Semana Santa: con los pies lavados
¿Qué hacemos con la salvación?
Esta pregunta, demasiadas veces, no tiene fácil respuesta; a veces, para según qué espíritus, ninguna. De todas formas, vayamos por partes.
Seguramente no hace falta decir que hoy, además de ser Jueves Santo y, por tanto, podríamos decir en lenguaje moderno, Día Internacional del Amor Fraterno, es el día en el que el Hijo de Dios hizo mucho por sus hermanos los hombres y, en general, por el hombre, creación de Dios hecha a su imagen y semejanza.
Cuando decimos esto último, lo de la “imagen y semejanza”, hay quien cree que eso supone que, como nosotros, los seres humanos, somos como somos, digamos, físicamente, que Dios ha de ser así porque si somos hechos a su imagen y semejanza y así somos… En fin, que así solemos pensar nosotros.
Sin embargo, es más acertado creer que somos imagen y semejanza de Dios no físicamente sino espiritualmente. Y es que como el Creador es espíritu (misterio que ahora ni entendemos ni entenderemos hasta que podamos preguntárselo a Él directamente en el Cielo y se nos expliquen bien las cosas) nosotros somos, sí, imagen y semejanza suya, pero a un nivel no físico sino, más bien, espiritual. Y, entonces, entra en juego, lo que muchas veces no queremos que entre en juego: la Bondad, el Amor, la Misericordia, el Perdón, etc., etc., etc.
Eso que decimos arriba y los etcéteras que añadimos son, no por casualidad, aquello en lo que debemos parecernos a Dios y lo que, en fin, significa eso de la “imagen y semejanza”. Y ya decimos arriba que son realidades espirituales que, tantas y tantas veces, no queremos que entren en juego muy a pesar de ser, precisamente, lo que nos identifica como hijos creados por Dios. Precisamente eso.
Pues bien, en esta noche, en la de entonces y, al traerla al hoy mismo, pues hoy mismo, pasan muchas cosas que han de ser tenidas en cuenta y que nunca deberíamos olvidar porque tienen relación directa con nuestra salvación ¡eterna! Sí, como diría Santa Teresa de Jesús, para siempre, siempre, siempre.
A tal respecto, titulamos el artículo de hoy diciendo que estamos “con los pies lavados”. Y eso ha de significar mucho.
Es cierto y verdad que el Hijo de Dios quiso lavar los pies a sus apóstoles (seguramente en aquella Cena, la Última, es probable que hubiera más gente pero tradicionalmente se representa la misma como si Jesucristo se dirigiera especial y específicamente a los Doce y eso hacemos aquí) porque querían que aprendiesen algo.
¡Sí! Cristo quería que aquellos que, tan duros de entendederas se habían manifestado a lo largo de aquellos años que habían estado a su lado (duros de mollera eran un rato, como bien sabemos…) comprendiesen a partir de los más sencillo que en aquel momento podía mostrarles: lavarles los pies.
Sabemos que, en aquel tiempo, lavar los pies a otro era propio de personas de baja condición social. Vamos, que era propio, casi siempre, de esclavos, de los sometidos a la voluntad de otro mucho más poderoso que eso hacía. Y eso no quiere decir que no lo hicieran personas, por ejemplo, de poca edad (los niños, digamos) en las casas pero, incluso en tal caso, también se trataba de alguien considerado, en realidad, poca cosa…
El caso es que Jesucristo lava los pies a los Apóstoles. E incluso entonces uno de ellos, nada más y nada menos que Pedro, no quiere que su Señor se rebaje a eso. ¡Aún no ha entendido nada, el buen hombre!
Pues bien, decimos que el Hijo de Dios quería enseñar algo. Y es que si Él, que lo era todo para ellos, hacía eso… lo mismo debían hacer ellos con otros. Ahí quedaba eso.
Ellos, pues, quedaron con los pies lavados y, en cierta manera, salvados por aquella acción de Quien todo lo podía y lo había hecho (resucitó muertos, curó cegueras y enfermedades tan incapacitantes –física y socialmente- como la lepra, etc. ) y eso debía haber hecho que sus vidas cambiasen. Y, ciertamente, cambiaron porque en pocas horas pasaron de seguir al Maestro a abandonarlo casi todos… Pero no era eso lo que debía pasar…
Esos cambios, claro está, fueron sólo momentáneos porque bien sabemos cuál fue su reacción cuando vieron a Jesucristo ante ellos cuando resucitó. Entonces sí, entonces fueron capaces de sentirse salvados y de continuar con sus vidas de una forma completa, arriesgándolas en bien de la buena Noticia.
Ellos, desde entonces, con sus pies lavados, fueron lanzado al mundo para que el mundo supiese que la salvación no era imposible sino que convirtiéndose y creyendo en el Evangelio, se sanarían las heridas del alma y las puertas del Cielo se abrirían.
A nosotros, por ser discípulos del Hijo de Dios y haber admitido en nuestro corazón al Espíritu Santo y dejarlo ahí, para que nos insufle vida espiritual y gima para ser escuchado por nosotros, nos pasa otro tanto. Y, como aquellos que escucharon al Maestro decir que debían hacer como había hecho Él al lavarles los pies, no podemos hacer otra cosa que sentirnos salvados porque, en aquellos miembros lavados nos encontramos cada uno de nosotros, limpiados por las manos del Hijo de Dios y, en una manera más que cierta, salvados si es que queremos ser salvados.
“El Amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones”. Eso lo dice el sacerdote justo antes de que el Padre Nuestro sea proclamado por la asamblea en la celebración de la Santa Misa. Y es que, en verdad, fue derramado entonces, cuando aquellos sorprendidos discípulos vieron como su Maestro no sólo se preparaba para lavarles los pies sino que, ¡en efecto!, se los lavaba.
Y sorprendidos aún, comieron el pan y bebieron el vino que los iba a salvar… como a nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Semana de Gloria para el ser humano salvado.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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