Semana Santa: Salvados a cambio de Su Sangre
Sangre y Luz. Así, dicho, son dos palabras que, a lo mejor, poco tienen que ver. Sin embargo, si las miramos desde el punto de vista de la historia de la salvación, es posible que encontremos más de una relación.
Digamos para empezar que eso, la historia que llamamos de la salvación lo es, primero, y tiene, un sentido histórico porque se ha desarrollado a lo largo del devenir de la humanidad; y es de salvación porque ha tenido, como fin, que el ser creado por Dios a su imagen y semejanza se salve. Y si necesitaba salvación era, claro, porque estaba perdido, porque se había salido del camino que el Todopoderoso le había trazado para encontrarse con Él en el Cielo y había estado paciendo, cual oveja díscola, en cualquier otro campo donde la hierba no proporcionaba vida eterna sino, como mucho, un sustento mundano y temporal.
Pero el Plan, así con mayúscula porque es Dios quien lo estableció, debía cumplirse y se iba a cumplir muy a pesar de ciertos comportamientos humanos. Bueno, a lo mejor, por eso mismo…
Decimos que el Plan de Dios acerca de su descendencia debía cumplirse. Y, para eso, envió a su Único Hijo engendrado y no creado, al mundo. Y es que quería la salvación para toda la humanidad a pesar de conocer y saber que, dada la libertad que Su corazón bondadoso había donado al hombre, muchos no iban a querer salvarse… por muy triste e incomprensible que esto pueda parecer.
Pues bien, llegado el momento determinado del final del mundo como se había conocido hasta entonces (el final del mundo espiritual, queremos decir) el Hijo de Dios tuvo que entregar su vida. Y sí, no comprendemos cómo eso debía ser así pero tenemos fe y eso nos hace ver las cosas de una manera, digamos, más profunda. Y sabemos que eso lo conoceremos, el qué, las razones intrínsecas y verdaderas de soportar tanto sufrimiento, cuando llegue el momento oportuno…, allí en el Cielo donde todo se ha de ver con la perspectiva verdadera de las cosas del alma.
Había llegado, pues, el momento. Y allí estaba nuestro hermano Jesucristo, el Cristo, el Mesías esperado por la humanidad creyente judía. Decimos que estaba allí y queremos decir que estaba allí, colgado, en aquellos maderos que se divinizaron al contacto con su Sangre.
Aquí, aquella divina Sangre tiene todo que ver con el todo que vale para toda la eternidad.
En una manera más que cierta nosotros fuimos (y hablamos por aquellos otros nosotros, otros fieles discípulos de Cristo que han sido a lo largo del tiempo) y somos salvados, precisamente, por aquella Sangre.
La Sangre por antonomasia es la de Jesucristo. Y no es que fuera una, digamos, especial, que tuviera una composición distinta a la de cualquier ser humano. No. Aquella Sangre era, en todo, sangre de ser humano, como era también Cristo. Y, sin embargo, era Sangre divina y, es más, Sangre del mismo Dios que, encarnándose y haciéndose hombre, quiso salvar lo que, al fin y al cabo creación suya es, es suyo. Por eso la Sangre de Cristo es tan especial. Y decimos es porque por muchos siglos que hayan pasado estamos seguros y creemos, por fe católica, que la sigue derramando por los muchos pecados en los que caemos sus hermanos los hombres. Sangre, pues, que no ha dejado de manar desde que le fue inferida la primera herida al Hijo de Dios que la hizo salir al exterior, donde el mundo era tan contrario a Su Amor y a Su Bondad y Su Misericordia.
Por aquella Sangre hemos sido salvados y todo el tiempo que ha pasado, desde entonces, parece que no hubiera tenido lugar, que estuviéramos ahora mismo a los pies de aquella Santísima Cruz y que pudiéramos ver cómo las gotas de aquella expresión de Dios hecho hombre y molido por los hombres, al caer van convirtiendo lo malo en bueno y la tiniebla en clara Luz de Dios.
Todo esto lo decimos porque hoy es un día más que especial. Digamos que es terrible por los sucesos que recordamos pero, a la par y a la vez, gozoso porque sabemos, ahora sí lo sabemos, que el resultado de aquel sufrimiento padecido por el hijo de María y de Dios tenía sentido y que lo tenía tan pleno que nada mejor se ha podido hacer desde entonces que no sea agradecer a Dios una tan gran merced.
Sí, hoy es Viernes Santo. Y vemos que, en efecto, es el último día de una trágica semana si nos referimos al sufrir y al sangrar. Y tal es así porque luego Cristo será depositado en el sepulcro, más o menos bien preparado por aquellas santas mujeres. Y allí permanecerá hasta que el día siguiente, domingo que llamamos de Resurrección porque es lo que entonces sucedió, Jesucristo salga por la puerta que allí había y se presente a los conocidos como el resucitado. Y no haya más sangre derramada sino que la que lo fue antes tenía una misión, ella también, que cumplir y que no era otra que hacer cumplir la Voluntad de Dios que tenía todo que ver con el perdón y con amor al prójimo.
Y así estamos, aquí estamos, mirando una vez la Sangre de Cristo caer para purificar y para salvarnos.
Y aún hay quien no comprende esto.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Semana de Gloria para el ser humano salvado.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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