La Palabra del Domingo - 13 de octubre de 2019
Lc 17, 11-19
“11 Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, 12 y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia 13 y, levantando la voz, dijeron: ‘¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!’ 14 Al verlos, les dijo: ‘Id y presentaos a los sacerdotes.’ Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. 17 Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’ 19 Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado.’”
COMENTARIO
Dar, siempre, gracias a Dios
Es más que cierto que muchas veces tomamos las gracias que Dios nos entrega y luego nos olvidamos, precisamente, de Quién nos la entregado. Y eso es lo que pasa con muchos de los leprosos que curó el Hijo de Dios en la ocasión que nos trae el Evangelio de San Lucas.
Todo, sin embargo, no puede ser objeto de crítica.
Decimos esto porque aquellas personas, que tenían una enfermedad gravísima y que no tenía cura, tenían fe. Y es que sabían que Jesús, el Maestro, podía curarles de su grave dolencia.
Aquellos hombres, que eran leprosos, sabían que médicamente nada se podía hacer por ellos. Debían, pues, vivir fuera de los pueblos y, además, vestir de una forma determinada con el objeto de que se supiera que eran leprosos y nadie se les acercara por miedo al contagio.
Vivían, por decirlo pronto, de forma miserable porque no tenían los medios de vida ordinarios. Ni siquiera, por ejemplo, podían pedir limosna entre quienes no fueran leprosos y eso hacía de sus vidas una realidad insoportable.
Confiaban, como decíamos, en Jesús. Por eso, aun parándose a distancia, le gritan que tenga compasión de ellos.
Jesús no hace como si no los hubiera visto que podría haber sido, perfectamente, el comportamiento de la gran mayoría de personas ante otras que están enfermas según lo estaban aquellos hombres.
Ya podemos comprender, por tanto, que el Hijo de Dios, misericordioso y caritativo donde los haya, tenía que hacer algo. ¿Y qué podía hacer aquel hombre santo?
En realidad, podía hacer lo que le dictaba su corazón. No otra cosa. Y lo que le dicta su corazón es que los cure. Y eso hace. Desde la misma distancia que mantenían los leprosos, Jesús los libra de su enfermedad y los envía a los sacerdotes.
¡Qué cosa más extraña, podríamos pensar! Pero el Maestro no hace más que cumplir con la ley: han de ser los sacerdotes los que certifiquen que aquellas personas, antes leprosas ya no lo están y pueden insertarse en la sociedad como personas sanas…Y en el camino acaban sanando.
Ya podemos imaginar el gozo de aquellos diez leprosos. ¡Habían quedado curados tan sólo con la palabra y voluntad del Maestro!
¿Qué hacer, entonces?
Cualquiera puede imaginar que, al menos, debían agradecer a Jesús que hubiera hecho aquello con ellos. Pero no… al parecer tenían mucha prisa para acudir a los sacerdotes.
Uno, sin embargo, debió mirar hacia atrás y ver a Jesús, allí, en la misma distancia que separaba la enfermedad de la causa de su sanación. Y corrió a dar gracias.
Y era samaritano. Otra vez un samaritano.
Decimos lo de “otra vez” porque son algunas las ocasiones en las que Jesús hace, digamos, “uso”, de una persona samaritana para dar a entender que la salvación la ha puesto Dios para todo el mundo y, entonces, no sólo para el pueblo judío: ya entendemos cuando habla con la mujer en el pozo de Jacob (era samaritana) pero, sobre todo, cuando escuchamos de palabras de Cristo la parábola del buen samaritano. Todo eso muestra, a la perfección, que todo el bien que hace Dios lo hace para todo hijo suyo o, lo que es lo mismo, para toda persona.
Y eso, la confianza mostrada por aquel hombre, es lo que le salva. Y a los demás, también.
PRECES
Pidamos a Dios por todos aquellos que no confían en la bondad de Dios.
Roguemos al Señor.
Pidamos a Dios por todos aquellos que no agradecen a Dios los dones recibidos.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a ser agradecidos.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Palabra de Dios; la Palabra.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
2 comentarios
Hay qué ser agradecidos a la Iglesia ,Cuerpo Místico de Cristo. Hay qué respetar al Papa,sea Quién sea ,y de la cuerda qué sea ; por lo qué representa ,y por lo qué Es ; aunque muy probablemente, no lo sepa ni Él mismo ,o no lo quiera saber....
Ya se acabaron los Papas de Toda la Iglesia. La Iglesia está como la sociedad civil : dividida y enfrentada. La política ha entrado a saco en la Iglesia, y el " dios de la política " también.
Todas las cosas colaboran para el bien de los qué aman a Dios ,y es probable qué todo esto también: " unos a su derecha y otros a su izquierda ".? Quienes serán la víctima propiciatoria que salven a los demás ?....Yo creo que los qué están a su derecha ; por ésta razón se ha puesto hoy día de moda ser progresista y de izquierdas ; la gente huye del sacrificio que hay qué hacer para caminar por el camino angosto y para entrar por la puerta estrecha.
De los diez leprosos curados,sólo uno volvió a dar gracias a Dios por haber sido curado. Es muy comprometido volver a Dios aunque sólo sea para dar gracias. Con toda seguridad qué aquél leproso agradecido lo puso Jesús a su derecha ,y se convirtió en la víctima propiciatoria de los otros nueve leprosos progresistas ,qué no
" volvieron atrás "........
15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; 16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. 17 Tomó la palabra Jesús y dijo: ‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?’ 19 Y le dijo: ‘Levántate y vete; tu fe te ha salvado.’”
Pero en versículos anteriores, todos buscaron a Jesús, querían ser curados, y la bondad del Señor curó a todos, y se fueron, pero este último, un samaritano, un extranjero, viendo esa maravilla de lo que le había sucedido. Pienso, en esa inmensa alegría interior, pues ya tenía esa confianza de ser curado, y muy agradecido a Jesús, que se postró con el rostro en tierra, reconociendo la divinidad del Hijo de Dios. Fue recompensado con la salud y la fe, que lo había salvado. Los otros nueve se marcharon a informar a los sacerdotes, pero se perdieron esas palabras del Señor: «tu fe te ha salvado». Sucede también en estos días, cuando vamos a Misa, nos acercamos a Cristo, comulgamos, pero la fe nos anima a que permanezcamos recogidos, en silencio, que comulguemos con devoción, humildad, de rodillas, en la boca, pues de esta manera también en Cristo vencemos al maligno. Reconocemos la realiza de Dios en Cristo Jesús, su divinidad, su pureza, su amor, su ternura. Y cuando termina la Santa Misa, todavía nos quedamos mas tiempo, Pues la ingratitud consigue todo lo contrario, que sería recibir a Jesús como si nada, con tibieza, indiferencia, y no hay provecho espiritual. Siempre es mejor poner toda nuestra atención a Jesús,
Ese gran temor que siento ahora: «‘¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? » Me ha venido a la memoria, . «Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas. El dirá: Os repito que no sé de dónde sois. Apartaos de mí todos, obradores de iniquidad». (San Lucas 13,26-27), la ingratitud a Jesús nos lleva a las consecuencias más terribles en nuestra vida, hasta servirse del Señor, pero luego no ser reconocidos por Él, y la perdición nos arruina. Pues el tentador se aprovecha para engañarnos.
Todos aquellos leprosos, fueron curados, pero ya comenzó Jesús, ¿Dónde están los otros nueve? Tenemos que ser íntegramente fieles a Cristo, para que no seamos olvidados de Él y perdamos el Reino de los cielos. Desde el sacramento del Bautismo, pertenecemos enteramente a Dios, no a nosotros mismos.
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