Un amigo de Lolo – Lolo, libro a libro - “Comprender la esencia de nuestra fe”
Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.
Comprender la esencia de nuestra fe
“El Creador necesitaba una rehabilitación a su altura y ¡qué fácil!: su Hijo tomaba cuerpo de arcilla, afanaba un capital de méritos y, a la hora de pasar la cuenta, hacía valer su condición de Dios. Desde el mero ángulo jurídico, la justicia volvía por sus fueros con una argumentación que brillada por lo impecable.” (El sillón de ruedas, p. 104)
Aquí había ya culpabilidad de parte del ser humano.
Esto de arriba lo decimos porque el Beato Manuel Lozano Garrido habla, leamos bien, de “rehabilitación”. Y eso ha de querer decir, a la fuerza ha de querer decir, que había algo que rehabilitar.
¿Qué era eso que debía ser restaurado o, como se diría hoy día, reseteado?
Cualquiera puede adivinar que se refiere Lolo al comportamiento del pueblo elegido por Dios. Y es que, a lo largo de los siglos, había mostrado y demostrado que su fidelidad al Todopoderoso era manifiestamente mejorable.
Sí. La relación del creyente con Quien lo había creado y mantenía en el mundo, al parecer, se había roto. Debía, pues, restablecerse para que el devenir del mundo no tuviera como fin la fosa de la que tanto habla el salmista.
Nos dice el Beato de Linares (Jaén, España) que las cosas no podían hacerse de cualquier manera. Y es que como Dios había creado todo lo existente, no podía ser que la corrección de lo mal hecho se hiciera de una forma vulgar. No. Todo, como nos dice nuestro hermano en la fe, debía hacerse según era Quien todo lo había hecho: a lo grande.
Para que la corrección tuviera lugar y dado que los hechos y no hechos habían sido tan graves, no tuvo más remedio que enviar a su Hijo, único engendrado y no creado, al mundo. Y es que era Dios quien se iba a hacer hombre y, como tal, procurar la salvación de la descendencia del Creador.
El Hijo se encarna y se convierte en un ser humano que nace de una mujer, que sufre y goza en y de la vida y, en fin, que se comporta (según su naturaleza divina) de una forma según la cual sus méritos le ganan la Voluntad del Padre.
Debemos tener en cuenta que la Justicia del Todopoderoso es, eso, justa y, por muy bueno que sea nuestro Creador… en fin, que prevalece el cumplimiento de su Ley y de su santísima Voluntad. Y, ¡vaya por dónde!, aquel hombre de nombre Jesús y, de realidad espiritual, Jesucristo, hace una cosa y la otra y las hace con creces y sin dejar un momento de hacerlo.
Todo, como vemos, estaba preparado: Cristo según lo hecho y dicho a lo largo de su vida y Dios juzgando un tal comportamiento. Y el resultado de aquella situación fue el que tenía que ser: más que compensado el comportamiento del ser humano creyente y conocedor de la Majestad de Dios con el del Hijo… devino el perdón del Padre hacia los hijos mediando la sangre del Único Hijo, Cristo, Enviado de Dios, Mesías.
Todo esto, como podemos ver, no tiene nada de extraño ni es difícil de comprender. El problema es que demasiadas veces hacemos como si nuestra realidad espiritual no tuviera relación con lo que pasó entonces, en aquel primera Semana Santa y como si no hubiéramos sido salvados por la Sangre de Cristo. Y es que ahí radica la esencia de nuestra fe: Dios-Hijo-Muerte y Resurrección= salvación del hombre.
Y ya está, que no es poco.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Saber sufrir, espiritualmente hablando, es un verdadero tesoro.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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