La Palabra del domingo - 6 de enero de 2019
Mt 2, 1-12
“1 Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, 2 diciendo: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle’. 3 En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. 4 Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. 5 Ellos le dijeron: ‘En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: 6 Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel’. 7 Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. 8 Después, enviándolos a Belén, les dijo: ‘Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle’. 9 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. 10 Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. 11 Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. 12 Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.”
COMENTARIO
El que con fe busca, siempre encuentra
Es más que probable que el episodio que trae hoy el Evangelio de San Mateo sea más que conocido. Y es que la primera Epifanía del Hijo de Dios tiene todo que ver con la santísima Voluntad del Todopoderoso de hacer que su único hijo no engendrado fuese presentado al mundo de aquella manera tan singular.
Tradicionalmente se suele representar a los Reyes Magos en el mismo Portal de Belén. Y tal ha de ser así para darle, digamos, unidad a todo el episodio del nacimiento del Hijo de Dios. Sin embargo, es más probable que aquellos Reyes venidos de oriente se presentasen en alguna casa donde, después de todo el trabajoso censo que entonces se estaba formando en Belén, pudiesen ocupar María, José y el Niño.
Eso, sin embargo, no ha de importar lo más mínimo porque a quien cree en la realidad, que pasó de verdad, de todo aquello, poco le ha de importar que los Reyes Magos se postrasen ante Dios hecho hombre en la misma cueva donde nació el Hijo o lo hiciesen en la entrada de la habitación donde pudiese estar viviendo la Sagrada Familia.
El caso es que hubo quien, con una, digamos, prefe, acudieron a Belén.
De todas formas, podemos casi decir que Gaspar, Melchor y Baltasar ya tuvieron fe y, pues, apearles de aquella palabra (prefe) porque si la misma supone creer sin haber visto, es bien cierto que ellos, guiados por sus estudios, tuvieron la confianza suficiente como para acudir a un lugar muy lejano de sus lugares habituales de residencia para ver a un recién nacido del que sabían bien poco. Confiaron y, pues, tuvieron fe.
Había quien, sin embargo, siendo del pueblo elegido por Dios, adolecía, precisamente, de eso: de fe o, en todo caso, si la tenía no era, precisamente, en el Todopoderoso sino en lo todopoderoso que se creía él mismo. Y nos referimos, claro, a Herodes.
Así, escuchando aquellas sibilinas palabras en las que se expresa una voluntad de adoración hacia un niño del que decían unos Reyes venidos de oriente que era el Rey de los judíos (¿No era, acaso, él, Herodes, tal rey?), pudiera ser que alguien no avisado de la forma de ser de un tal rey tuviera a bien estar de acuerdo con una tal voluntad. Sin embargo, ya sabemos que pasó, a penas dos años después cuando descubrió que no había sido avisado por los Reyes Magos del nacimiento del que ellos habían llamado Rey de los judíos.
Ellos, los Reyes que acudieron a Belén, sí dieron con el paradero del Niño-Rey. Y, como habían ido allí para adorarlo, hacen lo propio y, como solía ser costumbre en la tradición judía, al llegar a una casa, digamos, a presentarse, llevaron regalos. Lo que pasa que los que ellos llevaban no eran, digamos, algo común sin unos que era, además de importantes, significativos.
Ellos le llevaron al Niño Oro, Incienso y Mirra que, como sabemos por la expresión de su contenido, venían a significar el Reinado de aquel Niño, en el mundo, su divinidad expresada en el Incienso y, ¡Ay!, lo que iba a suponer un destino sufriente y doliente. Y nos referimos a la Mirra con la que, como sabemos, sería cubierto su cuerpo (mirra y áloe) cuando fue llevado a la tumba dejada por un discípulo suyo para darle sepultura.
Al respecto de lo que luego pasó, origen, por cierto, de la matanza de los Santos Inocentes (que ellos no volvieran a Jerusalén a dar aviso a Herodes del paradero del Niño) era cosa de Dios que eso así sucediese. Y es que, de haberlo cumplido con lo que dijeron que iban a hacer, aquel sanguinario mandatario no hubiera tardado ni un día en ir a Belén a matar al Niño que es lo que mandó hacer en cuanto se dio cuenta que, de lo dicho, nada.
Hoy, pues, día de la Epifanía de Nuestro Señor Jesucristo, es más que apropiado para dar gracias a Dios por haber hecho posible que la historia de la Salvación pudiese seguir adelante.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
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