, cumpliendo, así, su voluntad. Por eso, no sólo lo son las personas que están en los altares porque a nosotros también nos es dado amar al Padre y podemos llamarnos, así, santos.
Por tanto, por la forma del amor, a nadie le está vedado ser santo si no, al contrario, favorecida tal posibilidad porque depende de nuestra voluntad cumplir tal mandamiento divino.
Así, sabemos cómo se puede ser santo y, entonces, quién puede serlo.
Por eso, ante la situación de la fe por la que pasa nuestra sociedad, bien podemos exclamar, con San Josemaría, lo que éste dice en el nº 301 de su libro “Camino”:
“Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. —Dios quiere un puñado de hombres “suyos” en cada actividad humana. —Después… “pax Christi in regno Christi” —la paz de Cristo en el reino de Cristo”.
Por su parte, el emérito Benedicto XVI, al referirse al día de Todos los Santos, en 2007, dijo que el cristiano “ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente”. Entonces “A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más podríamos decir, de cada hombre!”
Realidad de Cristo es que los hijos de Dios formamos parte del Cuerpo de Aquel (imagen, ésta, dotada de mucha fuerza, porque representa todo el depósito de la fe en la que vivimos y existimos)
Por tanto, la santidad está destinada a todos.
Santidad actual
Dice el evangelista Mateo, o recoge, una expresión de Jesucristo que centra, muy bien, la cuestión de la santidad hoy día porque supone, en realidad, un buen punto de partida: “sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48) que es, más exactamente, una parte de lo que sigue al Sermón del Monte en el que predicó acerca de las Bienaventuranzas.
Hay que ser, pues, perfectos, aunque sabemos que no es, tal realidad espiritual, nada fácil de conseguir. Por eso, vale la pena recordar lo que en el Génesis (17,1) dice Dios: “Anda en mi presencia y sé perfecto” porque, al menos, nos dice que hemos de tener presente, siempre, a Dios en nuestra vida y tal presencia la hemos de transformar en fruto para que pueda decirse de nosotros lo que San Josemaría dice y que no es otra cosa que
“Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo” (número 2 de “Camino”)
Pero, para que tengamos conciencia de lo que la santidad supone, el Concilio Vaticano II, en la Constitución Lumen Gentium (11) dijo que “Todos los fieles, cualesquiera que sean su estado y condición, están llamados por Dios, cada uno en su camino, a la perfección de la santidad, para lo que el mismo Padre es perfecto”. Entonces,
“A todos los cristianos nos pertenece, por propia vocación, buscar el reino de Dios, tratado y ordenado según Dios los asuntos temporales” (LG 31)
Por tanto, además, de tener a Dios en nuestras vidas, hemos de llevar a la práctica lo que el Concilio Vaticano II llama “asuntos temporales” es decir, aquellos que corresponden a nuestras vidas mientras peregrinamos por el mundo hacia el definitivo reino de Dios.
Ordenar la vida según Dios es lo que, fundamentalmente, nos acerca a la santidad, lo que nos procura el Amor del Padre y lo que, al fin y al cabo, nos hace santos.
Vemos, pues, que todos los santos que en el cielo no son todos los santos que en el mundo hubo sino una porción de las personas a las que se les reconoció, y se reconoce, el cumplimiento de la perfección citada supra.
Y, sobre todo esto dicho, las Sagradas Escrituras dice esto tan importante:
Por eso, porque fuimos elegidos desde la misma eternidad, merece Dios la santidad que nos reclama pero no como deuda sino como pura devoción y amor.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Necesitamos ser santos.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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